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13 de septiembre 2023

Florencia Angilletta

LA ESCUELA, NUESTRO ÚLTIMO PAÍS NORMAL

Tiempo de lectura: 8 minutos

“Cartas en el asunto” es el primer newsletter de Revista Panamá, escrito por Florencia Angilletta, sobre los 40 años de democracia. Aquí la suscripción para recibir quincenalmente los siguientes envíos por mail.

A Agustina Larrea, con quien nos conocimos en una sala de profesores

Uno

“Estaba en tercer grado y me acuerdo de mi maestra, Claudia. Puedo contarte algo un poco tierno”, arranca Analía, nacida en Mar del Plata y estudiante de Letras de la UBA. “Claudia había leído un relato sobre una criatura mágica y la consigna era dibujar lo que imaginabas a través del relato. Yo me sentía frustrada: no me salía. Y recuerdo haberle dicho: ‘no me sale’. Y ella me respondió: ‘Están quienes hacen magia con los dibujos y quienes la hacen con las palabras’. Claudia me estaba regalando una vocación. Conocer desde muy chica lo que me gustaba hacer.”

Día del Maestro. Un 11 de septiembre falleció Sarmiento: ese niño que también lidió con grandes frustraciones –haberse formado leyendo en un almacén de provincias y no en la élite de ese momento: el Colegio Real San Carlos– y las transformó en espada, pluma y palabra. Nacimos al siglo XX con la Ley 1420 bajo el brazo: los principios comunes, gratuitos y obligatorios de la educación. Tiza y promesa. El 21 de septiembre, día del Estudiante, recuerda cuando llegaron los restos de Sarmiento al país, diez días después de su muerte. La iniciativa del festejo comenzó, primero, a instancias del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras. Después, tomó las plazas del país y se mimetizó con el inicio de la primavera. Pasto, cervezas, sexo, flores.

En 1988 la Marcha Blanca convulsionó el gobierno de Alfonsín con el paro de 37 días hábiles: la lucha por el piso salarial unificado. En ese entonces Menem, gobernador de La Rioja, dispuso micros para que los maestros llegaran a Buenos Aires. Alfonsín después dijo presente en la Carpa Blanca

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A los tres poderes clásicos –ejecutivo, legislativo, judicial–hemos aprendido que se suma el “poder de los medios”. Antes era la radio o el diario, hoy serán las redes: información que nos rodea. Pero el otro gran poder, que es también el otro gran resguardo, es la escuela. Todos pasamos por ella y a ella la mayoría –por hijos, sobrinos, ahijados– volvemos. Muchas de esas ficciones de colegios –desde Socorro, quinto año– ponían a rondar el conflicto de una escuela: quienes tenían los padres separados, quienes tenían la familia con tres hermanos, quienes eran cuidados por los abuelos, quienes tenían los juegos de la vidriera al día, quienes iban becados. Las cosas se sabían como se saben siempre, pero esa era una Argentina democrática: de mezclas. Ese mundo de la “cuadra” es, también, lo que ahora está estallado. Las segmentaciones: los mismos con los mismos. Las microsegmentaciones: ¿los hijos siguen siendo hijos de la vida? Los colegios, las primeras cunas de la diferencia. Mamar la democracia desde ahí. El guardapolvo blanco, esa misión sarmientina: acá dentro todos iguales. El primer día, los útiles, ese rato de adrenalina. Cantar el himno. El preámbulo de la Constitución también son los ojos húmedos al a ver a un chico izar la bandera argentina.

Queremos que vuelva el futuro. “La educación es el futuro”… ese disco rayado en loop sobre la “o”. ¿Y entonces? Cuarenta años de democracia cumplidos en una época rota. La democracia, querida carta. Bienvenidos/as a un nuevo envío de estas cartas panameñas: esta vez, maestros, maestras y estudiantes en su mes.

Dos

Con la democracia se come, su cura, se educa. En 1988 la Marcha Blanca convulsionó el gobierno de Alfonsín con el paro de 37 días hábiles: la lucha por el piso salarial unificado. En ese entonces Menem, gobernador de La Rioja, dispuso micros para que los maestros llegaran a Buenos Aires. Alfonsín después dijo presente en la Carpa Blanca: instalada frente al Congreso, desde 1997 hasta 1999.

