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03 de marzo 2024

Julieta Habif

MUNDO BIZARRO

Tiempo de lectura: 10 minutos

Esos años, los ‘70, ‘80 y ‘90, fueron fracturas. Prosperó, entre otras, la sensación de que el romance había quedado demodé, y a la par de ese deterioro se popularizaron, poco a poco, todos los pecados: la droga, la guita, la violencia (sobre todo en los ‘70, la violencia), el divorcio, el sexo, la enfermedad. Un desajuste integral, con picos de sufrimiento y de goce sucedidos como en el electrocardiograma de un descuidado. Acá los ‘70 tienen otro espesor, claro, imborrable. También fueron el envión para ese exceso de liberación y voluntad que avanzó con la vuelta de la democracia. Y después de eso, después de que sintiéramos que volvíamos a ser no sé si dueños pero al menos anfitriones de nuestra tierra, nuestros cuerpos, nuestras ideas; una inyección de capitalismo salvaje nos tackleó otra vez.

Todo en algún momento pareció nuevo, la realidad en total, las líneas de tiempo condensadas en el presente como si precisáramos descargar el equipaje de la historia, como si la cultura hubiera nacido con el primer saque en una fiesta repleta, el primer chicle importado, el primer recital de aquel artista internacional, el primer manoseo en un baño apestoso. Después bajamos y tuvimos que hacerle frente al escenario postapocalíptico. Ah, los dosmil.

Con apenas meses de vida, el gobierno de De La Rúa anunciaba un ajuste tras otro. Además se pidió un préstamo al FMI (parecido al que tenemos fresco, el de Macri en 2018). La idea era hacer lo que Menem no pudo. El país estaba quebrado, la crisis económica era cada vez más profunda, eventualmente la tasa de desempleo pasó los 15 puntos, la industria cayó, la construcción también. El paralelismo es evidente: el de Javier Milei también es un gobierno neonato, y también viene siendo, o sea, digamos, bastante destructivo. Pero hay una diferencia sustancial y es, además del origen, de carácter: a De La Rúa se lo tildaba (al punto que capitalizó el adjetivo) de aburrido; Milei es todo menos eso.

El de Javier Milei también es un gobierno neonato, y también viene siendo bastante destructivo. Pero hay una diferencia sustancial y es, además del origen, de carácter: a De La Rúa se lo tildaba de aburrido; Milei es todo menos eso

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Su recorrido en política cabe en un inventario breve, así: una pasantía en el Banco Central de menos de un año en el ‘92, otra año de asesoría a Bussi −militar condenado por delitos de lesa humanidad− en el ‘94, otro año de jefe de una AFJP en 2004 y, luego de varios cargos en el ámbito privado (parcialmente, porque trabajó con Eurnekian, dueño entre tantas otras empresas de Aeropuertos Argentina 2000), en 2019 comenzó a militar en el partido libertario, para en 2021, tras un fuerte año de campaña, ganar una banca como diputado nacional. Después hay detalles (su voto en contra del Programa Cardiopatías Congénitas, por ejemplo; o los sucesivos sorteos de su sueldo), pero son muchos más que los hitos como para enumerar. El punto es que Milei surge en otro sistema, ajeno al camino político tradicional, y ese es un sistema, un universo que viene haciendo metástasis hace rato. Podemos convencernos de que esto nació más o menos acá, más o menos ahora, a partir de, por decir, los streamers que se quedan hasta las 5 de la mañana hablando con gente que no ven más que por un puñado de caracteres en un chat colectivo, podemos fervientemente creer que todo lo surreal que vivimos a diario se les adjudica a tik-tokers, a una hendija de concentración cada vez más angosta o a la abundancia de las vidas narradas y mostradas, miles de reality shows de ignotos que circulan por las redes: la novia de un jugador de fútbol y lo que desayuna antes de entrenar; cuánto gasta en el supermercado un influencer del nomadismo digital. Podemos ahorrarnos el revisionismo, pero hubo un antes.

Los dosmil, decía. Previo a Twitter y sus dimes y diretes ocupábamos nuestro tiempo ocioso y quieto, mucho menos deforme, en mirar la tele. Ahora también, claro, pero me refiero a: nada más que la tele. Además de los noticieros, los magazines y el contenido de ficción, los dosmil parieron toda una corriente marcada por personajes bizarros.

