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04 de marzo 2017

Francisco Garamona

UN POEMA CRISTIANO

Tiempo de lectura: 2 minutos

Jesús, perdoname, tal vez lastimé
mucho a los que amaba,
porque creí que era digno
respetar y respetarme
y en esa histeria me olvidé de lo importante.
Vuela en el viento una carpeta
que se lleva las tontas frases
de un ayer puro ceniza.
Miré el precio de unas alpargatas,
en un boliche cualquiera,
barrio de Once, vigilante,
el reflejo de la vidriera no me dejó distinguir nada.
Yo lloro, Jesús, y en tu llanto hay unas llantas,
zapatillas de primera, con franjas flúo
y líneas estroboscópicas
que muerden las mediasuelas.
¿Los manteros dónde están?
Sólo aprendí a huir
y como fui tonto, ayudé,
y como fui débil, amé,
y como fui frívolo, adoré
y como fui vivo, morí.
Escucho una radio holandesa
de la que no entiendo nada
pero pienso que en Amsterdam
hay mujeres que se exhiben detrás de un vidrio
que están más solas que yo,
que ahora me siento
en lo hondo del solo solo,
pero por suerte a veces vienen amigas
y comemos pan lactal remojando
en leche sus rebanadas.
(Nos divertimos con poco.)
¡Qué linda que es la amistad!
No entendí que la soledad de muchos
era la compañía de otros.
Ojalá que la rama que dobla el viento
sea la misma donde una calandria cantaba:
“¡muéranse todos la re concha mil de su madre muerta y pútrida!
Pero igual ustedes que no sé quienes son,
vivan por mí que ya estoy muerta”.
Una vez en un fogón había un hippie
que tenía una guitarra,
al que lo convencí de quemarla,
y ardió espléndida, silenciosa
y a nadie lo desveló.
Ángeles del cielo,
gramilla del suelo,
padres ausentes,
madres morfinómanas,
perros que lamen la cajeta
de las mujeres más salvajes de mi pueblo tan tan mío.
Muchachos con muletas de platino,
sí, absolutamente incomprables
para cualquiera al que le falte una pierna
y que se vea obligado a pedir limosna en los trenes
repartiendo papelitos que dicen:
“soy un inválido”.
¿Por qué son tan absurdos los zurdos
y tan derechos los diestros?
A vos te deseo lo mejor,
una cruz si querés tallada por un pobre carpintero.
Hubo una vez un poeta llamado Diego
del que no me acuerdo el apellido,
y que peló unos versos sencillos
pero pulidos con esmero.
Quise besarlo pero me dio vuelta la cara,
como otros tantos ya lo hicieron.
Parece que con mis besos no consigo casi nada.
Ojalá el sida,
el herpes,
la hepatitis C,
la bronquitis,
el asma,
la lepra,
viajen en un cohete supersónico sin saber adonde va,
pero lejos de mis amigos.
Yo me prendo un pucho
porque soy fumador.
Conocí un viejo médico brujo
que me escupió en la boca un veneno
que según él curaba,
y también su mujer me volvió a escupir de nuevo.
Tomo vino en caja,
tomo vino en botella,
tomo vino en copas,
y a veces me lo sirven en un jarro
unos mendigos misteriosos que habitan bajo los puentes.
Entre ellos se tratan con indiferencia
pero son tan amables conmigo
que no sé cómo devolverles la gentileza.
Tal vez comprando cerveza los invite alguna tarde.
Jesús, ¿estás conmigo y con ellos?
¿Podrás cuidar a todas estas personas
que caminan descalzas en el pedregullo?
¡Zapatillas para todos ya!
Aunque no sea una gran conquista,
sólo se trata de ir bien por los caminos.
La lluvia se hizo llanto
y el llanto se hizo surco
y ahora unas hermanas
cosechan ahí su verdolaga.
Hay muchas huertas sociales
con verdura de primera.

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