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12 de septiembre 2023

Andres Mainardi

BUDASSI: “AHORA NO SOLO TENÉS QUE ESCRIBIR LA NOTA O TU LIBRO SINO QUE LO TENÉS QUE POSTEAR”

Tiempo de lectura: 16 minutos

1

A Sonia Budassi la conozco un viernes en la librería Mal de Archivo. Ese día, lleva un vestido gris y calzas negras. Me sorprende el delineado fino, casi imperceptible, que adornaba sus ojos celestes, también me resulta simpático el peinado estilo rockstar de los 80’ con el que lleva su pelo rubio. En sus manos lleva unas bolsas con gomitas masticables de muchos colores. Cuando la saludo me ofrece un paquete mientras saca unos platitos descartables para ir acomodando algunos puñados entre el público.

Una semana antes, Mariana Skiadaressis, me envió por WhatsApp un flyer con un mensaje que decía que su amiga estaría en Rosario. Su recomendación fue sútil. “Sonia es una persona de una gran solidez teórica y además escribe muy bien”. Con esas dos sugerencias me acerqué a escuchar la presentación de su libro Animales de compañía (Entropía, 2022).

La conversación entre la autora, Manuel Ventureira y Paula Turina es íntima e interactiva, como esos unplugged que hacía MTV en los noventa. El ambiente se presta para eso. Afuera está húmedo y frío. Esta presentación es el mejor lugar posible para refugiarse esta noche. La jornada termina con una copa de vino en mano combinada con esas delicias masticables del comienzo. Azúcar, alcohol y hospitalidad, son tres buenas palabras para describir este primer encuentro.

2

De madrugada, ya en casa, prendo el velador y abro su libro con un plato de aceitunas negras y una lata de cerveza. En el epígrafe, una frase de la cantante española Rigoberta Bandini se apunta como guía de lectura: “me gustaría ser el perro de un perro, que fuera él quien me sacara a pasear”. Sobre ese eje, leo los primeros cuatro cuentos (Kilómetros de distancia, Mapas de relación, El perro te mide pero vos tenés que mostrarle quién es la autoridad y Perfecta) de forma voraz.

Al finalizar, apunto en mi cuaderno: Budassi es una escritora que sabe hacer ver, hacer decir y hacer hacer. Sus personajes encajan con los ambientes de forma simbiótica, tanto que uno no sabe qué es más importante, si lo que pasa adentro o lo que pasa afuera. Los dos registros crean una frontera donde todo el tiempo se trafican significantes y significados, sentidos. Estas historias están plagadas de guiños epocales, contemporáneos, momentos valiosos pero no valorativos, juicios por fuera de una lectura moral, estos cuentos funcionan como juicios estéticos, y por qué no, políticos del presente que vivimos.

Antes de acostarme voy al celular. La busco a Sonia en Instagram. La sigo. Al rato abro Spotify. Busco el álbum del cual sale la canción de la artista del epígrafe que no conocía. Le doy play. Al terminar, comparto la letra de una canción en mis stories: “Aunque yo juegue el juego de no persistir, hay tantas cosas que me quedan por decir, que al final siempre acabo por no decir nada”. Quiero volver a conversar con ella. El gesto funciona. Al día siguiente veo su respuesta al tema que compartí. A veces, las redes sociales, sirven para algo. Le comento que estoy con su libro y el disco. Lo nuevo es más potente cuando se combina. Descubrir un libro, un disco, una escritora y una cantante en un día es, en estos tiempos de oferta permanente más que un hallazgo, una decisión.

Nací en un lugar donde hay viento todo el tiempo, molesto, que te llena de tierra. Un frío horripilante en el invierno y un calor aplastante en el verano. Y sin embargo uno extraña. Uno tiene la necesidad de anclar sentido en algo que tiene que ver con algún mito de origen.

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Abro el mensaje para responder. Le comento que esta tarde voy a seguir con sus cuentos, que los primeros cuatro me gustaron y que sus personajes me parecían unas personas hermosas porque eran contradictorias, es decir, humanas, que ese era un gran acierto. A su vez, le agradezco el epígrafe y el guiño hacia Rigoberta Bandini. Por la tarde sigo con los siguientes cinco (Salvar al mundo, Capacidad de adaptación, La velocidad del alacrán y Batallas ganadas y La gran muralla), esta vez, de una forma menos voraz.

