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12 de junio 2021

Alejandro Mentaberry

BIOECONOMÍA Y DESARROLLO EN LA ARGENTINA

Tiempo de lectura: 5 minutos

La humanidad ha atravesado tres grandes revoluciones tecnológicas: la revolución neolítica, la revolución agrícola y la revolución industrial. Cada una de ellas se caracterizó por transiciones más o menos turbulentas y la instauración de grandes cambios políticos y sociales. Estas mismas características se verifican hoy en la transición hacia la sociedad del conocimiento, pero, a diferencia de las precedentes, ésta debe considerar las restricciones físicas del planeta.

El crecimiento demográfico, el agotamiento de insumos críticos y el aumento de la inequidad económica han puesto en evidencia las severas limitaciones del modelo socio-productivo heredado de la sociedad industrial. Los signos de crisis atañen también a nuestra relación con la naturaleza: el avance del cambio climático, las pérdidas de biodiversidad y la aparición de nuevas enfermedades nos muestran cuan estrechamente dependemos de ella. En este contexto, dos grandes preguntas subyacen en el debate actual: ¿es posible intensificar la producción sin agravar el ya precario equilibrio ambiental?, ¿es posible compatibilizar los avances tecnológicos con trabajo digno y bienestar para todos? Claramente, las respuestas no pasan por la disponibilidad de conocimientos o tecnología, sino por cambios profundos en la organización económica y en los contratos sociales que la sustentan.

El concepto de bioeconomía propugna optimizar el uso de los recursos biológicos mediante procesos industriales de mínimo impacto ambiental. Apoyándose en la convergencia de tecnologías clásicas (fermentación, separación química y termoquímica) y avanzadas (biotecnología, nanotecnología, TIC), impulsa la conversión integral de la biomasa* en alimentos, componentes químicos, biomateriales y bioenergía a través del desarrollo de biorrefinerías, complejos que efectúan el fraccionamiento “en cascada” de la biomasa en sus componentes básicos y los transforman en compuestos de interés económico. En torno a estas facilidades, se promueve la constitución de redes de empresas de distinto tipo y tamaño, con el propósito de generar oportunidades de innovación e impulsar nuevas cadenas productivas. Mediante esquemas de economía circular, se incorporan a este modelo el reciclaje de los residuos orgánicos y la producción de bioenergía, ya sea para autoconsumo o el abastecimiento externo. De esta forma, la bioeconomía fomenta una economía de aglomeración que tiende, simultáneamente, a incrementar la eficiencia y a “descarbonizar” la producción.

En la visión bioeconómica, los componentes de sostenibilidad económica, social y ambiental poseen un peso igualmente importante. Si bien se asume que la innovación generará un amplio abanico de nuevos productos, el énfasis no se centra tanto en “qué y “cuánto” producir, sino principalmente en ʺcómoʺ producir. Sobre esta base, el diseño de programas bioeconómicos involucra una discusión en que convoca elementos epistémicos de la biología, la ecología, la sociología y la economía propiamente dicha. Esta confluencia interdisciplinaria demanda abordajes analíticos y metodológicos propios de los sistemas complejos, lo quehabilita una revisión crítica del sistema productivo actual. El acento puesto en enmarcar la actividad humana en el entorno natural tendrá gran incidencia en el futuro del pensamiento económico.

Mediante esquemas de economía circular, se incorporan a este modelo el reciclaje de los residuos orgánicos y la producción de bioenergía, ya sea para autoconsumo o el abastecimiento externo

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Desde el punto de vista bioeconómico pueden distinguirse cuatro grandes grupos de países: los de alto desarrollo tecnológico y pobres en biomasa; los de alto desarrollo tecnológico y ricos en biomasa; los de bajo desarrollo tecnológico y ricos en biomasa y los de bajo desarrollo tecnológico y pobres en biomasa. Los programas bioeconómicos de la Unión Europea tienden a enfatizar el incremento de la eficiencia productiva con planteos de cuidado ambiental y consumo responsable. En cambio, las visiones de Estados Unidos y China, aun reconociendo estas cuestiones, remarcan los temas de competitividad y la preeminencia de sus liderazgos tecnológicos. La clasificación mencionada arriba es una simplificación difícilmente asimilable a los países pobres o emergentes, en que las estructuras económicas y políticas, los niveles de desigualdad social y las distintas culturas productivas determinan una amplia gama de situaciones específicas. Los programas de estos países reflejan el peso de estos factores y los asocian a sus visiones del desarrollo socio-económico. En este marco, Argentina se encuentra en una situación peculiar: dispone de grandes recursos de biomasa, desarrollo tecnológico intermedio y baja densidad poblacional. Sobre esta base, un programa bioeconómico propio debería focalizarse en valorizar de sus recursos de biomasa mediante el uso de tecnología y en utilizar su considerable competitividad agroindustrial como palanca movilizadora de otros sectores económicos. Este curso podría reforzarse forjando alianzas internacionales adecuadas, lo que implica una política externa consistente con esta orientación.

