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EL DESEO DE LA TERCERA POSICIÓN

Tiempo de lectura: 12 minutos

Qué angosto es el mundo si se divide en dos caminos. Bifurcado por las lenguas que limitan nuestras vidas al 2. El veneno “del uno o el otro”, corre por nuestras venas con el nombre de un acantilado, pero sin el mar enfrente. La “grieta” es esta imagen seca y potente, el lugar del desbarranco, pero sin horizontes. La fisura, ese espacio entre esos “dos países”, es aire fértil para todas las quimeras de la política actual. Porqué así nacen los monstruos de nuestros imaginarios, ya no entre el mundo que no termina de morir y el que no termina de nacer sino poblando densamente los vacíos que deja una sociedad sin-sentido.

Eso hizo el capitalismo financiero. Destruir posibles defendiendo probables que nunca llegan. Régimen de acumulación por la acumulación que tiende a socavar las condiciones de existencia de la sociedad, al vaciar la acción en común de las personas del sentido que la habita. De la producción del sin-sentido también participó la “derecha moderna”, transformando la diferencia política, el desacuerdo tan necesario a la vida, en un pathos a erradicar. La “grieta” es entonces esa imagen del conflicto que oculta el muro del consenso que la sostiene. También reproducimos la lógica neo-liberal cuando pensamos que el consumo vendrá a responder al porqué y al cómo de la vida. Una vida en demanda, tomada entre el interés y la necesidad, pero sin deseo, pues vaciada de lo que lleva el sujeto a ese exceso en el que su cuerpo se encuentra con un sentido compartido.  Es esta la crisis de nuestro presente, en oscilación perpetua entre dos alternativas que no logran incidir en la realidad al punto de abrir la brecha del futuro. Esto empeora con el covid-19, dejando por su paso muertos en una contabilidad mórbida sin pésame. Un desvelo sin los ritos del duelo. 

Del capitalismo sin sentido…

Hasta la pandemia, el diagnóstico no era prometedor. Ahora está confirmado, vamos hacia lo peor si no cambiamos el rumbo. Lo retomamos telegráficamente, cómo corresponde a todo S.O.S. El capitalismo financiero no está del todo desvinculado del trabajo, pero sí acumula más allá del trabajo y asienta su dominación y explotación sobre esta aparente vacancia. Desde los años 70 se han disimulado las relaciones de captación de plus-valor, llevando al extremo la paradoja del capitalismo: acumular el valor del trabajo, reduciendo el lugar del trabajo. Las finanzas y las tecnologías digitales tienen ese denominador común: pretenden desmaterializar la vida social, automatizando cada vez más las practicas que permiten la construcción antagónica de la autonomía. La pandemia mostró sin embargo que sin trabajo y producción no hay acumulación de capital posible, pues no hay ni siquiera vida social que se sostenga en el tiempo. 

Obviamente que algunos procesos sociales perturban esta estrategia de disimulo. Es el caso de la economía popular que a pesar de la larga crisis del empleo da cuenta de que se trabaja para vivir y que el problema del capitalismo sigue siendo la valorización del trabajo, aunque el patrón se oculte, se escurra. Lo mismo pasa en las reivindicaciones feministas, indigenistas o ambientalistas: todas disputan formas alternativas de valorización y por ende de visibilización de conflictos sobre el valor de las cosas y de los sujetos que se articulan entre si y pretenden resquebrajar el estado inmóvil de las dominaciones que huyen de los focos que lo iluminan. Marcan los patrones de dominación escondidos detrás del discurso político que denosta el conflicto como una enfermedad. El consenso es el discurso de un estatus quo que nunca logra estar, pues siempre hay conflictos que dinamizan una sociedad aparentemente apaciguada en los acuerdos sin desacuerdos.  

