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06 de noviembre 2019

Esteban De Gori

CUATRO COORDENADAS

Tiempo de lectura: 7 minutos

Alberto Fernández es presidente. Pese a los esfuerzos del macrismo el Frente de Todos gobernará la Argentina. El descalabro económico y la sensación de caída social de una importante porción de la sociedad impulsaron expectativas de alternancia. Hay cierto alivio y preocupación social. Alivio porque el actual gobierno terminará el 10 de diciembre y preocupación por los “costos” sociales y financieros de la retirada.

Nuevamente un proyecto excluyente y ortodoxo en Argentina liquidó parte de su capital político en un primer periodo y Macri se convirtió en el presidente sin reelección. A diferencia de otras experiencias presidenciales, todo dice que terminará su gobierno sin estallido social y quiebra económica.

El macrismo se retirará con dos decepciones a cuesta: no logró instalar una plataforma hegemónica y duradera en Argentina y además se convirtió en un improvisado y poco confiable socio para ese mundo que tanto había añorado integrar. El mundo le devolvió más deudas que apoyos reales para el “apuntalamiento” de actores políticos locales decididos a defender el proyecto de Juntos por el Cambio. También, ese mundo, le demostró que pese a la creencia presidencial en un capitalismo plano, fácil y librecambista, se encuentra sometido a grandes tensiones que deben observarse en la dinámica del capital financiero, en los efectos de las medidas de Trump, del Brexit y del gobierno Chino.

No hay gobierno que se solidifique solamente con el apoyo de sectores condicionados por los circuitos más volátiles de la globalización y con escasa capacidad de integración social

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Nadie puede gobernar sin comprender la complejidad actual y menos con el beneplácito de sectores que se articulan en los vaivenes del mercado internacional y de las grandes finanzas. No hay gobierno que se solidifique solamente con el apoyo de sectores condicionados por los circuitos más volátiles de la globalización y con escasa capacidad de integración social. Ir contra el mercado interno y los actores que históricamente se articularon alrededor de éste deja sin plafón mayoritario a cualquier gobierno argentino, salvo que se piense en un individuo exento de materialidad y de memorias sociales.

La “maldición argentina” no la traen sus potentes recursos agroganaderos sino el intento de desmantelar unilateralmente el mercado interno. El peronismo style -como modo de consumo y de vinculación societal- sigue teniendo un lugar relevante en los imaginarios de ascenso social y que todavía no pudo ser desbancado.

Alberto Fernández recibirá un país quebrado del que, por su agenda política, pretende recuperar con amplios acuerdos políticos y económicos. Hay cierta conclusión en sus propuestas: tanto el populismo “desbocado” y las políticas neoconservadoras han desgastado capitales políticos amplios y han llevado a la derrota a los gobiernos que los han propiciado. Hoy parece que ni un “presidencialismo envolvente” ni otro que desconfíe del propio Estado parecen ser los modelos a seguir. El presidente electo viene planteando una trayectoria de acuerdos que le impone su biografía política, la lectura de los últimos gobiernos y el calado de la crisis.

Además de dedicarse a las faenas internas, Alberto Fernández tendrá que atender un panorama continental complejo pero del cual podría sacar provecho. Es uno de los pocos presidentes con un reciente triunfo que tiene capacidad de reordenar el “orbe progresista”. Un espacio, inclusive, al que se ve empujado por las declaraciones de Bolsonaro.

Es uno de los pocos presidentes con un reciente triunfo que tiene capacidad de reordenar el “orbe progresista”

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Sus “contrincantes” regionales denotan desgastes y convulsiones sociales. Sebastian Piñera sufre un profundo desgaste por una inédita protesta social iniciada con el aumento del transporte público y que hoy lo ha empujado a plantear una reforma constitucional. Jair Bolsonaro le pasa factura el estancamiento económico y una reciente vinculación con el asesinato de Marielle Franco. Iván Duque debe soportar la derrota política del uribismo en las últimas elecciones regionales en Colombia, como sus falencias económicas. Mario Abdo, el presidente paraguayo, se encuentra preso de su propio desgaste político y resiste con el apoyo de su otrora adversario colorado Mario Cartes. Lenin Moreno, el mandatario ecuatoriano, debió sortear con grandes costos la protesta social de la CONAIE propulsada por el aumento de la gasolina y el vinculo con el FMI. Hoy se sostiene un provisorio acuerdo anticorreista. Martín Vizcarra, apelando a la constitución peruana, disolvió el congreso forzando a una elección en enero de 2020 que se desarrollará en un escenario de fragmentación e incertidumbre.

El bando progresista tampoco derrocha alegrías. El Frente Amplio uruguayo se encamina a una segunda vuelta electoral y el Partido Nacional podría propinarle una derrota y clausurar casi dos décadas continuadas en el gobierno. Es posible que Evo Morales soporte cierto desgaste por las complicaciones que abrió la suspensión temporal de la transmisión de los votos. Ésta provocó sospechas, protestas sociales localizadas y la intervención de la OEA que se ha transformado en un auditor vinculante del proceso electoral. A diferencia de otros inicios, este será más complicado. A Andrés Manuel Lopez Obrador la economía y la inseguridad le fueron restando popularidad e imagen desde su inicio.

Alberto Fernández triunfa en un momento interesante. Ese momento puede asemejarse a cierta estrella de la fortuna. Aumento de demandas sociales en la región que se inscriben en propuestas progresivas; desgaste (pero no derrumbe) de gobiernos progresistas y convulsión social en las experiencias gubernamentales ortodoxas.

