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25 de septiembre 2023

Tomás Di Pietro

SAMID VS VIALE: LOS COPITOS ANTES DE LOS COPITOS

Tiempo de lectura: 8 minutos

La semana pasada se publicó el podcast “Efecto Iceberg”, una serie-documental en audio que analiza en profundidad eventos de la cultura pop argentina de la mano de investigadores, historiadores, científicos, antropólogos y especialistas. Trabajé como productor del proyecto. El podcast pretende hacer anatomía de un instante del inconsciente colectivo argentino hasta llegar a la médula de nuestro ADN. De un evento en apariencia superficial, se sumerge nuestra identidad.

La primera temporada desmenuza la mítica pelea televisiva entre Alberto Samid y Mauro Viale del 2002, uno de los grandes memes argentinos. A lo largo de sus 4 episodios, mucho más que analizar una simple pelea, el podcast disecciona aquella época: crisis, show y resentimiento. Abajo de la punta del iceberg cabe la Argentina entera.

COPITISMO AVANT LA LETTRE: MAURO VIALE, EL PRECURSOR

El podcast describe y analiza aquella Argentina modelo crisis 2001 –la pelea ocurrió tan solo 20 días después de la renuncia de De la Rúa–, pero todo aquel contexto sirve para pensar a ésta Argentina. El odio, la política-entretenimiento y el fracaso siguen aquí.

“Mauro Viale y Fantino son los padres de la criatura”, presume Milei sobre sí mismo cada vez que puede. Efectivamente ambos, pero sobre todo Viale, le dieron horas de aire a partir del 2016 en su carácter de freak-televisivo. “Si el rating sube estamos haciendo lo correcto, el televidente siempre tiene la razón” es la lógica de mercado que rige la televisión. Esta idea es históricamente aborrecida por el progresismo que se jactaba por aquellos años de no mirar Videomatch ni mucho menos la “televisión basura” de la tarde. Viale, en cambio, hizo de ese mantra un culto. Tal como explica el periodista Alejandro Seselovsky en el podcast, Mauro fue el creador argentino de la televisión de panelistas gratuitos –o prácticamente gratuitos– que, cual pre-influencers precarios, eran capaces de cualquier cosa por un minuto en cámara. Solo había que pagar viáticos. Panelistas de remis que daban rating y permitían una televisión altamente rentable. Los mediáticos, tal como se los denominaba antes que existieran las redes sociales.

Mauro fue el creador argentino de la televisión de panelistas gratuitos –o prácticamente gratuitos– que, cual pre-influencers precarios, eran capaces de cualquier cosa por un minuto en cámara. Solo había que pagar viáticos

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A finales de los 90 los nuevos canales de cable diversificaban la oferta televisiva iniciando la extinción de los shows masivos. La segmentación de las audiencias llegaba para quedarse y de hecho se profundizaría durante los años siguientes a manos de una amplia nueva propuesta digital de contenidos. Sin embargo, durante el proceso, Viale y algunos otros ofrecían una última vida más al producto popular, transversal y de masas. Eran años de alta desocupación en Argentina y la tele de la tarde ya no se dirigía solo a amas de casa y jubilados. Se sumaban entonces jóvenes adultos con mucho tiempo ocioso forzado por las circunstancias.

CONTEXTO Y CONCEPTUALIZACIÓN

Tras el atentado a Cristina del 2022, ríos de tinta fueron escritos sobre el significante vacío “copito”. Ensayo a continuación, inspirado por el podcast y a destiempo, algunos apuntes sobre el fenómeno.

Las imágenes televisivas de agosto 2022 en las inmediaciones de la casa de Cristina esconden una imagen poderosa: la de los copos de azúcar sobresaliendo entre la cabezas de los believers k. Es símbolo de la Argentina ambulante, precaria y barrani, ignorada por el ombliguismo de la grieta. Debajo de esos copos, unos actores de reparto exigirán pronto roles protagónicos a los tiros. El día del atentado funciona simbólicamente como punto de giro hacia la nueva Argentina. Una imagen de futuro. Un 18 Brumario copito con todo el espíritu (estúpido) de la época. El reverso del 17 de octubre peronista: un individuo, hijo de Mauro y de Samid, misántropo, conspirando a contramano de una masa militante.

