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11 de enero 2022

Bruno Reichert

EL ODIO SE RECICLA, EL CULPABLE SE RECICLA

Tiempo de lectura: 9 minutos

Hace (varios) años, quien escribe le consultó al sociólogo Ernesto Meccia sobre cómo ciertas involucrados en casos policiales eran revictimizadas en los medios de comunicación. Concretamente hablábamos del caso Nora Dalmasso y las acusaciones sobre su hijo. La respuesta del Meccia fue que cuando se quiere encontrar una respuesta a lo que está por fuera del entendimiento, se lo enfrasca en relatos construidos a lo largo de los años. En este caso, una madre fálica y promiscua que desvía la sexualidad de su hijo y que, como si algo en él quisiera rencausarse hacia lo heterosexual, termina transgrediendo el tabú del incesto.  En definitiva, la representación mediática dejó todo servido para hacer gatillo fácil de ese viejo deporte argentino: el psicoanálisis de café y su machismo yuxtapuesto.

Argentina no es regla general ni excepción en marcar minorías como culpables de algún mal. Pero identificar quién habla y desde donde es un poco más difícil. Como señala Pablo Stefanoni en ¿La rebeldía se volvió de derecha? el libertarianismo moderno encontró vasos comunicantes con el conservadurismo ultramontano a través del pensamiento tardío del economista Murray Rothbard. Ese clic unió los postulados de la Escuela Austriaca con el difuso ideario de Trump e hizo girar a los ultraliberales hacia el populismo de derecha. La religión y los dogmas asociados ya no son un elemento externo de los libertarios, sino la alianza que permite poner un límite a la presencia estatal. Si bien este es un fenómeno de los últimos años, la cultura nos da pautas de que las tradiciones de pensamiento se entrelazan, se solapan y evolucionan de la mano.

Demos una vuelta en Delorean y veamos juntos lo que la literatura argentina nos enseña: hacia fines del Siglo XIX la novela toma un impulso enorme. Es el momento de Miguel Cané y Eugenio Cambaceres, el naturalismo y su visión frente al inmigrante. Otras son menos conocidas, pero pueden ser igual de útiles para entender cómo se hibridaban viejos odios de un lado y del otro del Atlántico. Tomemos a La Bolsa de Julián Martel: con una pluma ágil que parece adelantarse en estilo a su tiempo, Martel nos relata los momentos previos al crack de 1889. Un grupo de burgueses se juntan en los salones de la Bolsa de Buenos Aires a encontrar formas de hacer negocios dentro y fuera del sistema financiero. Martel inicia el relato con la imagen de un pujante, pero atestado de inmigrantes (representados como turcos mercachifles) que son el desagradable lado B del crecimiento. Pero el quid de la novela está en el hecho de que Martel la relata desde la modernísima Buenos Aires, donde cualquier cristiano compra y vende títulos en el mercado de valores. En esa Buenos Aires donde todos se hacían la América y terminaban cenando en el Club del Progreso o en el Café de París, mientras la algo enmohecida elite, atraída a ese mundo, abandona las vacas y las fábricas para volverse un rebaño de jugadores compulsivos.

"Ese clic unió los postulados de la Escuela Austriaca con el difuso ideario de Trump e hizo girar a los ultraliberales hacia el populismo de derecha. La religión y los dogmas asociados ya no son un elemento externo de los libertarios, sino la alianza que permite poner un límite a la presencia estatal."

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La obra de Martel podría ser asimilada hoy a un texto de Jorge Asís. Entre ironías varias se construye una pintura de personajes estereotípicos pero que rara vez caen en el lugar común. Pequeños bandidos con más o menos privilegios. Pero a uno de ellos le toca el trazo grueso: al judío. Para el autor, la figura del inmigrante hebreo es parte de esa decadencia importada por la Argentina inserta en el mundo. Es representado como parte del sindicato internacional (sic) que ya llevaba años jugando con dinero ajeno, especulando y sin patria alguna. El judío decimonónico de Martel es Rothschild en sus actitudes y a su vez estéticamente representado por fuera del canon de belleza masculina: feo, con un cuerpo pequeño que demuestra una genética forjada en base a generaciones que no conocieron el trabajo físico.