Esta estrategia de disimulación del conflicto y por ende de la política tiene un efecto muy concreto en el plano material. Concentra los procesos de valorización del capital en manos de actores cada vez menos identificados socialmente (los matemáticos financieros, los brokers, los traders son algunos de ellos), transformando la economía en pos de su devenir financiero. El principal negocio de un gran supermercado ya no es hoy en día vender alimentos, o de una empresa de autos, vender sus modelos. Todos tienen más ganancias en las finanzas. Ahora bien, este negocio no podría existir sin campesinos que producen alimentos, sin obreros que fabrican autos. La economía financiera tiene entonces un arraigo material, pero lo oculta, haciéndonos creer que ya entramos en la Matrix, sin ningún gato negro para alertarnos que se trata de una ficción. El discurso de la izquierda teórica sigue sosteniendo esta ficción que impone el neo-liberalismo, pues mueve sus lamentaciones, arma sus resistencias, partiendo de la hipótesis que estaríamos ya en el reino sin limites del capitalismo al estado puro. 

"La pandemia mostró sin embargo que sin trabajo y producción no hay acumulación de capital posible, pues no hay ni siquiera vida social que se sostenga en el tiempo. "

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El progresismo trató de resolver los dilemas generados por el capitalismo financiero “incluyendo” a los consumidores en los circuitos de un goce sin riesgo. La necesidad se ha convertido así en la gramática de este neo-intervencionismo, con su preocupación pastoral para los vulnerables. Tiene su eficacia en el corto plazo y posiciona moralmente desde el lado de las victimas, lo cual es un beneficio secundario para quien toma la palabra en el espacio público. Pero cómo no se tocan los procesos de valorización, los sueldos nunca están a la altura. La deuda es entonces la contracara de la ciudadanía consumista. La subjetividad del endeudado abre el camino a una vida cada vez más auto-centrada, cuyo ritmo está marcado por la alternancia de frustraciones y quejas. El voto individualista con sus características fluctuaciones es una de sus consecuencias más palpables. Lo vivimos en todo el continente, pero en particular en Brasil y en la Argentina. 

Así se estructuró la posición material de la “grieta”. Por un lado, los abanderados de la defensa de los intereses del capital que deberían, algún día, beneficiar a las mayorías, según la mecánica de un derrame del cual estamos siempre a la espera. Por otro, los defensores de los “necesitados excluidos”, las “víctimas” del capital reincorporados por el consumo, a través de un derrame forzado por los mecanismos de la redistribución. Necesidad versus interés, necesitados versus interesados. Derrame inducido versus derrame a secas. Pero hay un problema central que queremos resaltar en ambos lados, es el punto ciego que sostiene la oposición entre los dos frentes: los sujetos políticos que se proponen ahí no están inscriptos en una relación social. El “empresario”, emprende. El “consumidor”, consume. El “necesitado”, necesita. No son categorías que contengan el principio de una relación. Por eso no pueden configurar un sujeto político transformador, un sujeto que pueda mover la historia, un sujeto cuyo deseo sea suficientemente decidido como para derribar la pared, en lugar de mirar la grieta.

Supo haber categorías que incluyen una relación. El “patrón”, dirige, conduce, domina y explota. El “trabajador” o el “productor”, resiste, lucha, transforma, organiza, es dominado y es explotado, a la vez que es asociado y organizado. Vaya que dominar o emanciparse son deseos muy potentes. Sabemos por experiencia, en cambio, que el “consumidor” no es un sujeto portador de un deseo transformador. Su pasividad se inscribe en la raíz de su actividad, pues solo entra en la arena para dar voz a su frustración, a través de una demanda que será captada a veces en términos económicos, a veces en términos políticos, según las circunstancias favorezcan una o otra vertiente de una misma oscilación pendular.

Independientemente de las preferencias ideológicas de quién lea, aunque sea muy difícil sino imposible hacer abstracción de las orientaciones que sostienen el pensamiento, se entenderá que son categorías de relaciones, tensas o agonísticas, las que producen la posibilidad de la política. Y esto no es solamente una cuestión gramatical. Como dijimos antes, lo propio del capitalismo financiero, no es el fin de las relaciones sociales, por más lejos que vaya el proceso de aparente desmaterialización de lo social. Esto sellaría el fin de la historia. Lo propio del capitalismo financiero es más bien la disimulación de las relaciones de dominación y de explotación, por ende, de los conflictos en los que se forja el deseo de emancipación. Por eso, si queremos cambiar la historia, cuán importante es tener categorías bien afinadas, que correspondan a nuestra experiencia histórica, cuán importante es poder pensar las relaciones sociales que siguen desplegándose adentro y en contra del capitalismo financiarizado. Cuán importante es tener una imagen que corresponda a la realidad social y no solamente su proyección fantasmagórica que anula toda producción de sentido. 

