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10 de junio 2021

Maria Migliore

APUNTES PARA UN NUEVO SUEÑO ARGENTINO

Tiempo de lectura: 11 minutos

Situados en el ojo del huracán de una segunda ola que no cede, y en un contexto de dolor generalizado signado por restricciones a nuestra vida “común” y una situación económica crítica, pensar hoy sobre el futuro argentino se hace muy difícil. Sin embargo, a medida que avanza la campaña de vacunación empieza a asomar la pregunta por el día después

Hace ya mucho tiempo que a la Argentina le falta un nuevo sueño colectivo, un rumbo compartido hacia donde ir. Un nuevo mito que nos impulse a actuar y que tome el lugar de una nostalgia paralizante sobre un pasado que no volverá. Este fenómeno se reproduce transversalmente, atraviesa clases sociales, partidos, territorios y confesiones: el “No Futuro” parece ser nuestro triste denominador común, el único consenso posible. 

Ante ese “No futuro”, ni indignación ni resignación. Por el contrario, de lo que se trata es de abrir un camino de preguntas y de apuntes, intuiciones sobre las cuales pensar un nuevo modelo de desarrollo. Para volver a soñar, tal y como invita este dossier, no sobre la Argentina que es, sino sobre “la Argentina que podría llegar a ser”. 

Coser la fractura, empezando desde abajo 

Con sus claroscuros, y en el marco de procesos que nunca estuvieron exentos de contradicciones, la Argentina fue un ejemplo de integración social, cultural y económica durante gran parte de su historia. El país más equitativo e igualitario de América Latina. 

Nuestro país integró primero y muy rápidamente a millones de inmigrantes que cruzaron el océano para buscar un mejor destino para sus familias. La era posterior, la de “M´Hijo el Dotor”, cristalizó el ascenso social de nuevas generaciones que se integraban en masa a la educación pública, al trabajo y a la economía nacional, en una integración cultural y nacional que tiene pocos precedentes en el mundo. A partir de la sanción de la Ley Saenz Peña en 1912, esa integración fue también política e institucional; y a partir de 1945, social y federal, cuando el Estado y la política se abrieron a millones de compatriotas que hasta ese momento habían sido relegados e ignorados: las y los “cabecitas negras” que por primera vez se sentaron en la mesa de las decisiones.

Con el peronismo originario, la idea de integración social y política se expandió y alcanzó su punto de desarrollo más alto. Todavía en los años ‘60 y ‘70 -y a pesar de su proscripción- el aspiracional ligado a la idea de clase trabajadora se mantenía intacto, y existía una idea del trabajador, de sus derechos, su cultura y sus valores que trascendía el fenómeno estrictamente político del peronismo. La imagen y la representación del trabajador argentino de buena parte del siglo XX se constituyó en base a ese imaginario que podía combinar sin tanta contradicción el activismo social y sindical con el ascenso económico, educativo y cultural.

Pero algo cambió con la dictadura militar que se hizo irreversible después: la Argentina dejó de ser el país de integración social que alguna vez fue. Parte de lo que percibimos como decadencia de nuestra nación se basa en la crisis –real, concreta- de lo que fuera un orgullo de todas nuestras fuerzas políticas, sin distinción: la constitución de la clase media más sólida de América Latina. Porque la máquina de integración argentina, esa que ayudaron a construir liberales, radicales y peronistas en sus distintos procesos históricos, era antes que nada una máquina de ascenso social, de “hacer clases medias”.

No hace falta decir que, desde hace ya varias décadas, esa máquina se rompió. Hoy la Argentina está signada por una pobreza y una desigualdad estructural, una grieta que se fue solidificando y creciendo con cada una de las sucesivas crisis -89, 2001, y la que atravesamos actualmente-. Un proceso que hizo mella en el territorio: los más de 4400 barrios populares que existen hoy en Argentina son la expresión más concreta -su traducción urbana-, de esa desigualdad económica y social. 

La fractura social argentina es la verdadera Grieta, la más urgente, la que nos divide entre quienes tenemos las necesidades básicas cubiertas y quienes aún no; entre quienes podemos trabajar y quienes no; entre quienes pudimos estudiar y quienes no, entre quienes tenemos oportunidades para que nuestro esfuerzo se materialice en un presente y un futuro mejor y quiénes no. En la Argentina no falta esfuerzo, lo que faltan son oportunidades y un sistema que traduzca ese esfuerzo en “poder estar mejor”. 

