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10 de septiembre 2023

Luciano Chiconi

LUZ Y FUERZA DE UNA CAMPEONA NORMAL

Tiempo de lectura: 13 minutos

El 24 de marzo de 1977, una chica de seis años repetía la derecha contra el frontón del club, en la zona del predio que daba a la avenida Figueroa Alcorta. Empuñaba una raqueta Cóndor de acero inoxidable de casi medio kilo que una niña no podría sostener pero que esta chica de seis años movía con liviandad en cada golpe, sin que su cuerpo deschavara algún sobre-esfuerzo en su brazo derecho, ni un desequilibrio en las piernas que denunciara falta de fuerza para “empujar” el tiro, ni gestos de cansancio o entumecimiento, era como si ese fierro con cuerdas no le pesara nada o como si la adrenalina de pegarle bien a la bola para que vuelva bien y el peloteo no muera anulara cualquier dolor o atrofia, cualquier sentido del peso muerto imposible de esa raqueta. Gabriela Beatriz Sabatini pegaba la derecha y el frontón de River le devolvía siempre una pelota firme, pegable, y en ese relampagueo autodidacta de la construcción intuitiva y natural del forehand -el golpe madre del tenis- se atisbaba la nueva esencia técnica del tenis argentino: el nuevo tenis que jugarían y consumirían los hijos tenistas de los padres asalariados que habían aprendido a jugar al tenis con Vilas en 1974.

1974: Primer año competitivo de Vilas en el circuito internacional (gana siete torneos) y último grito de placer de la clase media antes del Rodrigazo. A fin de año, Vilas gana el Masters haciendo saque y volea en el pasto australiano; es la última postal romántica de Vilas antes de entrar en la caverna espiritual del dominio del tenis. La diferencia abismal entre ser 8 o 7 del mundo y querer ser el 1. En ese instante bohemio del triunfo en Australia, Vilas firma un contrato con el sacrificio como única condición deportiva posible para aspirar a una hegemonía. Vilas comprende que el saque y volea no le alcanza, que para dominar a la mayoría de sus rivales debe fundar un sistema de juego propio llevado hasta sus últimas consecuencias físicas, climáticas, tácticas, mentales: ahí nace el tenis argentino. Topspin, horas y sangre sin límites para derramar en el polvo de ladrillo. Pero antes de desplegar esta cultura constituyente del tenis nacional, Vilas ganaba el Masters ´74 y el efecto social era inmediato: los clubes de fútbol comenzaban a construir canchas de tenis, aparecía la figura del profesor para adiestrar a la novata clase media, el diario La Nación iniciaba la publicación de “Clases de tenis con Stan Smith”-una viñeta semanal esponsoreada por el tenista norteamericano que funcionaba como enseñanza virtual de lo que el entrismo plebeyo ya aprendía en la cancha- y mis padres, cuellos-blanco de una empresa metalúrgica estatal y afiliados a ANUSATE, se erigían en la primera generación familiar que pisaba una cancha de tenis.

La clase media forjada por el país desarrollista de los ´60 coronaría sus ambiciones de grandeza social en la década siguiente: no van a la universidad, pero juegan al tenis. Villa Urquiza se convierte en el corazón porteño del tenis plebeyo y muy cerca de allí, en Villa Devoto, un cuello-blanco de General Motors Argentina comenzaba a pensar el mundo del tenis como un mundo posible para la vida de sus hijos: la precoz “calidad de bola” (la capacidad natural de generar tiros potentes y profundos sin esfuerzo) de su hija en los torneos infantiles aceleró el destino global de su familia; el ascenso social de Osvaldo Sabatini ya no estaba en una empresa automotriz, sino en la obligación de dejar todo y aprender los asientos contables del tenis mundial.

Gabriela Beatriz Sabatini pegaba la derecha y el frontón de River le devolvía siempre una pelota firme, pegable, y en ese relampagueo autodidacta de la construcción intuitiva y natural del forehand -el golpe madre del tenis- se atisbaba la nueva esencia técnica del tenis argentino: el nuevo tenis que jugarían y consumirían los hijos tenistas de los padres asalariados que habían aprendido a jugar al tenis con Vilas en 1974.