Los años de la democracia y las escuelas: el sistema educativo expandido –cada vez más chicos y chicas en los colegios– y la desigualdad educativa: las trayectorias atravesadas por las diferencias. Adentro, pero con muchas desigualdades. Repasemos las leyes históricas: en 1992, la enseñanza secundaria y terciaria pasó a las provincias (el famoso ministerio –nacional– sin escuelas) y también se transfirieron las responsabilidades salariales. La Ley de Transferencias (1991), la Ley Federal de Educación (1993), la Ley de Educación Superior (1995). La Ley Federal de Educación implicó la ampliación de la obligatoriedad escolar desde sala de 5 años hasta el final de la primaria y marcó una nueva partición en la formación: los recordados EGB y Polimodal. Esta medida fue rechazada en varios distritos, incluyendo la Ciudad de Buenos Aires. La Ley de Educación Nacional (LEN) en 2006 anuló la estructura académica de los noventa y volvió a las antiguas denominaciones de educación primaria y secundaria.

Pensar a las maestras es pensar los proyectos de nación. Allí donde más parecen disponibles para encarnar una pose conservadora, pueden torcerla. Juana Manso, Sara Eccleston, Rosario Vera Peñaloza, Angélica Mendoza y las hermanas Olga y Leticia Cossettini son algunos nombres de estas pioneras

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¿Qué fue lo primero que hizo Néstor Kirchner cuando asumió en 2003? Lo primero, lo primerísimo: ir a desactivar un conflicto docente. 48 horas tras haber asumido la presidencia, el entonces presidente viajó a Entre Ríos para firmar un acuerdo con los docentes de Paraná, que permitió dar comienzo al ciclo lectivo 2003. En el comienzo, estuvo la educación. El cierre de escuelas en la pandemia impulsado por el mismo kirchnerismo partió al medio.

Tres

Las maestras como “madres” de la nación forman el proyecto político desde el siglo XIX que reescribe el “ángel del hogar” como una posibilidad de trabajo para mujeres –en especial, solteras– que contribuyen a la domesticidad fuera de sus casas y que, probablemente, prescindan del trabajo una vez que transiten el matrimonio. Aún así, esta gramática conservadora es torsionada por las posibilidades que ofrece el magisterio –sobre todo para las mujeres de pueblos, de familias más modestas– como contacto con las letras, las bibliotecas, la circulación pública, el dinero, la reescritura del origen e incluso la política.

La feminización de la docencia se vincula con la maternalización durante las primeras décadas del siglo XX. Esta imaginación normalista es el pulso de La maestra normal (Gálvez, 1914). Las señoritas (Ramos, 2021) conecta esa imaginación con el siglo XIX, e investiga el grupo de maestras que, a instancias de Sarmiento, viajan desde Estados Unidos a la Argentina.

Pensar a las maestras es pensar los proyectos de nación. Allí donde más parecen disponibles para encarnar una pose conservadora, pueden torcerla. Juana Manso, Sara Eccleston, Rosario Vera Peñaloza, Angélica Mendoza y las hermanas Olga y Leticia Cossettini son algunos nombres de estas pioneras. Alfonsina Storni y Salvadora Medina Onrubia son dos maestras normales que parten de sus pueblos a Buenos Aires, a escribir otra ficción.

Entre la candidez y las transformaciones del mundo laboral, el magisterio habilita tanto una respuesta acorde a las expectativas de género –producción de recato, maternalismo, nacionalismo– como la potencialidad de reorientar ese contacto con los libros y el dinero ganado mediante el trabajo.

En la escuela se aprende qué es una clase, la pertenencia, la diferencia, lo común. La escuela otorga a esas maestras dinero, lecturas, cine, amigas, confiterías, sindicalización, política. Su articulación como trabajadoras recorre un arco que va desde la huelga docente en Mendoza (1919) hasta la conformación de la Central de trabajadores de la educación de la República Argentina (CTERA, 1973). La misma nominación “trabajadores de la educación” busca deslindar los sentidos de amor y cuidado, con los que históricamente se piensa al magisterio, de su condición sindical vinculada a derechos laborales.