Pero el ground zero copito es anterior. Desde hace décadas generaciones de perdedores se multiplican ante la ausencia de progreso y mascullan rabia acumulada. Es el hartazgo de no mejorar ni ver mejora en el horizonte. Es indignación por un sistema roto que impide el ascenso social ante la indiferencia general. Mientras que en países desarrollados el fenómeno se tornó anti minorías y de tintes racistas, la singularidad argentina hizo del copito local algo diferente. “Son los penúltimos contra los últimos (los inmigrantes, los negros, etc)”, describe Iñigo Errejón sobre el fenómeno de Vox en España. En Argentina, en cambio, son los penúltimos contra los antepenúltimos. O los de abajo contra los de arriba: la casta. El equivalente a una síntesis perfecta entre la indignación de Vox y la de Podemos. En nuestro país el copitismo no solo convive pacíficamente con inmigrantes pobres: el propio Sabag Montiel es brasilero.

El día del atentado funciona simbólicamente como punto de giro hacia la nueva Argentina. Una imagen de futuro. Un 18 Brumario copito con todo el espíritu (estúpido) de la época. El reverso del 17 de octubre peronista: un individuo, hijo de Mauro y de Samid, misántropo, conspirando a contramano de una masa militante

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La grieta que libra el copito es: 1. contra el statu quo (la casta) que permite la injusticia impunemente 2. contra el progre, que no lo tiene en cuenta. No solo no lo entiende, lo ignora o en el mejor de los casos lo cancela. El progresismo es como División Palermo: le da un lugar simbólico al enano, a la paralitica, al negro, pero el copito sigue relegado. No forma parte –ni quiere– del grupo con capacidades diferentes. Entonces llega la condensación por la impotencia de no poder expresar su fuerza. El copitismo es la furiosa venganza de los marginados, enloquecidos y embrutecidos Es el hombre común que conquista el Capitolio disfrazado de bisonte. 

El copito argentino sabe que la meritocracia post ‘75 es una estafa. Percibe que se rompe el culo pero a él nunca le toca. Y cree que su suerte podría ser otra: simplemente hay que romper el sistema. Su sueño húmedo es destruir las instituciones que le dan sustento al modelo fallido. Su anhelo, más que volver a un pasado meritocrático, es derrumbar las ventajas que otros poseen de manera injusta. 

Describimos la especificidad Argentina en el mundo post Obama: con el progresismo no se come, no se educa y no se cura. El mundo es hostil, sucio, feo, inmoral, animal. Se encuentra en descomposición. El fin del fin de la historia.  Y aun con el desencuentro geoestratégico que ocurrió entre Cristina y Obama, la representación local de ese fracaso es el kirchnerismo –junto con los 4 años macristas. Es la deuda de la democracia argentina, y el fracaso global de la época.

En Argentina son los penúltimos contra los antepenúltimos. O los de abajo contra los de arriba: la casta. En nuestro país el copitismo no solo convive pacíficamente con inmigrantes pobres: el propio Sabag Montiel es brasilero

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“Somos la primera generación que vive peor que sus padres”, repite desde España la escritora Ana Iris Simón para explicar la época. Se rompió el mito de los metales de Platón basado en la movilidad social: jóvenes con “alma de oro” nacidos de padres de “bronce” podían ascender en función de sus talentos naturales. Hoy el estado es sinónimo de inmovilidad y arbitrariedad que mete en la misma bolsa a “vagos” (planeros) e incompetentes, y no premia el esfuerzo individual.  Entonces el discurso del mercado como ente objetivo capaz de reorganizar las posiciones sociales es música para los oídos. Representa el fin de los privilegios inherentes de una clase sobre otra. 

El copitismo es rechazo a lo existente. Grita: “statu quo es violencia” y refuta al sistema. Es anarquista: plantea la destrucción del estado inutil y sofocante en cualquiera de sus formas. Pretende refundar. 

El copitismo tiene identidad quebrada, cambiante, manipulada. No es estática. El propio Milei mutó a libertario-modelo-escuela-austríaca en estos años. Ahora es anarcocapitalista.

El copitismo es revancha darwinista. La simple voluntad de sobrevivir. Su logos es una motosierra, que expresa el deseo de una bomba atómica que haga volar por los aires la mentira de la sociedad inclusiva, el consenso democrático, la cultura progre, hablar con la “e” y la estafa de los valores de la moderación. O mejor dicho, la motosierra es su Martes 13: el deseo de un Leatherface o un Jack el Destripador que despedaza al enemigo regando de sangre la escena. Es la sed de una masacre en formato show. No basta con matar lo viejo, es preciso que ocurra por televisión y en vivo. Hay que dejar rastros inolvidables, crear una escena traumática.