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El éxito de Vilas forjó un modelo práctico del tenis social en la Argentina que fue adoptado como piedra angular de quienes enseñaban a jugar al tenis. Hubo un “manual del alumno” que el propio Vilas vertió como filosofía afuera de la cancha al compás de sus triunfos dentro de ella. Una forma de entrenar, jugar y ganar basada en el sacrificio existencial, en la misantropía como fe, en el efecto del topspin para generar pelotas pesadas y altas que lastimen y cansen al rival, y en la defensa como precepto táctico del triunfo. Vilas entendía y predicaba el tenis como un “resistir al sufrimiento” mayor al que podía tolerar el rival.

A simple vista, esta doctrina espartana no era la más atractiva para los tenistas amateurs que entraban al deporte para divertirse o encontrar un círculo social, pero al mismo tiempo, Vilas era un jugador común “sin talento” que a partir de una rutina obsesiva de trabajos forzados (la repetición infinita de los golpes, laburar 10 o 12 horas seguidas en la cancha) se había transformado en un campeón. Vilas transmite una épica soviética que en 1974 inunda las calles: si Vilas pudo jugar al tenis, todos podemos jugar al tenis. El triunfo de la voluntad. Bajo este canto general, Vilas comandaría la primera revolución plebeya del tenis argentino.

La clase media forjada por el país desarrollista de los ´60 coronaría sus ambiciones de grandeza social en la década siguiente: no van a la universidad, pero juegan al tenis. Villa Urquiza se convierte en el corazón porteño del tenis plebeyo.

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Si para Vilas el tenis fue una disciplina, para Gabriela Sabatini el tenis fue un juego. La pasión que alimentó cada etapa de su evolución tenística era el jugar bien para ganar. ¿Qué era jugar bien? Hacer algo distinto con los viejos tiros de Vilas en los que había sido educada. Por ejemplo: reinventar el revés a una mano. Sabatini le daría, desde ya, una nueva plasticidad estética a ese golpe que Vilas había patentado para jugar pelotas altas al fondo de la cancha y tirar el passing cuando lo atacaban en la red. El revés de Sabatini tiene una sofisticación técnica que lo hace “winner”, es decir, lo transforma en un golpe ofensivo desde el arranque del punto en cada game. En el momento del impacto, Gabriela “aguantaba” la pelota en las cuerdas un poco más y daba un latigazo con la muñeca antes de despedir el tiro para que la pelota agarrase más efecto y se abriera lateralmente en un ángulo corto imposible de devolver. A caballo de la fuerza geométrica inverosímil de ese revés –sin contar el resto de sus golpes-, Sabatini se metió en la elite del tenis a los catorce años, ganó su primer torneo profesional a los quince y llegó a 3 del mundo a los dieciocho. Durante toda mi vida vi mil partidos de Sabatini (batallas campales contra Graf, Seles, Navratilova, Arantxa Sánchez) y nunca le vi pegar un marcazo con ese revés. Hoy no tengo ninguna duda: desde lo estrictamente técnico, es el mejor revés a una mano de la historia del tenis moderno.

Esta reconversión del topspin en un elemento ofensivo del juego que impuso Sabatini como base de su tenis ganador trastocó la vieja biblia ladrillera de la era Vilas que rezaba que el uso de los efectos tenía por fin último tirar bolas pesadas y altas para mantener al rival en el fondo hasta que la incomodidad y el cansancio lo hicieran errar. Gabriela Sabatini proponía un juego más dinámico y entretenido de ver y jugar, sobre todo para toda esa clase media que sentía que el tenis ya no era una novedad o una moda, sino parte de su patrimonio cultural de progreso social, esa sociedad civil que sentía que introducir a sus hijos en el tenis era tan urgente como elegirles un buen colegio: el tenis argentino se había transformado en un legado social del país a sus ciudadanos (una “política de Estado” gestionada por la sociedad), y el tenis fotogénico de Gabriela Sabatini hizo entrar a los hijos de la clase media setentista y a los nuevos ricos de la democracia (a los “grasas”) que solo querían divertirse con una raqueta en la mano.