Abro el cuaderno. Siempre leo con un cuaderno al lado y un lápiz en la mano. Leer es escribir. Subdesarrollado hijo de Barthes. Transcribo algunos fragmentos de cada uno. Armo un collage con frases de cada uno de esos cuentos. Creo fervientemente en jugar con las palabras de los demás, con lo que otros dicen, hacer plástico, elástico, esas letras que en el papel parecen tan inconmovibles.

“Volver útil esa actividad ante mi madre y mi propia culpa, caminos alfombra roja hacia el escenario de la aprobación, un itinerario tan victorioso como sumiso. La culpa es el tercer plato de la abuela que uno come sólo por complacerla aunque esté horrible (no conocí a mis abuelas), pero lo peor de la culpa es la certeza de que el resto ya nos ha condenado (todo proceso empeora con la negación). Ciertas progresiones se dan de forma lineal: un niño callado se convierte en un tipo callado. Pero en la película premiada al final todos sufren y mueren, como sucede siempre. Con excepción de la publicidad. Ok, repito y pienso que la propina no se pide, el amor tampoco, se da o no se da.”

La cita está conformada por fragmentos de los cinco cuentos. Escribo, entonces, que la singularidad de cada uno de los relatos, son a su vez, parte de un todo mayor. Como los instrumentos y los músicos que conforman una orquesta. Este collage, puede ser una forma de detectarlo. Un copypaste aleatorio para escuchar todas esas voces en conjunto. Una mesa donde unir a los personajes a conversar.

Ya sin textos por leer, le pregunto si puedo entrevistarla. Si le interesa tener una conversación acerca de sus libros, su escritura y el mundo que habita. Me responde que sí, que le parece un buen plan. Agendamos. Al día siguiente empiezo a preparar la charla. Googleo su nombre. Armo una bibliografía. La busco en la web. Leo artículos de ella, apunto notas sobre ella, marco otras publicaciones para leer.

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Durante estos días previos, me entero que Sonia acaba de publicar otro libro. “Donde nada se detiene. Literatura y resto del mundo” (HD Ediciones) Es una recopilación de ensayos (inéditos y no tanto) a través de su carrera como periodista y crítica. Llamo a todas las librerías que conozco de la ciudad, el libro es tan nuevo que todavía nadie lo tiene. Le comento esta situación y generosamente, Sonia me envía el PDF de su última publicación. Me siento importante, después al rato, ridículo pero super agradecido. Como compensación, me acerco a una de las librerías en búsqueda de “Periodismo” (17g editora) otro libro de su colección narrativa. El título me convoca.

Empiezo por los cuentos. Los devoro. En cada letra me identifico. Las palabras resuenan cada vez más fuerte en mi interior. Desdoblamiento. Todo el tiempo hay risas y pánico. Angustia y placebo. Periodismo es un verdadero libro de autoayuda. Mejor dicho, Periodismo es un libro de ayuda. Una serie de cuentos que cuentan lo hermoso, irrisorio, doloroso e irónico que puede ser un oficio. De principio a fin se lee a una escritora que vivió lo que escribe pero que no se hunde en pozo ciego de la literatura del yo, sino que más bien, utiliza el yo para decir algo más que lo que ella misma puede llegar a decir sobre sus vivencias. Toda escritura es autoficción pero no toda autoficción vale la pena. Periodismo duele pero alivia. Duele porque muestra una realidad de la que nadie quiere hablar: la precarización de la existencia. Alivia porque construye palabras para contar, entre trabajo y trabajo, esa vida que nos queda a los que vivimos de contar cosas.

Sigo con los ensayos. Primero estudio la estructura del libro. Leer en formato digital no es lo mismo que leer un libro físico. En primer lugar, los ojos se secan más rápido, en segundo lugar, la vista se cansa en un tiempo más corto, en tercer lugar, no se pueden doblar las hojas, ni dejar marcas a los costados. Ni apocalíptico, ni integrado, romántico. Elijo tres textos para leer, no más, el recorte permite construir. Voy por “Fogwill: la conspiración del ruido”, “Madame Bovary: la heroína confundida”, y “Abstinencia: una historia de amor”.

Si hay algo que no se detiene es la escritura de Sonia Budassi. Si hay un animal de compañía que calza perfecto para leer con el presente son sus libros. Si hay alguna forma de seguir haciendo periodismo es adaptándose a los nuevos formatos y a las nuevas narrativas que este mundo nos propone.

