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26 de marzo 2024

Santiago Craig

LOS OTROS

Tiempo de lectura: 6 minutos

1. De noche

A las cuatro y veinte de la mañana me despierto. Solo y con todo lo demás. Sobresaltado. Me despierta algo que sueño y no me acuerdo, pero es malo. Una frase en la cabeza. Yo sé. La vi. Y enseguida: no me voy a dormir más, nunca más. Son las cuatro y veinte y no voy a dormir nunca más. Nunca más en la vida. La vida es así. Es así la vida. De golpe, cambia. Se para. Yo sé. La ví.

Ese ruido, el único, son los gatos que se mueven entre las cosas oscuras, en el pasillo, pero yo pienso en fantasmas. Antes de pensar en cualquier otra cosa, pienso en fantasmas. Repaso y descarto primero las opciones imposibles. Son los gatos. No son fantasmas, ni ladrones, ni la tormenta entrando a casa. Pero antes de acordarme de que tengo dos gatos, de que los dos gatos corren y saltan y viven sus vidas de madrugada, pienso en los fantasmas.

Traje, creo, fantasmas del sueño. Hay una agitación de miedo que no se va del cuerpo. ¿Cuándo se agota una pesadilla, cuándo termina? ¿Cuándo dejamos de estar en el susto que nos expulsó del sueño?

A esa hora, lo que traje, como si le hubiera arrancado un manojo de pelos al lobo, al monstruo que me atacaba, son unas palabras. Pocas. Sé. Digo. La vi. Me lo repito y no entiendo qué quiere decir, pero lo repito con pánico. Algo pasa, está pasando. Yo sé, yo lo vi.

Ver, a esa hora, no se ve nada. El teléfono, omnipresente, rey, luz. A un costado me invita al error y yo acepto. Hola, telefonito. Le sobo el lomo. ¿Cómo estás telefonito? Lo abro y abro el mundo. Bueno, el mundo no. Eso que me da el telefonito. Esas partes. A esa hora. Que parece iluminar la noche oscura. Sin mucho. Hay casi lo mismo que hace un rato, antes de dormir. En redes y portales. Aunque el telefonito vibra de vida y luz, la gente, parece, duerme. Yo no.

Los gatos se calman, en el telefonito hay fotos de la lluvia y videos graciosos. Lo que hay de este lado, parece más leve, pero traigo una preocupación del otro lado del sueño. Y me come el pecho, me traga. No termino de estar ni acá ni allá. ¿Cuándo terminamos de escupir el carozo de la ciruela que mordimos en una pesadilla?

Ya está, pienso sin saber. Yo sé. La vi. Me gustaría borrar la angustia que me despertó, pero el sueño ya pasó y ahí está y sigue siendo. Voy por otro error, entonces, peor, ya son casi las cinco, total, en un rato, tengo que estar despierto. Prendo el televisor, aparecen más fantasmas.

¿Cuánto dura una mentira que nos queremos contar? ¿Cuánto aguantan detrás de una pared los fantasmas?

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2. Los otros

El drama es pensar que los otros son los otros. En la película que pongo. En la película vieja que encontré deambulando por las categorías imposibles que ofrece la plataforma. Unos creen ser otros, otros parecen ser unos. Hay algunos que saben, pero se callan.

La película es de 2001. De 2001. Es de ese año. Yo no sabía, pero es. De ese año que todavía no cicatriza, que sigue abierto y supura. ¿Huelen? ¿Cuándo cuaja al fin el trauma y se asienta y se hace charquito y se deja así, evaporándose? ¿Cuándo se van las cosas? Pongamos los sueños, por esa presión en el pecho. El miedo de las pesadillas. Pongamos, por la película, los fantasmas. ¿Cuándo se termina de morir un muerto?

Nicole Kidman es la mamá muerta que no se sabe muerta. Los nenes son los nenes fantasmas que le tienen miedo a los fantasmas. El esposo y el padre es el tipo muerto que vuelve muerto de la guerra un rato para volver después a la guerra muerta. La vuelta de la vuelta de los muertos. Vivos. ¿Cuándo termina una guerra? ¿Cuándo sabemos si somos o no somos nosotros los fantasmas?

La película, cuando la vi por primera vez, se sostenía en el suspenso. Había algo en la película que no sabía, entonces la podía ver con tensión y entusiasmo. Llegar al final y sorprenderme. Ahora no. Ya sé lo que va a pasar. Sé. La vi. Entonces, lo que veo es otra cosa: los gestos, los movimientos, las formas que les permiten a los muertos no saberse muertos, a los que sueñan, seguir soñando. Negar su realidad. Fingir demencia o, más que fingir, enloquecer y punto. Y, sobre todo, a esas almas que penan por haber hecho en vida algo espantoso, las formas que los ayudan a tapar y no darse cuenta de que se equivocaron. Los modos del engaño. 

¿Cuándo termina una pesadilla? Los otros son los otros, ese es el drama de la película. No saben. Ese es el drama que veo. El esfuerzo que hacen por no saber que no saben. Por seguir en la casa encantada, en el hechizo. Afuera se está haciendo de día ya. Casi. Los gatos (porque son gatos, no fantasmas, ellos saben, creo) se deben estar por dormir. Saben qué hacer y qué ser los gatos. Una suerte. Siempre.

