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06 de mayo 2019

Victor Liza

Escritor y periodista. Lima, Perú.

LAS SIETE VIDAS DE ALAN GARCÍA

Tiempo de lectura: 6 minutos

Alan García ha perdido la vida nuevamente. Antes de su trágica decisión del 17 de abril, el expresidente ya había muerto varias veces de manera simbólica. Y al mismo tiempo, había resucitado. Su capacidad de volver al ruedo, gracias a su habilidad política o su oportunismo camaleónico, es reconocida por propios y extraños. Pero en algún momento el combustible se acaba. Y eso ha devenido en varias muertes más.

UNO

A los 29 años, García fue elegido como uno de los 37 representantes del Apra en la Asamblea Constituyente de 1978. Allí comenzó a demostrar sus dotes de orador y político. Un año después, falleció el fundador del Apra, Victor Raúl Haya de la Torre. García se alistaba para ser su sucesor. En 1980, este último fue cabeza de lista del Apra a la Cámara de Diputados. Desde su escaño, se mostró como un tenaz opositor a Fernando Belaunde. En 1982, fue elegido secretario general de su partido. Su camino hacia la presidencia era vertiginoso.

En los finales del segundo y fallido gobierno de Belaunde, el Apra era la opción lógica para la presidencia en 1985. El partido de Haya, tras 60 años de persecuciones, pactos y luchas, se alistaba para tomar el poder. García era su rostro joven, con un lenguaje revolucionario y de justicia social.

García asumió la presidencia y en sus dos primeros años pareció tener éxito. Redujo la inflación y la economía creció. La capacidad económica de los peruanos mejoró. A esto se agrega su retórica revolucionaria. Se enfrentó al Fondo Monetario Internacional (FMI) y cuestionó el cobro de la deuda externa. Se solidarizó con la Nicaragua sandinista y defendió la unidad latinoamericana. Después de la experiencia frustrada de Salvador Allende en Chile una década antes, García parecía reivindicar ese camino.

Redujo la inflación y la economía creció. La capacidad económica de los peruanos mejoró. A esto se agrega su retórica revolucionaria

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Pero dos hechos marcaron el inicio de la debacle. Un primer suceso fue la matanza de centenares de presos senderistas rendidos en el desaparecido penal de El Frontón en 1986, que melló la imagen de García en el exterior. Ese mismo año, el FMI declaró inelegible al Perú. Los empresarios peruanos, egoístas y mezquinos, no reinvertían en el país. Los efectos económicos se empezaron a sentir.

Y allí se produce el segundo suceso. El 28 de julio de 1987, García anuncia la nacionalización de la banca privada. Pensó en ganar apoyo popular para hacer oposición a los empresarios. Pero no lo logró. La derecha se movilizó contra la medida, con no poco apoyo en las calles. Entonces comenzó el fin. La inflación se disparó de manera brutal. La escasez de alimentos creció. La violencia de Sendero Luminoso se expandió, amenazando con cercar Lima. En el frente interno, varios casos de corrupción en el Estado fueron revelados. García había fracasado.

En su último mensaje presidencial del 28 de julio de 1990, García fue interrumpido con silbidos y golpes de carpeta de los parlamentarios de oposición de derecha. Luego, como senador vitalicio, fue acusado de enriquecimiento ilícito. Llegó el autogolpe de Alberto Fujimori en 1992. Y García tuvo que huir al exilio político a Colombia y Francia. En esa década, pronunciar su nombre era como referirse a Satán. El hombre que tuvo la oportunidad de cambiar el Perú estaba muerto por primera vez.

El 28 de julio de 1987, García anuncia la nacionalización de la banca privada. Pensó en ganar apoyo popular para hacer oposición a los empresarios. Pero no lo logró. La derecha se movilizó contra la medida, con no poco apoyo en las calles

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DOS

Caída la dictadura de Fujimori, García reapareció en el escenario con una nueva postulación a la presidencia. Antes de pisar suelo peruano luego de nueve años, exhibía cinco por ciento en las preferencias. Luego de bajar del avión y realizar un apoteósico acto de retorno, ya sumaba 15%. Muchos analistas no podían entender cómo un hombre que para muchos había protagonizado el peor gobierno de la historia peruana comenzaba a pelear la presidencia. Ya no era el antiimperialista de los años ochenta, pero supo llegar al público con algunas ideas progresistas: reducción de tarifas públicas, revisión del contrato con Telefónica, reponer los derechos laborales que había abolido Fujimori. Con esa plataforma socialdemócrata, García desplazó a la derechista Lourdes Flores al tercer lugar, pasando a segunda vuelta.

Allí se encontraría con Alejandro Toledo, quien protagonizó las protestas contra Fujimori en el 2000 y partía con ventaja. A García no le alcanzó. No importaba: había resucitado de nuevo. Y con él, el partido aprista.

Cinco años después, García repitió el mismo discurso socialdemócrata. Aunque en un momento parecía condenado a la derrota, remontó y superó otra vez a Flores. Le puso el apelativo de “candidata de los ricos” y la liquidó. Sus bailes de reguetón y otros guiños hacia los jóvenes que no vivieron su primer gobierno le ayudaron a completar la faena por apenas 50 mil votos de diferencia.

