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09 de octubre 2020

Shila Vilker

HARVEY DOS CARAS

Tiempo de lectura: 8 minutos

0-Contexto

CONTORNO PANDÉMICO. El murciélago de Wuhan, después de la vaca loca y la oveja Dolly, finiquitó la monotonía biológica. ¿La vida social enloquecerá como la zoonosis? ¿Es este un contexto transicional? ¿Es inaugural? ¿O es apenas una pausa hasta que todo vuelva a la “vieja normalidad”? Cualquier cosa que se diga sobre este año que se cumple desde el momento de victoria del FdT será poco y provisorio, sobre todo porque más de la mitad de ese tiempo estuvo signado por una nueva forma de ser y hacer política en el imperio de la pandemia, que habilitó la presencia del Estado en ámbitos impensados. Todavía hay que hilar mucho, y hay que hacer mucha política comparada, porque nunca como en la crisis pandémica los países se emularon o se desmarcaron los unos a los otros. En este contexto de fuerte incertidumbre, inestabilidad y en la que no estaba claro el impacto potencial de cada medida, toda decisión fue y sigue siendo un salto al vacío.

I-Tiempo

PAUSAS. El suspense requiere tiempo para su despliegue; los gobiernos también. Hay que aprender a durar, y este gobierno hace muy poco que se las está viendo con el problema del tiempo. Hasta aquí, su temporalidad estuvo signada por la pausa y el clima que impera en ella. Primero fue la pausa “hasta que se cierre el acuerdo por la deuda”. Porque sin acuerdo con los bonistas no habría presupuesto y sin presupuesto no arrancaría nada. En esa etapa de los primeros 100 días, caracterizada por el sentimiento inicial de enamoramiento, permisividad y contemplación, el gobierno puso en marcha acelerada grandes mesas (la del hambre, por ejemplo) y discutió la posibilidad de implementar otras como el Consejo Económico y Social. En esta primera etapa el fenómeno dialoguista -la mesa de los diversos, la mesa de los no asimilables- entraba en escena para sostener la primer etiqueta que el gobierno eligió colgarse: la unidad. Arrancó así, en pausa, mostrando una forma de ser, de ser-en-pausa-y-en-unidad hasta que arregláramos el tema de la deuda.

Y mientras esa pausa se efectuaba, llegó la pausa del COVID. No lo dicen los epidemiólogos, pero lo señala la opinión pública: la enfermedad se conoció aquí y en casi todo el mundo mediada por esa pausa temporal que impuso la cuarentena. En esto Argentina se parece a otras naciones. El tiempo de pausa, que desrealiza el futuro, es también un tiempo de transformación subjetiva y de redefiniciones. Y las proyecciones y las promesas, y los planes y los cálculos, y las aspiraciones y los deseos y todo ese material informe que se organiza en función del futuro se desvaneció. Así inició el gobierno su proceso de mutación.

Cualquier cosa que se diga sobre este año que se cumple desde el momento de victoria del FdT será poco y provisorio

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II-Sentido

PROMESAS. Este segundo tiempo de pausa, el tiempo de la mutación y de la desrealización del futuro, pone también en suspenso la promesa electoral. El primer indicador de fortaleza de un gobierno, y que ayuda a ordenar la valoración que los votantes tienen de él, es si cumplió o no con sus compromisos electorales. La campaña del FdT se cuidó bastante de no prometer a lo pavote. El recuerdo de las promesas incumplidas de la campaña de Cambiemos en 2015, de gran tangibilidad, había dejado un sentimiento de duda y escepticismo sobre el grado de efectividad y de aceptación por parte de los electores. Tal vez por eso, la campaña con la que el FdT ganó las elecciones tuvo apenas dos mantras de repunte económico, expresados en los claims “encender la economía” y “ponernos de pie”. Parecen señalar fenómenos distintos, pero en el 19 todo lo dicho por el FdT tuvo en lo económico su reverberación, contraste claro de ese talón de Aquiles de Cambiemos. Alberto trajo entonces una idea vieja pero aún robusta y que tenía potencial para ilusionar: revivir el tejido Pyme, volver a desatar el círculo virtuoso en la que una pyme necesita de otra y ambas de la tercera y cada una, a su vez, es parte de un dispositivo mayor capaz de generar empleo y traer bonanza económica.

Pero la significación siempre es lo más inaprensible de todo. Viéndolo retrospectivamente, y aún sabiendo del contraste señalado, cabe aún preguntarse por qué “ponerse de pie” se entendió en la campaña como metáfora de encender la economía, o viceversa. Una y otra frase se hacían eco y reforzaban una sola idea: dar vuelta el dramatismo económico en el que estaban sumidas las familias argentinas. Nadie decía que fuera fácil, pero el señalamiento de Mauricio Macri como “inútil” volvía simple transitar la senda de la reactivación. Como dice Gramsci, “ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes”. Repensando el sentido de las frases -las palabras políticas pueden revisitarse-, “ponerse de pie” pudo haber significado en otra dirección.