"La economía financiera tiene entonces un arraigo material, pero lo oculta, haciéndonos creer que ya entramos en la Matrix, sin ningún gato negro para alertarnos que se trata de una ficción. El discurso de la izquierda teórica sigue sosteniendo esta ficción que impone el neoliberalismo."

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…agravado por el desborde y la melancolía…

Habrá un despertar de esta pesadilla pandémica. Dónde será, imposible definirlo. Podemos sin embargo delinear algunos hechos sociales que ya son observables. Algunos parecieran tomar la forma dionisíaca del desborde, en una suerte de retorno de lo reprimido. Violencias incomprensibles o fiestas excesivas. Muchos hechos oscilan entre escenas dignas del Guasón y otras actualizan la mejor tradición del Decamerón. Ya se observan en distintos lugares del mundo fiestas “clandestinas” o “prohibidas” descriptas cómo verdaderas bacanales. Tienen su contracara represiva en las armas policiales azotando protestas o en el incremento de los feminicidios. En el espacio más acotado de una terraza del Restaurante Kansas de Vicente Lopez, un hombre amenaza mozos con dos (¿?) cuchillos en la mano…todas figuras del exceso, lejos de cualquier concepto de cuidado. Tendremos que tener en cuenta, entonces, esa parte maldita en la que se expresan nuestras pulsiones, pues estas también son parte de la vida que hemos aprendido a cuidar. La vida humana es una vida excesiva y solo sabiéndolo se pueden regular con lucidez sus manifestaciones. 

Otros hechos conducen a la melancolía, aquella figura que movilizara Freud en contrapunto del duelo. Una de las similitudes del proceso actual con la guerra, es la coexistencia de la presencia de la muerte y la lejanía de los muertos. Tal vez solo los trabajadores de la salud experimenten estar en primera línea de fuego:  vivir la presencia de la muerte y la cercanía con los muertos. Los negacionismos terraplanistas agravan la imposibilidad del duelo porqué obstruyen la posibilidad de la experiencia común del duelo nacional. Dividen, agrietan un sentimiento que solo puede ser en su pureza. Se fueron decenas de miles, fallecen en algunos días más muertos que en toda la guerra de las Malvinas. Pero los gritos desorientados de aquellos que cierran los ojos frente a la experiencia que estamos viviendo, en una denegación que se acerca al delirio, obstruyen la posibilidad de la comunidad frente a la muerte, imposibilitan producir sentido en un momento en que tanto lo necesitamos. Solo generan más y más melancolía. 

El desborde y la melancolía parecen ser, entonces, los dos signos de nuestra vida hoy en sociedad, los signos de la crisis producida por la pandemia que desvela la larga crisis neo-liberal. No es la primera vez que vivimos algo similar. Ocurrió en los años del entre dos guerras europeo. “Años locos” y a su vez gestación de los fascismos, “respuestas” patológicas al sin-sentido del capitalismo. ¿Será un presagio a leer en nuestro pasado? Pareciera ser una necesidad por lo menos asumir que el devenir violento-autoritario sobre la base del odio paranoide al “otro”, para no apelar a la categoría de “fascismo” tantas veces mal usada, es una maquinaria poderosa que produce “sentido” allí dónde no lo hubiera. Es esta la deriva pulsional que solo se podrá contrarrestar inventando dispositivos de sublimación, nuevas instituciones capaces de sostener la emergencia de un deseo común y hasta del deseo mismo de lo común.  

Así se recompone la “grieta” en estos tiempos: la necesidad y el interés como alternativas estériles para enfrentar el sin-sentido del capitalismo financiero, en una situación atravesada ahora por el desborde y la melancolía. Una terceraposición anclada en el deseo se vuelve ahí una urgencia. 

