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25 de junio 2022

Juan Di Loreto

UNA CUESTIÓN DE EXPERIENCIA

Tiempo de lectura: 4 minutos

Las hojas del otoño dan paso a las heladas del invierno. Una oscuridad repentina te sorprende por la tarde tomando algo en un bar de la ciudad. Estás mirando fijo el teléfono y cada tanto das sorbitos al mate cocido caliente que te acaban de traer. En esta contemporaneidad, nadie sabe qué estás haciendo exactamente. Nuestro amigo sentado en el bar San José, un lugar medio escondido de Barrio Norte, está leyendo unos artículos del diario. El objeto que tiene en sus manos no delata forma ni contenido. Podría estar escrollenado la infinitud de Twitter o ver stories de Instagram o leyendo un libro en epub.

En los tiempos viejos uno se sentaba al café y empuñaba un libro o un diario como un signo de distinción. Lee Página, El Porteño, Clarín, Humor, la Sexta de Crónica, Teleclic, TxT, Gente, MAD. Estilos y épocas diferentes. Un lector tenía su cuerpo de papel. Se prendía un Parliament e iba leyendo el diario. Si bien los portales de hoy tienen su hoja de ruta donde guían el ojo del lector, el diario en papel tenía sus recorridos aunque no eran siempre los mismos. Mi viejo suele leer de atrás para adelante o ir directo al clasificado de La voz del pueblo. Todos tenemos nuestra forma de entrada a la lectura. El que lo recibía por la mañana en su casa pero trabajaba todo el día, lo leía con una pava de mate a la tardecita.

Lee Página, El Porteño, Clarín, Humor, la Sexta de Crónica, Teleclic, TxT, Gente, MAD. Estilos y épocas diferentes. Un lector tenía su cuerpo de papel. Se prendía un Parliament e iba leyendo el diario

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La cosa es que es invierno y el hombre de hoy lee un diario o todos juntos en el teléfono. De ahí no hay mucha novedad, pero hay una… cómo decirlo, una práctica que ya no podemos disociar a la lectura contemporánea. Antes uno leía un libro, una nota, un extenso artículo de una revista y, si valía la pena, lo recortabas y lo guardabas. De alguna forma, la circulación de ese discurso podía “terminar” en uno. Leías y a otra cosa mariposa. Pero hoy no. Compartir lo que se lee es una nueva y extendida costumbre. Es difícil separar la lectura del acto de compartirla.

Hoy parte de leer es compartir. En el antiguo café se tenía que dar el contexto para hablar de lo que habías leído. El último libro de Foucault no siempre tenía que ver con el planteo táctico de Boca o la Selección Nacional. Hoy no necesitás contexto, porque las redes no necesitan una relación con lo que se ha dicho o se dirá necesariamente. Porque la palabra escrita, como enseñó Derrida, tiene el poder de ruptura de su contexto. Simplemente se publica algo, que puede o no vincularse a lo que se ha posteado. Pero no es solo el compartir lo que interesa. Además estamos generando un dato estadístico (el número que he compartido la nota), que a su vez lleva impreso datos estadísticos propios: likes, RT, comentarios, etc. No se puede zafar de la clasificación, de la pertenencia a un universo, de nosotros mismos ser datos (¿vasos?) comunicantes del ámbito tecnológico.

Compartir lo que se lee es una nueva y extendida costumbre. Es difícil separar la lectura del acto de compartirla

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Cuando posteamos algo una cadena de sentido parece comenzar. Pero lo importante ya no es la hipervinculación de todo, la eterna remisión de los textos. Eso es viejo. Está sucediendo otra cosa. No es tanto lo que hacemos con las apps, sino que lo que ha cambiado totalmente es el ecosistema que nos hace ser. De hecho no tendríamos que decir “ámbito tecnológico”, porque no hay un afuera de ese ámbito. En suma: lo que cambió es nuestra forma de experiencia del mundo. Ese es nuestro verdadero abismo con el Siglo XX, que nunca queremos cerrarlo históricamente, pero que está cada vez más lejos.   

Decir que cambió la experiencia de la conciencia del mundo es algo que establece una ruptura definitiva con las versiones humanas que nos precedieron. Leer antes era leer con otros en voz alta, luego fue leer en silencio y hoy es una práctica fragmentada y pública que se da en la masa que somos. La lectura compartida “en masa” porque leer es algo que ocurre simultáneamente pero en forma deslocalizada (en oposición a la multitud que está junta en un lugar). Pero esa deslocalización también cambió. No es la falta de territorio posmoderna, entre la descentralización estatal y el shopping center. Porque, por poner un caso, ¿cómo sabemos que Twitter no es la Plaza de Mayo contemporánea? Para saber qué pasa vas al canal de noticias en vivo o a “las redes”. Ahí la cosa está primero y no (tan) mediatizada. Pero más allá de las noticias eso que llamamos “el mundo” es lo que ha cambiado con nosotros. El Aleph somos todos. La experiencia del mundo es total. Nada parece perderse, aunque hay silencios y omisiones, y nos callamos y nos callan. Pero todo está ahí. La experiencia que cambió es que tenemos todo acá, ahora, que no podemos componer verdaderas elegías. Porque hasta lo que queremos olvidar regresa en la memoria automatizada de las aplicaciones. Y cierra Borges, al cual nunca dejamos en paz, porque escribir es no querer descansar jamás: “Si no hubo principio ni habrá término, si nos aguarda una infinita suma de blancos días y negras noches, ya somos el pasado que seremos”.

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