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20 de agosto 2023

Fernando Rosso

MÁS ALLÁ DEL BATACAZO ELECTORAL

Tiempo de lectura: 5 minutos

Milei causó una nueva grieta. Una batalla de gallos se desató entre quienes intentan descifrar el batacazo libertariano. Los contrincantes pueden dividirse en dos grandes grupos.

Por un lado, están los espantados por el aluvión zoológico inexplicable; los que se niegan a reconocer algún dejo de racionalidad detrás de la locura; los que creen que los adherentes de Javier Milei no tienen razón ni razones. Almas bellas capturadas por la sombra terrible de Gino Germani se sienten rodeados por tabulas razas en libre disponibilidad para la manipulación delirante. Una masa formateada por memes que sonaron en cabezas vacías y que se llenaron de white trash. Como el periódico socialista La Vanguardia algunos días después del 17 de octubre, condenan el bochornoso candombe blanco, el saldo del malón electoral; la horda que nada tiene que ver con el verdadero pueblo.

El acontecimiento inesperado sólo puede explicarse por la ignorancia de las nuevas generaciones rotas y las viejas generaciones aturdidas y malagradecidas. Todo combinado con teorías conspirativas que van desde la función determinante de los grandes jugadores internacionales como Steve Bannon y su plan secreto para trumpizar el mundo a través de las redes sociales hasta los intendentes del conurbano que son los sospechosos de siempre: nos cagaron, los votó más gente.

No hay nada que festejar, pero tampoco nada que cuestionar. De repente, Milei se transformó en un caudillo intuitivo, vibrante, perspicaz, que sabe ejercitar como nadie la seducción de la muchedumbre

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Por otro lado, están los romantizadores del mileísmo en construcción; los que inmediatamente corrieron en auxilio del vencedor; los que ven la más genuina expresión popular en el voto plebeyo al referente libertariano. El subsuelo sublevado de la patria que rugió de la mano del león. El que gana tiene razón y el que pierde está equivocado. Como los populistas rusos del siglo XIX, creen que hay descender al pueblo porque allí habita una verdad existencial e indiscutible. En un mismo acto, Milei expresa y constituye un pueblo. Los que transitan la delgada línea entre comprender y justificar. Los que consideran que la mano invisible del mercado que fogoneó a Milei y colaboró para posicionarlo como alternativa posible en el menú de opciones no tiene ninguna importancia. Los que prefieren recortar las aristas más reaccionarias del fenómeno precisamente allí donde se manifiestan en toda su magnitud. El mileísmo crece desde el pie y se ha forjado en el seno de una generación y en el corazón de una época, se nutrió de sus pasiones tristes, sus brotes de rabia y su amargura infinita. No hay nada que festejar, pero tampoco nada que cuestionar. De repente, Milei se transformó en un caudillo intuitivo, vibrante, perspicaz, que sabe ejercitar como nadie la seducción de la muchedumbre. No nos queda otra que rendirnos a sus pies.

Las dos perspectivas (como sucede regularmente con las polarizaciones) pueden compartir los mismos pre-juicios, entre ellos, sobredimensionar las potencialidades de Milei y subvalorar sus contradicciones y límites.

La sugerente idea que plantea que las transformaciones en el mundo del trabajo crearon una nueva sociología que encontró en Milei su más fiel representación debería confirmarse con guarismos electorales más altos en los sectores que están en la informalidad, dato que no está comprobado. Es probable que cierta “sociabilidad concurrencial” propia del neoliberalismo habite en las consciencias de los distintos segmentos sociales, pero no necesariamente es el producto de un determinismo de clase.

Desde el punto de vista ideológico (esto lo destacaron múltiples investigaciones) en su “voto blando” (que puede llegar a un tercio) hay muchas personas que no comparten los postulados del liberalismo radicalizado que defiende Milei: rechazan las privatizaciones o el despido de empleados públicos, no coinciden con la idea de terminar con los derechos laborales e incluso cuestionan los abusos empresarios de distinta índole. En general, cuando se destacan estas contradicciones entre los votantes de Milei la respuesta es que “los votantes de todos los espacios tienen contradicciones”, una afirmación verdadera, por cierto. Sin embargo, la política requiere del análisis concreto de una situación concreta y en este caso la cuestión es entender el significado del voto a Milei cuando se ha llegado a afirmar —bajo el impacto de los sorpresivos resultados de las PASO— que ya estamos en presencia de un nuevo consenso cristalizado para una solución ultraliberal para los problemas argentinos.

Desde el punto de vista ideológico (esto lo destacaron múltiples investigaciones) en su “voto blando” (que puede llegar a un tercio) hay muchas personas que no comparten los postulados del liberalismo radicalizado que defiende Milei

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Un columnista del Washington Post se apresuró a titular esta semana: En Argentina, surge un nuevo Trump, y la otra comparación obligada fue con la experiencia reciente de Jair Bolsonaro en Brasil. Sin embargo, la diferencia con Trump es que el proceso político que llevó al expresidente a la Casa Blanca tuvo como columna vertebral al Partido Republicano y contaba con el antecedente de la derecha del Tea Party; Milei no cuenta con ninguna estructura similar.

Bolsonaro, por su parte, fue el resultado del plan perfecto que le salió mal al establishment brasileño (su objetivo original era desbancar al PT para favorecer a un centro moderado), sin embargo, el excapitán gobernó con el respaldo de la corporación militar, de importantes actores económicos y eventualmente mediante la compra de los partidos “fisiológicos” del Congreso. Milei muy probablemente haya capitalizado el voto de la “familiar militar” (sobre todo, por su candidata a vice), pero el partido militar en tanto actor político en la Argentina no es ni la sombra de lo que fue porque sufrió una derrota histórica.

Teniendo en cuenta estos condicionantes y como quedaría el mapa institucional, Andrés Malamud escribió que “más allá de las intenciones, si el resultado de las PASO se repite en octubre presenciaremos un triángulo de gobernabilidad imposible: mientras el outsider Milei ocuparía la presidencia, un macrista puro gobernaría la ciudad de Buenos Aires y un kirchnerista puro lo haría en la provincia de Buenos Aires. Las dos Buenos Aires albergan al 45% de los argentinos y rodean al gobierno nacional. Cambiemos gobernó los tres territorios entre 2015 y 2019, y aún así enfrentó resistencia social y terminó en fracaso; la dispersión tripartita del control augura aún menos gobernabilidad”.

Esto remite a una última característica a tener en cuenta y que es constitutiva de otra anomalía argentina: el carácter contencioso de sus mayorías populares y de su sociedad civil. Si se desmaleza el programa económico de Milei retirando todo el agite rimbombante que lo rodea, lo que queda es una hoja de ruta macrista con cuarenta grados de fiebre. Subido al pony del triunfo en las elecciones de medio término de 2017, Macri anunció el tridente del reformismo permanente (laboral, fiscal y previsional) y dos meses después (en las jornadas de diciembre de aquel año) tuvo lugar el principio del fin de su aventura de gobierno. Parece que fue hace una vida, pero desde el punto de vista histórico fue ayer nomás. 

No se trata de negar el fenómeno reaccionario y sus alcances, el significado político del batacazo electoral, lo que expresa en términos de desplazamientos capilares en las relaciones de fuerza o en la disputa ideológica. Siguiendo el sabio consejo spinoziano de no llorar ni reír, se trata de valorarlo en su justa medida y armoniosamente.

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