"El desborde y la melancolía parecen ser, entonces, los dos signos de nuestra vida hoy en sociedad, los signos de la crisis producida por la pandemia que desvela la larga crisis neo-liberal. No es la primera vez que vivimos algo similar. Ocurrió en los años del entre dos guerras europeo."

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…hacia la tercera posición.

Los territorios del conflicto político se desplazan históricamente. Los que eran antaño adversarios pueden ser aliados y viceversa. Todo depende de como se componen las relaciones de fuerzas que atraviesan lo social. No hay, en este sentido, una “naturalidad” de las posiciones políticas, pues estas descansan en relaciones sociales e históricas. Hoy pareciera haber cuatro tensiones claves que recomponen los cuadros de situación y que describimos esquemáticamente cómo disparador, más que cómo tesis concluida. Lo que sí, cada tensión expresa una relación, tensiona un diferencial, produce cataratas de un río dónde navegamos todos y todas. No es ni la guerra ni el consenso, es el conflicto como principio del movimiento social-histórico.

En un primer eje, centrado en la dimensión económica de la vida social, se oponen los que defienden los intereses de los rentistas financieros, en general a favor del capital extranjero. Por otro lado, los intereses del trabajo y de la producción en pos del capital nacional. Es lo propio del capitalismo financiero, hace que algunos actores productivistas, involucrados en la explotación de los obreros en el proceso industrial se encuentren sentados hoy en la misma mesa de los trabajadores, criticando una lógica que destruye a ambos. Es la unión del espanto que produce la destrucción financiera. Aplaza y desplaza conflictos estructurales, no los olvida. Es un frente nacional, trabajador y productor contra un frente rentista extranjerizante. Es también un frente que resignifica y amplia los conceptos de trabajo y la producción más allá de su acotado sentido industrialista a la altura de los desafíos de nuestra contemporaneidad. Producción es también producción de lo social y de lo común. Trabajar es también cuidar el otro y el medio ambiente. Esta concepción abarca a los trabajadores sindicalizados, a los de la economía popular, a las feministas populares, a los cooperativistas y mutualistas, a lo pequeños y medianos productores, a los campesinos y los chacareros. Todos participan en la gran fábrica del lazo social. 

Un segundo eje, centrado en la dimensión simbólica, oscila entre los racionalistas y los que están por fuera de todo tipo de análisis racional, incluso de aquel que apela a las pasiones. Este eje se viene componiendo hace años, desde que se destruyeron las grandes mediaciones de autorización de la palabra. El cuestionamiento a la autoridad de los medios de comunicación, la crisis de los intelectuales de referencia, las redes sociales y su supuesta democratización de la palabra, la dificultad de interpretar un mundo dónde las relaciones se disimulan. Surge en la crisis de la hermenéutica que atravesamos. Es ahí donde aparecen todas las teorías paranoicas del terraplanismo-anti-vacunas-reptiliano. Es esta frontera que ha permitido a Alberto sentarse, por un tiempo, al lado de Larreta y denunciar a Bullrich. No es una mesa de unión nacional, es una mesa de unión racional. Es una mesa no un frente. Más allá del consenso actual sobre los expertos de la salud, elevados hasta la cúspide de la política, será necesario, en el mundo post-pandemia, definir los frentes del saber, para identificar quien podrá participar en los procesos de autorización que supone la puesta en marcha de un proyecto centrado en la convergencia del trabajo y de la producción, si no es en el despliegue del capitalismo financiero y digital.   

Un tercer eje tiene que ver con las relaciones de género y las disidencias sexuales. En un polo de la contienda una posición que asume el devenir sexo-afectivo, en un alegre constructivismo dinámico, anclado en las proteiformes potencias pulsionales de los sujetos. Por el otro lado, un naturalismo que considera que las cosas son como son y fueron siempre, pues hay en el fondo instintos que gobiernan la vida en su proceso de reproducción. Esta tensión atraviesa de hecho casi todas las fuerzas políticas y ha dado lugar a grandes debates de sociedad. El movimiento feminista ha sabido llevar, sin embargo, la reflexión sobre las relaciones de género a la altura de un problema político general, lo que ha llevado a plantear, en uno de sus pliegues, la cuestión de la valoración del trabajo. Es también en este frente donde se desarrolla el conflicto, dependiendo de si las disidencias sexuales forman parte de un cuestionamiento de la acumulación de capital o si se apegan a la reivindicación de derechos individuales, según una lógica de la libertad subjetiva que el neo-liberalismo ha sabido recuperar e incluso propulsar. 