Previo a Twitter y sus dimes y diretes ocupábamos nuestro tiempo ocioso y quieto, mucho menos deforme, en mirar la tele. Ahora también, claro, pero me refiero a: nada más que la tele

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Televisión Abierta, Zap TV, quizás un poco de Countdown de Muchmusic, un poco de Mauro Viale y finalmente, para mí, la versión más acabada, más masiva de toda esa gesta: Hechos y Protagonistas, con Anabela Ascar, por Crónica TV.

Buena parte de estos programas tenía una −valga el oxímoron− producción espontánea: las personas que salían en cámara, a las que los noteros o conductores entrevistaban, eran personas que llamaban o dejaban un mensaje y pedían aparecer. Ese ciclo de Crónica, que eventualmente se popularizó como “El programa de los bizarros”, tuvo en su living a Amigacho (de unos treinta años, que pronunciaba las eses, las ces y las zetas como “ch”); Zulma Lobato (actriz pobre que debe su nombre artístico a Zulma Faiad y Nélida Lobato, que cantaba y participaba de escándalos, y que tras la Ley de Identidad de Género se inscribió legalmente como mujer); un hombre que aseguraba tener un chip en su cuerpo que le habían puesto en una pizzería; “la momia”, un tipo íntegramente vendado que decía no haberse movido durante años y ahí, en ese programa, en esa entrevista, volvía a bailar. Hubo muchos. En un set rojo y sencillo, como las placas del canal, la conductora les daba su atención y su interés y los dejaba contar su historia, fuera cual fuera.

Por la tangente, el fenómeno de Milei tiene que ver (además de con, desde ya, los sucesivos gobiernos que fracasaron visiblemente en mejorar la vida de los argentinos en, por lo menos, la última década) con la secuela, la saga de esto, nacida en esa fusión entre redes y tv que vendría a ser Youtube. Milei subía videos hablando de economía, de anarcocapitalismo, del Estado como el monstruo al que había que dejar de alimentar. Milei era un bizarro también, uno con título universitario, y también llegó a la tele.

Pero volvamos a Crónica, a aquel G20 de freaks. Ese otro morbo crecía, nos divertíamos escuchando las andanzas de gente que vivía su vida de manera alternativa, quizás hasta de forma inconsciente había algo de envidia por eso mismo, por la capacidad de salirse tanto del bloque. Gente que en la vereda sería marginada o por lo menos ignorada, en la televisión, a fuerza de diversión o de empatía o de pena, se volvía querible.

Milei subía videos hablando de economía, de anarcocapitalismo, del Estado como el monstruo al que había que dejar de alimentar. Milei era un bizarro también, uno con título universitario, y también llegó a la tele.

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Todo parece inofensivo. Algunos distintos aquí y allá, algunas personas que rechazadas de la sociedad se ganaban un espacio en la tarde de la televisión argentina. Tampoco se puede decir que el morbo televisivo nació ahí mismo: si bien se notó la mutación, seguía siendo parte del momento ocioso, recreativo y, en la medida en que abandonáramos la tv como forjadora directa de conductas, bastante inocuo. Pero la excepción es lo que interesa al demonio, como escribió Sylvia Plath.

La primera aparición televisiva del presidente Javier Milei fue en abril de 2015. Al presentarse dijo: “no seré famoso como economista pero sí como rockstar”. Un año después desembarcó en Animales Sueltos, conducido por Alejandro Fantino, que fue, a mi entender al menos, su principal trampolín en términos de popularidad. Con un peinado atípico y rebalsado de gestos, Milei llevó el rating de 2,5 puntos a 7. Intratables, el otro gran ciclo de panel y discusiones de política en formato magazine, lo ve y lo quiere, lo quiere y lo tiene; y Milei va, hace lo suyo y mide bien. El rating es el Dios de la televisión, ahí no hay secreto. Al mismo tiempo que sumaba horas de aire, su audiencia en YouTube crecía.

