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19 de agosto 2021

Mariano Barbieri

ACTOR DE LO QUE FUI

Tiempo de lectura: 4 minutos

¿Puede ser una marca identitaria el abuso del lugar común? Cierta predisposición adolescente nos lleva, con harta frecuencia, a reproducir estereotipos sobre lo que se supone debiera encarnar una característica identitaria. Revolucionarios, conservadores, graciosos. Toda representación territorial necesita y tiende a generar una marca identitaria. Las patrias -y acaso las provincias funcionen como una mueca de patria- son propuestas de homogeneidad como vínculo político y cultural. Córdoba tiene bandera y tiene también narradores que nos cuentan su cuento hasta el hartazgo. ¿A quiénes le sirven esos relatos?

Como afirmación o rechazo, Córdoba asume el mandato de tener que responder a las repetidas imágenes icónicas que se le asignan. Y en ese intento, sólo consigue parodiarlas. Bastión conservador, foco revolucionario: en la Córdoba gorila gobierna el peronismo hace veinte años y algunos Salieris de Guevara manejamos camionetas en Sierras Chicas. Es hora de superar algunos mitos. O dejarlos ahí, en donde están.

Cierto provincianismo atípico para un territorio que alberga la segunda o tercera ciudad más importante del país, podría sí, ser tal vez una característica sostenida en el tiempo. El ex gobernador José Manuel De La Sota, dueño de una capacidad coppolesca de fumar bajo el agua, le puso nombre a esa condición: se llama Cordobesismo. Otro gobernador, Eduardo Angeloz, había hablado de la provincia Isla. Es tentador buscar diferenciarse, pero más tentador aún es hacerlo sin definir la diferencia. Y eso consiguió De La Sota. El Cordobesismo es nada. Pero una nada diferente, y con eso alcanza. Toda identidad política necesita de una idea difusa que genere consensos masivos. El Cordobesismo es una síntesis perfecta. Aplica para un grupo de personas que se perciben a sí mismas como parte de un conjunto, con presencia geográfica, alguna identidad simbólica (la isla lo había conseguido, el “corazón de mi país” también) y con algún componente emocional: no nos van a decir lo que tenemos que hacer. Así y todo, la característica esencial del concepto es su vacío.  Solo existe la diferencia. Quirúrgico y cómodo.

"Bastión conservador, foco revolucionario: en la Córdoba gorila gobierna el peronismo hace veinte años y algunos Salieris de Guevara manejamos camionetas en Sierras Chicas. Es hora de superar algunos mitos. O dejarlos ahí, en donde están."

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Presumo también cierto interés por Córdoba en su condición de patria amarilla. Me parece circunstancial, pero merece alguna mención. No es la primera vez que un invento porteño marida bien con las mayorías locales. El partido cordobés, ese punto de cocción en el que peronismo y radicalismo tienen el mismo sabor (extrapolable a otros lares), encuentra en la cultura PRO una temperatura de 20°C. En camiseta y sin sobresaltos se generó un consenso tácito que tiene como ejes la banalización de los temas centrales de la política, la escenificación de un supuesto republicanismo y la invención del fantasma del populismo como antagonista, aún dentro de un esquema demagógico y clientelar de hacer política (¿No era eso el populismo?). La argentina “blanca” encuentra en este frágil consenso una patria propia y la utiliza en plenitud.  De todos modos, coincidamos en que la lectura política de la identidad es tan solo una de ellas y acaso sea también una de las menos importantes.

La identidad es un concepto dinámico, lo contrario de una foto. Consiste más bien en el ejercicio literario de intentar disolver la tensión entre lo universal y lo particular, entre aquellas canciones que más suenan y aquellos otros sonidos que presentan disidencia y que, sin ser mayorías, son los que afloran las tensiones, los que enriquecen las discusiones. Para pensar las identidades sea tal vez mejor que generar una síntesis, presentar un abanico. Y en eso estamos. ¿Quiénes somos? Bueno, más o menos, las personas que fuimos generando este estado de situación en el que vivimos. Entre lo que decimos y lo que hacemos, bueno. Eso.

En cuanto a las formas concretas, algunas características modernas hicieron que Córdoba, la ciudad de los 400 barrios, fuera también una de las capitales nacionales de la vida country. Aún con una superficie dos veces superior a la de la ciudad de Buenos Aires, el crecimiento urbano se dio por expansión corriendo la frontera urbana mayormente hacia las zonas serranas ayudando y complementando al expansionismo de la frontera agropecuaria que hicieron de nuestra provincia uno de los centros mundiales con mayor índice de desmonte. Mundial, en serio, la pérdida de bosque nativo en córdoba es seis veces superior al promedio mundial. A las clases tradicionales les gusta la ropa de estancieros, y los sectores medios confunden, con inusitada frecuencia, la vida en la naturaleza con el cuidado de la misma. Los sectores populares, por otra parte, fueron expulsados de los centros urbanos a principios de siglo con la siempre inquietante etiqueta de relocalización. Las ciudades, las formas de las ciudades, hacen las veces de metáforas cartográficas. Y hoy córdoba es un mapa de la desigualdad y del desencuentro organizado.

"No es la primera vez que un invento porteño marida bien con las mayorías locales. El partido cordobés, ese punto de cocción en el que peronismo y radicalismo tienen el mismo sabor (extrapolable a otros lares), encuentra en la cultura PRO una temperatura de 20°C."

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No es fácil pensar en lo cordobés por fuera de las categorías que mencionamos al comienzo de esta nota: revolucionarios, conservadores, graciosos. Es ciertamente probable que el abuso del lugar común sea nuestro mejor punto de encuentro. Mucho menos por el propio lugar que por el infortunio de tener que escuchar una y otra vez el orgulloso relato de esa especie de minotauro con cabeza de Agustín Tosco y cuerpo de Luciano Benjamín Menéndez cuya síntesis descontracturada es un chiste del Negro Álvarez en Telefé. Qué culiado.

Ese consenso acaso sea lo único capaz de generar en muchos la creencia de que tenemos más cosas en común entre nosotros que entre los demás, ¿no? La invención de la frontera, de eso se trata. En Córdoba nos encontramos en la calle, nos llamamos por el apodo porque somos muchos y no lo sabemos. Vivimos hace siglos sin transporte público, caminamos levantando la cabeza a ver si alguno nos puede levantar. En Córdoba nos olvidamos de nuestro río como de una vieja cicatriz en la nuca. En Córdoba hablamos de Córdoba sin mencionar si es la ciudad o la provincia: en Córdoba, también, somos centralistas.  Y en Córdoba anhelamos quizás, dejar de ser, de una vez por todas, actores de lo que fuimos.

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