La integración de los barrios populares que venimos impulsando en la Ciudad de Buenos Aires hace más de 5 años, es un primer paso concreto que busca reparar esa máquina. Una inversión en infraestructura social -la más alta desde el ‘83- que apunta a levantar el piso y nivelar la cancha, a ser tierra fértil de un nuevo modelo de desarrollo. Que parte de reconocer el valor -productivo, cultural, identitario- que hay en estos barrios para desde ahí integrarlos a la Ciudad. Rodrigo Bueno, Playón de Chacarita, Mugica (Villa 31), 20 en Lugano y la zona del Camino de Sirga son los barrios populares en donde estamos materializando estos procesos, que impactan hoy directamente en la vida de 150 mil personas. 

"Parte de lo que percibimos como decadencia de nuestra nación se basa en la crisis –real, concreta- de lo que fuera un orgullo de todas nuestras fuerzas políticas, sin distinción: la constitución de la clase media más sólida de América Latina. Porque la máquina de integración argentina, esa que ayudaron a construir liberales, radicales y peronistas en sus distintos procesos históricos, era antes que nada una máquina de ascenso social, de “hacer clases medias”."

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Nos propusimos construir procesos de integración que habiliten oportunidades concretas -de acceso a una vivienda digna, a un trabajo, a un barrio conectado con todos los servicios- pero que además lo hagan poniendo en el centro a las personas y comunidades de cada barrio a través de la participación popular. 

¿Qué mejor forma de coser una fractura que la invitación concreta a ser parte y decidir sobre el futuro del propio barrio? Una llamada a participar en “lo público” para tender un puente donde había una fisura y exclusión. Una invitación a ser parte de una construcción común, de algo colectivo que trascienda. “Dar voz”, lo contrario a una “bajada de línea”; un movimiento de abajo hacia arriba, en donde los funcionarios creamos el marco institucional para que germinen nuevos liderazgos sociales de transformación, liderazgos que no pretendemos sustituir. 

Para crear un nuevo sueño hay que empezar nivelando la cancha, empoderando y dando oportunidades. Tender puentes donde existen muros y exclusión. Empezar por integrar a las y los que hoy están afuera, aquellos compatriotas que no tienen ningún “Ezeiza” a mano al que apelar. Este es sin duda uno de los puntos fundamentales desde el cual es necesario partir para construir un nuevo sueño. 

Una nueva perspectiva del trabajo 

Para que esa integración sea real y concreta, hay que mirar también las transformaciones en el mundo del trabajo. Al margen de nuestra propia crisis económica, es palpable que la realidad laboral en todo el planeta cambió mucho en las últimas décadas, fruto de la combinación del salto tecnológico cada vez más acelerado, la deslocalización de las cadenas de producción como fenómeno global y otros factores que transformaron de manera definitiva el modo en el que trabajamos. 

La pandemia aceleró esa tendencia: tenemos que interpretar y canalizar ese cambio; nuestro desafío hoy es encontrar cuáles son las formas de justicia y equidad social de este nuevo mundo, no del anterior. Comprender estos procesos es central si desde el Estado queremos asumir en estos un rol transformador.

Desde hace décadas en Argentina, al margen del mercado formal del trabajo -cada vez más minoritario y difícil de acceder-, se consolidó un modelo distinto, el de la “Economía Popular”. Esta economía hoy representa alrededor de un tercio de la producción del país. Sin matices: la economía popular es tan parte del siglo 21 como la inteligencia artificial. Una pieza fundamental del trabajo argentino de nuestro tiempo.

La generación de trabajo en nuestro país pasa en buena medida hoy por reconocer este laburo que ya existe en los sectores populares; de lo que se trata es de desarrollar nuevos marcos y procesos que lo reconozcan, le otorguen derechos y le permitan crecer. Desatar el potencial de esta fuerza productiva para que se integre al ecosistema económico. No se trata de tener dos economías, dos mundos separados, sino construir un único plan de desarrollo económico general que integre a todos los actores económicos y les permita aportar su valor. Para eso, hay que bajar las barreras al sector popular. Muchas veces, la economía popular no es reconocida como un sector productivo al cual potenciar. Y en definitiva, los emprendimientos de la economía popular son las PyMES que el sistema actual no deja ser. 