Sabatini comandó una nueva revolución plebeya: abrió un mercado de consumo para el tenis (raquetas, ropa, televisión, turismo a EEUU), metió más mujeres a jugar al tenis y sedujo al cuentapropista medio pelo que la pegaba con algún negocio y acreditaba su “paso al frente” asociándose a un club de tenis y comprando “la raqueta que usaba Gabriela”. Quién más temprano detectó esa nueva dimensión popular que adquiría el tenis argentino a partir del “fenómeno Sabatini” fue Maradona: cada vez que ella iba a jugar el Abierto de Italia, él iba a Roma para verla. De la pasión consumista del “grasa” podía salir un hijo tenista que hiciera más grande al país.

Sabatini comandó una nueva revolución plebeya: abrió un mercado de consumo para el tenis (raquetas, ropa, televisión, turismo a EEUU), metió más mujeres a jugar al tenis y sedujo al cuentapropista medio pelo que la pegaba con algún negocio y acreditaba su 'paso al frente asociándose a un club de tenis y comprando la raqueta que usaba Gabriela'.

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¿Cómo era un punto jugado por Sabatini? Por lo general trataba de asegurar un primer saque profundo para que la rival no la presionara tanto con la devolución. Después jugaba un par de tiros de derecha o revés con topspin clásico, bolas pesadas y profundas por el medio para sondear a la rival y ver qué hacía con esos tiros. Después de esos dos o tres tiros monótonos, arrancaba el planeta Sabatini: Gabriela jugaba una, dos, tres veces el revés cruzado, tratando de abrir cada vez más ángulo en cada tiro para sacar a la rival de la cancha. Si el punto no se terminaba ahí porque la otra erraba, lo más probable era que a esa altura la adversaria dejara un revés cruzado muy corto. Entonces, Gabriela daba un saltito, se metía en la cancha con el approach de revés con slice y se iba a la red. Sabatini tenía una volea natural excelente para alguien educada en canchas de polvo de ladrillo y mucha intuición para volear al lado libre de la cancha. Si por casualidad la pasaban con un globo, Gabriela tendría un último recurso de potrero: jugar una “gran willy” que casi siempre entraba y obligaba a la rival a jugar una pelota más.

El estilo de Sabatini desarrolló una idea de “tenis-espectáculo” que no estaba tan presente en la filosofía de juego que Vilas le había inoculado al tenis argentino. Este contraste “histórico” generó un equívoco: si el tenis “romántico” de Sabatini hubiese sido más eficaz, más sacrificado, ella hubiese ganado más, hubiese sido número uno. Esta idea es un error porque para Sabatini jugar bien era el único camino para ganar, para competir. Sabatini no podía ganar jugando mal, era esa clase de tenista que tenía que liberar las fuerzas productivas de todos sus golpes para sentirse fuerte en la cancha. Jugar bien siempre implica cierto desorden táctico (la manta corta del tenista talentoso), siempre significa canjear cálculo por riesgo. Sabatini logró transferir esta nueva filosofía al tenis argentino: el aprendizaje del tenis dejó de vivirse como un “gulag para campeones” y los jóvenes profesores de tenis comenzaron a predicar la alegría y la diversión como insumo espiritual ganador de los jóvenes tenistas. En el legendario árbol genealógico del tenis argentino, Vilas fue el padre inmigrante que templó con privación y sacrificio su receta del éxito, y Sabatini era la hija criolla que liberaba y exprimía sus habilidades naturales para llegar al triunfo. El matiz práctico entre ambos caminos de gloria explicaría a los nietos: Coria, Nalbandian, Gaudio, Del Potro.

El estilo de Sabatini desarrolló una idea de “tenis-espectáculo” que no estaba tan presente en la filosofía de juego que Vilas le había inoculado al tenis argentino. Este contraste “histórico” generó un equívoco: si el tenis “romántico” de Sabatini hubiese sido más eficaz, más sacrificado, ella hubiese ganado más, hubiese sido número uno. Esta idea es un error porque para Sabatini jugar bien era el único camino para ganar, para competir..