La universidad, sus tentáculos, lo que pasa en torno a ella, es la oportunidad de amistades que sean un homenaje y una traición a los padres. Una generación democrática como una generación en la universidad: tener el teléfono del otro

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Las maestras proliferan en la literatura argentina. Juvenilia (Cané, 1884), “La señorita Cora” (Cortázar, 1967), las institutrices en los textos de Silvina y Victoria Ocampo, las maestras en la narrativa de Manuel Puig, “La señorita Estrella” (Hernández, 1982). En la literatura contemporánea las maestras en textos como los de Hebe Uhart, entre otros.

Jacinta Pichimahuida (1966) en los sesenta inmortaliza el otro dictum de la maestra argentina. Esta saga tiene su contrapunto en las películas protagonizadas por Luis Sandrini; por ejemplo, El profesor hippie (1969), que dramatiza ese contraste de la “joven y vieja guardia”. En una constelación no exclusivamente argentina, son muchas las ficciones que trabajan con la parábola de la transformación personal a partir de una experiencia de aprendizaje –el ejemplo típico es La sociedad de los poetas muertos (Weir, 1990)–. Esta fricción entre cultura letrada e iletrada, alfabetización y cultura popular lleva el cuerpo de la maestra al extremo en La patota (Tinayre, 1960) y en la remake homónima (Mitre, 2015).

En la película La patota, en su versión original, la protagonista tras recibirse de profesora de filosofía responde ante el cuestionamiento del padre de por qué va a trabajar. Y señala: es una “es una necesidad de mi espíritu”. Hacia el final, los muchachos dicen: “que flor de lección nos dio la maestra, no la vamos a olvidar en la vida”. Esta interpelación da cuenta de que los procesos de enseñanza aprendizaje desbordan el aula y, aún en los controversiales procesos de resignificación de los cuerpos, las maestras son construidas como pedagogía de lo social. La tensión entre la maestra como reproductora de la cohesión nacional o como quien puede producir un desvío “de izquierda” se organiza tempranamente en la película La maestrita de los obreros (De Zavalía, 1942), a partir de la relación de la docente con sus estudiantes en una escuela nocturna.

Las señoritas son ese umbral entre sociedad y Estado, entre norma y desvío, pasado y futuro, tradición y novedad. Entre la casa y la plaza. Desde sus instancias más homogeneizantes –la letra con sangre entra– hasta los sueños de la revolución –muchas desaparecidas de los setenta son maestras–, las señoritas están en el umbral. Fina ropa blanca.

Escuela San Francisco del Monte de Oro (San Luis), reconocida como la primera escuela que fundó Sarmiento.

Cuatro

Tengo dos fotos de mi mamá embarazada. En una, le están dando el título de contadora. Adentro de la panza en un aula magna. Las primeras de la historia. La universidad, mi líquido amniótico. Por eso quizá pueda ser, más que un momento de la vida, un lugar. La universidad, sus tentáculos, lo que pasa en torno a ella, es la oportunidad de amistades que sean un homenaje y una traición a los padres. Una generación democrática como una generación en la universidad: tener el teléfono del otro. La movilidad contada en números de teléfonos. Recuerdo un sticker en la ventana que decía: UBA. A secas.

Mi madre, después de años de dar clases ad honorem, fue docente en el Salvador. Y, cuando arrancó, entró a disculparse a la capilla enfrente de la facultad de Económicas, en Plaza Houssay. Nunca había pensado esto, pero ella siempre dio “Costos” y de ello, no lo dudo, se jactó. Creo incluso que mi viejo mantenía respeto por esa materia. Una niña bonita. Es un cliché que me gusta empalmar ahora: los “Costos” son un poco una teoría literaria de Económicas.

Cinco

Casi en las puertas de septiembre, nuestro mes sarmientino, falleció Laura Santos, una entrañable docente de TEA. Laura hizo del aula, de una institución educativa, un millón de cosas, pero, sobre todo, un lugar en el mundo. Muchos y muchas nos sentimos parte, en especial, por ella: primero como estudiantes y después como docentes. Elijo recordarla en esa sala de profesores. Elijo hacer su memoria presente a través de la dedicatoria a mi amiga Agustina, quien también, como toda maestra, lleva encima lo mejor de cada lugar: en estos días también esta enorme tristeza. Esa sala de profesores nunca volverá a ser la misma. Gracias totales, y siempre.

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