Ya no era el antiimperialista de los ochenta, pero supo llegar al público con ideas progresistas: reducción de tarifas públicas, revisión del contrato con Telefónica, reponer los derechos laborales que había abolido Fujimori

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En la segunda vuelta se encontraría con Ollanta Humala, quien había recogido la indignación popular ante el fujimorismo sin Fujimori que se vivía. Luego de su experiencia con Toledo, García apuntó a la derecha, temerosa de un Humala al que veía como un nuevo Hugo Chávez. Se amistó con sus antiguos enemigos del empresariado y hasta con sectores conservadores religiosos. Los sectores liberales progresistas también le dieron su voto, tapándose la nariz. Así, llegó por segunda vez a la presidencia, demostrando su capacidad de resurrección. Pero el García antiderechista había muerto para siempre.

TRES

En 2011, García dejaba por segunda vez la presidencia, esta vez sin desastres de por medio. Sin embargo, el Baguazo y los escándalos de corrupción revivieron los fantasmas de El Frontón y las denuncias de su primer gobierno. A esto se agregaba que no solo se había pasado a la derecha, sino que había impulsado la Alianza del Pacífico con el auspicio de Estados Unidos para frenar a Unasur.

Luego de su experiencia con Toledo, García apuntó a la derecha, temerosa de un Humala al que veía como un nuevo Chávez. Se amistó con sus antiguos enemigos del empresariado y hasta con sectores conservadores religiosos

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Una comisión investigadora del Congreso, presidida por Sergio Tejada, reveló que García dio carta abierta para indultar y conmutar penas a más de cinco mil narcotraficantes en su segundo gobierno. El expresidente puso un recurso de amparo para no responder. Como siempre, solo pagaron sus culpas funcionarios de mando medio, y el líder aprista quedó librado gracias a extrañas decisiones de jueces y fiscales. Pero el país ya sabía que García no solo tenía la imagen de corrupción, de favorecer a los empresarios y de controlar la justicia, sino de narcoindultador.

Eso último le hizo más daño a García, que en lugar de guardarse en sus cuarteles de invierno como en los noventa, aparecía compulsivamente en los medios. Así, se ganó la antipatía de un gran sector de la población. Pese a esto, el expresidente quiso un tercer mandato y se presentó a las elecciones de 2016 nada menos que con Lourdes Flores, su antigua enemiga, como aliada. Pero ya no era el mismo encantador de antes. Errático en las entrevistas, comenzó a mostrar desesperación en actos de campaña. El pueblo le dio la espalda y solo superó el 5%. Derrotado, casi anunció su retiro de la política. Era su tercera muerte.

CUATRO

Meses después de su derrota de 2016, García decía a su entorno cercano que esa campaña electoral era solo un “accidente” y que cinco años después volvería para ser elegido nuevamente presidente. Había perdido sentido de la realidad. A finales de ese mismo año, se descubrió que Odebrecht, la empresa brasileña a la que el expresidente había dado varias concesiones como el Metro de Lima y otro tramo de la carretera Interoceánica, había sobornado a varios políticos y expresidentes. Toledo, Humala, Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski cayeron en la danza. García comenzó con un verso insistente: “Otros se venden, yo no”.

Toledo, Humala, Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski cayeron en la danza. García comenzó con un verso insistente: “Otros se venden, yo no”

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Pero ese verso comenzó a desvanecerse. Al tiempo que los políticos anteriormente citados iban cayendo, se iba revelando que varios de los exministros y funcionarios del gobierno de García tenían cuentas millonarias, y que habían recibido dinero de Odebrecht a cambio de concesiones. El cerco empezaba a cerrarse.

García repitió el verso conocido, pero de manera aparatosa. En las redes sociales era víctima de burlas, insultos e increpaciones. Se encontraron más evidencias de supuestos testaferros. Su estatus cambió de testigo a investigado, sin poder salir del país. El expresidente intentó asilarse como en 1992. Pero no le funcionó: Uruguay le dijo que no.

Conforme se revelaban más casos, la detención preliminar era inminente. García eligió dispararse en la cabeza. Prefirió huir al más allá, para que nunca más lo encuentren. Esa es su cuarta muerte, que abre paso a la agonía de otras tres vidas simbólicas que le quedan.

CINCO

García siempre hablaba de quedar en la historia. Sus acólitos han tratado de vender su suicidio como un acto de honor. Los grandes medios de comunicación peruanos lo han mostrado como un político respetable. Pero para la mayoría, su autoeliminación ha sido su último acto de escapismo. Incluso hay quienes ni creen en su fallecimiento y que fue una finta para escapar de nuevo. Esa es su quinta muerte.

SEIS

Con el fallecimiento de García se acaban sus procesos judiciales. Sin embargo, la verdad ya se abre paso. Uno de sus testaferros ya contó todo. La sexta muerte es realidad.

SIETE

Con la desaparición física de García, se abre un escenario de lucha interna dentro del Apra. El legado de Haya permanece en la memoria de los peruanos. En el caso de García, esto no parece probable. Muchos apristas que diferían del expresidente, militantes, expulsados o en la periferia, podrían pelear para recuperar el partido, retomar las banderas progresistas de Haya y limpiarse de los elementos corruptos. Si lo logran, las siete vidas de García, quien parecía indestructible, se habrán acabado. Pero si triunfa el alanismo, el partido de Haya también se habrá suicidado.

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Comentarios

  1. Marco Tulio Gonzales limay

    el 07/01/2020

    Exacto, si triunfa el alanismo haya murió para siemore

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