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07 de julio 2023

Sonia Budassi

LEER ES RAPIÑAR

Tiempo de lectura: 9 minutos

Conceptos como “el estallido de los géneros” o el de “la hibridez”, suelen repetirse para definir ciertas piezas argumentativas y literarias. “El ornitorrinco de la prosa”, decía, por ejemplo, Juan Villoro sobre la crónica; la idea de mezcla o mix suele usarse también para referirse al ensayo personal, piezas de larga tradición desde el Siglo XX en revistas, libros y publicaciones online.

Esa suerte de definición laxa suele habilitar cierta vagancia en el intento de definirlos; de no esbozarlos aunque sea en borrador, ni pensar en sus estrategias textuales y sus tipologías. Eso pasa con el ensayo personal, género conceptual y narrativo que, en su variedad temática -desde el turismo a los dramas personales, las tragedias políticas o los juicios sobre objetos de arte-, se despliega sobre áreas plagadas de vicios y hallazgos donde cada tópico presenta sus propios desafíos por fuera de categorías quietas.

El ensayo personal suele dialogar con su época de manera explícita, al contrario del clásico estilo Montaigne (1533-1592) -considerado el fundador de “el ensayo” a secas- aunque siempre se considera un género proteico. En Montaigne, el devaneo subjetivo rondaba obsesiones filosóficas y sensibilidades del autor como alguien, por momentos, aislado de la sociedad, de los temas concretos de lo cotidiano o lo artístico o su mixtura. Los títulos de sus textos lo ejemplifican: De los mentirosos, De la fuerza de la imaginación, De la conveniencia de juzgar sobriamente de las cosas divinas, etcétera.

Podríamos intentar, entonces, un recorrido incompleto sobre los que toman a la escritura como objeto y que, como el ensayo personal mismo, no pretenda ser una categorización positivista sino lúdica; una aproximación a textos contemporáneos, tomando como excusa la publicación reciente de El color favorito, de la escritora y editora Valeria Tentoni en el sello Gris Tormenta como parte de la colección Editor

Entre el chisme y la política

Muchos ensayos personales transitan la chismografía – y a veces terminan en aburridos ejemplos de name dropping (¿cómo traduciríamos esta expresión, que significa mencionar nombres para alardear, al castellano?). Esta operación puede encerrarse en el afán de demostración de los roces con celebridades, gente exitosa, prestigiosa, reconocida, talentosa, o todo eso junto -o las “redes” al decir de los sociólogos- que actúan también como forma de legitimación de lo propio.

Otras, por la vía de la ridiculización y el sarcasmo, estilo muy visible en cierta crítica naif contemporánea que se justifica bajo el ala del cinismo; oxígeno que respiramos como el aire, de manera automática, sin pensar, desde hace años, gracias a Twitter.

Algunos textos como los incluidos en Recuerdos de Córdoba de Flavio Lo Presti (China editora) salen airosos de la pretensión. Este es uno de los pocos casos en que se salva de la frivolidad y el anecdotismo por vía del humor y de la construcción de una voz, la de un cronista torpe que, en las mejores piezas de este volumen, desenmascara la solemnidad con que un grupo de jóvenes escritores inéditos- entre los que se encuentra el narrador- se toma demasiado en serio. Al exponer sin soberbia el ridículo manto de importancia que algunos artistas se dan a sí mismos, es del tipo bien logrado que cruza crítica cultural, reseña literaria, y el artículo sociológico sobre diferentes objetos del arte, con la autoficción. Y muestra, al mismo tiempo, una tribu urbana algo marginal: esa que espera la visita a Córdoba, escenario de estas narraciones, de escritores “notables”. “Por auténtica curiosidad, mis amigos de aquel tiempo y yo (puertas adentro el grupo se autodenominaba “la secta”) íbamos a cuanta conferencia había. Me acuerdo de haber escuchado a Vargas Llosa, a Galeano, y hasta recuerdo una conferencia de Andrés Rivera en la que fuimos a mirarlo por encima del hombro (después de todo, no había escrito Conversación en la Catedral) y de la que salí inflando el pecho porque una anciana reincidente en conferencias (una colega, digamos) nos preguntó, candorosamente, en qué momento leíamos tanto”.

Muchos ensayos personales transitan la chismografía. Esta operación puede encerrarse en el afán de demostración de los roces con celebridades, gente reconocida, talentosa, que actúan también como forma de legitimación de lo propio.

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La vocación, y lo que no escribimos

Otro tipo de ensayo personal literario podría ser aquel presente en obras ya clásicas, donde el comentario y los abordajes alrededor de las instancias más claras o más opacas de la práctica de lectura y escritura, como -entre tantísimas otras- la del israelí Amos Oz, La historia comienza. Ensayos de literatura (FCE). Allí el Nobel analiza, enfocado en los modos en que arrancan sus textos, fragmentos de Anton Chéjov, Gogol, Raymond Carver y Gabriel García Márquez, entre otros. El panorama es vasto, y también lo componen críticos que se animan al cruce con la autobiografía como Los libros que no he escrito, de George Steiner -entre otros del autor- o figuras como Harold Bloom quien, en Cómo escribir y por qué, examina las obras de autores como Shakespeare, Ernest Hemingway, Jane Austen, Walt Whitman, Emily Dickinson, Charles Dickens o William Faulkner y otros que había colocado con un tono más ascético -con la excepción de su famoso prólogo beligerante- en El canon Occidental (Anagrama). 

