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23 de marzo 2024

Juan Di Loreto

CERRADO POR DERRIBO

Tiempo de lectura: 4 minutos

Creo que ya lo sabíamos desde antes. Estamos perdidos. O peor, estamos dando vueltas en círculos que se cruzan a sí mismos, que es lo mismo que estar perdidos. Si no te importa dónde estás, el extravío no existe. “A las vueltas como perro tapado”, dice mi viejo. Estar perdidos es saber a dónde queremos ir, pero no saber cómo debemos llegar. La forma del camino es la respuesta. Pero claro, es una respuesta vacía. ¿Quién traza esa ruta? ¿Vos? ¿Yo? ¿Nosotros?

“Nunca me había pasado de andar sin un peso en el bolsillo. No podía comprar nada y no me quedaba nada para vender”, escribía el narrador de Una sombra ya pronto serás de Osvaldo Soriano hace unas décadas. El protagonista no tiene nombre ni tiene destino. Aparece en medio de la inmensidad, que otros llaman Provincia de Buenos Aires, como para darse un objetivo. Siempre que uno se mueve tiene la ilusión de que la pérdida no existe. Todavía andás, por lo menos. “Hice un recorrido absurdo, dando vueltas y retrocediendo y ahora me encontraba en el mismo lugar que al principio o en otro idéntico”. No hay peor cosa que perderse dentro del terreno que se dice conocer.

Estamos hechos unos crotos. Todo parece abandonado, sucio, echado a su suerte. La ausencia de Estado no es libertad, sino es un tipo que se fuga a medianoche. El despojo no nos gusta. Los últimos años nos enseñaron a tener cosas y soltar, y, como se sabe, nadie suelta nada. Soltar es un barquito de papel de los libros de autoayuda. Estamos atenazados a las cosas. Estallamos en las cosas nuestras, cada vez, siempre, no existimos sino por medio de lo que tenemos, decimos, perdemos.

Casi en un pase de magia se desarman, aquí y allá, programas, acuerdos, fondos, se cierran espacios, que ni el neoliberalismo se atrevió a tocar. Ni siquiera es que se los privatiza, sino que se los cierra directamente

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Y ahora nos toca resignar. ¿Vivir con los nuestro? Ni siquiera. Perder, hay que perder, esa es la consigna. Perder la pérdida. Dar todo por perdido. Sí lo personal es lo más político que hay, entonces la pérdida a la que asistimos es, como decía Freud, “inconsolable, sin encontrar sustituto”. Aunque esa es la diferencia entre la política y la muerte, que la política es lo opuesto a lo definitivo. Casi, entonces, diríamos, que la política, para ser política, es lo incierto, una niebla que sugiere pero que tenemos que terminar de disipar.

Hace unos años Ignacio Lewkowiz, pensador argentino, muerto trágicamente joven en el Delta, ya hablaba de un sujeto desfondado. Hay que aprender a pensar sin Estado, decía. Ese monumentalismo, esa concretitud que sostenía al sujeto del Siglo XX ya era, entonces, en los albores de los dosmiles, un espectro que todos hacían que existía. El sujeto moderno fuerte, el obrero que se contaban de a miles en Francia, Italia… dio paso a un modelo tan líquido y deslocalizado que había que preguntarse si, incluso, la clase trabajadora como colectivo existía. De ser material como el concreto a la materialidad simbólica de la ficción nostálgica. Un Estado que ya estaba minado por todos lados, las cargas de trotyl, como en el final de The Matrix, se acuerdan, estaban por todo el edificio.

De ciudadanos a consumidores y de consumidores a cínicos e inquisidores. Los sujetos se sujetan entre sí. No hay mejor vigilante que el que llevamos dentro, como decía Michel Foucault. Si la crueldad está de moda, como ha dicho el escritor Martín Kohan, es sobre todo porque hay aparatos preparados para subjetivarnos en esa crueldad. Como dice otro Martín, Becerra, el medio es el  mensaje: X (Twitter) tiene un modo cruel. “La misma persona que en LinkedIn está conmovida por alguna “inspiradora” capacitación y que en IG (Instagram) posa con filtro falsete, acá en Twitter vomita rabia y rencor”, escribe en su red el especialista en comunicación Martín Becerra. No es que todos somos crueles, para nada, pero el dispositivo está preparado para que eso se despliegue. Les hablamos con la declaración de la Unesco sobre el hombre y nos responden con un tuit citado. Es que la crueldad es un reverso del amor. Está, existe en nosotros, como lo decían Freud y Lacan.

Todo parece abandonado, sucio, echado a su suerte. La ausencia de Estado no es libertad, sino es un tipo que se fuga a medianoche

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La crueldad ya no es un medio, sino un fin. La lógica es la de aquel chiste que se contaba como metáfora de los noventa:

Dos amigos se encuentran en una esquina y uno le dice al otro:

-No sabés lo que me pasó el otro día.

-¿Qué?

-Voy caminando por la calle y veo que entre dos le estaban pegando a un tipo. Ahí dije: “Esto no puede quedar así…”.

–¿Y te metiste?

-Si, no sabés la paliza que le dimos entre los tres.

No sé si eso explica todo, pero si algo de un tiempo. Casi en un pase de magia se desarman, aquí y allá, programas, acuerdos, fondos, se cierran espacios, que ni el neoliberalismo se atrevió a tocar. Ni siquiera es que se los privatiza, sino que se los cierra directamente. Clausurar un tiempo nunca fue tan literal. Los neoliberales eran igual o más estatalistas que los peronistas se ve. Se rompieron los moldes y va a llevar tiempo leer realmente lo que pasa en la sociedad. Para destruir el Estado había que hacerlo desde dentro. El “entrismo” del siglo XXI, era esto.

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