Cierran cines, bibliotecas, festivales, canales y medios. No hay nada para contar y ver, no hay otras formas, no hay inteligencia que trascienda el meme, expresión más amplia que la de los likes y los caracteres limitados por el idiota que marcó lo suyo con el gesto elemental de poner ahí una X

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3. De día

Estoy bien, sí, estoy bien. Me desvelé. Podés dormir un rato más. Es temprano. La película sigue, pero no la miro más. La dejo sin sonido. Que transcurra. Total, ¿qué va a pasar? ¿Cuánto dura algo que no vemos ni escuchamos? ¿Cuánto existe? ¿Cuánto tiempo los otros son los otros? De las cosas que hacen los fantasmas para no ver que son fantasmas destacan dos: traban las puertas y corren las cortinas así evitan la luz. Cierran y tapan.

Cierran y tapan. Sé. La vi. Negar es esconder, es hacer de cuenta. No es borrar del todo. Lo que está pasando sigue pasando igual. La luz. Lo del otro lado de la puerta. La vida que empieza. Ahora, para mí, los ruidos del día, el sol. Puedo, si quiero, ver lo obvio, pero recién ahora, más despabilado. No fue casualidad lo que hice: poner a andar esa película de fantasmas. Me desperté angustiado a las cuatro y veinte porque soñé que podía ver lo que pasaba. Antes de abrir los ojos, soñé que tenía ya los ojos abiertos. Tuve el sueño que evitan los fantasmas: corrí las cortinas, abrí la puerta.

Ahora que tengo que ir y hacer, mientras me pongo las medias, sentado en la cama, van viniendo a mí las cosas, lo que hasta hace un rato era un cascote atorado en el plexo. Big bang pum. Los pedazos. Hay, en estos días, eso que pasa y tratamos de no ver. Sé. La vi. Fingir ceguera. Fingir demencia. Enloquecer. No es algo que podría pasar, es algo que ya pasó, que está pasando. La vida que tratamos que siga siendo de otros. Sacan y cierran y hacen como si no hubiera nada ahí. Los fantasmas. Los otros. ¿Quiénes son?

En el sueño, pasaba lo que pasa. Todo junto. Todo el tiempo. Sacan las polleras, los cuadros, la “e”, sacan la comida y los remedios. No hay diversidades, no hay mujeres valiosas, no hay otra identidad que la binaria de su ideología, no hay pobres que requieran asistencia, no hay enfermos que no decidan estar como están. Cierran cines, bibliotecas, festivales, canales y medios. No hay nada para contar y ver, no hay otras formas, no hay inteligencia que trascienda el meme, expresión más amplia que la de los likes y los caracteres limitados por el idiota que marcó lo suyo con el gesto elemental de poner ahí una X. No van, no aparecen en los lugares de la desgracia, de la inundación, de la violencia. Tapan, cierran y tapan. Tapan la vida posible, dicen: era fantasía. Dicen, ahora somos otros. Ayudarnos, asistir, entender, dar caridad. Era fantasía. Sé. La vi. Es la vida que proponen esos muertos. Para no ver su muerte, matan a todos. Para no ser fantasmas, inventan espectros. 

La pesadilla ¿Cuándo termina? Para mí, un poco, ahora, cuando, ya despierto, apoyo los pies en el suelo, salgo a la calle. Miro al mundo. Es redondo. La Tierra no es plana, no. Es redonda y está ahí. Soportando la estupidez, pero sólida en su forma. El aire vale, aunque no cueste, el agua de los ríos, los árboles que dejan tirados por desidia después de la tormenta. Sirven la cultura y los remedios. Las vacunas funcionan, no son un complot del diablo y el comunismo. Los comedores dan comida. La comida sirve. Comer es necesario. Sabemos. Lo vimos. Hay gente en la calle, viviendo. Lo que se ve, existe. Hay gatos en los techos. Hay esos ruidos. No son muertos, no son fantasmas. Películas y libros y obras de teatro y canciones. La alegría existe, muertos, deberían enterarse, abrir los ojos blancos, el pensamiento amplio y compartido, lo sabemos, lo vimos. Sirve. No violar, insultar y golpear al otro es algo que aprendimos. Estar juntos y vivir. Es algo que hacemos. Es algo que somos. ¿O eran los otros? ¿No eran peores los otros, no eran otros los otros?

¿Cuánto dura una mentira que nos queremos contar? ¿Cuánto aguantan detrás de una pared los fantasmas? Querríamos dejar la cosa así. No tener que vernos y decir: tuvimos culpa, fuimos un poco los otros nosotros. Así es la vida. Mirarla.

En ese hechizo o en esa pesadilla podríamos quedarnos siempre. Salvo que miremos. Que corramos las cortinas y abramos las puertas. Dejemos de fingir esa demencia, esa ceguera que se nos hace poco todo el tiempo. Correr las cortinas, abrir las puertas. De nuestra casa. Porque es nuestra. No de los otros. Nuestra vida. Única y despierta. Sé. La vi.

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