De las las referentes ineludibles argentinas contamos con, entre muchas otras, la escritora Betina Gonzalez, autora, además de novelas como Olimpia y Las poseídas, de los ensayos La obligación de ser genial, editado por Gog y Magog. Y en revistas como Ñ, y la de Cultura de elDiarioAR donde pone, en una de sus colaboraciones, el eje sobre otra categoría problemática: la autoficción, entre otros temas. Por su parte, Laura Wittner traza como lo hizo Marcelo Cohen reflexiones sobre la tarea de traducir.

También en Argentina, en los últimos tiempos, aparecieron colecciones específicas, como Lector&s del sello Ampersand, dirigida por la escritora e investigadora Graciela Batticuore, inscripta en el enorme volumen de producciones sobre literatura que, a veces, incluyen soberbios gestos de erudición y al mismo tiempo, apasionantes guías de lectura, cruzadas con la narración de la propia experiencia. “En el cruce entre ensayo y autofiguración, Lector&s ofrece, además, la posibilidad del encuentro íntimo con el estilo personal de cada autor de la serie, lo que promete una entrada intensa a la literatura misma” escribe Batticuore. “Se trata, en definitiva, de explorar los lazos entre la vida y la lectura, para recoger las experiencias singulares de un conjunto de autores argentinos, latinoamericanos, europeos”. Las autoras y los autores son escritores de ficción o poetas, y muchos de ellos también críticos: Diamela Eltit, Margo Glanz, Tamara Kamenszain y Sylvia Iparraguirre, entre otras y otros.

Seguir la conversación

Y en esta tensión entre la lectura como acto íntimo e individual -términos que a veces se confunden pero que no son lo mismo-, y el mundo del libro traccionado entre lo holístico y lo insular, cada vez se abren más pistas por fuera de la tónica romántica que ensalza solo a las autoras y autores. Así, el universo libro deja de considerarse únicamente como autoválido y aislado, y se muestra inserto, con todas sus paradojas y contradicciones, entre la efervescencia -cientos de títulos publicados por mes- y la crisis de la industria editorial -con la escacez de papel, por citar solo un ejemplo. Bajo este paraguas que opera como marco encaja de un modo peculiar, entre la reflexión artística y la sociología del trabajo intelectual, la colección Editor del sello Gris tormenta compuesta por “narraciones en primera persona que revelan los distintos procesos, largos e inesperados, que existen antes de que un libro sea abierto por un lector. Memorias y ensayos dedicados a los múltiples oficios de la edición, crítica, retórica y filosofía literaria; creación, composición, traducción y edición”. Alan Pauls, autor de Fallar otra vez también está en la citada colección de Ampersand, Lector&s. Más allá de este caso particular, es interesante leer ambas colecciones en diálogo.  

Y en esta tensión entre la lectura como acto íntimo e individual y el mundo del libro traccionado entre lo holístico y lo insular, cada vez se abren más pistas por fuera de la tónica romántica que ensalza solo a las autoras y autores.

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El nuevo libro de Valeria Tentoni -autora de los títulos de poesía Batalla sonora, Ajuar, Antitierra, y de los de cuentos El sistema del silencio y Furia diamante– narra dos canales vitales e intelectuales que se cruzan. Por un lado, el camino iniciático de la autora en el mundo de la escritura, como periodista cultural y como artista – y lo que venimos diciendo abona a que ambos planos se presentan en los textos antes mencionados como felices convivientes. Tentoni propone una humilde y lúcida clase sobre cómo entrevistar. Y por otro, cuenta los tránsitos que la conectan con su propia obra junto a un profesor de taller literario y escritor, en sus términos, un “maestro”, por momentos cercano, por otros, distante. El prólogo hace juego con esas dos vertientes: el escritor Daniel Saldaña París elige, sin ingenuidad aparente, un tono epistolar, es decir en segunda persona, como quien se hace cargo de la interacción inherente al ejercicio de pensar y conversa, él mismo, con el ejercicio de diálogo que propone el libro.

¿De dónde sale una pregunta?

Los manuales de periodismo -uno de los argentinos más conocidos es La entrevista periodística de Jorge Halperín- y los de escritura creativa -Ana María Shua acaba de publicar Cómo escribir un microrelato por Siglo XXI-, quizá sean necesarios. Aunque regalen fórmulas que para algunos puedan sonar a corset, nos invitan a soñar con la seguridad de un método y, en todo caso, con ejercitar, luego, una transgresión. El color favorito es, entonces, un antimanual, aunque sería interesante bibliografía para varias carreras humanísticas. Porque Valeria Tentoni ofrece preguntas y esboza ideas que tantean su objeto de estudio, en la tradición de Montaigne, con desviaciones progresivas. Con un tono elegante y sutil, sin afectaciones, piensa sobre el arte y el oficio de entrevistar. A contrapelo del ruido imperante en gran parte de la esfera pública -la literaria, la artística, y la de verdad masiva-, plantea, de manera implícita -porque si de algo rehúye salvo en casos puntuales, es a la sentencia- una práctica anti inquisitiva. El llamado ‘periodismo incisivo’ se volvió una vulgata que abraza de manera banal también al periodismo cultural, cuando se preocupa, a veces, más en generar alboroto que a combatir o profundizar en temas de base, políticas culturales, debates ideológicos, obras y un largo y heterogéneo etcétera. (Desde ya, esto es una generalización).