El cuarto eje es más complejo, pero es fundamental y remite a una vieja tensión entre la política de lo útil contra la política del deseo. En este eje se encuentran del mismo lado los dos bordes de la “grieta”: lo útil de la necesidad y lo útil de los intereses. Ambos constituyen un tejido político en el que la autoridad “ya sabe” lo que quiere el otro, la masa de ciudadanos electores y consumidores. Ese frente no entiende que pueda haber fiestas en los sectores populares, que se puedan tener “muchos” hijos, que se quiera acceder a un plasma, que se quiera trabajar, que se tengan deseos propios anudados a actividades comunes. Es aquí finalmente donde se revela el sentido de la tercera, como una posición antagónica que emerge más allá de la grieta.  Es la política del deseo, la política que escucha y articula las expresiones de la sociedad en movimiento, la autoridad que autoriza y se arma por eso de las mediaciones necesarias para interpretar, componer y elaborar colectivamente un proyecto compartido. El político del deseo no habla en nombre de los más necesitados o los más interesados, pues no se sustituye al deseo del pueblo. Parte de la idea de que “no sabe” lo que quiere el otro. Es el principio que funda un Estado-Social[1], entendido en sentido literal: el Estado que se ancla y expresa lo social, ahí donde se mueve.

"El político del deseo no habla en nombre de los más necesitados o los más interesados, pues no se sustituye al deseo del pueblo. Parte de la idea de que “no sabe” lo que quiere el otro. Es el principio que funda un Estado-Social"

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Estos conflictos están hoy en toda la sociedad, expresan las tensiones que la atraviesan. Nos permiten pensar una política ajustada a las dinámicas de la realidad social, mucho más que la referencia a la “grieta” que describe la situación de la clase política pero no la estructura de la sociedad. No se trata por tanto de profundizar la grieta, sino de derribar el muro que la contiene y la sostiene: ese muro del sentido común que se encuentra en ambos lados, un sentido común que confunde trabajo y empleo, desarrollo y crecimiento, democracia y elecciones, conflicto y guerra, saber y expertise, emancipación y derechos, justicia social y planes. Se trata pues de abrir una brecha, en la que pueda irrumpir otro imaginario, el que las organizaciones sociales ya están en proceso de crear, en tanto hacen del trabajo y de la producción el punto de articulación inédito en cual hacer confluir todos los frentes de lucha de un nuevo frente nacional y popular – democrático, feminista, indígena y ambientalista siendo adjetivos implicados por una misma apuesta común que es en el fondo la apuesta misma por lo común. Una nación que trabaja, produce, desea y deviene, entonces, en contra de una nación rentista, utilitarista, conservadora, incapaz de producir sentido. 

La elección de Alberto como presidente, creemos, expresa este deseo de dar un movimiento que deje atrás la “grieta” como figura de una contraposición estéril que nos condena a la inmovilidad, pues niega los conflictos que nos vinculan. Un cuerpo tumultuoso en movimiento, esto es una sociedad con su historia, es una comunidad de sentido cuyo camino se construye en función de las relaciones de fuerza, sosteniendo y atravesando los desacuerdos reales entre proyectos alternativos. Gobernar lo social es estar en la historia, entonces, no por encima de ella: significa saber captar las tendencias que se expresan al calor de los antagonismos. Esta posición plantea, sabemos, un problema a la hora de construir autoridad. Construir autoridad sin autoritarismo, con una sociedad que se piensa a si-misma, para escuchar, ver y comprender el deseo de lo común que la atraviesa, en los lugares a la vez conflictivos y creativos en la que esta en movimiento. Esta es hoy, nos parece, la dirección fundamental de una tercera posición.


[1]https://lanaciontrabajadora.com/ensayo/social-estado/ 

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