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19 de noviembre 2023

Juan Di Loreto

VÍSPERAS, LA NOCHE MÁS LARGA DEL MUNDO

Tiempo de lectura: 5 minutos

“Al sur y al norte, acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer…”

Domingo Faustino Sarmiento

La Historia siempre está ocurriendo pero no nos damos cuenta. Salvo en las vísperas: es el acto anterior justo a un nudo decisivo que nos interpela en su vértigo. La víspera es eso que ya está en nuestro pecho. Lo que será, será. Es el espacio vacío del escenario antes de la obra.

“Un temblor de miedo y un miedo al temblor”, como decía Jacques Derrida. Víspera, el ojo del huracán, donde todo es una calma sórdida. Estás ahora, en este mediodía, en la fila para votar. Cómo cayó, quedó; ahora a distraerse de la existencia hasta la noche. No queremos saber más nada.

En la mano, en el sobre, en la urna late una responsabilidad. Es extraordinario que alguien elija en el cuarto oscuro. Se dice que muchos lo harán así. Es lo que hemos horadado. Un rayo en los ojos y ya está, el destino del país del Sur, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré, de San Martín y Belgrano, pero también de Lavalle, “la espada sin cabeza”, del puerto en la puerta, de Buenos Aires, de los gauchos que comen la mejor carne, porque acá la carne sobra (nos pegó duró los chistes de la polenta, un dardo directo al ser nacional); un temblor en San Juan y nace Juan Perón, cae la dictadura y nace Alfonsín, se quiebra el país y nace Menem; nuestra genealogía de alumbramientos es dolorosa; interrogar: qué se quiebra ahora y qué nace.

Estás ahora, en este mediodía, en la fila para votar. Cómo cayó, quedó; ahora a distraerse de la existencia hasta la noche

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Desbordados

Para curar la espera, ésta vigilia absurda, nada mejor que la acción. En tiempos centrados en la mismidad y las relaciones remotas, todavía persiste la figura de aquel que apuesta a algo totalmente fuera de época: a encontrarse con el cuerpo y la palabra de un otro. El militante presencial, porque sí, hay que llamarlo así, porque la presencialidad ya no es un supuesto. Como el Tlön de Borges, esa invención que le iba ganado terreno al mundo real, lo digital se está convirtiendo en lo dado, lo natural. 

En el mundo digital nos pueden reemplazar por una IA que viralice contenidos del candidato, los videos de como X dejó pedaleando en el aire a Y, pero en la calle se necesitan cuerpos, miradas, voces, horas volanteando para lograr una adhesión, un voto, una foto… Una tasa de ganancia totalmente marginal. Una nueva campaña termina y miles de hombres y mujeres, peronistas, radicales, liberales, derechistas, izquierdistas hacen a un lado la propia libertad para entregársela a otro, a ese gran Otro que es un proyecto político.

Si bien muchos esperan obtener cosas a cambio, porque el ser humano nace práctico (y menos mal), el militante más silvestre, podríamos decir, no espera nada. Se realiza en la misma acción del grupo, en el proyecto político que encarna. Ese militante es como un sueño de Bataille: un militante soberano que renuncia a querer algo a cambio. Se da a un proyecto porque se da, porque se le va el ser en ese dar.

Los escépticos solemos romantizar un poco la figura del militante. Es como la admiración ante el creyente. Nos falta algo, no tenemos acceso a esa parte de la fe, que, como toda fe, necesita un salto hacia el vacío, implica una entrega irrestricta. Por eso el militante no puede dudar en la práctica. Puede discutir internamente, pero no puede mostrarse con dudas frente a otros. En ese sentido, estos años de largas internas han dejado un poco a la intemperie a los militantes de ciertos espacios. Pero lo que se vio en las últimas semanas es la víspera de la elección desbordada en los cuerpos. La necesidad de personas comunes de salir a hablar con la gente en el tren o en el subterráneo para la tarea de convencer. Se la llamó “micromilitancia”, pero para mí no era más que un salto de fe.

Entramos en otra época, no hay dudas de eso. Lo de este domingo es un largo adiós

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Una fría tarde de febrero

Es más que evidente, pero las vísperas y los finales están unidos. Lo anterior se convierte en víspera cuando ya no podemos esperar más; ansiedad y angustia, un solo corazón. El cambio ya ocurrió. El resultado es noticia vieja que se lee como novedad. Nuevas líneas divisorias se están trazando en la política argentina.

Entramos en otra época, no hay dudas de eso. Lo de este domingo es un largo adiós. Pero ya no importa, porque estás en 1973. Woody Allen está entrando al Hotel Pierre una fría tarde de febrero en New York para entrevistar a Groucho Marx, el gran cómico estadounidense. Es la única persona con la que Allen intenta no ser gracioso. El diálogo termina así:

Woody Allen: En fin. En California, los pasteles no son lo mismo que en New York, ¿sabes?

Groucho: No.

W.A.: La verdad es que no sé cómo puedes vivir en California. Me resulta inconcebible que un hombre de semejante agudeza viva en la Costa Oeste.

Groucho: Bueno, hay una panadería excelente. ¿Cómo se llama?

Charlotte Chandler: Pupi´s.

Groucho: ¿Se te habría ocurrido un nombre más genial para una panadería?

W.A.: Oye… No sé si está bien terminar así, pero tengo que irme.

Groucho: ¿Y el pastel?

W.A.: No voy a comer porque tengo que irme.

Groucho: ¿Habías oído antes la historia de cómo conocí a Chaplin?

W.A.: No. Nunca.

Groucho: ¿Entonces por qué no quieres comer pastel?

W.A.: Oh, mira, es que la historia no me ha parecido muy buena como para quedarme. Tengo que irme. La semana que viene te veré en California. Salgo para allá mañana.

Groucho: Bueno, te guardaremos pastel ¿Así que marchas para ahí mañana?

W.A.: Sí.

Groucho: En ese avión viaja una mujer que me gustaría que conocieras. Es una chica estupenda. Tiene un par de tetas de fábula. ¿A que nunca te has ligado una chica en un avión? ¿Eh?

W.A.: No. Yo leo.

Groucho: Sabes, a veces repito tanto los chistes que al fin los olvido. Creo que echaré una siestita. Si me pongo a dormir, no fumo, y, si no fumo, no toso. Y, si no toso, es posible que duerma. Pero lo que te lleva a la tumba no es la tos; es el ataúd. 

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