El llamado ‘periodismo incisivo’ se volvió una vulgata que abraza de manera banal también al periodismo cultural, cuando se preocupa más en generar alboroto que a combatir o profundizar en temas de base, políticas culturales, debates ideológicos, obras

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Leemos: “Respuestas más cortas que las preguntas: mala señal. Yo todavía no sabía eso. Creía, de hecho, lo contrario, pero mi atolondramiento también traía, por favor estadístico, entre tanta pregunta, alguna suerte”. El efecto identificación funciona del mismo modo que cualquier relato de iniciación. Todos fuimos aprendices en algún área. Y dudamos. Y acá, queremos aprender junto a la narradora: sobre escribir, sobre leer, sobre entrevistar.

En otro pasaje, expone una idea dicha ya muchas veces, pensada de una manera particular. Todas las críticas, todas las escritoras, leemos, o queremos leer, como entomólogas. Tentoni lo dice así: “Mientras tanto, desarmo los libros como un mecánico.

Las primeras impresiones son peligrosas, envenenadas. Desde que escribo, tampoco leo con inocencia. Leer es rapiñar, tomar ingredientes que no se sabe bien cómo usar. Se parece a entrar en medio de la noche a una cocina ajena con la luz apagada”.

(…)

Las reflexiones sobre esos encuentros periodísticos avanzan y resplandecen entre los descubrimientos donde la pérdida de la ingenuidad no genera una mecanización de las acciones. “Puede que ese día haya aprendido que quien entrevista debe pensar en la pregunta, no en la respuesta. Que, si calcula la respuesta, la pregunta se autodestruye. Que, si la conoce, no debería estar preguntando”

¿Qué contagian los maestros místicos?

Al narrar el deslumbramiento por quien lee sus textos en un taller no da nombres; ni de él, ni de otros artistas o personajes públicos. Sólo hacia el final, en curiosa decisión editorial -que se agradece-consigna a las personas mencionadas en Notas de la autora. Tampoco se toma en sorna como Favio Lo Presti aunque evita el acartonamiento. Como una muestra que contradice la creencia -cierta en algunos casos- de que los docentes de taller literario imponen los tonos propios, los  temas y la estética a sus talleristas. El texto de Tentoni por suerte no copia la excentricidad del maestro. Al contrario, maneja el pulso de cada palabra, y en su recurrencia en metáforas y comparaciones, lejos de agobiar, amplía sentidos. Algunas oraciones funcionan como pequeñas epifanías que tienen el poder de la evocación de situaciones que quizá no hemos vivido -o sí, quienes nos hemos enfrentado a otra persona para entrevistarla, “en esa intimidad de las inteligencias que es la conversación”, dice. Y podemos reconocer ese espasmo brumoso de pensar, o intentar pensar, junto a nuestro interlocutor, aunque no encontremos las palabras para definir la operación como sí logra este ensayo. “Por un brevísimo instante, tan breve que dudaremos de su existencia, seremos sabias junto a nuestra pregunta. El instante durará aproximadamente lo que un cuerpo dura sin sombra al mediodía. Pero la respuesta es un resultado del que somos apenas responsables: la pregunta es una linterna de luz impropia, una luna antes que un sol”.

El texto de Tentoni por suerte no copia la excentricidad del maestro. Al contrario, maneja el pulso de cada palabra, y en su recurrencia en metáforas y comparaciones, lejos de agobiar, amplía sentidos.

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Las dos vertientes del relato se juntan, de manera evidente, en una escena. Sobre el final, la narradora, que siempre mantiene una suerte de bajo perfil, va a ver a su “maestro”, ya algo deteriorado de salud, a una lectura pública. “¡Quería preguntarle tantas cosas, decirle tantas cosas, agradecerles tantas cosas! Había ido hasta ahí para eso, después de todo. Pero ninguna pregunta me parecía del todo inteligente, ninguna palabra a la altura, y, si hubiese sido buena discípula, me hubiese quedado callada. Pero no lo era, jamás lo había sido”. El color favorito, despliega recorridos sinuosos y llevaderos, hipnóticos; una forma no exacta, aunque coherente, de conocimiento. Es una reivindicación del error durante el proceso de búsqueda. Y de las indeterminaciones que confunden y, al mismo tiempo, nos empujan al intento de pensar el arte, los oficios, y las relaciones una y otra vez, como un pizarrón que se borra y se reescribe, bordeando un mismo asunto que por momentos se expande, se ilumina, se opaca, y en movimiento reflexivo, se pregunta sobre sí mismo.

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