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ASÍ QUE ALAIN DEBRAY NO ERA FRANCÉS

Tiempo de lectura: 6 minutos

Cuando en los años setenta explotó la versión que Alain Debray realizó de “La Cumparsita” pocos se enteraron de la verdadera historia de ese éxito (el simple con “La Cumparsita” y “El choclo” en el Lado B superó los dos millones de ejemplares vendidos). Resulta que el guitarrista Horacio Malvicino había grabado esas dos versiones a pedido de la RCA francesa para integrar un long play dedicado a la música latinoamericana pero ese álbum nunca se editó en nuestro país. Malvicino le había recomendado a los directivos de la RCA enviar algunos originales de Aníbal Troilo o Juan D’arienzo pero prefirieron enviar versiones for export de esos tangos y así fue que Malvicino hizo esas grabaciones que quedaron archivadas hasta que llegaron algunos ejemplares del disco parisino y un buen día en un aviso de un tocadiscos sonaban los primeros compases de “La Cumparsita” que él había grabado tiempo atrás. Ese comienzo que había grabado Malvicino causó tal sensación que la discográfica decidió lanzarla al mercado y se transformaría en un éxito en ventas. Se decidió ponerle como nombre Alain Debray tomando el Alain por el actor Alain Delon, que por esos años estaba en el pico de su fama, y Debray por el periodista que entrevistó al Che. Con esa marca que sonaba muy afrancesada, y un sonido orquestal absolutamente diferenciado al de las orquestas típicas, Alain Debray se transformó en un éxito de ventas inigualable, llegando a grabar incluso un álbum nada menos que con Los Chalchaleros. Fueron varios que grabó y se vendieron como pan caliente hasta que, poco a poco, se fue difundiendo el dato de que ese músico no existía y que Alain Debray no era otro que Horacio Malvicino (a) Malveta, considerado por Astor Piazzolla como el guitarrista que mejor entendió su estilo y como una de las figuras más significativas del jazz en Argentina.

Se decidió ponerle como nombre Alain Debray tomando el Alain por el actor Alain Delon, que por esos años estaba en el pico de su fama, y Debray por el periodista que entrevistó al Che

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Malveta ha contado varias veces que cierta vez estaba en una disquería y una señora compró su disco y el vendedor le dijo que si quería el señor Debray se lo podía firmar. “¿Pero no es que era francés?”, preguntó. Dejó el disco y se marchó. Malvicino es el músico que ha grabado con más figuras del pop argentino e inventado nombres de fantasía para vender montañas de discos. En la época de la explosión de la llamada música beat estuvo a cargo de las orquestas de estudio que acompañaron a Donald, Tormenta, Juan Ramón, Violeta Rivas, Ginamaría Hidalgo y tantos más. Y lo hacía con buen gusto, cualquiera que escuche los éxitos de Donald aprecia el exquisito estilo de orquestación que lo acompaña. Eran tiempos donde la industria discográfica estaba en su mayor apogeo y generaba muchísimo trabajo para músicos que por un lado descollaban haciendo jazz y música muy delicada pero que pagaban las expensas gracias a sus horas como sesionistas en los estudios de la RCA, la CBS o la Phillips.

Se le atribuye a Malvicino aquél diálogo famoso:

-¿A qué te dedicás?

-Soy músico…

-Ah, ¿pero de qué vivís?

Claro, hoy le cuesta a cualquier joven entender todo lo que se movilizaba en la industria de la música medio siglo atrás. No es muy imaginable ver a L-Gante en los estudios de la vieja RCA. En aquellos años cada instrumento se grababa en vivo, por eso una vez el “Zurdo” Roizner llegó a grabar dieciséis horas seguidas para distintos discos en un sólo día. Pero no sólo Alain Debray inventó Malveta, también inventó a Don Nobody (Don Nadie) que se cansó de vender discos interpretando Boogie woogie, Ragtime, Sambas y Rumbas. También dirigió la orquesta de Canal 11 y fue gerente de la RCA (aunque la pasión de su vida han sido por lejos los burros).

