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07 de mayo 2015

Eduardo Minutella

DE DENUNCIAS (ELOGIO DE HIPPOLYTHE BAYARD)

Tiempo de lectura: 3 minutos

Como en todo año electoral, en los meses que siguen asistiremos a una inflación de denuncias. El momento parece propicio. De hecho, el 2015 se inició con una acusación ciertamente altisonante, multiplicada ad infinitum por el enigma de Le Parc. Pero habrá más: se hablará de negociados con la obra pública y del uso indebido de fondos para sostener las campañas; se aludirá al destino oscuro del dinero de las casas de juego; se realizarán acusaciones cruzadas de enriquecimiento ilícito, complicidad con el narco y fomento de la destrucción ambiental y el capitalismo de amigos; se enrostrarán traiciones partidarias con fines electorales e incluso –tal vez– algunos retomen en clave acusatoria los fantasmas del golpe blando o el intento de eternizar lo perecedero. El repertorio es prácticamente infinito e invita a unos y otros a usarlo en forma discrecional. La denuncia lo impregna todo y la historia del país la ha conocido como tragedia, y también como farsa. Y aunque la mayoría suelen terminar en la papelera de reciclaje de la Historia, algunas logran trascender a su época. En este caso queremos recordar una de ellas, perpetrada en 1840 por el francés Hippolythe Bayard. En la década de 1830 eran varios los que realizaban investigaciones que, por distintos caminos, llevaron al desarrollo de la fotografía. El procedimiento prometía amplia utilidad, tanto social como científica, además de considerables réditos económicos. Entre los investigadores, mayormente científicos aficionados que indagaban en su tiempo libre, se encontraban Hércules Florence, Joseph Nicéphore Niépce, Louis Daguerre y el mencionado Bayard, para mencionar solo a los franceses. Los procesos se realizaban en paralelo, con nulo conocimiento público de los hallazgos que surgían de las distintas indagaciones de los demás, a excepción de los casos de Daguerre y Niépce. Estos últimos se asociaron, aunque solo por un breve lapso, ya que Niépce murió en 1833. Luego de varias pruebas exitosas Bayard intentó hacer público su invento y obtener el reconocimiento oficial por parte del Estado. Con ese fin se presentó ante la Academia de Ciencias de Francia y se entrevistó con el secretario de la entidad, el diputado François Arago. Sin embargo, Bayard desconocía un dato fundamental: Arago era amigo de Daguerre. El diputado felicitó a Bayard por sus trabajos y le sugirió que perfeccionase más su técnica de reproducción de imágenes antes de hacerla pública, para lograr un mayor impacto. Acto seguido, alentó a su amigo Daguerre a realizar una rápida presentación oficial de su método de captación de imágenes, para que se anticipase a la nueva presentación de Bayard. Así, Daguerre obtuvo el aval oficial por su invención, el reconocimiento mundial como inventor del procedimiento fotográfico y una importante renta vitalicia por parte del Estado francés.

Desesperado por la traición de Arago, Bayard realizó entonces una denuncia genial: hizo llegar a la Academia y pidió que se difundiera una imagen que daba cuenta de su propia muerte. En el reverso de la foto se leía la siguiente leyenda: “El cuerpo que ven aquí es el del señor Bayard, inventor del proceso que se les acaba de mostrar. Por lo que sé, este experimentador infatigable estuvo ocupado por más de tres años con su descubrimiento. El gobierno, que ha sido tan generoso con el señor Daguerre, ha dicho que no puede hacer nada por Bayard, y el pobre hombre se ha ahogado”. Pero los muertos que Bayard fotografiaba gozaban de buena salud: el fotógrafo había fingido su deceso con el objetivo de hacer más resonante su reclamo. Por ingeniosa, la estrategia le valió algún reconocimiento, y finalmente consiguió que el Estado francés le reconociera una pequeña y única compensación económica en carácter de pionero. Aunque Bayard no lo sabía, la imagen que captó constituye el primer ejemplo histórico de foto performática. Ce n’est pas une noyé; antes que la pipa de Magritte, la representación escenificada de su cuerpo “muerto” nos invita a pensar sobre la traición de las imágenes. Y, aún más importante, nos revela al relegado inventor como artífice del uso de la imagen fotográfica como herramienta de denuncia política. Que la próxima andanada de denuncias nos encuentre evocando –a modo de reparación histórica– la memoria del ahogado de Bayard.

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