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26 de octubre 2023

Lucia Aisicoff

MASSA Y SUS TÍAS

Tiempo de lectura: 4 minutos

“Panquequear es ser diplomático con clase”.

Moria Casán

A Macri le fascina armar reuniones secretas en su casa para ordenar el futuro del país. Le salió bien en 2015, cuando el primer viernes de septiembre invitó a Massa y Malena a su piso de Libertador. Los recibió Juliana, espléndida, con un delantal blanco. Estaba a las corridas -se excusó- porque no quería que se le pasaran las milanesas. En ese entonces andábamos todos bastante irritados, con la carga emocional de haber jugado dos mandatos a la polarización. Cristina estaba de salida y todavía no se había jugado la elección general, pero ya se veía venir un ballotage entre Macri y Scioli. Había que ir al choque, con peleas de emoticones de bíceps contra himnos de Montaner. Continuidad o cambio, se simplificó el debate. Y esa noche de septiembre, con el derrumbe de la ancha avenida del medio, los dirigentes que habían apostado a un tercer espacio eran tironeados desde la continuidad y el cambio. Los votos de Massa valían oro.

Awada sorprendió a los invitados con un plato de nivel. No eran milanesas comunes, sino una cotoletta alla milanese, como se las come en Italia, de ternera y con huesito, acompañadas por una ensalada de rúcula. “Juliana hace unas milanesas increíbles”, dijo Macri y lo repitió varias veces durante toda la cena. La charla entre los cuatro se extendió por un par de horas. Al día siguiente, Sergio respondió con un “no” a los que se animaron a preguntarle si era verdad que cenó con Macri. También desmintió, categóricamente, el rumor de que esa noche después de irse de la cena, los Massa hicieron una parada en el AutoMac de Libertador cuando volvían para Tigre.

'Este hijo de puta, decía y se reía. No le importó la mentira de las milanesas, porque lo que de verdad se cocinó esa noche era mucho más grande. El país se encaminaba a un ballotage inevitable.

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Unos días después, Massa se reunió con el intendente que dejó al mando de su municipio cuando no pudo ir por la reelección. “Así que comiste milanesas con Mauricio”, lo sorprendió el delfín. Sergio lo miró con los ojos enormes. El intendente se apuró a aclararle que no se lo habían filtrado. Lo sabía porque un pariente de su mujer, cocinero de La Rosa Negra, trabajaba en eventos particulares y lo contrataron esa noche para que se hiciera cargo del menú. Sergio se rio con todos los dientes. “Este hijo de puta”, decía y se reía. No le importó la mentira de las milanesas, porque lo que de verdad se cocinó esa noche era mucho más grande. El país se encaminaba a un ballotage inevitable y algo pronto iba a cambiar en la Argentina.

Cuando asumió, Macri se llevó a Massa a Davos y lo señaló como un opositor republicano tolerable. Sergio colaboró con las cosas que le parecían razonables. Su objetivo era quedarse con la conducción del peronismo, no hacer un co-gobierno. Sabía que sus votos otra vez valían oro, esta vez en el Congreso. Pero Mauricio, como patrón, se puso celoso: lo apodó “ventajita” y lo definió como la persona menos confiable de todo el sistema político. Massa dice que hubo un punto de inflexión, un día exacto en el que Macri lo descubrió morocho y peronista: fue en junio de 2016, cuando Macri presentó la ley de blanqueo de capitales. Le había prometido que no incluiría a familiares de funcionarlos, pero intentó meterlos de prepo. Massa no puso los votos y ese día le hizo la cruz.

Macri el último martes lo hizo de nuevo. Reunió a Javier Milei y Patricia Bullrich por la noche en su casa de San Isidro para marcarle los pasos a la oposición. Al día siguiente intentó forzar que el PRO bancara al libertario, pero el ala moderada lo frenó. Entonces la mandó a Patricia a armar una conferencia para apoyar con citas patrióticas de San Martín al candidato que tres semanas antes la había llamado “montonera tira bombas”, una acusación por la que le abrió una denuncia penal. No cuesta imaginar un carpetazo potente para que Patricia accediera a sentarse, incómoda, a justificar su pase. Cerró el día, robótica, abrazando a Milei en TN y le deseó suerte con una palmadita en el hombro.

El daño de Macri a su propio espacio es comprensible, porque viene de una seguidilla. Para evitar el parricidio y el empujón a la intrascendencia, el Killer se ocupó de todos: primero Vidal, después Horacio, al final Patricia. También dejó claro que no está para reclamos y se fue a entrenar al gimnasio con la tele clavada en la Champions League, a la misma hora que la UCR había convocado a una conferencia en su contra. Él se garantizó su oasis y ahora se dedica a armarle al primo Jorge un gabinete depurado de radicales. Intentará que su apuesta a Milei no le genere costos: co-gobernar si gana o ser el jefe de una oposición con nuevo branding si pierde.

El PRO no sabe qué hacer con Massa. Macri lo trató de panqueque, de traidor, pero el candidato oficialista transformó esa, su mayor debilidad, en un capital político. Es el hombre que avanzó, retrocedió y aprendió en el ostracismo. El que entendió la necesidad de ampliar y les habla a las señoras cocker, el que quiere conquistar a las tías en vez de encerrarlas en un cerco moral para hacerles burla con los dedos en V.

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El problema de Macri fue el crecimiento de Massa. Un vínculo que tuvo a la mentira como piedra fundacional. Una batalla que no es política, es personal. Hasta ahora, la articulación de la oposición le había resultado fácil a Mauricio con el kirchnerismo enfrente. Fue Cristina la que los unió, pero Massa es el que vino a dividirlos. El PRO no sabe qué hacer con Massa. Macri lo trató de panqueque, de traidor, pero el candidato oficialista transformó esa, su mayor debilidad, en un capital político. Es el hombre que avanzó, retrocedió y aprendió en el ostracismo. El que entendió la necesidad de ampliar y les habla a las señoras cocker, el que quiere conquistar a las tías en vez de encerrarlas en un cerco moral para hacerles burla con los dedos en V. Es el que se sentó con todos, incluso con Macri. La verdadera frustración de Mauricio, su necesidad de ganarle, es porque conoce la verdad de la milanesa: Massa no fue empleado suyo y puede intuir que tampoco lo será de Cristina.

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