Hay muchos músicos que recurrieron a nombres de fantasía para vender música “comercial”. Hasta el mismísimo Waldo de los Ríos llegó a grabar bajo el nombre de Frank Ferrar y “Frankie y su conjunto”. Otro fue el pianista Osvaldo Manzi, también de los elegidos por Piazzolla, que inventó el éxito de “La tía Leonor y sus sobrinos”, una máquina de vender discos.

Pero el músico más prolífico en el mundo de los seudónimos es sin duda Santos Lipesker, que llegó a tocar en la orquesta de Horacio Salgán pero luego, y con los años, se transformó en una sofisticada maquinaria de venta de música comercial. Quien se haya criado en el interior allá por los cincuentas y sesentas recordará una orquesta de música característica llamada “Gasparín y su conjunto”. Fue un éxito incomparable. Gasparín trabajaba el Fox Trot, el Pasodoble, la Ranchera, el Vals criollo, la Tarantella y más ritmos que tenían el común denominador de integrar la banda de sonido de la generación hija de tanos y españoles que se crió con esos sonidos. Me recuerdo pasando música en cumpleaños de 15 y siempre a mano discos de Gasparín para musicalizar la parte de la fiesta donde salían a bailar los familiares de la cumpleañera. Ahí tallaban al mango D’arienzo, los pasodobles y Gasparín. Había veces que el piberío forzaba para volver a su música porque no había forma de sacar de la pista a los viejos muy copados con esos ritmos que los identificaban más que cualquier otra cosa. Eran los sonidos que habían escuchado de pequeños, que fueron acompañándolos a través de los años (algo similar sucede en los Bar Mitzvah  cuando llega el momento de las canciones judías tradicionales y por unos minutos nos parece que nos instalamos en fiestas gregarias de dos siglos atrás).

Hasta el mismísimo Waldo de los Ríos llegó a grabar bajo el nombre de Frank Ferrar y “Frankie y su conjunto”. Otro fue el pianista Osvaldo Manzi, también de los elegidos por Piazzolla, que inventó el éxito de “La tía Leonor y sus sobrinos”

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Lipesker inventó también otro nombre infaltable en las disquerías de aquellos tiempos: “André y su conjunto”, con un sonido de combo pequeño, intimista en contraposición a Alain Debray, pero que penetró a fondo en la audiencia de entonces. Lipesker también inventó la marca Vincent Morocco y su orquesta, una formación de estudio que compitió con Ray Conniff, Caravelli y todas esas orquestas que hacían versiones instrumentales de hits del momento y tuvieron gran desarrollo en los sesentas y setentas. Lipesker inventó, además, marcas como Valentino, Roy Best, Chico Mendoza, Pascal Valenti, Gasparín, Jean-Pierre, Ronald Bonn y Jacinto W con las cuales abarcó todos los ritmos y sonidos comerciales, ya sean brasileños, caribeños, etc.

Hasta acá el recuerdo de dos grandes músicos que vivieron a full un tiempo, que ganaron mucho dinero, que dieron trabajo a más de un instrumentista y que al fin y al cabo hicieron feliz a dos generaciones de argentinos ¿Está mal esconderse en un nombre de fantasía para realizar música pasatista? Se me ocurre que no. Que hay muchos otros asuntos condenables más que hacer música para hacer feliz a la gente. Pero hay un desafío que sigue siendo habitar ese espacio del medio entre el jazz y las músicas populares en sus expresiones más elaboradas y la música para el jolgorio y el baile. Alguna vez se entenderá que si una música o un género no trascienden el microclima de los músicos el problema no es que las masas sean brutas sino que está ausente un trabajo de divulgación y educación de la oreja popular. Así como no es fácil llegar a disfrutar de un Miles Davis en el colmo de la complejidad sin previamente haber pasado por etapas musicales más accesibles y “entendibles”, no se le puede exigir a la gente que de un día para otro deguste sonidos y arreglos a los que jamás tuvo acceso. Desde ese punto de vista está todo por hacerse y está muy bien que así sea.

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