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14 de septiembre 2023

Ernesto Seman

EL FIN DEL MUNDO (Parte 2)

Tiempo de lectura: 6 minutos

Todos y cada uno

Funny how fallin’ feels like flyin’
For a little while

Farrell y Bridges

Avanzamos hacia un abismo inimaginable con una multitud de vituallas vintage, de llamadas de atención, solicitadas de intelectuales, convocatorias a la unidad, asesores extranjeros, metáforas de fascismos, y otras reliquias del pasado porque el futuro, si alguna vez lo tuvimos, ya no está entre nosotros. O sea, inimaginable como un reflejo de la vereda estrecha por la que funciona el pensamiento político, la historia como sucesión de simulacros para lo que ahora sí va a pasar. Nos va a pasar. Javier Milei.

El viejo mundo se muere, pero el nuevo también, y en ese claroscuro no hay absolutamente nada. Ni monstruos, ni esperanzas. Las mismas ganas de pasear un domingo a la mañana por la plaza del pueblo, de estar tranquilos, de ver un partido. Gramsci imaginaba transiciones. De un modo de producción a otro, de un sistema político, de un humor, época, mundo, una humanidad saltando de piedrita en piedrita. Pero de los monstruos acechándonos en cada roca, a cada pisada, nadie se hace cargo. En esa indiferencia sí que nacen los monstruos.

¿Y esa cara, esa desesperación? Es de la misma época de la frase de Gramsci, Edvard Munch no paraba de pintar la soledad, el campo atrás, la ciudad adelante. ¿Es un votante de Milei, o es alguien horrorizado por la llegada de Milei? Hay horrores buenos y horrores malos. Horrores humanos. Lo que los une a todos es el futuro, que enfrentado con el mínimo de sinceridad que no tienen los optimistas de la tecnología, los economistas y los arquitectos, es aterrador. Ahí está, del otro lado de la niebla, agazapado, excitado como los lobos. Los lobos, los animales sueltos librados a su suerte, la manada. Mirando al tiempo, a la pregunta contemporánea, que siempre es la que nadie se está haciendo, como esas hormonas que huelen los perros en alguien que está por tener un episodio cardíaco, que nadie ve hasta que sucede. Salvo los perros.

Las metáforas animales para adscribirle un carácter patológico a los hechos sociales o a sus manifestaciones políticas es algo propio, apropiación cartesiana del mundo de los justos. Las bestias, la jauría, la manada, los que actúan como animales. Lo animal misterioso e inferior, lo inferior de la bestia solitaria o lo inferior de la bestia colectiva. La bestia asesina, la bestia sumisa, “vengo a despertar leones y no a guiar corderos”, dijo en algún momento Milei. El animal como último escalón en la construcción de una ciudadanía democrática adulta y liberal. Mujeres, niños, negros, trabajadores, todos lobos, una familia multi-especies de ciudadanos imperfectos.

La Argentina está al borde de embarcarse en una experiencia de violencia de extrema derecha totalmente novedosa para los que tengan menos de cuarenta años. Quienes analizan el fenómeno son prudentes a la hora de calificarlo e incisivos a la hora de indagar las causas por las que una enorme parte del electorado se vuelca a Milei. Destacan sobre todo la multiplicidad de causas, las contingencias. Como señala Martín Plot, el momento de los revolucionarios le ganó al momento de los enfermeros. La bronca, el hartazgo, la insuficiencia, todo canalizado en lo que William Roseberry describía como “el lenguaje disponible”, el recurso a mano con el que podían expresarse demandas específicas.

Mientras las agrupaciones de derecha radicalizaban su discurso y sus prácticas, el kirchnerismo jugaba a una exacerbación que parecía radicalización, y entonces parecía divertido y progresista y enamoradizo pero aumentaba un vacío en el que girar locos, en el que creerse entre convencidos, alegres de que volábamos cuando en realidad caíamos

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En una clase de historia, hace tantos años, los estudiantes discutíamos la plaza del 17 de octubre, empezando por el señalamiento de que no todos estaban ahí por las mismas razones. Que había activistas sindicales con amplia trayectoria en la izquierda e inmigrantes recién llegados a la ciudad y mujeres cuya posición en la fábrica se sentía más segura desde 1943 y nacionalistas de derecha y marginales del radicalismo y para el momento de la clase en la que habíamos logrado precisar las motivaciones distintas de cada persona que había estado en la plaza, para cuando habíamos podido reconstruir la mítica voluntad del individuo, habíamos perdido por completo de vista porqué carajo estaban ahí todos juntos, reclamando algo, pidiendo por alguien. Lo esencial solo existe si es invisible a los ojos.