Desde que es candidato a presidente y presidente de hecho, Milei hace de sí mismo, si eso existiese. Exceptuando algunas notas más monocordes, se lo ve irascible, agresivo, con violencia verbal explícita y el gesto rojo de ataque, de garras si las tuviera. Hola a todos, yo soy el léon. Pero en 2018, otra presentación del primer mandatario fue esta, en la que se viste como Leonardo Favio y canta Fuiste mía un verano. Algunos comentarios dicen: “inteligencia suprema, “es genuino, todo lo hace de corazón”, “venía dando la batalla cultural desde hace tiempo”, “qué grande el próximo Presidente de la Argentina, los k no paran de llorar, van a desaparecer”. También hizo un libro, y una película basada en ese libro: “Pandenomics”. En ambos, según cuenta este perfil publicado en Gatopardo, un grupo de libertarios rodean a Milei mientras hace trizas el Banco Central al grito de “¡destrucción, destrucción!”. También se vistió de superhéroe. Y salió con una motosierra prendida por las calles para promocionar su plan económico. Y se muestra en campera de cuero con temperaturas que alcanzan los 35 grados. Y está convencido de que habla con su perro muerto, al que clonó cuatro veces.

El “carisma” de Milei es extraño porque se va de registro, rebalsa las formas que consideramos de un primer mandatario. Podría haber estado, tranquilamente, en el living de Crónica. Es hipnótico, para algunos en el peor de los sentidos, como si los sometieran a cuatro años de vergüenza ajena inesquivable; para otros debe resultar atractivo y también una clave novedosa de lectura. Hay muchísimos que verdaderamente creen que viene a revelar el gran sentido o norte de todo esto. Que es un mesías económico y social. Y que si  él, un tipo que salió de YouTube, pudo; quizá pueda cualquiera. Hace poco, durante una entrevista grabada que brindó a LN+ afirmó, entre otras cosas, dos que para mí podrían funcionar como trazo, al menos grueso, entre ese mundo que cosechamos y comimos de la tele y este, el de hoy, con Milei presidente, una devaluación del peso de 118%; caída del consumo, de las ventas, caída en picada el salario real, aumento exponencial del transporte público y demás. La primera es: “La gente sacaba turno para patearme la cabeza en el piso”, y acto seguido la aclaración de que los únicos que siempre estuvieron a su lado fueron su perro Conan y su hermana Karina, primera dama de la Nación. La segunda, cuando comentó sobre los dichos de Cristina Kirchner, que lo trató de showman: “Yo vendí el producto y llegué a presidente”.

Fiel a su estilo histriónico, hace poco Milei se peleó con Lali y fue el tópico protagonista durante cuatro o cinco días: no el recorte a las universidades, no las paritarias, no la posibilidad de que las clases no empiecen, no el ajuste brutal a los jubilados; la pelea con Lali. En algunas de sus peleas, y esta fue una, el presidente tira a matar con adjetivos descalificadores, sin poner demasiado interés en los argumentos. Hay quienes dicen que es “bait”, que nos confunden y nos ponen a hablar de pavadas mientras de fondo se mueven las placas tectónicas del país; otros dicen que es así, que este gobierno maneja este nivel de improvisación. Producción espontánea, valga el oxímoron.

Insisto: esta presidencia, brevísima como es hasta ahora, tiene algunas reminiscencias de esos jóvenes dosmil. Quizá sea sólo fantasmal, pero es imposible proyectar hoy. Nadie sabe qué pasará con su trabajo, con sus ahorros, con su próximo trimestre. Nadie entiende, tampoco, si el mandato durará 5 meses u 8 años. Quiénes, cuántos, se caerán del mapa.

Yo no sé si Javier Milei soñaba con ser popular, un rockstar. Sé que la vida lo cagó a palos. Su padre lo cagó a palos. La vida duele. Todos partimos de un gran dolor. Pecado original, etcétera. Todos buscamos, entonces, un gran amor que cicatrice eso. No significa que el amor salve. No creo que el amor salve, de hecho, pero su búsqueda es imprescindible. Hay que tener un horizonte. A veces ese horizonte es algo, a veces es alguien (aunque hoy en Argentina mirar hacia adelante y delinear es un lujo. Pero igual hay que tenerlo. Al menos una fantasía, un deseo siempre listo).

