
Mi abuela ejerce / el antiguo oficio de las ollas
Exorciza hambrunas /y silencios
envuelta en su traje de gloria / el batón floreado y las chancletas
Se dibuja en el pecho / la señal de la cruz
y con ese ademán / ahuyenta la pena
en la invocación / de sus cucharas
Hay días en los que anda iluminada
y la hechicería casera
le asoma por los bordes gastados de la enagua
Navega entonces /por los turbulentos cauces
de la salsa
Con su pericia abona / el territorio de la pasta
Multiplica los panes / las sonrisas
Según la manera / en que la sorprenda la mañana
suele dejarse olvidadas las manos / en algún pote incierto
Los pescados / las carnes
aguardan resignados / su regreso
Mi abuela repitea sus ancestros
Descuidada sazona
la vida que nos resta.
Reynaldo Sietecase. Recetas Caseras
Las abuelas inventan. O, al menos, inventaban. O, disculpen la imprecisión, al menos la mía inventaba. Hasta hace un año, cuando la llevamos a un geriátrico -que, por supuesto, lleva el eufemístico nombre de “Hogar”- ella inventaba. Metía la mano la olla, pelaba una papa, rallaba una zanahoria, levantaba una planta de lechuga como un arma de guerra. Parecía a punto de hacer una revolución. Yo sabía que la estaba haciendo.
Mi abuela Poro, espléndida a sus 95, cocinó hasta los 94. Le gustaba. Quizás por eso es una de las pocas cosas que hoy, mientras está en el Hogar, debe extrañar un poco. A veces, alguno de sus nietos o incluso algún vecino o vecina, llegaba a su casa y ella le ofrecía algo para comer. “Preparo algo rápido”- decía, mientras se movía al son de uno de sus clásicos batones floreados comprados en la tienda de la esquina. Verla ahí, en su casa de Carapachay, con su pelo blanco, sus dientes postizos y un pelapapas, era -al menos para mí- como ver una pintura del renacimiento. Aunque mi abuela Poro hacía las compras a principios de mes, no pasaba nada si llegabas al final. En esa heladera -por suerte- siempre había algún remanente. La tradición de una buena abuela -al menos de una de hace diez, quince o veinte años- era producir algo de la nada. Un pionono con dos ingredientes, una gran ensalada con cuatro verduras, una carne deliciosa sazonada con perejil y alguito más. Cocina fácil, rápida y barata. Abuelas eran las de antes.
La tradición de una buena abuela era producir algo de la nada. Un pionono con dos ingredientes, una gran ensalada con cuatro verduras, una carne deliciosa sazonada con perejil y alguito más. Cocina fácil, rápida y barata
Hoy mi abuela me llamó por teléfono desde el geriátrico. Hablamos de Choly Berreteaga, esa cocinera ilustre de esta patria perdida. Choly murió hoy, a los 91 años.
– ¿Te acordás, Mariano? Yo tenía el libro.
– ¿Cuál libro, abuela?
– Y…el de la Cocina Fácil para la Mujer Difícil
Me acordé de Choly y de ese libro en la casa de mi abuela. De sus programas en Utilísima, esos que me tenía que clavar incluso cuando hubiera fútbol. Choly no se tocaba porque la pelota de la cocina no se manchaba jamás. Corté con mi abuela y fui a buscar el libro. Mi abuela había errado. Era “Cocina Fácil para la Mujer Moderna”. Dudo que mi abuela se sienta orgullosa con ese apelativo. Ella, según su propia definición, es clásica. Y, quizás, un poco difícil.
No sé demasiado de la historia de Choly. Solo sé que mi abuela decía que era de las buenas porque cocinaba bien, rico y, sobre todo, barato. –Es muy claro quién es malo en la cocina. Esos que gastan, los que desperdician todo. Y los que para cocinar hacen un enchastre- me dijo hoy la abuela. Choly era prolija, hacía cosas ricas, la podías imitar en tu casa. Ahora, los diarios cuentan que empezó con Doña Petrona, que se mandó solita a publicar libros, que tuvo su programa en esa gloria llamada Utilísima allá por los 80. Vestida como una dama, como una señora paqueta desparramaba su sabiduría culinaria como un británico haciendo un tratado de filosofía. Aunque la cosa sea difícil, la tienen que entender todos.
Choly Berreteaga no fue una cocinera más. ¿Conocen a alguna o a alguno que haya publicado más de 50 libros? ¿O a alguien tan a contrapelo de los tiempos que se haya animado a escribir recetas bajo el título Cocina Antidelivery? Choly, sucesora de Doña Petrona, fue la señora de la tele pero también de la calle. Administró cocinas en hoteles y hasta manejó confiterías. Pero, sobre todo, fue el motor de muchas señoras que querían hacer lo que podían con lo que tenían. Buen morfi con poca guita.
Los cocineros de hoy no son iguales- siguió diciéndome mi abuela. Y no se habló más. No me dio explicaciones ni argumentos. Simplemente dijo eso: que no son iguales. Es cierto. Son más modernos, más diversos, más polifacéticos. El público se renueva. Los modos también. Pero las recetas -las verdaderas- son las de siempre. ¿Cómo recordarán los millenials a quienes sazonan hoy su vida?
Mi abuela no se llevó el libro de Choly al geriátrico. Su única queja con el lugar es la comida. Si fuera por ella, se metería en la cocina, agarraría dos pedazos de carne, uno de pescado, unas verduras y un pollo, y cocinaría para un batallón.
Muchas abuelas fueron sus imitadoras. Viejas de barrio decididas a darlo todo por un plato.
Mirando atrás, somos muchos los que podemos ver a nuestras abuelas inventando. Lo hacían, claro, gracias a que personas como Choly habían dado la pauta de que se podía. De que no era necesario tener mucha plata, ni tampoco demasiado arte. Había que querer hacerlo. Muchas abuelas fueron sus imitadoras. Viejas de barrio decididas a darlo todo por un plato.
Hacía algunos años que Choly no estaba en la televisión. Decía que estaba cansada. Tenía las manos curtidas en aceite, en vegetales y en carnes. Sin ella en la tele, se fue un pedazo de nuestra infancia, como se va cada vez que una abuela ya no puede o no quiere cocinar. Ojalá que ahora, en las fiestas, muchas y muchos tomen sus libros y hagan alguna de sus recetas. Es una buena manera de homenajear un año que se va y un mundo que también parece estar yéndose. Le pediría a mi abuela que haga una. Estoy seguro de su respuesta: – ¿Y por qué no la hacés vos?
Allá vamos.
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