La ausencia de consensos sobre modelos económicos alternativos ha dividido a la Argentina durante décadas. La anacrónica disyuntiva “campo o industria” ha saldado en una agricultura focalizada en exportar commodities, un sector industrial poco desarrollado y una persistente degradación social. Una inserción competitiva en la globalización requiere abandonar esta dicotomía y elevar decisivamente la productividad del conjunto de la economía, lo que exige masiva incorporación de tecnología y diversificación de la trama productiva. En un mundo en que las ventajas comparativas pierden creciente terreno frente a las ventajas competitivas, las economías que dependen de las exportaciones primarias están condenadas a la declinación. El modelo agroexportador de fines del siglo XIX sentó las bases del predominio pampeano, y postergó al mismo tiempo el desarrollo socio-económico del resto del país. Este modelo está claramente agotado, pero su herencia sigue pesando sobre nuestra estructura productiva. La reversión del mismo, impulsando la agregación de valor a nivel local y conexiones directas con el mercado mundial, daría fuerte impulso a las economías regionales, estimulando la creación de empleo y promoviendo la ocupación territorial.

Si bien se asume que la innovación generará un amplio abanico de nuevos productos, el énfasis no se centra tanto en qué y cuánto producir, sino principalmente en cómo producir

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Argentina cuenta con activos considerables para adoptar un esquema bioeconómico. A la diversidad de biomasa y abundancia de recursos físicos, se añade la disponibilidad de una agroindustria competitiva, un sector biotecnológico en expansión y un sistema científico-tecnológico maduro. Si estas fortalezas se acompañaran por políticas apropiadas, estas condiciones permitirían intensificar la industrialización de un área muy relevante para el país. La agroindustria nacional competitiva, pero capitalizaparcialmente el valor de la biomasa disponible, lo que se expresa en un alto porcentaje de exportaciones primarias o semielaboradas. El desarrollo de biorrefinerías y polos agroindustriales podría impulsarse ampliando las facilidades ya existentes, tales como los ingenios azucareros, las instalaciones de crushing o las plantas de biocombustibles. En los casos del maíz, la soja y la caña de azúcar, este camino ha comenzado a recorrerse incorporando el reciclaje de residuos y mayor diversidad de productos. En otros cultivos (trigo, girasol, arroz, maní, algodón) este rumbo es todavía difuso. Si este proceso se extendiese a los cultivos regionales, la ganadería menor, la industria forestal y la producción pesquera y acuícola, el proceso de diversificación resultante acrecentaría la agregación de valor en todos estos sectores, dando lugar a mayor densidad económica y valor exportable. Aparte de la creación de empleo directo, un programa bioeconómico integrado a una planificación territorial inteligente generaría demandas adicionales de trabajo en las áreas de infraestructura, transporte, logística, energía, telecomunicaciones, conectividad digital, comercio y finanzas. Esta visión no excluye el desarrollo de otras áreas en la que Argentina cuenta con capacidades promisorias. La industria de alta tecnología (nuclear, satelital, informática), la minería del litio, la energía no convencional (solar, eólica, marina, geotérmica, hidrógeno) o el sector turístico, son asimismo sectores que pueden desarrollarse en forma sostenible en forma paralela a un mejor usufructo de los recursos biomásicos.

A pesar de sus fortalezas y evidentes potencialidades, cerca de la mitad de la población argentina vive en la pobreza. La crisis económica y financiera, la expansión del desempleo y la marginación social, la precariedad habitacional, las carencias del sistema de salud y las falencias educativas, testimonian décadas de errores e improvisaciones y revelan la ausencia de debates genuinos sobre el futuro del país. A este gravoso lastre, se suma un alarmante déficit de capital institucional que, abonado por la ruptura de contratos legales y económicos, ha incentivado la corrupción y generalizado la desconfianza de la ciudadanía. Las causas del fracaso nacional son muchas y no es el objeto de esta nota pormenorizarlas. Luego de casi cuatro décadas de democracia, los extravíos de nuestra dirigencia política, económica y social resultan insoslayables y han rematado en un aparato estatal ineficiente y en una creciente crisis de representatividad; ningún camino razonable de desarrollo puede encararse sin superar estos obstáculos y sin definir políticas de largo plazo debidamente consensuadas y respaldadas. La sociedad argentina se encuentra en un momento de decisión: de las respuestas que sepa dar a esta encrucijada dependerá en buena medida como transitaremos el resto del siglo XXI.

*Los insumos de biomasa comprenden a los cultivos agronómicos, de uso energético y de doble propósito, la producción animal y pesquera, las plantaciones forestales, los residuos agroindustriales de todo tipo y los residuos orgánicos urbanos.

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