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25 de noviembre 2023

Lorena Álvarez

RETIRO VOLUNTARIO

Tiempo de lectura: 5 minutos

Cuando durante los años dorados del kirchnerismo a la tradicional marcha peronista, los jóvenes más entusiastas le agregaron ese anexo que rezaba “Resistimos los 90/ Volvimos en el 2003/ Junto a Néstor y Cristina/ La Gloriosa JP”, nunca pude dejar de sonreír por dentro. Habiendo vivido los noventa suena exagerado creer que el signo de los tiempos juveniles de esa década fuera “La Resistencia”.

Si bien una gran porción fue excluida y nunca estuvo de acuerdo con aquel gobierno, que vendía hasta la última joya de la abuela para “entrar al mundo” en pos de consumir hasta que el mismo estalle, los noventa se nos adentraron como una filtración de agua que recorrió cada pared de nuestro cuerpo.

El triunfo de Javier Milei además de contar con la denodada colaboración de la política, no estando a la altura de la situación durante años, tuvo el plus de la esperanza. Esperar que vuelva Pizza Hut, ir a un mercado y comprar chocolates Lindt y que el IPhone modelo “recién salido del horno” sea un derecho humano. Asignación universal por consumos premium.

Por eso acusar a los más jóvenes de frívolos es también generacionalmente sacarle el cuerpo a una situación que todos atravesamos. Y una pulsión que ni en los años más politizados se fue. De hecho, que el kirchnerismo se haya inventado una sociedad con jóvenes apasionados por la política, donde en su imaginario se reunían en bares porteños a discutir sobre Rosas y Urquizas, quizás también haya sido el gran error de estos tiempos: compraron la que vendían.

Ya que un día a esos jóvenes se les dio la oportunidad de votar a los 16 y mostraron en el cuarto oscuro que se parecían más a los protagonistas de un clip de música latina que al centro de estudiantes del Nacional Buenos Aires. Cadenas doradas, cuerpos sinuosos, autos de lujo y muchos dólares. El casting de este presente cuenta con música de chicos nacidos en Mataderos, pero con acento de isla centroamericana.

Los “hijos perfectos” de Liz Fassi Lavalle, aquella política rubia, pechugona y de ojos celestes de plástico que era dueña, además, de Ski Ranch, uno de esos reductos top de la década menemista donde si no habías pasado previamente por la cama solar no podías siquiera soñar con poner un pie adentro. Dorado naranja dolarizado.

Cada generación quiere su momento de reventar la tarjeta

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Deme diez

Los mejores años del kirchnerismo son recordados por el boom del consumo, los shoppings estallados, las colas en los restaurantes y viajes, muchos viajes. De París a Tulum, de New York a Río. Todo con accesibles cuotas para pasajes y perfumes de free shop.

“A gastar dólares que el mundo no se acaba y llegan las redes y mostrar vidas de sitcoms nos ayuda en este siglo banal y furtivo a pasar la angustia”, debería haber sido el cuadrito de autoayuda pegado en la heladera. Por eso muchos de los chicos crecidos en esos años, que en muchos casos se quedaron afuera de la fiesta, reclaman su porción de fastuosidad módica.

Cada generación quiere su momento de reventar la tarjeta. En los noventa había reuniones familiares o entre amigos para ver videos sobre las vacaciones del pudiente que conocía Punta Cana, hoy transformada en la fotito Instagramera de gente feliz en el Central Park. La felicidad en un click.

Cuando Javier Milei dice que es el primer presidente que ganó hablando de ajuste tiene razón pero se olvida de una clave. Ese ajustarse el cinturón hasta hacernos estallar las costillas tiene a lo lejos un supuesto premio: dólares para la silla gamer fabricada en Taiwán, ácido hialurónico para las chicas a precio “dos por uno” y dólares para el estatus.

En una sociedad muy adolescente que está dispuesta a probar si así llega a ese escalón de la vida donde por tener dinero y mostrarlo sos más feliz, cualquier sacrificio bien vale la pena si llega el Apple Store o la Nike Jordan se venden hasta en un local de Tilcara. Vendamos el litio, YPF o el Obelisco pero dame la posibilidad de ponerse el baby botox, el puntapié de las chicas para no envejecer a partir de los 25.

Para otra buena parte de la sociedad ver lo que viene es conocer al dedillo la debacle, no por sapiencia sino por edad

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Durante la campaña se escuchó todo el tiempo hablar de la pobreza, quizás porque es muy difícil hablar de lo que realmente nos importa: no ser ni parecer pobre. La verdadera campaña del miedo terminó siendo seguir sin probar qué hacer para pegarla.

En tiempos donde el juego de azar on line está endeudando jóvenes esta bolilla que rueda sobre la ruleta no asusta. Aterra más no probar. Un pleno donde dejamos todo pero si sale hacemos saltar la banca y nos la llevamos en pala. Tiempos lúdicos y peligrosos.

El gato no está sólo ni azul

Si algo nos dejó esta semana es la confirmación que Mauricio Macri además de político es un extraordinario jugador de cartas. Nacido en la fama en los años menemistas donde ser empresario era un título de nobleza, logró el milagro de haber llegado al máximo cargo político de este país, la presidencia, y que para una altísima porción de gente él no sea visto como casta.

El manto empresarial lo protege a niveles que sus adeptos en las redes están felices de su participación activa y le reclaman que vuelva al bigote. El bigote con el cual lo recuerdan de tantas fotos en la revista Gente cuando en esas páginas conocíamos sus fiestas en Punta del Este, sus vacaciones y hasta sus matrimonios.

Esta semana varios de sus seguidores le pedían que vuelva al bigote con el que se parecía al galán de telenovelas Raúl Taibo. Haciendo circular por las redes una foto suya noventista en las arenas esteñas mientras le pasaba el bronceador a su ex mujer, la escultural ex modelo Isabel Menditeguy, cuyo rostro gatuno, una melena perfecta y un cuerpo rotundo le valió, a consideración de los lectores asiduos de las revistas de socialité, que se la considerara “la mujer más linda de la Argentina”. El Mauricio faro total de los años donde los empresarios y las beldades armaron una mancomunión perfecta. Dinero y belleza, el dúo indestructible del deseo.

Ese ajustarse el cinturón hasta hacernos estallar las costillas tiene a lo lejos un supuesto premio: dólares para la silla gamer fabricada en Taiwán, ácido hialurónico para las chicas a precio “dos por uno” y dólares para el estatus

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Para otra buena parte de la sociedad ver lo que viene es conocer al dedillo la debacle, no por sapiencia sino por edad. Las fórmulas anunciadas en su versión recargada nunca funcionaron y salvo un milagro, de esos impensado, esto puede llegar a resultar.

Mientras, mirar la esperanza ajena, esperar que pasen los chubascos y pedir el retiro voluntario de poner el cuerpo a la hora de lo indefectible. Quizás es tiempo de que los más chicos entren a la cancha y, si esto no resulta, armen un partido y ganen la principal elección. Buscar ser felices sin espejitos de colores.

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