Por eso, un primer paso consiste en pensar la política social en clave económico-productiva. El rol del Estado en términos sociales no puede limitarse solamente a repartir comida. Hay que consolidar una política social que trascienda la asistencia para hacerse cargo de la generación de riqueza desde la base misma de la sociedad.

Ese es el camino que venimos transitando en la Ciudad, acompañando el desarrollo de las unidades productivas de esta economía. En diciembre sancionamos la Ley de Economía Social y Popular, que crea herramientas concretas para romper barreras estructurales. Abriendo nuevos canales de comercialización -a partir de la participación en la compra pública y del sector privado-, y dando oportunidades de acceso al financiamiento, buscamos dinamizar la producción del sector y dar pasos hacia su formalización. 

El trabajo es, todavía y entiendo que por mucho tiempo más, el gran organizador social. El trabajo es central no solo por su valor económico, sino porque nos da la posibilidad de “ser parte”, de aportar a la construcción de la sociedad y el mundo que soñamos. Uno de los grandes desafíos que tenemos por delante es generar procesos y mecanismos desde el Estado que actúen en favor de otorgar herramientas verdaderas y concretas para producir. 

La palabra “democratizar” ha sido muchas veces bastardeada, o utilizada como sinónimo de “estatizar”: para nosotros, en cambio, democratizar la producción consiste en expandir y multiplicar la cantidad de productores. Masificar la generación de valor. ¿Es posible pasar de una sociedad de consumidores a una sociedad de productores? ¿Es posible pensar la integración desde el acceso a la producción y no solamente desde la redistribución? Sin dudas que sí. Un nuevo sueño debe contemplar esto, la posibilidad de cambiar las dinámicas sociales con un nuevo enfoque: desde lo productivo. 

"Muchas veces, la economía popular no es reconocida como un sector productivo al cual potenciar. Y en definitiva, los emprendimientos de la economía popular son las PyMES que el sistema actual no deja ser. "

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El “Buen Vivir” como nuevo progreso

Volver a imaginar y materializar una idea de futuro implica volver a repensar –y poner en cuestión- muchas de las certezas propias. En el recorrido de las tareas diarias que venimos encarando se va gestando una suerte de “cosmovisión en formación permanente”, ideas y conceptos que van delineando un norte, un horizonte de futuro.   

Cuando una repasa los libros de economía con los cuales nos formamos, el supuesto base siempre es el mismo: un hombre individual y racional que busca maximizar ganancias. Hoy ese paradigma cruje por todos lados. Una nueva economía tiene que contemplar que somos hombres y mujeres los que formamos parte; que no solo somos individualidades, sino que vivimos y somos “en relación” con otros; y que no somos solamente racionales, sino que también nos definen las emociones, los sentimientos, nuestra dimensión espiritual y que maximizar ganancias no es lo único que buscamos, y menos a cualquier costo. Queremos “vivir bien”, cuidando quienes somos, nuestras relaciones y nuestra casa común. Formamos, todos, un mismo ecosistema. Existe el embrión de un nuevo sujeto a contemplar en el siglo 21, otra idea de persona, una para la cual tenemos que forjar un sistema posible.

En ese sentido, el “Buen Vivir” sea tal vez el nombre nuevo –y actual- de la vieja idea de Progreso. Un concepto que valora y respeta el trabajo pero que entiende que ahí no se acaba todo, y que entiende que el paradigma de “Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo” remite a un tipo de sociedad que ya no es la nuestra. La noción del trabajo hoy se expandió –al punto que a veces es difícil saber cuando uno efectivamente dejó de trabajar- y es probable que lo siga haciendo, visto el alcance de las nuevas tecnologías “remotas”. Descubrir y desarrollar una noción de vida que vaya más allá de lo laboral es también central en el tiempo que nos toca. 

El “Buen vivir” es un concepto que nos invita a buscar en nuestras raíces los elementos para proyectarnos en el futuro de una manera nueva. Que incorpora el pasado, nuestros orígenes y la historia como el punto de partida necesario para construir futuro; un diálogo generacional entre lo que fue, lo que es y lo será. No existe ninguna idea de futuro que no empiece por mirar lo que nos constituyó: el Buen Vivir hace de este principio la llave para mirar hacia adelante.