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El tenis de Sabatini también liberaba un candor emotivo que completaba el combo atractivo para el público. Más que romántico, el tenis de Sabatini era dramático, porque si Gabriela se sentía bien jugaba bien y si se sentía mal, perdía. En ese sentido, Sabatini era una tenista demasiado humana, no podía esconder sus sentimientos porque su juego le botoneaba el estado de ánimo. Este factor dramático potenciaría su luminosidad tenística en un contexto deportivo donde Sabatini pujaba con Seles y Graf, las dos mejores jugadoras de la historia del tenis. Seles y Graf jugaban un tenis Terminator desde lo físico, lo técnico y lo mental frente a lo cual Sabatini solo podía oponer la forma más virtuosa de su concierto de variaciones. Los partidos entre ellas dos y Gabriela fueron lo más parecido a poner a jugar al hombre contra la máquina. Por mi aleph mental pasan algunos de esos partidos: la final del Masters 90, la semifinal de Amelia Island 88, las finales de Roma 91-92, la final de Wimbledon 91, las finales de US Open 88 y 90. No eran partidos, eran dramas memorables de una tensión extrema entre los vaivenes de fortaleza-debilidad de Sabatini y su capacidad de encontrarle la falla a la máquina que tenía enfrente. Cuando la máquina fallaba, las victorias de Sabatini (representadas en su alegría) eran la alegría desmesurada de la gente; cuando Sabatini sucumbía, su tristeza era la tristeza profunda del público, aunque secretamente no se dejara de admirar la imbatibilidad de la máquina. Este contraste emocional atrajo mucha gente al tenis de la época: Sabatini sería una pieza clave, junto al grupo de jugadoras de elite de esos años, en la ampliación del mercado de consumo de tenis femenino en Estados Unidos. A ello se sumaría el contraste pop que emitía la figura de Gabriela entre su personalidad silenciosa y su estética vistosa de juego: el tenis de Sabatini era como una canción de New Order, triste por dentro y alegre por fuera.

El tenis es un deporte global que obliga al jugador periférico (el argentino, el australiano, el eslavo) a elegir una nueva patria global en las tierras que dominan el mercado del tenis mundial. El tenis profesional obliga a emigrar para competir, para vivir mejor, para ganar más dinero, para jugar mejor, para ser campeón. El tenista argentino queda dividido entre el sur y una metrópoli, y esta elección refleja algo más que el imperativo deportivo, en esa elección se cuela una visión de la vida, cierta afinidad social con una cultura. Vilas eligió Europa: tomó por asalto París y Montecarlo, se comió a Carolina de Mónaco, el sacrificio dentro de la cancha lo amortizaba buceando en un paisaje sofisticado de dolce vita intelectual que abastecía su aspiración a ser un hombre del Renacimiento (la propensión a escribir poesía, su deseo de grabar música con Spinetta); cuando Vilas se retiró, se ocupó de narrar su legado al tenis, construyó una teoría sobre su grandeza como “creador” del tenis moderno. Vilas narró todo el tiempo que “era el mejor”.

Sabatini sería una pieza clave, junto al grupo de jugadoras de elite de esos años, en la ampliación del mercado de consumo de tenis femenino en Estados Unidos. A ello se sumaría el contraste pop que emitía la figura de Gabriela entre su personalidad silenciosa y su estética vistosa de juego: el tenis de Sabatini era como una canción de New Order, triste por dentro y alegre por fuera

