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23 de octubre 2021

Fito Páez

LA BUENA ESTRELLA

Tiempo de lectura: 4 minutos

Fui testigo una vez del brillo de su estrella en una escena casi opaca. Nos habían invitado a tocar a Bahía Blanca, eran los primeros años dos mil. Rutina sencilla: yo salía a escena con la banda a tocar mi parte, luego él tocaba su parte solo con unos teclados y cerraba después la banda tocando temas de él. Entonces, cuando él hace su set solo, a un costado del escenario, desgarbado, entre los cables y los teclados, yo me quedo muy cerca, en bambalinas, viéndolo de espaldas, casi como si tuviera una cámara detrás del set de él. Nunca tuve tanta intimidad con tanta gente alrededor. Nadie me veía pero yo podía verlo. ¿Y qué vi?

Él desplegaba dos teclados a sus costados y dos teclados de frente, y con un micrófono también enfrente de él. Empezaba su parte y arrancaba una versión de “Desarma y sangra”. Un detalle: detrás, a sus espaldas, puso también un teclado larguísimo. Yo veo que está descalzo. Empieza “Desarma y sangra” en una versión medio de “cajita de fantasía”, con la voz preciosa adelante, y haciendo unas mini orquestaciones geniales, como hace siempre con sus dos manos totalmente independientes. Era raro ver eso. De otro mundo. En un momento estiraba una de sus largas piernas, envuelta en una calza negra, y daba vuelta su cara pintada hacia atrás para apuntar bien la pierna, y con la pierna izquierda empezaba a tocar los bajos de la parte instrumental que arranca en un Mi bemol menor, después va Re, luego va un Fa sostenido, después va un Sol y al final se pierde en unas largas secuencias. Charly tocó ese bajo como a medio metro de distancia de donde estaba, estirando su pierna izquierda, y tocando los bajos con la perfección de un especialista. Vi una escena clínica. Y lo había montado unos minutos antes de salir a tocar. “Dale a Lennon un trombón y te hará una obra de arte”, le dice Jack Nicholson a otro personaje de “Los Infiltrados”, la película de Scorsese. Creo que con García podés aplicar exactamente la misma fórmula.

La gente se paró, de pronto se encendió, teníamos una adrenalina tremenda. Sentía que me podían acuchillar en cualquier momento. La música de Charly reproducía un peligro

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La primera vez en la vida que lo vi estaba de las bambalinas, tenía 13 y me sentaba en una butaca. Fue el 7 de agosto de 1976 en el Teatro Auditorio Fundación Astengo, en Rosario. Él abría el concierto con la canción “Rock”, que es el tema que está en el lado dos del primer disco de “La máquina de hacer pájaros”, y era prácticamente un debut de “La máquina” en salas grandes, porque hasta ahí había tocado sólo en “La bola loca”, un boliche de Buenos Aires. Así que esa noche empezaba esa introduccióncon el piano a telón cerrado. La gente se paró, de pronto se encendió, teníamos una adrenalina tremenda. Sentía que me podían acuchillar en cualquier momento. La música de Charly reproducía un peligro. Recuerdo esa sensación de miedo cuando se abre el telón y sale con los acordes y cantando a todo volumen con la banda, una banda increíble. Fue un impacto desconcertante verlo. Ésa fue la noche en que decidí mi camino. Charly produjo eso en mi vida.El miedo es el miedo a lo que te puede cambiar a vos.

Lo que sigue es la historia conocida. Y lo que somos: familia. Él me adopta, yo lo adopto, y desde entonces es difícil establecer las cuestiones desde afuera. Él ha sido mi hermano, mi papá, yo también lo he sido con él. Hemos cambiado de roles a través de la vida. Nos hemos distanciado, nos hemos acercado. Lo que sí es importante es que él estuvo siempre en los momentos más importantes de mi vida. Al lado. Eso no pasa con muchas personas. Fuimos testigos de vida y obra. Eso es un camino, también. Y su influencia es una forma de alegría. Eso tampoco es común. Los eternos pícaros, en diferentes medios, por ahí inventaban que había alguna pica o alguna envidia, ¿pero dónde están esas palabras ahora y dónde estamos nosotros? Conocer a Charly es estar ligado a alguien que te despierta cosas hermosas.

En un momento estiraba una de sus largas piernas, envuelta en una calza negra, y daba vuelta su cara pintada hacia atrás para apuntar bien la pierna, y con la pierna izquierda empezaba a tocar los bajos de la parte instrumental que arranca en un Mi bemol menor

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Que no hay Fito sin Charly es, a esta altura, una obviedad. Pero lo que viene después, con el paso del tiempo, es que devengo un poco en un Charlyólogo, por decirlo de una manera. Otra forma de devoción. Y somos muchos. Por ejemplo el gran tecladista Matías Mango, o un músico inmenso que hizo unas partituras sobre él, Mauro Kaseiri. Se empiezan a investigar otras cosas, más allá de las primeras impresiones ligadas al impacto, a la sensualidad, al entramado de las primeras escuchas.

Y empiezo a desenredar en el papel, en la sala, en el piano, y veo un artista muy severo, inmenso, de una claridad en la toma de decisiones que no es habitual en la música popular. Eso abre otra puerta respecto de nuestro vínculo porque ahí él se sitúa ya en la cima, desde donde debe ser investigado y analizado con mucho detalle. Porque es una obra llena de ingenio, de emoción, de contraseñas, de decisiones desconcertantes y en simultáneo tiene ese otro gran color, ese noséqué que hace que su música suene bajo una apariencia sencilla. Y cuando te vas al piano entrás en un mundo muy diferente. Es un don que tienen pocos artistas, son contados con los dedos de una mano. Porque hay que decir que todo él, todo Charly, es una obra de arte.

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