¿Podemos, entonces, generar un nuevo paradigma de desarrollo? ¿Crear una nueva economía en el marco de una noción distinta de comunidad? Preguntas que tenemos que hacernos en este camino de construir una nueva utopía colectiva. 

"¿Es posible pasar de una sociedad de consumidores a una sociedad de productores? ¿Es posible pensar la integración desde el acceso a la producción y no solamente desde la redistribución?"

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Puentes 

La experiencia y el camino recorrido forjaron en mí una convicción profunda: toda gran transformación comienza con un encuentro. Para construir un nuevo modelo de desarrollo que sea sustentable, que vaya de abajo hacia arriba y que no reproduzca desigualdad, necesitamos encontrarnos y sentar a todos los actores en la misma mesa de conversación y negociación.

No es un imposible: tanto en el sector social como en el sector privado hay búsquedas compartidas. Por ejemplo, la praxis cotidiana de la economía social plantea una forma de producir y organizar el trabajo que surge para integrar a la periferia, que busca soluciones a las necesidades de las personas y las comunidades, y que parte de la búsqueda de “vivir bien” más que de maximizar ganancias a cualquier costo.

Y en el mundo privado comienzan a verse cada vez más empresas que buscan redefinir el sentido del “éxito”, asociándolo al bienestar de la comunidad y del planeta, y planteando la necesidad de crear nuevas reglas de juego para que el impacto social y ambiental estén considerados en cualquier matriz de negocios. 

El Estado debe ser antes que nada un puente que ayude a comunicar y sinergiar esta energía social, no a sustituirla. Porque el Estado no lo será todo tampoco en el mundo que se viene: tenemos que evitar la tentación de volver a paradigmas obsoletos, superar el “todo Estado” o “Todo Mercado” apelando a un activo dormido: la sociedad movilizada, sus comunidades, sus voluntarios, sus organizaciones. El Estado no te salva solo. Serán necesarias síntesis constantes y permanentes para darle forma a este nuevo sistema, con nuevos sujetos y nuevas prácticas de producir y trabajar.

Desafiar lo establecido y volver a inventar 

Desde el lugar y la responsabilidad que nos toca, nuestro objetivo es ayudar a coser esta fractura y volver a hacer presente la justicia social en la Argentina. Este es otro siglo y otra época, y no podemos reproducir las recetas que alguna vez fueron. Tenemos que ser creativos y audaces: volver a inventar.  

Hay una tarea concreta y urgente: volver a lograr que hacer el esfuerzo valga la pena. Integrar a las y los más excluidos no será nunca posible sólo con un Estado presente en las periferias. Será además necesario construir un verdadero desarrollo económico, sostenido y sustentable en el tiempo, que siente a todos los actores a la mesa, que priorice en su matriz a quienes hoy están afuera. 

Reconociendo nuestras tradiciones y valorando el aporte histórico de cada una es necesario ver qué hemos sido capaces de construir hasta acá  -sin caer en nuestra típica bipolaridad esquemática: el Mejor o el Peor país del mundo-, y animarnos a construir un camino nuevo. Las recetas y modos que conocemos no nos aseguran la creación de un camino de desarrollo posible, mucho menos de un nuevo sueño. 

"Porque el Estado no lo será todo tampoco en el mundo que se viene: tenemos que evitar la tentación de volver a paradigmas obsoletos, superar el “todo Estado” o “Todo Mercado” apelando a un activo dormido: la sociedad movilizada, sus comunidades, sus voluntarios, sus organizaciones. El Estado no te salva solo"

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Estamos en un momento histórico inédito; una pandemia mundial ha puesto en crisis muchos de los supuestos en los que nos movíamos y vivíamos. Esta es sin duda una oportunidad para incomodarnos, para hacernos preguntas que nos lleven a desafiar lo establecido y crear nuevos caminos. Es una oportunidad para crear nuevos modos de vincularnos, nuevas maneras de liderar, de participar e involucrarnos, de crear nuevos marcos normativos y proponer una nueva “manera de mirar”.

Ojalá esta pospandemia nos cuestione y nos encuentre. La posibilidad de construir un nuevo proyecto nacional se juega en gran parte en nuestra capacidad de crear consensos y de administrar los disensos. Para eso, hay que convencernos de que nuestras diferencias fortalecen la democracia, de que los contrapuntos pueden ser complementarios y pueden potenciarnos en esta búsqueda común de construir un nuevo sueño argentino. 

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