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03 de octubre 2023

Jazmín Bazán

LA VIRGEN CUMPLIÓ AÑOS CON LA DEMOCRACIA (Y SE LLEVÓ TODOS LOS INVITADOS)

Tiempo de lectura: 5 minutos

En San Nicolás de los Arroyos se celebró el cuadragésimo aniversario de la Virgen del Rosario. María, la única heroína en este lío.

El pibe de la remera de Banfield –veintipico, flaco, cansado– toca una de las tantas imágenes que rodea al Santuario María del Rosario de San Nicolás y baja la cabeza. Pasa un minuto y no suelta. Pasan dos y sigue firme. ¿Cuánto dura un rezo? Van casi tres minutos y empieza a aflojar, pero enseguida estampa la palma entera contra el vidrio. Mira de lleno a la figura de porcelana, como si hubiera escuchado algo. ¿Cuánto duran las penas?

“El agua que brota de esta fuente ya está bendecida”. Hoja tamaño oficio, pegada con cinta de doble faz; mayúsculas y firma oficial. No es ninguna Fontana di Trevi (ni siquiera una pileta agradable a la vista). Ahí están, nueve canillas, tipo bebedero, un poco sucias. El día es de filas y espera. Un chico –diez años, ayudando al viejo– vende dos botellas de PVC con forma de la Virgen por $500. En rosa y en celeste, para la cartera remendada de la dama y el bolsillo vacío del caballero. Un hombre –cintita del gauchito gil, tres rosarios encima– se anticipa y llena un bidón. Faltan diez horas para la medianoche, aniversario de la aparición mariana.

En la previa, suenan unos clásicos. “El señor de Galilea” es el favorito. Junto a un hombre en silla de ruedas, unos scouts siempre listos entonan: “Está el amor de María corriendo por mi ser, que hace a los enfermos caminar y ver” (sintaxis dudosa, mensaje efectivo).

Ningún otro ídolo popular recibe este cariño. A nadie se confía libre de todo pecado. La Virgen del Rosario, como la democracia, alcanzó sus cuarenta pirulos y se cortó sola para la fiesta. Firme, en el lugar paradigmático de nuestros cambalaches, pero mirando de afuera

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El clima es de cumpleaños –menú: mate, gaseosas, tortillas, pan con chicharrón y budín–, manifestación –banderas, cantos, discursos, consignas– o recital –sillas, mantas, sin porro–. La Municipalidad, en modo Costa Atlántica, cobra dos mil pesos a quienes llevan su carpa. La gente se traga el reclamo: María se va a vengar.

Dentro de la Basílica, la gente acaricia los retratos de Jesús y su vieja, la pared, los carteles de los horarios de las misas. Palpo, luego existo (nadie es feliz sin ver). Otra cola para ver a María superstar. El vidrio de la figura central, ubicada todavía en el primer piso, está empañado; huellas sobre huellas. Lo divino lo es en tanto tangible. “Madrecita, hacelo por mi hijo, por él te lo pido”, lagrimea una mujer.

0 horas del 25 de septiembre. Cuenta regresiva. El cura agita. La multitud estalla al ritmo de “que los cumplas feliz”. Esta vez no hay pirotecnia: las tortas cuestan cientos de miles de pesos y hasta Dios está seco –un sacerdote cambia la versión y alega motivos ecológicos–. El año pasado, un fiel llevó fuegos artificiales que no despegaron y se dispararon al ras del suelo. “No pasó nada de milagro”, cuentan.

El 25, a las 15 horas, se realiza la procesión. 200 mil personas aproximadamente. La emoción es contagiosa y hace revivir oraciones del fondo de la memoria. Hay de todo. Camperas de feria y de Columbia. Familias enteras acampan hace días (¿Taylor, quién te conoce?). Muchos chicos sobre los hombros. Vestimentas norteñas y puebleros de allá ité. Como todos los años, los adictos en recuperación marchan durante días para dar el presente. La Virgen, abanderada de los humildes, ya desprovista de estuche, sale de su casa. “Cuarenta años no se cumplen todos los días”. Una mujer solloza. Como otros, se apura para seguirle el paso a María. Le gana la señora que corre con las rodillas, con el pantalón ya roto. Hay ánimo de sacrificio.

–¡Viva María! –vocifera un hombre en la multitud, como si tuviera un martirio preso en el pecho.