El recuerdo de las promesas incumplidas de la campaña de Cambiemos en 2015, de gran tangibilidad, había dejado un sentimiento de duda y escepticismo sobre el grado de efectividad y de aceptación por parte de los electores

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El ejercicio: ¿qué sería “ponerse de pie”? ¿Nos abre la interrogación el mundo de la ética, y en ese caso, como articularía con economía? ¿Ponerse de pie puede significar una nueva dignidad desvinculada de lo económico? ¿Algo más actitudinal que material? ¿Se confunde más con reactivación económica o se diferencia de estar de rodillas, con su cúmulo de connotaciones? ¿Es la conquista de la dignidad por la consecución de roles sociales aceptables, como ser un buen padre o ayudar en la construcción de viviendas comunitarias? Estoy segura de que hay ahí una dignidad antes que una economía, como un ponerse de pie en la realización de un trabajo duro, con escaso impacto económico, pero igualmente gratificante. Entre esas dos pausas, entonces, la promesa de encender la economía tuvo que esperar doce meses para que la llave al menos se inserte en el motor.

III-Identidad

ALBERTOS. No hay versión original de Alberto. Hay, al contrario, la equivocación de las demasiadas preguntas esencialistas sobre su persona. Creo que Alberto tiene ganas de ser evaluado por su pragmatismo y por el impacto de sus decisiones y menos por sus creencias o declaraciones. Detrás de las huellas del twitteo y de los archivos televisivos de Alberto, detrás de esa minuciosa auscultación del detalle, se extermina el mandato sintético que lo puso en la presidencia. ¿Es como dice Héctor? ¿O es como dice Cristina? El pivoteo entre actores, ese es ha sido su poder de síntesis.

Fue un activo y no una contradicción, en su momento, que ayer haya dicho negro y luego dijera blanco. El mandato sintético es al mismo tiempo esa capacidad que se imaginaba en Alberto de superar las disputas en pugna, de acercar las posiciones para recorrer un camino conjunto. Unidad. Esa fue la línea de plantado inicial del gobierno que interpretaba, como segunda aspiración y por detrás de la económica, el segundo desafío argento.  

La tensión entre esas dos caras que hoy lo sumergen en el inicio de una crisis de credibilidad y liderazgo, y que repercute en la economía por la falta de confianza, son las mismas dos caras que lo convirtieron en el candidato ganador. Alberto fue hace un año un fenómeno de síntesis. Su fuerza de personalidad es el poder estar en cercanía y lejanía simultánea con varios de los actores en pugna. Cristina eligió como presidente a su verdugo del 2017, el jefe de campaña de un Randazzo que se quedó con el sello PJ y que en la práctica significó la división del voto azul y la pérdida del FpV ante un ignoto como Bullrich: no es que no se dio cuenta. Pero esa capacidad, necesaria en la dinámica electoral, se está manifestando como un límite en la gestión. Dicho de otro modo: esa cintura que representó un activo electoral, es un lastre en la gestión. En primer lugar por la incertidumbre que genera. Tal vez como a Harvey Dos Caras -ese ambiguo personaje de Batman que es al mismo tiempo héroe y villano, y cuyas acciones se dirimen por el azar, a veces por el bien, a veces por el mal, lanzando una moneda al aire-, a Alberto se lo puede ver intermitente, yendo y viniendo sin razón aparente ante las exigencias posicionales de la grieta.

¿Qué sería “ponerse de pie”? ¿Nos abre la interrogación el mundo de la ética, y en ese caso, como articularía con economía?

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Alberto tiene la identidad en fusión, aunque ya dijimos que mejor dejar su identidad librada a la fluctuaciones y los contrapesos del equilibrio. No nos habíamos dado cuenta, pero a fin de cuentas Alberto el Equilibrista era el señalamiento de la conformidad con su capacidad política de amplio espectro. Hoy la idea de equilibrio ha sido desplazada por el enojo. Lógicamente, nadie se siente plenamente expresado.

La prenda de amor de Alberto, para que sea exitosa su potencia sintética, no puede ser total; pero su problema  es, al mismo tiempo, que a nadie se entrega completamente. Aporía sin solución de la que no es sólo responsable el presidente: le exigen demasiado y Alberto vive en un mundo de poliamor. En el barrio decimos que para ser peronista es demasiado radical, y para ser radical es demasiado peronista. Ese no lugar es lo que le pasa a los socialdemócratas o a los “progres” en un modelo político que exige definiciones tajantes. Tal vez por eso, un año después y después de hacer agua, el PJ lo quiera peronizar. Sólo que ya no sabemos aquí, en esta alteración, quién puede lo más y quién puede lo menos.

