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09 de octubre 2023

Martín Rodríguez

OMITIR INTRO

Tiempo de lectura: 6 minutos

OMITIR INTRO

Los mejores momentos de Spinetta también están en esas bajadas entre lo alto y lo bajo, gesto modesto, hasta con un cierto eco de Luis Almirante Brown (para un Spinetta que agarró el chiste al vuelo). Bajar del pedestal la lírica y arrastrarse a sus arrabales últimos sin perderla. “Tu jeep no arranca más”. “Suban a los techos, ya llega la aurora” (y en el video una familia celebra la llegada en una camioneta destartalada del Aurora Grundig). “Tengo un salmo, un salmo en lata”. “Hay un tinglado inconcluso donde moran dos bolitas ilegales pero limpios”. El Flaco de los años 80, pinceladas costumbristas manchando la pared. El Flaco y su elegía de la crisis. Una de cal y una tanguera. Estuvo cerquita de ponerle al disco que salió en julio del 89 el título “SEGBA”. Hubiera sido genial. Finalmente fue “Don Lucero”. Habría fina ropa blanca que cuidar. El disco cierra su primera gran década solista, y argentinísima: los bolsillos rotos. Al Flaco le pasaron los vaivenes de su clase. En la bio de Discovery su hijo Dante lo cuenta precioso. El Flaco cantaba “sin darme cuenta voy cayendo en cruz / hacia el cenit” con la cara del papá de Mafalda adentro del Citroën. La democracia empezó con la experiencia traumática de un dólar alto, un sueldo bajo, país sin moneda y espejismos. Si García tiene una “antena”, Spinetta un “sismógrafo”. Su “Tester de violencia” del año 88 es el disco con el que empieza a salir a flote, votado como disco del año y con una canción (“La bengala perdida”) que les hubiera gustado componer hasta a Lennon y McCartney, en la que recapitula todos los Vietnam. Manejar la lengua, lo blanco y lo negro, arte difícil. La política se juega en ese arte. Lo vimos en el esfuerzo de anoche de Patricia Bullrich, mano a mano con ella misma, a los codazos… Hablar como todos, ser vos mismo, lo simple, popular y de elite, qué operación sofisticada. Lleva años.

Las segundas partes nunca son buenas, verdad de Perogrullo o de cinéfilo. El debate que miramos ayer, el segundo, visto con detalle, perdió pulso, terminó y ya pasó, y fue a dar a los omitir intro de las cosas nuevas que miraremos hoy. Ni los periodistas, ni las reglas, ni el aprendizaje de las reglas, ni los temas sorprendieron. Cada cual profundizó su modelo. Suena cierta la mejora de Bullrich: se metió de lleno en la seguridad. Un tema de Estado, en el que aventaja a Milei, cuyo mayor gesto de autoridad se insiste contra el Estado (sabiendo la parte de la sociedad que se disciplina con la amenaza de su extinción). Massa recibió más golpes y salió bastante ileso en esa vacante que no debería sorprender: nadie mencionó prácticamente durante el debate a Alberto ni a Cristina. Bregman mantiene su lugar cómodo, aunque apostó a repetir lo que antes fue espontáneo. Schiaretti cambió Córdoba por federalismo, tiró menos centros para el meme fácil. Nada sorprendió. Ya estamos recostados sobre los efectos de una amnesia necesaria: no hay elección frente a la que no hayamos repetido (“perdieron los encuestadores”), y finalmente un mes y medio después todo se resetea y todos caminan entre la niebla guiados por pálpitos de encuestas nuevas. Bukowski decía que los borrachos se perdonan a sí mismos para volver a tomar. El segundo capítulo del debate tuvo menos preponderancia en el “reglamento”, menos expectativa por la psiquis del gran favorito y hubo expectativas más repartidas. Evidentemente la democratización del debate funcionó. Pero quizás no hacía falta un nuevo debate.

Como en “La causa justa”, de Osvaldo Lamborghini, pero al revés: menos mal que no hay un japonesito que nos encierre en el vestuario para hacernos cumplir la palabra

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¿Qué podría quedar de todo esto? ¿Quién se volverá esclavo de sus palabras? Todo político lleva en la mochila la llave de su celda, es fugitivo de lo que dice. ¿Qué hará Milei si gana?, es la pregunta de cajón. Se hizo común oír en varios votantes de Milei un argumento que consiste en decir: “eso no lo va a hacer”. No lo va a hacer, no lo va a hacer. “Habló de etapas, generaciones, cambios a treinta y cinco años”, te dicen. Son los votantes de Baglini, confiados a una moderación inevitable. Relativizan los extremos, vandoristas de sus votos. Estábamos acostumbrados a la grieta (con la ¿novedad? de algunas mesas familiares partidas por política), que la irrupción de LLA polarizándolos a todos trajo a esa misma “arena” (las sobremesas) una etapa superior. La gambeta común, entonces, de quienes se sienten apurados por un suegro progresista, una madre asustada, un cuñado comisario, ya sea por la dolarización, por la demolición del Banco Central o la motosierra es un “no es tan así”. Eso no lo va a hacer. Como en “La causa justa”, de Osvaldo Lamborghini, pero al revés: menos mal que no hay un japonesito que nos encierre en el vestuario para hacernos cumplir la palabra. La ventaja de la llanura del gran chiste.