Los tres ensayos me parecen alucinantes. Primero el de Fogwill. La estética de la postdictadura. Lo literario y lo extraliterario. La visión sobre la política cultural. Un hombre contra el Estado y el Mercado. También un hombre contra sí mismo. Segundo, la relación que hay entre Madame Bovary y los usos de la literatura por parte de otros lenguajes. Un clásico del realismo literario que se hace lengua en lo real. El valor de la ficción: esa que nace en el autor que escribe la palabra que ya no es suya. El último llega justo a tiempo. Hambre en la garganta. Nadie nunca me lo había dicho mejor. Así se siente cuando querés un cigarrillo y no lo tenés. O mejor, cuando podés llegar a tener un cigarrillo pero no lo querés más en tu vida. El adicto es egoísta. Heroína, tabaco. La diferencia es de grado, no de naturaleza. La pobreza y la nicotina. El patetismo. Entrar, irse, resistir, pero jamás salir. “Cada día guardo lo que me hubiera costado un paquete en una caramelera transparente.”

Se me viene a la cabeza la imagen del primer encuentro. Las manos de Sonia, las gomitas, mi sospecha. El adicto sabe cuando alguien lo fue, lo es o lo será. Es horrible esa intuición, un arma letal, que uno puede usar o no. Es el día de la entrevista, muchas veces me gusta fumar mientras escucho a los otros, hoy no lo voy a hacer pero sí quiero hablar sobre ese texto hacia el final. La idea de no fumar me da hambre en la garganta. Eso es. Ella lo dijo. Temblor en las manos, también. Por eso, antes del encuentro, salgo a correr, necesito transpirar toda esa locura que aprieta en la boca.

5

¿Cuál es la ficción de origen de tu escritura?

Arranqué de chica. En mi casa había algunos libros pero no me imaginaba que detrás de esos libros había personas escribiendo. No sabía que detrás de un mundo había alguien creándolo. Recuerdo que cuando venían mis amigas a jugar a casa, ellas querían jugar a las muñecas o la escondida, yo quería jugar a la redacción, así que las invitaba a mí casa y las hacía escribir.

Arranqué de chica. En mi casa había algunos libros pero no me imaginaba que detrás de esos libros había personas escribiendo. No sabía que detrás de un mundo había alguien creándolo

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¿Tuviste alguien que te enseñara a escribir?

Hay tres figuras fundamentales. Esas mujeres que la reman cuando ven que alguna persona tiene un interés y buscan estimularte. Una es Elsa Calzetta, profesora de mi escuela pública. Otra profesora fue Elena Di Sarli que era la bibliotecaria de esa misma escuela. Ellas me ayudaron y me dieron algunos permisos. Me habilitaron el deseo y me cuidaron. Esa fue la mayor formación que tuve de manera directa. Fueron personas que me enseñaron que la escritura era un espacio que existía.

También estuvo Mirta Colángelo, una poeta de mi barrio en Bahía Blanca. Ella hacía encuentros de lectura para niños y niñas. Tuve la suerte que mi mamá me dejara ir. Cuando sos joven no le das dimensión a estas cosas, después te das cuenta qué es lo que te marcó. Me prestaba libros que después no devolvía.

¿Cómo te definís en relación al trabajo?

Soy una escritora que va ejerciendo distintos roles. La escritura de ficción es muy compatible con la no ficción y la edición. Parto de la idea que casi todo es literatura. En mis talleres trato de enfocar que la narrativa está presente en todo. Me gusta muchísimo la edición, no hay mayor satisfacción que leer inéditos para poder trabajarlos colectivamente, aprender de los demás, conocer otras miradas. El periodismo también me dio un montón de cosas.

¿El periodismo se nutre de la ficción?

Creo que todo está muy integrado. La literatura es una herramienta de conocimiento. Escribo sobre cosas que me generan preguntas y no sé de qué van. Escribo sobre cosas que me molestan. Lo absurdo, lo incomprensible y lo inasible. Trato de jugar en ese terreno. Por ejemplo, si me voy de viaje a Australia por una beca para escribir una investigación sobre arte y cultura australiana, escribo esa investigación, pero también si algo queda picando probablemente luego tome forma de escenario o conflicto para un cuento. Hay algo que tiene que ver con la meticulosidad y el valor de la palabra. Mis dos límites son la redundancia y el hermetismo. Esas tensiones que tienen que ver con los significantes, los significados, el manejo del contexto y el lector modelo.