No hace falta esperar a ver una formación homogénea de activistas y seguidores embanderados para revelar en Milei al líder de una legión de seguidores de extrema derecha dispuestos a todo. Si las motivaciones para el crecimiento de su popularidad son múltiples, la firmeza con la que Milei gira alrededor de un arco específico de ideas más o menos libertarias, y la forma en la que enormes mayorías abrazan la fe en una salvación individual como respuesta a los resonantes fracasos de los idearios más o menos comunales que enfatizaron una expansión de la ciudadanía social y política son fenomenos de fermentación duradera. Por años, mientras las agrupaciones de derecha radicalizaban su discurso y sus prácticas, el kirchnerismo jugaba a una exacerbación que parecía radicalización, y entonces parecía divertido y progresista y enamoradizo pero aumentaba un vacío en el que girar locos, en el que creerse entre convencidos, alegres de que volábamos cuando en realidad caíamos. Milei es sobre todo la respuesta a lo que se percibe como el fracaso de la libertad como un proyecto colectivo.

Las respuestas surgen con ideas, con equívocos. En algún lugar de The Making of the English Working Class, E.P. Thompson describía a los huelguistas que adherían al reclamo de un “provisional government” porque suponían que un gobierno “provisional” era un gobierno que proveería, y demandaban “universal suffrage” en el equívoco de que “suffrage” sería algo así como “sufrimiento”, algo que asociaban a alguna forma cristiana de entrega. Hablamos con lo que podemos, con lo que tenemos. Los nombres pesan, saturan, parecen gastados, pero no dejan de nombrar.

Mirando al tiempo, a la pregunta contemporánea, que siempre es la que nadie se está haciendo, como esas hormonas que huelen los perros en alguien que está por tener un episodio cardíaco, que nadie ve hasta que sucede. Salvo los perros.

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Con mi hermano habíamos armado hace un tiempo “la Teoría el Cafecito”, que sostenía algo así como que lo que quiere la gente, nosotros, es poder sentarse a tomar un café en paz. Eso fue después de los atentados del 11 de setiembre del 2001, cuando nos preguntábamos cómo era que las cosas se podían ir al diablo de tal manera. E imaginábamos que, dadas las circunstancias específicas, había gente dispuesta a abrazar las ideas más descabelladas, o llevarlas a sus extremos más descabellados, a volar el mundo por los aires con tal de que la dejen sentarse a tomar algo tranquilos. No sonaba a un argumento en favor de suponer que las demandas de la gente no tienen ideología; más bien al contrario, era una advertencia a nosotros mismos para no olvidar de que las demandas por una vida mejor siempre la tienen, que la opresión no genera iluminados sino oprimidos. Que los caminos para salir podían ser infinitos e insospechados. Puede que la de estos indios sea una fe sin motricidad fina, como dice un personaje de una novela de Roque Larraquy. Pero no deja de ser una fe.

Milei será el momento, el instante del régimen. Los votantes de 1983 llegaron a Alfonsín por mil razones. Los que amaban su idea de derechos humanos, pero lo veían como blando, los que odiaban todas sus ideas pero odiaban más al peronismo, los que no les importaba nada más que votar a un radical, los que imaginaban que su liderazgo traería prosperidad, los que lo vían inteligente. Lo que hizo Alfonsín, como otros antes o después, fue darle un sentido a esa foto movida del 30 de octubre, fijarla. La restauración democrática.

Ahora es el cambio, el final. Es posible que nos aplasten, que se acaben los chistes por un tiempo. Los proyectos. Reconstruir requerirá comprender, pero se necesitará muchísimo más que eso. En la noche de estas semanas alcanzamos a golpear con el bastón los contornos de un votante improbable de Milei. Una base social que, si el candidato llega al poder, se reconfigurará de mil maneras difíciles de predecir, tantas como las de las resistencias que genere. Porque la libertad, más allá de todo, avanza.

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