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04 de noviembre 2023

Lorena Álvarez

SIEMPRE NOS QUEDARÁ FRIENDS

Tiempo de lectura: 6 minutos

El sábado 28 de octubre, el mismo día que Julia Roberts -su novia durante un breve lapso en la década del noventa- cumplía 56 años, murió Matthew Perry, uno de los protagonistas de la emblemática serie “Friends”.

El actor se despedía de una vida marcada por el éxito, las adicciones y el pánico a no estar nunca a la altura de las circunstancias. Una historia digna de una biopic trágica donde celebridades espléndidas tienen vidas tortuosas fuera de la pantalla. Los personajes que Hollywood suele parir.

Lo primero que hicimos separados

El cable en la Argentina reinó durante los noventa, pero fue especialmente a mediados de esa década y en los albores del nuevo siglo, cuando se convirtió en la gran estrella del entretenimiento. En su ascenso incluyó, además, a la noche y una nueva sedación mental: ver sitcoms en continuado hasta que los pajaritos avisaran con su piar que amanecía (malditos pajarracos interrumpiendo maratones).

“Friends”, “Seinfeld”, “Mad about you”, “Will and Grace”, “Becker”, “Frasier” o “That 70’s show”, entre muchas otras, fueron el escape en tiempos donde germinaba la crisis y los trabajos dejaban de ser de 9 a 17. El insomnio y la preocupación tenían quién los consolara.

Perry hacía poco había escrito su autobiografía relatando los pormenores de una vida muy lejana al ensueño imaginado por los espectadores, confesando que conocía qué adicción lo tenía prisionero en cada temporada de “Friends” con sólo mirar su cuerpo

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Series livianas, graciosas y sencillas que nos hacían olvidar que muchos nos “colgábamos del cable” para disfrutarlas. Una de las maneras non sancta de no perder la abultada oferta de canales, que más de una vez, no podíamos pagar. La otra forma: compartir cable con los vecinos, el acto solidario de los años en que se incubaba el individualismo. El cable compartido, la era precámbrica de la contraseña compartida.

En ese desvelo a las series se las solía mechar con el fascinante E! Entertainment Television, un canal de espectáculo americano que se emitía las 24 horas. En su programación había, en especial, dos joyitas que nos hacían sentir que no éramos tan miserables: “E! True Hollywood Story” y “Misterios y escándalos”. Las tragedias de los famosos. El lado oscuro del glamour.

La triste noticia de la muerte de Matthew Perry, el actor que interpretaba al entrañable Chandler Bing, en “Friends” increíblemente aunó esas viejas pasiones de antaño. El recuerdo de la felicidad que nos generaba la serie y el impacto que a su vez nos provocan los dramas de los famosos a los que siempre creemos alejados de cualquier insatisfacción mundana.

Breve historia del fragmento

En los noventa las series de amigos empezaron a compartir estelaridad con las comedias familiares. La llegada a la adultez de los boomers nacidos en los sesenta y la generación X cambió el nudo argumental de muchas historias. Solteros, urbanos, neuróticos compartiendo la búsqueda de trabajos y parejas arribaron a la televisión para hacer de sus crisis el motivo de risas para nuevos espectadores solteros, urbanos y neuróticos con las mismas ansiedades, aunque un poco menos sofisticadas.

“Friends” fue una de esas series. Pero, a diferencia de la televisión que nos reunía a todos en torno a un producto, estas historias fueron las primeras en ser el consumo de una parte de los espectadores vernáculos. Sin llegar a ser de culto – gracias a que los millennials las adoptaron rápidamente en su adolescencia, cuando muchas ya se habían dejado de grabar y sólo eran repeticiones- tampoco tuvieron la unanimidad del éxito que tenían los productos creados para la tele.

Las sitcoms por su parte aportaron la decoración de los años venideros. En economías más módicas los pequeños departamentos sin paredes que fueron rápidamente adoptados por muchos sin tener idea que quizás estaban repitiendo en sus vidas la escenografía de muchos capítulos de estas sitcoms

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Al menos en estos lares, ya que lo que era un éxito en la tv estadounidense llegaba aquí vía cable y era pasión solo para una parte de los consumidores que se acercaban a las mismas por curiosidad o por recomendación de esa Biblia cultural que fue Radar, el suplemento de Página 12 que nos recomendaba, mediante extraordinarios textos, todo aquello que no debíamos perdernos. Radar la tabla sagrada antes que todos fuéramos críticos gracias a “ese artista antes llamado Twitter”, parafraseando a Prince.