Existe una romantización absoluta de la literatura, he escuchado gente decir que su trabajo es comparable con el de un basurero. Si estar en la comodidad de lo que escribís te parece comparable con trabajar de recolector de basura estás errándole

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Tu escritura se nutre de lo que sucede en el mundo digital.

Ya no solo competimos con las historias que cuenta el diario, la radio y la televisión. Ahora cada cual compite con las historias que cuentan cada usuario o usuaria. Como escritora no solo estoy pendiente, al modo Harold Bloom que hablaba de la angustia de las influencias, de la literatura que me precedió, con la cual tengo una disputa simbólica, consciente o inconsciente. También estoy pendiente de lo que se construye ahora, a mí alrededor. Creo que con el mundo digital no solo tenemos que incorporar un sentido crítico sino que tenemos que incorporar una matriz para construir su ficción, su relato.

Ahora no solo tenés que trabajar, escribir la nota o tu libro sino que te tenés que mostrar que eso que hacés está buenísimo y lo tenés que postear en las redes sociales. Tenés que inventar que no sufriste haciéndolo o, al contrario, tenés que contar que sufriste demasiado.

¿Las redes sociales son un trabajo no remunerado?

En mis oficios, siempre, lo remunerado y lo no remunerado estuvieron en una zona gris. Quizá en otras profesiones me atrevo a decir que está más claro. Al principio todos la pasamos mal, como en las primeras pasantías. En los trabajos te piden experiencia pero nadie te da un primer trabajo. Creo que hay oficios que están más reglados que los nuestros, vas a Tribunales, empezás llevando papeles, te tiran un mango y no tenés que postearlo en Instagram.

Lo nuestro está más desdibujado, tiene otras capas y oscuridades, porque, de alguna manera, te da prestigio. Como decía Saccomano en la apertura de la feria del libro del 2022, no se puede pagar con prestigio. Por un lado, existe también una romantización absoluta de la literatura, he escuchado gente decir que su trabajo es comparable con el de un basurero, no me parece que sea así. Si estar en la comodidad de lo que escribís te parece comparable con trabajar de un recolector de basura estás errándole. Por otro lado, hay algo que tiene que ver con el mundo del trabajo cultural y las redes sociales que me interesa literalmente.

En tu último libro de cuentos, tus personajes y los ambientes hablan con el presente. Un presente frívolo, cínico e irónico, ¿coincidís?

Principalmente me interesa el cruce entre las acciones internas y lo que el mundo pide. Mis personajes están en lo contemporáneo y lo contemporáneo es el imperio de los memes en algún punto.

Mis personajes no son críticos, tienen la mirada de esa gente frustrada que no termina de encajar. Así se preguntan por los modelos y mandatos del presente: el éxito, la pareja perfecta, las vacaciones soñadas, el desarrollo profesional. Eso se impone y los personajes lo toman como exigencias o libertades. Pero siempre en un punto hay algo que se desfasa y terminan en esa contradicción que es interesante trabajar desde el lenguaje.

De lo humano me interesa su doble nivel. Esas capas las trabajo desde el lenguaje y para eso hay un mapa en lo exterior que los personajes van procesando todo el tiempo.

¿Animales de compañía es un título contradictorio?

Lo más curioso es que el título del libro no lo puse yo. El título del libro era el título de un cuento. Mariana Skiadaressis, una de las primeras lectoras del libro, me recomendó que cambiara el título del cuento por el del libro. Ahí me di cuenta que había animales presentes en distintos niveles simbólicos en el libro.

La compañía es un concepto plurivalente. Los pájaros que están en una plaza, las mascotas que podemos tener en nuestras casas. Lo que siempre está presente son las relaciones de poder, la jerarquía. En Salvar al mundo, uno de los cuentos, hay animales que son más lindos que otros. Esos animales son más fáciles de vender en las redes sociales para que una ONG consiga las donaciones y los parámetros de éxito que precisa como fundación global. De pronto los animales que son más feos, y son igualmente valiosos para el ecosistema, son soslayados. Hay vidas que valen más que otras. Es una metáfora.