Ahora es recibido en las oficinas de las personas más importantes del mundo, pero además muchos ciudadanos de a pie (entre los que se cuentan personas a las que la sociedad, ya sea negándole trabajo o atención o vida digna, rechaza) lo esperan para sacarse fotos con él, lo alzan en brazos cuando viaja a su amado Israel, le levantan carteles diciéndole que gracias, que es su héroe, que viva la libertad carajo. Lo quieren. A Javier Milei, los que no lo miran con algún grado de inquietud o espanto, lo quieren. Lo llorarían si se muriera, supongo, y supongo que eso, cuyas condiciones de producción son extrañísimas, cierra la herida.

Todo en algún momento parece nuevo, la realidad en total, las líneas de tiempo condensadas en el presente, como si precisáramos descargar el equipaje de la historia. Fue ilusorio antes y lo es hoy. Y hacia adelante no se ve ni se sabe nada y se hace difícil imaginar qué haremos frente a los escombros. Otra vez. Antes de salir electo, el presidente habló en televisión de nenes encadenados y bañados en vaselina en un jardín de infantes; de quienes miran a las señoritas de internet mientras él se mete entre sus sábanas; de los consejos que le da su perro desde el cielo; de la necesidad de hacer estallar todo; de cuántos likes tienen sus publicaciones hechas con IA en las que lo representa un león inmenso, desproporcionado; de la venta de órganos como “un mercado más”; de la portación de armas, de su postura frente a la Ley de Identidad de Género: “si querés autopercibirte puma, hacelo”. También mencionó la noción de ‘tábula rasa’, refiriéndose al ingreso de (y las paces hechas con) varios macristas, a los que se había cansado de defenestrar, a su espacio político. Eso diluyó mucho −y mucho sería decir poco− el slogan que afianzó en campaña: “Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”. Todo en algún momento parece nuevo aunque en este presente es realmente difícil creérselo. Pero bueno, tal vez de verdad sea cuestión de tiempo. Tal vez alguien pueda pensar eso, alguien lo entiende, alguien la ve. Tal vez alguien me carpetee esta nota en unos años, ojalá. O tal vez solamente le alcance con subirse al gomón que tiene clavada una bandera que reza: “al menos no gobierna el peronismo.

Yo no sé si Milei soñaba con ser popular, un rockstar. Sé que la vida lo cagó a palos. Su padre lo cagó a palos. La vida duele. Todos partimos de un gran dolor. Pecado original, etcétera. Todos buscamos, entonces, un gran amor que cicatrice eso

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Todo en algún momento parece nuevo, la realidad en total, las líneas de tiempo condensadas en el presente, como si precisáramos descargar el equipaje de la historia. Fue ilusorio antes y lo es hoy. Y hacia adelante no se ve ni se sabe nada y se hace difícil imaginar qué haremos frente a los escombros. Otra vez. Antes de salir electo, el presidente habló en televisión de nenes encadenados y bañados en vaselina en un jardín de infantes; de quienes miran a las señoritas de internet mientras él se mete entre sus sábanas; de los consejos que le da su perro desde el cielo; de la necesidad de hacer estallar todo; de cuántos likes tienen sus publicaciones hechas con IA en las que lo representa un león inmenso, desproporcionado; de la venta de órganos como “un mercado más”; de la portación de armas, de su postura frente a la Ley de Identidad de Género: “si querés autopercibirte puma, hacelo”. También mencionó la noción de ‘tábula rasa’, refiriéndose al ingreso de (y las paces hechas con) varios macristas, a los que se había cansado de defenestrar, a su espacio político. Eso diluyó mucho −y mucho sería decir poco− el slogan que afianzó en campaña: “Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”. Todo en algún momento parece nuevo aunque en este presente es realmente difícil creérselo. Pero bueno, tal vez de verdad sea cuestión de tiempo. Tal vez alguien pueda pensar eso, alguien lo entiende, alguien la ve. Tal vez alguien me carpetee esta nota en unos años, ojalá. O tal vez solamente le alcance con subirse al gomón que tiene clavada una bandera que reza: “al menos no gobierna el peronismo.

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