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03 de diciembre 2023

Fernando Rosso

LAS PALABRAS Y LAS COSAS

Tiempo de lectura: 5 minutos

Pasada la coyuntura intensa de la inflación cívica quizá se pueda volver a discutir de política.

No es gratuito jugar con conceptos que son caros a la historia de nuestro país e incluso a la historia universal. Sucedió un giro extraño entre la campaña electoral y los momentos inmediatamente posteriores al resultado fatídico. La extorsión progresista en su máximo esplendor llegó a afirmar que era “democracia o fascismo”, el subtexto decía: “si no estás con Massa, estás con el fascismo”. Resulta que después del balotaje, se encaró una transición ordenada con el “fascismo”. Cosas veredes de una época caracterizada por la desconexión sideral entre las palabras y las cosas.

Todo este discurso inflamado quería evitar algunos interrogantes incómodos que se imponen por su propio peso: ¿dónde tuvo su génesis esta nueva mayoría que “no comprendió” lo que estaba en juego en estas horas aciagas de nuestra república perdida?

Una primera respuesta es en el fracaso del “extremo centro”: la estrategia que considera que para combatir mejor a las derechas hay que postular a referentes que copien sus métodos, sus formas y hasta sus contenidos. Una segunda respuesta es la derrota del “mal menor” que —más que nunca en esta elección— fue el camino más directo hacia el mal mayor. Una tercera respuesta es la deriva del ensayo político que intentó contener el brutal deterioro social mediante prácticas, herramientas y políticas que profundizaban la crisis: desde la subordinación a los mandatos del Fondo Monetario Internacional y su ajuste infinito hasta el “calco y copia” de la solución punitivista para los agudos problemas sociales. En último debate hacia el balotaje hubo una (in) feliz coincidencia entre el representante de la “democracia” y el representante del “fascismo” en un punto oscuro: a los jóvenes pobres hay que darles leña, como planteó allá lejos y hace tiempo Rudy Guiliani, el guía espiritual de ambos candidatos en la espinosa cuestión de la seguridad.

Resulta que después del balotaje, se encaró una transición ordenada con el “fascismo”. Cosas veredes de una época caracterizada por la desconexión sideral entre las palabras y las cosas

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Desde el punto de vista más estructural, la etapa superior del ciclo abierto en 2001 permite distinguir con más claridad la anatomía económico-social argentina y sus invariantes durante estas dos décadas. Los proyectos progresistas o “populistas” fueron posneoliberales en dos sentidos: porque vinieron después del reseteo neoliberal del mundo y porque se asentaron sobre sus bases. La verdadera grieta terminó enfrentando a un “neoliberalismo inclusivo” o “neoliberalismo excluyente”, dos formas que —paradójicamente o no— confirmaron y profundizaron la razón neoliberal.

La expansión económica que habilitó el superciclo de las materias primas atenuó las contradicciones que esta forma de acumulación encerraba. Cuando esas condiciones se acabaron y bajó la marea del “viento de cola”, quedó a la intemperie una sociedad corroída y un mundo del trabajo erosionado por la precarización y la informalidad como fenómenos más sobresalientes. La consecuencia fue la expulsión del mundo laboral formal de una parte considerable de la clase trabajadora y una individualización forzosa que impuso la competencia y la lógica concurrencial como principio ordenador para su supervivencia.