Hay un libro, del cual le hice el prólogo, que se llama ¿Cuánto vale una vida? de Didier Fassin que sacó siglo XXI que habla de este tema desde la sociología.

Lo civilizatorio también tiene un punto. Los personajes se manifiestan también en su matiz salvaje. Como cuando vas a acariciar un perro y de repente te tira un mordiscón. A veces los humanos hacemos lo mismo y los personajes también.

La literatura es una herramienta de conocimiento. Escribo sobre cosas que me generan preguntas y no sé de qué van. Escribo sobre cosas que me molestan. Lo absurdo, lo incomprensible y lo inasible. Trato de jugar en ese terreno

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¿Tenés una relación cercana con los animales?

Mi relación es muy naturalizada. Me crié en el campo, y de pronto tenía que trabajar con ellos. Esa crianza me generó prejuicios pero también dudas. En mi primer libro Los domingos son para dormir también aparecen los animales. No me gusta la mirada autobiográfica pero mi relación personal con los animales es super fluida pero también súper problemática.

Me interesa mucho la migración, la pérdida de la inocencia y los paraísos perdidos. Con esto de la naturaleza hay algo que mis personajes tienen con lo urbano y lo rural. Una especie de insatisfacción. Extrañan algo de lo originario. Es medio utópico. Son lugares que no existen. Muchas veces son reales y formaron parte de un momento de los personajes y muchas veces son inventados.

Extraño un poco el campo. No te voy a decir que no. Y no nací en el Caribe. Nací en un lugar donde hay viento todo el tiempo, molesto, que te llena de tierra. Un frío horripilante en el invierno y un calor aplastante en el verano. Y sin embargo uno extraña. Uno tiene la necesidad de anclar sentido en algo que tiene que ver con algún mito de origen.

¿Por qué los cuentos? ¿Qué valor tiene el cuento para vos?

Hay millones de teorías, técnicas y herramientas en relación a ese género y a tantos otros. Quizá sea el que menos tenga frecuentado a nivel de autoanálisis. En mis cuentos me interesan dos características: que haya un clima y que pasen cosas.

Se me vienen a la cabeza los corsets de los maniquíes y los vestidos antiguos que tienen un alambre por debajo que sostiene los tules y los volados. En mis cuentos quiero que esté todo junto, los tules, los volados y el alambre por debajo.

En términos pragmáticos es un género interesante. A nivel de dispersión contemporánea de la lectura podés leer en el colectivo, en tu casa tomando mates, en una sala de espera. Lo podés abrir por cualquier parte y eso te da una libertad juguetona que la novela no. La novela te impone otro ritmo.

El libro de cuentos me permite también conformar una constelación para ir abordando temas y conflictos. Hay una cosa política que permite el cuento. Nunca hay una mirada de los narradores o las narradoras por encima de los otros personajes.

Entonces tenés una variedad de historias, algunas domésticas, otras del ámbito laboral, otras de viajes. Eso me parece divertido. Voy construyendo bajo estas distintas tramas un sentido que va por debajo y los interconecta. Eso se da al final y es algo mágico. Los cuentos se unen en el libro pero no dependen de una sola trama. En el libro de cuentos podés ir construyendo distintas voces. Personajes que pueden estar en una misma sintonía pero que son distintos. Cada uno habla de distinta manera.

Yendo a tu otro último libro, Donde nada se detiene, literatura y el resto del mundo, donde también unís relatos pero de otra índole ¿cómo fue su confección?

Armar la estructura fue muy difícil. Lo pensamos mucho. Mi editor me decía: “Estamos haciendo todo esto para que después la gente abra el libro y lo lea por donde se le cante”. Es un poco la misma dinámica que un libro de cuentos. Todo se puede leer por separado pero eso separado forma un todo.

Algunos textos son inéditos, otras cosas no, algunas están en la web, otras son apuntes perdidos y aproveché para reescribirlos y actualizarlos. Lo que traté fue generar distintos climas y formas de narrar donde lo que persiste es la crítica cultural. Es una apuesta secreta a la hibridez total. Es una narrativa que se cruza con conceptos todo el tiempo.

¿Por qué ese subtítulo? ¿Literatura y resto del mundo?