En términos marxistas la motosierra expresa el pasaje al copito para sí. El grito de guerra contra los privilegios. El último estándar legítimo es el esfuerzo individual justamente recompensado. Es fuerza jacobina que busca su revolución apalancada en una escena fundacional. El final de la película The Joker.

LO VIEJO AGONIZA, LO NUEVO LLEGÓ HACE RATO

Así como Tocqueville escribió la Democracia en América para comprender al fenómeno naciente, corresponde ahora abandonar la nostalgia cuanto antes por el sistema político organizado alrededor del bi-coalicionismo que se va, la oda a la cultura y al progresismo que se extinguen tal como los conocimos, y aceptar que la sociedad marcha por caminos insólitos. Sin sobredramatizar. 

A Milei hay que entenderlo primero y antes que nada como carne que alimentó al freak-show de la TV abierta argentina. Es un producto esencialmente televisivo. Sin TV no hay Milei. Mucho antes que un producto de redes, antes incluso antes que Tik Tok naciera, Milei ya se había tornado un levanta ratings. Contraintuitivamente, en 2023 todavía la TV derrama a redes. Y en ese sentido, Milei es más parecido a Beppe Grillo y a Pablo Iglesias que a Meloni o a Abascal. Milei es primero un payaso televisivo, un copito en sí mismo, bulleado, discriminado, acosado, cancelado y muy enojado. De allí nace el líder de alta capacidad estructurante y representativa. 

A Milei hay que entenderlo primero y antes que nada como carne que alimentó al freak-show de la TV abierta argentina. Es un producto esencialmente televisivo. Sin TV no hay Milei. Mucho antes que un producto de redes, antes incluso antes que Tik Tok naciera, Milei ya se había tornado un levanta ratings. Contraintuitivamente, en 2023 todavía la TV derrama a redes. Milei es primero un payaso televisivo, un copito en sí mismo, bulleado, discriminado, acosado, cancelado y muy enojado. De allí nace el líder de alta capacidad estructurante y representativa

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La sociedad contemporánea argentina es más bruta que la de hace 50 años. Los valores morales importados por la inmigración europea del siglo XX, como todo lo sólido, se diluyeron en el aire. Antaño la pobreza abrazaba a la cultura como el único camino para el ascenso social. Hoy la universidad ya no garantiza nada en términos materiales. El acceso prácticamente universal a las herramientas digitales han igualado posibilidades, pero también las han aplacado. Hoy somos libres de ser todos tristemente iguales. Y de exhibirlo por redes que premian de igual manera con admiración y consumo irónico.

Se repitió hasta el hartazgo que kirchnerismo y antikirchnerismo son hijos de la crisis de 2001. Pero el embrión del mileiísmo también lo es. Aquella tele de Mauro representa el copitismo antes del copitismo. Como el colegio Carlos Pellegrini, los Redondos, y la Bersuit fueron el kirchnerismo antes del kirchnerismo. Mauro funciona como un padre intelectual de los copitos: el inventor de una cultura hecha “para gente bulleada, por gente bulleada”. Una precuela del universo copito que hasta Milei no tuvo conciencia de clase. Milei capitalizó y organizó. Pero cuando él llegó ellos ya estaban allí. 

Asistimos al advenimiento de una realidad de contornos difusos. Lo copito, que no explica todo Milei pero funciona como metáfora y como núcleo, no es una nueva ideología sino nuevas soldaduras entre lo político y lo social. La expectativa de suspender las jerarquías y reasignarlas. Disolver a la sociedad y fermentar una nueva.

¿Qué sucederá si la motosierra no instaura el régimen ideal al que muchos aspiran? ¿Qué sensibilidades surgirán del copito desencantado? ¿A dónde nos lleva el poscopitismo?  ¿Qué nuevo electorado engendra? ¿Qué nuevas representaciones podrían absorberlos electoralmente? ¿Qué reproches le harán a Milei si la patria corporativa lo fuerza a guardar la motosierra y de ella solo queda el recuerdo de un gran artificio de campaña? Pronto lo sabremos. Cabe estar advertidos: la banca siempre gana, y la casta siempre vuelve.

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