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Gabriela Sabatini se retiró y nunca dijo nada sobre su tenis, nunca “ajustó cuentas” con su lugar en la historia. Sabatini eligió Estados Unidos, pero más precisamente eligió la península de La Florida, Miami, Key Biscayne. La capital plebeya del tenis mundial donde la inmigración latina del rubro (entrenadores, exjugadores, inversores) armó una NASA del entrenamiento y la competición. Quizás los latinos de Miami y los norteamericanos captaron en Gabriela Sabatini algo que en la Argentina tardó más en comprenderse: esa fascinante condición de campeona pop que emergía en la figura de Sabatini a los 15, 16 años. Los yanquis admiraron fervientemente su condición de niña-prodigio primero y su condición de estrella deportiva entregada al buen juego y al espectáculo del tenis después, muy por encima de cualquier discusión sobre “por qué no era 1 del mundo”. La opinión pública norteamericana narró la dimensión campeona de Sabatini que ella eligió no narrar; cuando Sabatini ganó el US Open, se cerró un círculo de verdades sobre su naturaleza ganadora y reverberaron con más fuerza que nunca los “yo te dije” de miles de ciudadanos de Miami que habían visto su tenis en vivo, en la cancha, durante los cinco años previos. Sabatini adhirió, en silencio, a ese status irrestricto de campeona que le dieron EEUU y La Florida-Miami antes que cualquier región del mundo, o mejor dicho, adhirió en la cancha: Sabatini siempre jugaba bien en Estados Unidos. El fenómeno social que vive hoy Messi en Miami por el cual se está transformando de una estrella deportiva en una estrella ciudadana no es una novedad, es algo que Sabatini vivió hace casi cuarenta años. Sabatini fue la deportista argentina de elite que inauguró la era de los campeones normales con base social en EEUU, de la que Ginóbili y ahora Messi son continuadores.

Más que romántico, el tenis de Sabatini era dramático, porque si Gabriela se sentía bien jugaba bien y si se sentía mal, perdía. En ese sentido, Sabatini era una tenista demasiado humana, no podía esconder sus sentimientos

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Gabriela Sabatini también tuvo “sus noventa”. Ese año conoció a Carlitos Kirmayr, un hippie brasileño que había tenido una experiencia estelar en el tenis universitario de California en los ´60, un tipo que había flasheado con Cream en el Fórum de Los Ángeles, que estudió los sentidos ocultos de Zabriskie Point, un entrenador que pensaba que Sabatini debía vivir su propio flower power mental en relación al tenis: el placer que proyectaba el juego de Gabriela en la gente debía inocularse en su propia alma y potenciar su confianza competitiva. Kirmayr le tiró un par de postas a su jugadora: que el topspin no vaya para arriba, que vaya para adelante; pegarle más plano y fuerte a la bola, jugar a dos o tres tiros. Una teología táctica de la liberación. Instantáneamente, Sabatini ganó el US Open de 1990 apretando a Graf con el approach cruzado y el cierre en la red antes de que la alemana pudiese invertirse y castigar con la derecha, la mejor derecha ejecutada jamás por una tenista. Ese sábado 8 de septiembre de 1990 fue un día de redención nacional: el triunfo de Sabatini en el US Open era el gran golpe global del deporte argentino que revertía la ola derrotista que había dejado la selección de futbol después de perder con los alemanes en el Mundial de Italia. Esa victoria de Sabatini fija un “punto de partida”: es el ingreso deportivo de la Argentina en el primer mundo y en los ´90. No es casual que ese día estuviera Bernardo Neustadt junto a Ova en la cancha alentando a Gabriela, un Bernardo alegre y revitalizado por el éxito reciente de la Plaza del Sí, esa plaza que le daba “una vida más” a Menem.

Ahora voy a hablar en nombre de una generación: para quienes aprendimos a jugar al tenis bajo la luz de su estrella, Gabriela Sabatini no es una tenista o una mujer famosa, es una época. En mi caso personal, Sabatini es la infancia adulta trastocada por el primer contacto con una raqueta, es ver a mis padres jugar al tenis, es el premio a la evolución que significaba pasar de la raqueta de aluminio a la extraordinaria sensibilidad de la Prince de grafito “que usaba Gabriela”, es la chomba Sergio Tacchini que un tío o abuelo se ponía con un pantalón de vestir para estar elegante en una reunión familiar, es el buffet del club de Fabricaciones Militares lleno de cuellos blanco almorzando mientras analizan la volea de Navratilova por tv. Sabatini transmitió algo que uno sentía cuando entraba a pelotear a una cancha: que el tenis satisfacía muy bien los sentimientos de libertad y adrenalina para el disfrute a pesar de ser un deporte tan difícil, y que en la sociedad muchos argentinos hacían la misma apuesta cultural a progresar a través del tenis.

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