La multitud enloquece (“¡Vivaaaa!”).

-¡Viva Jesús!

La democracia prometió dar de comer, educar, curar. No cumplió. Las palabras que la Virgen había proferido ante la elegida –que vive ahí nomás de la Basílica y recibe miles de cartas de los creyentes– recobran fuerza: “Me tienen olvidada, pero he resurgido”

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Se oye un “María, presente” (¿ahora y siempre?). Nuevamente, fervor. Sol, movilización popular. Sensación de día peronista, de esos que ya no hay ni puede haber. Continúan los Avemarías en loop. Peregrinación 2.0: nadie suelta el celular. Peregrinación inflacionaria: $750 el pin grande, $1.500 la estatuilla chica, $600 el pañuelo. Peregrinación polirrubro: “Kiosco – Santería – Sandwiches”.

Ningún otro ídolo popular recibe este cariño. A nadie se confía libre de todo pecado. La Virgen del Rosario, como la democracia, alcanzó sus cuarenta pirulos y se cortó sola para la fiesta. Firme, en el lugar paradigmático de nuestros cambalaches, pero mirando de afuera. Que el incendio de la villa miseria situada a unos kilómetros del santuario, que la privatización de SOMISA de los noventa y los despidos masivos. Con su manto y su cruz, proclama: “Yo, argentina”. Acá, donde fuera el Acuerdo de San Nicolás, aquel que buscó sentar las bases de la organización nacional y terminó ninguneado por Buenos Aires (como Dios, la Virgen se calza la camiseta, pero sabe dónde atender).

Ya hace cuatro décadas desde que Gladys Herminia Quiroga de Motta sintió la luz que precedió a la primera visión avalada por la investigación canónico-burocrática que pone en carpetas separadas los delirios místicos y las revelaciones posta posta. La democracia prometió dar de comer, educar, curar. No cumplió. Las palabras que la Virgen había proferido ante la elegida –que vive ahí nomás de la Basílica y recibe miles de cartas de los creyentes– recobran fuerza: “Me tienen olvidada, pero he resurgido”. Vuelve con viejos lemas implícitos, acaso no tan oxidados: Dios, patria y familia. Marcha, como no podía ser de otra manera, rodeada por un cordón de prefectos y clérigos. Los uniformados (con sotana, trajes beige o con motivo militar) custodian la virginidad de esta Madre de todos los caídos en batalla. La masa: “Y bendito es el fruto de tu vientre Jesús”. Sutil victoria moral para la Iglesia, que, aunque sea por un rato, cotiza un poco más en bolsa.

De lejos, la Virgen parece flotar entre los asistentes, en un mosh pacífico. Una anciana –ochenta y tantos, bajita, acento formoseño– da un salto sin garrocha imposible y la alcanza. Rompe en llanto. En algo hay que creer y las nuevas-espiritualidades-chic no contienen el aliento a hambre que hoy está rezando. Entre los que se entregan a la desobediencia civil y enfrentan cuerpo a cuerpo a las fuerzas del orden por fines divinos se encuentran un hombre –cincuenta años, grandote, brazo enyesado–, una nena –ropa de Barbie, actitud aventurera– alzada por la mamá, una mujer pituca –“¡llegué, lo hice!”–. Hay empujones, pero todo es con disculpas y dirección compartida (¿dónde más existe esta paz?). Los prefectos se impacientan un poco, pero siguen caminando.

Es hora del regreso triunfal de la Virgen. La algarabía es total y se expresa de distintas formas. Abrazos, gritos, lágrimas, risas, saltos. Un hombre se tira y duerme, con las manos en posición de rezo. “Me quedé sin trabajo hace meses, sé que ella me va auxiliar”. María como consenso sin plataforma. Como vocabulario compartido. La única heroína en este lío. Resurrección de la esperanza en la incertidumbre, convoca sin padrones ni punteros. La gente no le exige, le ruega; no la culpa, le pide perdón; le agradece por anticipado y le entrega los últimos cheques en blanco que quedaban escondidos debajo del colchón. Fin de fiesta. Remiseros y comerciantes –beneficiarios efímeros de la crisis– cierran con balance positivo. La multitud, ya como islas perdidas, se dispersa. Sobre la calle Alem hay enormes carteles de campaña de Massa y de Bullrich. Maculados, intocables. Solos, esperando, ellos también, un Milagro.

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