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04 de junio 2019

Luciano Chiconi

COMO GOBERNAR UNA ISLA

Tiempo de lectura: 6 minutos

En 1991 le preguntaron a De la Sota si la Renovación Peronista estaba liquidada. El candidato a gobernador por el PJ de Córdoba dio una respuesta cordobesista: “Menem es renovador, Cafiero es renovador, Duhalde es renovador. Ahora el peronismo es una síntesis. Todos somos renovadores.” La renovación ya era el verbo político del peronismo, y todo lo demás devenía secundario. En el caso del peronismo cordobés ni siquiera había quedado una huella electoral victoriosa para documentar el éxito renovador (como sí había ocurrido en la provincia de Buenos Aires), pero De la Sota consolidaba, a pesar de las sucesivas derrotas con Angeloz, un partido más orientado a capturar la representación de la sociedad que de la política. Un partido que se preparó para gobernar antes de ganar elecciones.

La renovación peronista cordobesa no limitó su “interna” al desplazamiento político-sindical de la ortodoxia derrotada en el ’83, sino que decidió incorporar la política corporativa de la provincia a la dinámica interna de la representación partidaria. Esta novedad permitió el ingreso de empresarios, docentes académicos y figuras de la cultura (Cavallo) como parte de la política frentista “moderna” del peronismo de Córdoba. En 1987, De la Sota llevó al empresario agroalimentario Enrique Gastaldi como vice, y en 1991 a Carlos Briganti de la CRA. Al no limitarse a una renovación política clásica, el neoperonismo cordobés gestaba una base social amigable entre sectores diversos que no estaban “adentro” del modelo de acumulación política de la hegemónica UCR angelocista. 

La idea de Unión por Córdoba (UpC) como partido-síntesis del vínculo entre Estado y sector privado hay que entenderla como “salida” a la crisis fiscal del tercer gobierno de Angeloz. El esquema Estado + industria metalmecánica ya no alcanzaba para sostener la gobernabilidad, y Angeloz no había ampliado las alianzas del radicalismo para sobrevivir. Desde otra perspectiva, el caso Maders puso en crisis las virtudes estatales históricas de la UCR cordobesa. Frente al radicalismo verbal de Balbín y el radicalismo progresista de Alfonsín, la UCR Línea Córdoba (Sabattini-Illia-Angeloz) era la única que expresaba a un “radicalismo de Estado” realmente existente: eran los autores de “la isla cordobesa” como mix virtuoso de democracia y capitalismo en todo tiempo y espacio frente a los “desórdenes nacionales” de conservadores, peronistas y militares. Ese mito realista se terminaba de disolver.

De la Sota consolidaba, a pesar de las sucesivas derrotas con Angeloz, un partido más orientado a capturar la representación de la sociedad que de la política. Un partido que se preparó para gobernar antes de ganar elecciones.

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De la Sota tarda en ganar: lo hace recién en 1998, y la inercia final del menemismo lo aprovisiona de una línea de funcionarios entrenados en la administración de la escasez inherente a un Estado liviano (se forma el famoso gabinete de lujo con Juan Carlos Maqueda, Schiaretti, Olga Riutort, Caserio, Las Heras) que le permitiría sortear la crisis del 2001 con cierta holgura, en parte gracias a las Lecor como respirador artificial del consumo. El peronismo cordobés ganaría identidad en ese vaivén estatal: llegaría al poder con una reaganomic a la criolla que redujo los impuestos en un 30% pero su primera obra pública de fuste sería la construcción de cien escuelas, achicaría el Estado con privatizaciones focalizadas y agencias de control mixto pero construiría ciudades-barrios para reducir las villas, fomentaría más mercado pero tejería una política social (planes sociales con empalme, boleto estudiantil, boleto obrero, sostén del Paicor-la caja PAN escolar de Angeloz-) más expansiva que la de otras provincias “estatalistas”. Ese balance para que “nada explote” se sedimentó como un modelo de gestión autónomo “más moderno” que conjuró la crisis de caja del Estado radical noventista y le devolvió un nuevo status de isla a la provincia, con bastante independencia de las contingencias nacionales.

Esa isla de gestión (Córdoba es la provincia con menor empleo público del país) se replicó como una isla política. Unión por Córdoba tonificó una alianza conservadora de matriz diversificada (a la industria automotriz se habían agregado el agro, la construcción, los servicios, los alimentos) que no necesitó de factores políticos nacionales para ganar. Ni la épica distribucionista del kirchnerismo ni la pasión gradualista del macrismo desviaron de su eje al tándem De la Sota-Schiaretti, quizás porque conocían de antemano cuánta dosis de sector privado no perjudica al Estado y cuánta pobreza no tolera la sociedad.