Por eso mientras muchos en las redes despedían a Chandler Bing (el personaje encarnado por Perry) como aquel que construyó buena parte de su educación sentimental otros confesaban jamás haber visto la serie. Ni siquiera un capítulo perdido en cualquier noche donde Morfeo se nos rebelaba. Dejando en claro los duelos fragmentados del siglo XXI, que cada vez serán más fraccionados a luz de tanta oferta en las plataformas.

Seis amigos y un sillón

Las sitcoms por su parte aportaron la decoración de los años venideros. En economías más módicas los pequeños departamentos sin paredes que fueron rápidamente adoptados por muchos sin tener idea que quizás estaban repitiendo en sus vidas la escenografía de muchos capítulos de estas sitcoms. Además, porque la familia construida a través de los amigos fue una de las bases de este siglo donde la baja tasa de natalidad y unas economías menos sólidas colaboraron, en las urbes, a prolongar la eterna adolescencia.

Matthew Perry junto a Courtney Cox, Jennifer Aniston, Matt LeBlanc, David Schwimmer y Lisa Kudrow conformaron el gran sexteto dorado de esa etapa. Buenos comediantes, bellos, jóvenes y ganando cifras astronómicas, fueron la camada que pudo disfrutar del éxito televisivo asociado al cable y a la globalización que les proporcionaba fama en recónditos lugares del mundo.

Antes del meme de “en Instagram / en la juntada” ya existía Friends versus Seinfeld. Lo ideal contra el espejo de lo posible

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Y con un plus para nada menor: podían saltar al cine sin el prurito de otrora que condenaba a los actores de televisión a ser eternas caras de la pantalla chica. Un gran ejemplo es el film “Érase una vez Hollywood”, de Quentin Tarantino, que retrata el personaje de Leo Di Caprio como un actor de tele de los años sesenta teniendo que conformarse con una carrera gris dentro de una industria que valoraba más a las estrellas cinematográficas. Los años donde “Un agente de Cipol” (serie mítica de esa década) jamás cruzaría destino con un Román Polanski. Salvo para el genio de Quentin. Por suerte, Demi Moore, Johnny Depp o George Clooney en los ochenta ya habían logrado la proeza de llegar a la pantalla grande abriendo el camino para los que vendrían.

En estas pampas a su vez dentro del variopinto mundo de los consumidores de estas series, existían los devotos de “Friends” y los fans de “Seinfeld”, otro grupo de amigos mucho más descarnados, cínicos y cuyo humor ácido les permitía mostrar las peores miserias humanas. Antes del meme de “en Instagram / en la juntada” ya existía Friends versus Seinfeld. Lo ideal contra el espejo de lo posible. Y para zanjar la grieta también existía la ancha avenida de “son todas parecidas y me distraen”. El público que miraba una y otra sin más pasión que la de pasar la noche.

Nunca estaré a la altura

Matthew Perry ganaba millones, tenía fans incondicionales y un grupo de trabajo con el que se llevaba muy bien. Sin embargo, sentía miedo de no estar a la altura y no hacer reír a millones que esperaban escaparse de sus vidas mirando su programa.

Una parte de los demonios que lo persiguieron ya que también batalló contra el alcohol, las drogas y los opiáceos, entre ellos el Vicodin, un producto conocido por los fanáticos de las series ya que el malhumorado “Doctor House” era adicto a ella. (Es que el rubro médico, los forenses y la policía con víctimas especiales, también fueron ramas de la ficción a la hora de conciliar el esquivo sueño. Los años donde nos especializamos en todo.)

Perry hacía poco había escrito su autobiografía relatando los pormenores de una vida muy lejana al ensueño imaginado por los espectadores, confesando que conocía qué adicción lo tenía prisionero en cada temporada de “Friends” con sólo mirar su cuerpo. A diferencia de otro gran comediante muerto joven, John Belushi -que a falta de autobiografía tuvo al reconocido Bob Woodward, uno de los periodistas del famoso caso Watergate, relatando su vida-, Perry pudo contarse a sí mismo. Sus fantasmas en primera persona. Pero para los que extrañamos los viejos episodios de “E! True Hollywood story”, seguro habrá un documental donde una voz medio truculenta en off nos diga que tenerlo todo nunca es tan fácil ni todo lo que brilla es oro.

Igual Matthew nos quedará en la memoria como alguien cuyos desvelos quizás hayan sido similares a muchos de los nuestros. La diferencia es que su Chandler Bing nos ayudaba a encontrar la calma.

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