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05 de mayo 2024

Mariano Marchini

MENOTTI, UN CAUDILLO FEDERAL

Tiempo de lectura: 4 minutos

Hay diversas miradas que no terminan de definir a los grandes protagonistas de nuestro deporte más popular. Al igual de lo que sucede a otros niveles, existe un ojo panóptico que observa al país desde el centralismo porteño, la dicotomía unitarios o federales, un territorio en ciernes antes de la batalla de Caseros. El Flaco logró trascender esa polarización y siempre tuvo en cuenta que existía una Argentina secreta que merecía la consideración más allá de las tapas de El Gráfico.

Llegó a la Selección Argentina en el año que murió Perón. 1974 es mucho más que un número. Si existe un concepto de Nación atado a nuestra esencia futbolera, la fecha es distintiva. Significó el comienzo de una nueva era que serviría para explicar la etapa más gloriosa de nuestro fútbol a nivel selecciones. Después llegó la polarización congénita inherente a nuestro “ser nacional”. A toda acción corresponde una reacción. Al Menottismo luego le brotó el Bilardismo. Pero ningún argentino de bien, venga desde donde venga, puede desconocer que la piedra basal que explican los éxitos deportivos le corresponden al César.

No vamos a seguir explayándonos en el carácter fundante de su trabajo en la Selección Argentina. El fútbol y la historia se unen porque nos ayudan a entender algunos procesos. El Flaco fue también el Julio Argentino Roca del fútbol nacional. No sólo porque fue el arquitecto del Estado moderno de la organización a todo nivel. También logró, por diversas razones, salir del influjo de la Ciudad de Buenos Aires y su connotación Ambacéntrica.

La creación de una selección del “interior” en 1975 no hacía más que reconocer otro problema mayor. En la Selección Argentina convivían más de un país

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Menotti siempre reconoció, sobre todo en las últimas entrevistas periodísticas, que le debía toda su carrera al fútbol del interior. Hasta el punto de aseverar con su proverbial contundencia, que no hubiera llegado a dirigir el Mundial 78 de no haber encontrado cobijo más allá de la avenida General Paz.

Amparo emocional y también del periodismo, ante la primero incipiente y luego sobreactuada polémica entre las corrientes del Menottismo y el Bilardismo. Dos escuelas que explicaban una manera de entender la vida, a juzgar por la pirotecnia que se derramaba sobre la opinión pública desde las usinas del poder mediático central. La redacción de Clarín lo bancaba y desde otras corrientes y paladares lo fustigaban por su carácter y sus maneras de defender sus ideas.

Me tocó crecer un hogar en Córdoba con un padre periodista que se ufanaba de su condición de adscripto cuasi fanático del Flaco. Mi viejo se veía reflejado en una manera de sentir la vida, el fútbol  y el tango. La primera vez que conocí al personaje en cuestión me sorprendió el eco de su voz. La manera de remarcar las palabras y su énfasis tan particular. No hablaba ni de las pequeñas sociedades ni de Olguín, Passarella o Galván. Los primeros nombres propios que escuché fueron los de Leopoldo Federico y Osvaldo Pugliese. Mi padre siempre me decía lo mismo: un tipo que tiene semejante sensibilidad para la música ciudadana, jamás puede hacer jugar mal a sus equipos.

Marcos Marchini junto a Menotti a fines de los 80, en algún lugar de Córdoba, hablando de tango.

La creación de una selección del “interior” en 1975 no hacía más que reconocer otro problema mayor. En la Selección Argentina convivían más de un país. La organización de los campeonatos, el Metropolitano y el Nacional, desnudaban un centralismo centrífugo. Existían los clubes directa o indirectamente afiliados. La mayoría de la segunda categoría provenía del interior. Fueron, son y serán, hijos no reconocidos por la AFA. Nota al pie: busquen en la estadística la cantidad de clubes indirectamente afiliados que han ganado algo en primera división.

El Flaco fue también el Julio Argentino Roca del fútbol nacional. No sólo porque fue el arquitecto del Estado moderno de la organización a todo nivel. También logró, por diversas razones, salir del influjo de la Ciudad de Buenos Aires y su connotación Ambacéntrica

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Fueron convocados jugadores de equipos provenientes de las siguientes provincias: Salta, Jujuy, Córdoba, Tucumán y Mendoza. Nombres como los del “Hacha” Ludueña de Talleres, el “Perro” Pavón de Belgrano, la “Rana” Valencia, en ese momento jugador de Gimnasia de Jujuy, Julio Villa de Atlético Tucumán, Galván o el “Pitón” Ardiles de Instituto, formaron parte del comienzo de un ciclo federal que después explicaría gran parte de la primera Copa del Mundo de nuestras vitrinas.

Argentina es el único país donde hay que reincidir en la necesidad de que su selección no juegue solamente en Buenos Aires. No es un sacrilegio, ni hay que pedir permiso o perdón, cuando disputa sus partidos fuera de los límites de la cancha de River. La primera vez que el once nacional bajo el mando del César se presentó en el interior fue el 2 de marzo de 1977 en la Patagonia, En General Roca. Venció al Deportivo Roca por 2 a 1 con goles de Villa y Bertoni. Luego también inauguró la saludable idea de enfrentar a seleccionados de las provincias. La Selección Argentina frente a combinados de Córdoba, Santa Fe o Mendoza. Revolución y guerra diría el gran Tulio Halperín.

Mientras sucedía la temporada por los recónditos lugares de la patria, el equipo de todos también jugaba contra el Valencia de España, Barcelona, Real Madrid y selecciones fuertes como la Unión Soviética, Checoslovaquia o la Alemania Federal. Para un verdadero caudillo federal como Menotti no había contradicción alguna que jugadores como Maradona, Ramón Díaz o Passarella pudieran jugar al más alto nivel en Europa y también pudieran pisar esta tierra olvidada.

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