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05 de octubre 2021

Juan Di Loreto

TU TIEMPO Y EL MÍO

Tiempo de lectura: 2 minutos

No hay duda de que vivimos una época vertiginosa. Los argentinos estamos acostumbrados a estas cosas. La secuencia es extraordinaria: pandemia y virtualidad total; caída mundial de servicios de mensajería y cierta vuelta a estados analógicos.

Se fue WhatsApp, se fue Instagram… quedó la ansiedad del mundo. Verdadero mal de esta época infame. Quizás no sea ya la angustia existencial de un mundo sin trascendencia (sin más allá), sino el ansia, la anticipación anticipada… del “llegando llegaste” al “yendo… a una cuadra”. No poder permanecer, no poder estar ensimismados y asimilar nada (o tener que asimilar todo todo el tiempo). No tenemos otra respuesta que la ansiedad, la reacción, la interrupción, la impertinencia. Una verdadera metafísica de la conexión. O de la demanda.

La retirada del enlace o, más importante, la posibilidad de conexión con el otro. No sabemos bien qué hacer. Entonces hacemos chistes en Twitter, un ejercicio contemporáneo. Mientras hacemos como que volvimos a otra época. Se juega un rato. Porque esa es la verdadera mala noticia. Nada vuelve en realidad. Encontramos otro WhatsApp y listo. Troilo no vuelve al barrio, Jerry ya no es el mismo (porque nosotros no somos los mismos) y así.

Mientras hacemos como que volvimos a otra época. Se juega un rato. Porque esa es la verdadera mala noticia. Nada vuelve en realidad. Encontramos otro WhatsApp y listo. Troilo no vuelve al barrio

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Ya está. Tocan otra música. La conexión inmediata organiza y nos subjetiva; nos hace ser contemporáneos. El mundo analógico nos parece mejor porque realmente no podemos recuperarlo. Ya lo había dicho Sartre en El Ser y la Nada: “El ser presente es, pues, el fundamento de su pasado”. La historia siempre se escribe desde el aquí y ahora. El pasado tranquiliza porque ahí ya somos algo que no va a cambiar. Nuestro temor está en el presente, que es pura incertidumbre. Porque es el lugar que no sabemos, pero lo que no sabemos es cómo vamos a ser. La repetida libertad existencial. Porque pueden condenarnos a ser la notificación en el teléfono de otro, pero el hombre, si es verdaderamente algo, no es reductible a ningún algoritmo. Es una nada de ser y posibilidades.

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