Pura incomodidad productiva. Me interesa hablar del cruce entre la ficción y la no ficción. La inadecuación. Creo que lo que nada se detiene es, en primer lugar, la manera en que va evolucionando la literatura, el arte y los relatos alrededor de cuestiones cotidianas que muchas veces tienen que ver con el consumo. Son todas representaciones que van cambiando pero que persisten. Las interpretaciones no terminan nunca de parte de los artistas. Donde nada se detiene tiene que ver con lo que pasa cuando los lectores o quienes aprecian las representaciones de la industria cultural, la publicidad, del arte contemporáneo, nunca se detiene la generación de sentido, aunque haya sentidos que se vayan sedimentando. Todos tenemos ansias de capturar, de encontrar una pizca de algo que nos ilumine, en lo contemporáneo, en lo histórico. No nos detenemos en encontrar algo nuevo y queremos ir más allá del sentido común.

¿También hay un cruce entre tus viajes por trabajo y la escritura? ¿Lo extranjero sirve para escribir?

Lo que pasa cuando vamos a nuevos territorios o otras culturas que no conocemos es algo casi antropológico. El mayor cuidado está en las comparaciones, entre el lugar del cual venís y el lugar al que vas o en el que estás. Cuando estuve en una beca en Shanghái, por ejemplo, que estaba un poquito en las afueras, en un barrio, yo quería explicarle a las personas dónde estaba y les decía que el lugar donde me encontraba era como una Avellaneda de Buenos Aires o un General Cerri de Bahía Blanca.

Es todo un trabajo desnaturalizar lo otro. Es un tema que me gusta tratar y está en el libro. Me interesa problematizar lo exótico. Es decir, según la mirada de quién algo es exótico o no. Porque lo exótico cuando no lo controlás termina en una mirada muy colonizante y xenófoba.

La crónica de viaje es un terreno ondulante, no es un pantano en el que te hundís pero tenés que ver en qué charco no metés la pata, tenés que ir esquivando los pozos entre lo conocido y lo desconocido. Pisar como hacen los caballos cuando están en el medio del campo y hay cuevas de vizcachas o peludos. No caer en las trampas.

Esa es una de las luchas en las que ingreso cuando me pongo a escribir porque quiero tender puentes con el lector, no a nivel didáctico o paternalista en término de explicación pero no me gusta expulsar. Me gusta dejar pistas para no subestimar a los lectores y en las crónicas de viaje uno tiene que pensar a quién le escribe y a quién describe.

¿Es para vos el ensayo un género que se actualiza en lo contemporáneo? ¿El ensayo actualiza lo que hay para decir?

Hablo en la universidad del género ensayo, doy los ensayos de Montaigne. En general se lo considera el fundador del género, del ensayo a secas. Tiene mucho que ver con un movimiento intelectual que está muy presente en piezas culturales pero no tanto en el ámbito académico. Es esto de ir explorando mientras se arma un devaneo intelectual que parece improvisado pero que tiene una finalidad que es la del ejercicio exploratorio. Es un género proteico que se va nutriendo del lenguaje poético dependiendo también del autor o autora.

Creo que el ensayo contemporáneo, por toda la tradición que viene habiendo con todo el tema de la hibridez, se puede cruzar con la construcción de un narrador o una narradora. Al mismo tiempo te permite contar con datos de lo social y volver a un texto que sea personal y que juegue con la autoficción o con la historia que escuchaste o el personaje que viste o leíste. Es un género genial. Tuvo su apogeo en el siglo XX y sigue persistiendo.

Es súper interesante pero no tiene que caer en el anecdotismo. Eso vale para cualquier tipo de texto. Hay una parte del libro en la que escribo sobre el cigarrillo que se llama Abstinencia una historia de amor, ahí el desafío era tratar de hacerlo desde el punto de vista literario pero que cruzara el problema del tabaquismo en el mundo y por qué antes no nos decían nada por fumar y ahora sí. Antes también se sabía que era perjudicial para la salud, todo el entramado, sin ser conspiranoica, de la trama económica que hay detrás de la trama personal, sí, sufro porque tengo abstinencia, hay gente que ha hecho juicios por esto pero los países que tienen mayor nivel de adicción justamente son los países más pobres con conflictos sociales.

El ensayo es un laboratorio de pensamiento ideal. No quiero pecar de ingenua pero es muy transformador porque te da herramientas desde lo emocional. El ensayo tiene la capacidad de no ser ingenuo ni política ni socialmente.

¿Dejaste de fumar?

Sí.

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