En El largo camino de la renovación. El thatcherismo y la crisis de la izquierda (Lengua de trapo, 2018) el sociólogo jamaiquino Stuart Hall escribió que era importante entender por qué la socialdemocracia laborista fue vulnerable a la acusación de “estatismo” en los orígenes del thatcherismo y, en consecuencia, por qué el “anti-estatismo” demostró ser un eslogan poderoso. Quería huir del camino facilista de considerar que el avance del thatcherismo sólo podía atribuirse a una “falsa conciencia”. Hall explicó que el proyecto del corporativismo socialdemócrata (laborista) fue la contención y la reforma, no la transformación del capitalismo británico en crisis. Lo que el capital evidentemente ya no podía lograr por sí mismo, el reformismo tendría que hacerlo ampliando facultades del Estado y utilizando al Estado como representante del “interés general” para lograr condiciones que permitan una reanudación efectiva de la acumulación y la rentabilidad capitalistas. Para Hall, la socialdemocracia no tenía otra estrategia viable para el gran capital (y el gran capital no tenía una estrategia alternativa viable para sí mismo) que no implicara una regulación y un apoyo estatal masivo. De ahí que el Estado se transformó en una presencia extendida al que se podía encontrar en todos los ámbitos de la vida social y económica. Sin embargo, a medida que la recesión y la crisis se hizo más profunda, la gestión de la misma requirió que el Partido Laborista disciplinara, limitara y vigilara a las mismas clases a las que decía representar a través de su narrativa estatista. En criollo, el resultado fue un estado hinchado que “mucho abarca y poco aprieta” y que, además, ajusta. La reacción social contra la crisis se transformó en rechazo político contra el Estado que, ante la ausencia de alternativas por izquierda, terminó capitalizado y a la vez modelado por el thatcherismo. Una dinámica que no solo impugna la estrategia reformista, también interpela a la creatividad y potencialidad política de la izquierda para postularse como opción, tanto en la Gran Bretaña de fines de los años 70 del siglo pasado como en la Argentina de 2023.

El manotazo de ahogado que pretendió reducir todo el debate político al binarismo moral: (“democracia o fascismo”) quiso esquivar este bulto de problemas que el cachetazo electoral y la incertidumbre del presente puso nuevamente sobre la mesa

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En nuestro país, luego del 2001 asistimos a una ampliación de un Estado con “capacidades estatales” muy disminuidas, precisamente porque el núcleo duro de contrarreformas neoliberales nunca fue revertido. Esto produjo una “hinchazón” del Estado más a que una reedición (imposible) del “estado providencia” que caracterizó al mundo de posguerra. Tiene una presencia masiva en múltiples esferas de la vida económica y social y “efectividades conducentes” que tienden a cero en términos de soluciones reales. En medio de la gran crisis de principios de siglo, al capital no tenía otra alternativa que “conceder” la gestión de la hecatombe a nuestra peculiar “socialdemocracia” (el peronismo de centro izquierda), pero desde el 2014 (“sintonía fina”) hasta el 2023 (ajuste massista) esa misma coalición política comenzó a metamorfosearse y a intentar disciplinar, limitar y ajustar al bloque de clases al que decía representar con mayor legitimidad que sus oponentes. Para aportar a la confusión general, esta dinámica en la vida real iba acompañada de una inflación del discurso “estatalista” (“el Estado te salva”) en el contexto de una política deliberada de desmovilización popular y estatalización burocrática de la militancia cuya utopía mayor se redujo a la estadolatría. El anti-estatismo entró como “cuchillo en la manteca”, especialmente en aquellos desplazados de la producción y abandonados por el Estado, con su respectivo componente ideológico en el sentido tradicional del término: como “falsa conciencia” que identifica su rechazo al Estado con las necesidades del capital que pretende deshacerse de regulaciones molestas que vienen de la etapa anterior.

El “núcleo racional” del discurso del libertarianismo radica en que coloca el dedo en la llaga de estas contradicciones. Dio expresión coyuntural al resentimiento social que necesariamente produce la crisis, reivindicando una autenticidad perversa, pero que se fundamenta problemas reales.

El manotazo de ahogado que pretendió reducir todo el debate político al binarismo moral: (“democracia o fascismo”) quiso esquivar este bulto de problemas que el cachetazo electoral y la incertidumbre del presente puso nuevamente sobre la mesa. Un núcleo de temas urgentes que —entre otras cosas— es necesario abordar para evitar que el experimento en construcción transforme su éxito coyuntural en una nueva hegemonía.

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