La llegada del Frente de Todos a la Casa Rosada tendrá un valor simbólico muy importante para aquellas fuerzas políticas latinoamericanas que luchan por el acceso al poder, como la Colombia Humana de Gustavo Petro, Nuevo Perú de Veronika Mendoza, el Frente Gana liderado por Efraín Alegre o el Frente Amplio chileno, que verán con muy buen agrado un cambio de giro en Argentina y su reposicionamiento en otro progresismo. Por ahora, Alberto Fernández busca establecer una fina sintonía con Evo Morales, AMLO y el actual gobierno uruguayo del Frente Amplio intentando construir la escena futura de un (pos)progresismo que no circule por las avenidas del bolivarianismo. El madurismo, y eso parece claro en los gobiernos uruguayos, mexicano y como en el peronismo, no será “regalado” a la hoja de ruta que plantean algunos grandes jugadores internacionales pero entienden que deberá profundizar el diálogo político. La conformación del reciente Grupo de Puebla podría ser una señal en este sentido.

Alberto busca establecer una fina sintonía con Evo Morales, AMLO y el actual gobierno uruguayo del FA intentando construir la escena futura de un (pos)progresismo que no circule por las avenidas del bolivarianismo

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El próximo presidente argentino podría colocarse en un lugar de liderazgo colectivo con progresismos alejados en la reivindicación de la experiencia venezolana y que asuma con pragmatismo -en el contexto de una crisis internacional que no ha amainado- múltiples diálogos con Estados Unidos, China, Rusia y Europa.

La candidatura y discursividad de Alberto Fernandez parece ser pluralismo político más agenda social y eso impactará en la praxis regional.

Su viaje a España no es un dato menor. Hay algo de ese faro que implicó el PSOE para varias fuerzas políticas argentinas y latinoamericanas que hoy posee efectos reales en la imaginación política. El socialismo español, hoy un oráculo consultado por el actual peronismo, es más que un vínculo con las empresas hispanas, es una trayectoria posible donde los progresismos pueden ubicarse en el tablero nacional y regional. El acercamiento afectuoso, inclusive de La Cámpora a Iñigo Errejón, habilita ese camino afectivo iniciado por el peronismo que va desde éste joven dirigente exPodemita hasta el propio Pedro Sánchez.

El presente político de la región abre un contexto que le puede permitir a Alberto posicionarse desde una plataforma posprogresista donde el debate esté mas colocado en el orbe social, en las desigualdades, el aumento de la pobreza y en la autodeterminación estatal que en grandes épicas políticas. Podría propiciar un nuevo Club de gobiernos y fuerzas, acuciados por la deuda externa y exportadores de recursos primarios decididos por la reparación social y por la puesta en marcha de ciertas capacidades estatales. Un gran desafío en un mundo atravesado por el malestar democrático provocado por las condiciones actuales del capitalismo y una crisis internacional que pretende reconfigurar los términos que había imaginado el neoliberalismo de fines de los 80.

Para la región puede profundizarse una lectura que surge del entramado interno argentino: ni épicas radicalizadas de inicios del siglo XXI, ni recetas neoliberales. Algo ha comenzado a delinearse antes de la elección presidencial. Los diálogos con el frenteamplismo uruguayo, con Evo Morales y con Lula empiezan a construir una escena regional muy potente. Donde el propio Bolsonaro deberá evaluar qué hacer con Alberto Fernandez, que ya en la Casa Rosada -además de apoyar el reclamo de libertad de Lula- intentará aceitar los acuerdos productivos entre ambos países. La defensa de los mercados internos argentino y brasileño puede traer buenos beneficios políticos a ese peronismo productivista que apuesta por el Mercosur. Con Estados Unidos, parecen plantearse tres conversaciones muy significativas: el pago de la deuda, Venezuela y la relación económica con China y asociados.

Todo indica que un partido como el peronista, con acuerdo con los gobernadores, los sindicatos, las pymes y un conjunto de grandes empresas, puede ser una eficiente garantía de diálogo internacional frente al macrismo que dilapidó la deuda en fuga y amplió las brechas sociales. Después del descalabro centroamericano, de la persistente migración venezolana y del propio declive de la hegemonía norteamericana en el mundo, el gobierno de Trump vuelve a una vieja idea: el privilegio del orden y de acuerdos estables.

El efecto Francisco y el termómetro emocional y humanista del peronismo pueden abrir un giro inesperado en ciertas fuerzas políticas regionales

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La discusión sobre la deuda será clave para la puerta de entrada al mundo de Alberto Fernandez. La idea de no pagarla a cualquier costo social parece una marca de política interna pero puede funcionar como la recreación de una sensibilidad social a nivel regional. El efecto Francisco y el termómetro emocional y humanista del peronismo pueden abrir un giro inesperado en ciertas fuerzas políticas regionales que buscan referencias para sortear sus padecimientos económicos y plantear nuevas estrategias políticas. Hay una búsqueda por resituar los recursos culturales del progresismo entre cuatro coordenadas: el descalabro venezolano como tótem referencial, la geopolítica de presión y negociación de Trump y sus gestos proteccionistas, la permanencia de un bolsonarismo político y cultural en la región y las propuestas económicas chinas.  

A su vez, queda el interrogante de cómo será la relación con Francisco y el Vaticano a largo plazo. Si bien parece existir un acuerdo en temas vinculados a la pobreza y en una mirada crítica al neoliberalismo, temas como la legalización del aborto pueden provocar importantes cimbronazos. Por ahora, la crisis social ayuda a comprar tiempo y a cohesionar los intereses del peronismo y Francisco.

Alberto se prepara para el 10 de diciembre. Encabezará el desembarco en una Normandia agujereada. Se vienen tiempos complicados. Una clase política nacida  en el Estado se prepara para regresar a ese único lugar que le puede permitir al peronismo establecer grandes narrativas y provocar resonancias regionales.

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