IV-Decir y hacer

INTELIGENCIA OPERACIONAL. Esto es lo que aún no ha demostrado el oficialismo. El peor fracaso de este gobierno en estos primeros meses no responde a las críticas-muchas veces exageradas e injustas, y concentradas en las ideas de impunidad, corrupción, avasallamiento de poderes- de la oposición, sino a la destrucción de valor social acumulado. Pérdida de masa económica, contracción del intercambio, reducción del comercio, incremento de la pobreza. Y encima, una perspectiva de penurias por venir, incluso liberada por los próximos años de la exigencia de la deuda. Todo mal.

Aporía sin solución de la que no es sólo responsable el presidente: le exigen demasiado y Alberto vive en un mundo de poliamor

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A cambio de las grandes dificultades para las concreciones -única dimensión donde el presidente no se muestra a lo Harvey-; Alberto goza de buena salud en el decir. Los atributos vinculados a las virtudes de la lengua, el presidente los tiene todos. Es dialoguista, habla como un profesor, tiene un “dialecto moderado”, quiere encontrar acuerdos, arma mesas diversas, escucha. La caracterización sistemática del presidente pasa, principalmente, por un mundo de enunciados. Hay que rescatarlo, porque las virtudes de una lengua pacificadora que busca consensos y acuerdos son invalorables en un país que necesita calma, reencuentro, y ruptura de burbujas. En esto, el modelo alfonsinista todavía parece prolífico. Pero hay que reconocerlo, es de corto aliento. Siempre el hacer será mejor que el decir. Y siempre, en nuestras democracias presidencialistas, permanecer en el decir estará expuesto a la crisis de credibilidad, fenómeno latente y que a menos de un año de asumir empieza a asomar. 

V-Amenazas

IMPLOSIONES ¿Puede Argentina estallar sin que haya estallido? Argentina va estallando por partes, de a cachos. Un día con tomas, otro día con devaluaciones, y a la semana siguiente con una rebelión policial. La oposición presenta la propiedad privada como una institución frágil; algunos movimientos sociales tienen el “circuito mediático armado” para mostrarle a la sociedad cómo se vulneran derechos; la clase media se cree el pato de la boda; los que pueden un poco más ven en Uruguay y España (países que tienen en su haber una historia de expulsiones) una panacea; y todos, todos sin excepción, temen ser víctimas del delito.

El temperamento colectivo es anárquico por naturaleza –Conrad dixit. Hoy, sin embargo, la sociedad está más ansiosa que nunca, un poco como respuesta, también, al malestar económico, a la inquietud contextual y a las nuevas atribuciones de la política en cuarentena (a las que la adhesión y el acuerdo no les anula el peso en lo cotidiano). La vida siempre ha sido un hecho rodeado de toda clase de restricciones y consideraciones, siempre ha estado organizada y siempre ha estado expuesta a su desorganización. Puede ser que haya habido actores, incluso, que hayan apostado en este último tiempo por la inestabilidad de las relaciones humanas.

Da la impresión de que imponer orden se vuelve cada vez más difícil -problema delicado para cualquier oficialismo- y ya hemos visto en este año al gobierno ceder a riesgos sanitarios ante el peligro mayor del desacato. El gobierno, además, no logra administrar el clima anímico de la sociedad, lo que ya muestra una falla parcial en la orientación y gestión de las emociones. La verdad es que fuera de los lugares comunes de la grieta, nadie sabe hacia dónde dirigir sus odios y sus resentimientos. Pero más delicado aún es a dónde dirigir los pensamientos y las acciones positivas. Argentina no sabe a dónde mirar ni en qué inspirarse para cambiar la dirección de su destino trágico. Ya no alcanza el plan quinquenal, tampoco el keynesianismo, tampoco el momento de cambio del patrón oro al dólar, ni el tratado de la Moncloa. ¿Dónde mirar para nutrirse de esperanza y entusiasmo renovado? Sin plan, sin inspiración y estallada sin estallido; para usar una metáfora médica, Argentina no encuentra aún su propia vacuna. Por lo pronto, con el acuerdo con bonistas cerrado y la promesa de acompañamiento clemente por parte del FMI, nos guía una imagen alfabética: la V, la J invertida. La letra muestra la forma del recupero -entusiasta en la V, cauta en la J-, si estuviésemos seguros de predecir cuándo se terminará de caer. Sería de mal gusto expresar una metáfora boxística como la de besar la lona para evocar el futuro inmediato. Todo parece indicar que el fin de la caída podría estar cerca. Si así fuese, hay una oportunidad para volver a estar de pie. Eso daría razones para el 2021.

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