Dos historias de votantes de Baglini. Diego, por ejemplo, mozo de un restaurante de comida italiana en Puerto Madero. En la mesa familiar de su mujer (con la que tiene un hijo de dos años), el suegro lo ataca y Diego responde: “eso no lo va a hacer”. Diego pasó diez minutos por una de esas estafas piramidales y tiene más ganas de tener dólares que de tener familia. Llegó de lejos, de Cuyo, origen humilde, y lleva años de probar la suerte de las golondrinas: mensajería en moto, cadete, mozo en Güerrín, ahora en uno de pastas mejor donde le dejan más propina. Vota a Milei con las dos manos. Otro: Daniel. Entrerriano, vive en CABA hace más de diez años y trabajó en varias librerías hasta que puso su negocio. Peronista, nunca kirchnerista, se siente atraído por los libertarios. También ahí, en el apriete de un café, en su repertorio, en última instancia, camina lo de: “eso no lo va a hacer”. Por supuesto, conviven con los que suben a los techos a mostrar la motosierra a Dios.

Salvo Bregman (cuya comodidad más obvia se basa en saberse siempre fuera del poder), la “agenda que viene” tiene trazos más o menos obvios: más seguridad, menos presión fiscal, arreglo de la Macro, alguna flexibilización laboral, los planes quizás no se tocan (pero sus intermediarios sí), y la santería eterna del Estado: prenderle velas al litio y su “ventana de oportunidad”, a la lluvia, a la soja, al maíz, al efecto colateral de alguna catástrofe que nos encuentre en un mundo que necesita mucho lo que nosotros producimos más. Pero gobernar siempre es un misterio. Gobernar es una jugada que no se adelanta. Gobernar es el arte de no saber mucho qué se gobierna. Gobernar es incumplir promesas y anotar el mayor logro en lo que “no esperabas de mí”. Y así. Dijo Guillermo Vilas que Menem dijo: “si decía lo que iba a hacer no me votaban”. Verosímil del 89. El año en que el peronismo volvió al poder prácticamente no se terminaba de saber en qué mundo. Lo soviético se disolvía en el aire. Menem tuvo revancha: en 1995 lo votaron por lo que había dicho… y hecho.

Gobernar es una jugada que no se adelanta. Gobernar es el arte de no saber mucho qué se gobierna. Gobernar es incumplir promesas y anotar el mayor logro en lo que “no esperabas de mí”. Y así

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¿Todos los presidentes dicen lo que van a hacer? Alfonsín fue direccionado, pero falló su política económica. La Alianza dijo lo que iba a hacer, al menos lo más básico: sostener el 1 a 1. Y ese gobierno giró alrededor de ese mandato conservador. Cumplir al menos esa promesa fue su principal causa de muerte. La convertibilidad pasó de remedio a veneno en una década. Duhalde tuvo el valor de cortarle el espinazo al “modelo”, pero no se lo había prometido a nadie. Kirchner prometió un país normal y le renovó la licencia a Lavagna. Llegó con más desocupados que votos, y lo que había dicho en la campaña nadie lo recordaba del todo. Cristina en 2007 dijo “sinergia” para proyectar una relación entre campo e industria y ocurrió el conflicto del campo. Promesas que queman. En 2011 habló de “sintonía fina”, y al final primó el vamos por todo: ya no había modelo. ¿Macri dijo lo que iba a hacer? Primero fue gradualismo, el cambio en puntitas de pie, y en el año 18 terminó en el Fondo, chau gradualismo y retomar la fórmula de la grieta: cuando se acaban los dólares se enciende el relato. Alberto dijo que iba a encender la economía. La unidad del peronismo era su fórmula. Parecía verosímil, se sacaba fotos gente que se había odiado. Si unimos todo, ¿qué puede salir mal? E hicieron moco la unidad. Las presidencias pueden carecer de todo, menos de liderazgo. El peronismo puede carecer de todo, menos de una versión. De la Pandemia (y de estos años), no salimos mejores, salimos realistas, rencorosos, conociéndonos más. Y más se realzó la diferencia entre los que viven y no viven del Estado. Los funcionarios que explicaban que la baja de sueldos o cualquier demagogia “anti política” era irrisoria en el presupuesto le contestaban con el bolsillo a lo que la gente habló con el corazón: “si la vamos a pasar mal, pasémosla mal todos”.  

Cae la noche. Cae el telón. La hora de poner las sillas arriba de las mesas. La fábrica de abogados se vació. La florista se emborracha con Legui. Fue el último debate, o habrá que ver si hay balotaje y hay uno más, ahí, un mano a mano, ojalá con menos reglas. ¿A cuántos les importó este debate? ¿Un domingo de autonomía, podríamos decir? ¿Todo tan jugado en este país que, si al menos esto dio vuelta un voto, ya valió la pena? En dos semanas lo vemos en las urnas.

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