Podría decirse que el radicalismo cordobés fraguó una isla institucional, y que sobre ella el peronismo cordobés actualizó una isla económica. Pero el propio tamaño de la economía privada cordobesa presiona al Estado en un sentido “democrático” (además de los corporativos): el diseño político de UpC evita una oligarquía política que atienda en los dos mostradores y un ejercicio clánico del poder. Los empresarios que entraron a UpC en general se quedaron en la política, y después de veinte años de hegemonía del peronismo habría que preguntarse si estos tipos eran lobbystas de las empresas o de la política frente a ellas: la clase política no podía “competir” con Odebrecht, Arcor o Techint. Esa es la diferencia entre un Cavallo y un Macri. 

Frente al radicalismo verbal de Balbín y el radicalismo progresista de Alfonsín, la UCR Línea Córdoba (Sabattini-Illia-Angeloz) era la única que expresaba a un “radicalismo de Estado” realmente existente

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Frente a otras variantes de peronismo provincial (los Saadi, los Urtubey, los Kirchner, los Zamora, los Morales) con un Estado más arraigado en la economía local, la sociedad De la Sota-Schiaretti surge de la lucha política y la organicidad del PJ cordobés. Durante la era del llano, De la Sota y Schiaretti fueron enemigos íntimos en la interna peronista; esas ambiciones contrapuestas se saldaron con lentitud cuando De la Sota asume el poder en 1999 y lo reclama a Schiaretti como ministro de Producción. De la Sota organiza el poder político de UpC y Schiaretti diseña la gestión privada del gobierno. Córdoba arma una bilateral de inversión extranjera directa con Brasil a espaldas del incendio delarruista y el régimen político se fortalece. De la Sota y Schiaretti soldaron su relación política a medida que el Estado mejoraba la explotación de “ventajas comparativas” en su relación con la economía privada. Es decir: en Córdoba los planes sociales tienen mucho más empalme laboral que en la provincia de Buenos Aires porque antes se gobernó para que haya bastante sector privado en condiciones de absorber esa demanda de asistencia social “no estatalizada a fondo”. 

De la Sota y Schiaretti son un producto de la política: montaron su asociación de intereses respetando el mínimo, vital y móvil republicano exigido por la labilidad de un poder político a tiro permanente del veto de la clase media. UpC es un peronismo  de poder construido en defensa propia frente a la “amenaza” de la UCR, los empresarios y la clase media. Votantes sinuosos que le clavan un 70% a Macri y a los dos años le tiran un 30%.

De la Sota y Schiaretti son un producto de la política: montaron su asociación de intereses respetando el mínimo, vital y móvil republicano exigido por la labilidad de un poder político a tiro permanente del veto de la clase media. UpC es un peronismo de poder construido en defensa propia frente a la “amenaza” de la UCR, los empresarios y la clase media.

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Después de la crisis del 2001, el modelo de UpC se consolidó. El electorado cordobés leyó el experimento político como algo más que la imitación local del menemismo y en 2003 De la Sota reeligió con más votos que los que había sacado en 1998. En los hechos, ese peronismo se desmarcaba de su convicción “liberal” (que sin duda era un fundamento de la coalición UpC) lo justo y suficiente cada vez que olfateaba el riesgo de no poder asegurar el piso de justicia social que le permitía sostener su hegemonía. Esa oscilación explica por qué el peronismo cordobés reelegía sin dejar de ajustar. El Estado siempre tenía una carta más para jugar los préstamos del BID y el Banco Mundial. Verdad peronista nro. 42: en la Argentina tenés que ajustar repartiendo. UpC demostró que también podía ser el partido de la crisis y no únicamente el de la isla económica próspera; así cosechó una confianza política adicional de la sociedad que ni siquiera el radicalismo cordobés había logrado, y le blindó las “reelecciones sojeras” de 2007 y 2011.

Cuando Schiaretti termine el mandato que lo acaba de reelegir con un porcentaje feudal tan extraño a la tradición provincial, casi despellejando la pax bipartidista (hasta eso le quitó el PRO a la UCR), el peronismo habrá gobernado un cuarto de siglo a la clase media cordobesa. ¿Cómo fue posible? Incluso si fuera difícil inteligirlo a fondo, hay una intuición política cristalina que nos dice que ahí algo funciona. Lejos de la grieta, lejos del AMBA, lejos de la sobrepolitización frenética de Avenida Rivadavia al norte (la zanja de Alsina de las redes sociales), hay un citizen cordobés que no piensa que De la Sota-Schiaretti y Macri sean lo mismo. La política desnuda esa diferencia de densidad. Si el peronismo cordobés flota relajado con tanto sector privado a su alrededor y la crisis del peronismo nacional fue hablar el dialecto estatal de la solidaridad, entonces hay una pregunta que el próximo presidente tendrá que contestarse cuando la euforia de la asunción termine de bajar y el FMI esté golpeando a su puerta.

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Comentarios

  1. anto desouza

    el 20/06/2019

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    Aclamaciones
    anto desouza

  2. Santiago

    el 30/06/2019

    Nada más lejano de la verdad. Córdoba tiene la mayor cantidad de empleo público del país. EPEC, Municipalidad, Ministerios provinciales, secretarias y la frutilla del postre, empleo en negro dentro del estado tercerizando actividades a través de fundaciones que trabajan para el gobierno de la provincia

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