El judío apátrida no es una visión necesariamente decimonónica, pero sí lo es su condición de anti Estado-Nación y, sobre todo, la visión de una raza cuyo punto de unión está en su condición parasitaria. La novela de Julián Martel es por lejos la más cargada de antisemitismo en su tiempo, pero tiene antecedentes también en La gran Aldea de Lucio Vicente López. Allí, como señalaba Josefina Ludmer, el personaje del comerciante Eleazar de la Cueva es “ese judío” que se abre paso hacia el sector patricio y la política liberal de la época que nos legó el sistema político actual. La generación del 80 tuvo como característica, en términos de Oscar Terán, ser una voz coral. Luego de la preminencia de ideas de Alberdi y Sarmiento surgen los “escritores gentlemen”. Si bien sus visiones no eran exactamente homogéneas, vemos en casi todos ellos el determinismo biológico propio de la época y una visión decadentista de la apertura al inmigrante.

"Para Martel, la figura del inmigrante hebreo es parte de esa decadencia importada por la Argentina inserta en el mundo. Es representado como parte del sindicato internacional (sic) que ya llevaba años jugando con dinero ajeno, especulando y sin patria alguna."

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En En la Sangre de Eugenio Cambaceres esos dos elementos se combinan y el personaje de Genero nos recuerda que lo social (educación, horizonte de crecimiento económico, etc) puede ser útil para forjar un nuevo sujeto social. Pero que hay algo previamente determinado por el origen que no vamos a cambiar: la sangre napolitana no es de fiar. Se necesitarán generaciones y algo de ayuda de la mezcla genética para hacer del inmigrante un buen argentino. Volviendo a nuestra cuestión judía, David Viñas consideraba que la figura del hebreo era una suerte de comodín referencial en la representación de la inmigración. Esa plebe que venía a buscar en Argentina lo que no estaba capacitada de construir en su terruño. En ambos casos hay un determinismo racial sobre las personas, pero el judío es tanto representante de sí mismo como de todos. Un lienzo donde las pinceladas principales dan contorno al odio a todo lo extraño, pero, si miramos más de cerca, vamos a ver a esa vieja tradición de soportar la mirada ajena como solo a ellos les tocó vivir en la vieja Europa.

El investigador Diego Niemetz (UNCUYO-CONICET) trabajó la figura del judío errante más acá en el tiempo, pero en base a autores del mismo arco ideológico. Centrándose en la obra de Manuel Mujica Laínez y retomando obras como la de Martel y Vicente López, intenta reconstruir el uso de esa historia y sus posteriores representaciones. Vamos por partes: con sus variantes el relato del judío errante se centra en un zapatero de Jerusalén que le niega a Jesús el descanso en el camino de la Crucifixión. El castigo del hijo de Dios fue hacerlo “errar hasta su retorno”. Se considera que fue una narración útil en la Iglesia para explicar la falta de claridad sobre la segunda venida del Mesías, pero también como una fábula antisemita forjada en las entrañas del clero a partir del siglo XVI.  Como se explicó antes, en la literatura argentina esa figura fue tomada por Mujica Láinez en el cuento El Vagamundo (Misteriosa Buenos Aires, 1950) y retomada en su novela El Laberinto (1974). En El Vagamundo Mujica Láinez presenta a ese judío desterrado del mundo en un arco que va desde ese antiguo Jerusalén hasta el Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas. El jerosolimitano es consciente de su maldición: escapar del amor de Cristo, que con el tiempo y al llegar a Buenos Aires, se hace carne de deseo en la hija de su posadero.

Niemetz encuentra en Manucho la mixtura del pensamiento liberal que se nutría de una raigambre católica que el positivismo/naturalismo decimonónico nunca borró. Por el contrario, se encimó en la creación literaria.  Siguiendo esta línea y sin olvidar que los universos conceptuales son muy distantes, podemos recordar que la propaganda del Tercer Reich toma también la figura del judío errante. La película Der ewige Jude (el judío eterno), es otra mezcla estética entre la figura del judío del siglo XIX y la vieja tradición religiosa europea.

"Niemetz encuentra en Manucho la mixtura del pensamiento liberal que se nutría de una raigambre católica que el positivismo/naturalismo decimonónico nunca borró. Por el contrario, se encimó en la creación literaria."

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La literatura y el pensamiento científico de la segunda mitad del siglo XIX fueron un constante diálogo, que a la distancia nos puede parecer perimido pero la visión de un devenir de progreso lineal permitido por el método científico parecía poderlo todo. Podemos citar a Eduardo L. Holmberg, un naturalista a quien se le atribuye el hito fundacional de la literatura policial criolla con la publicación de La Bolsa de Huesos. La narración que transcurre en el mundo de la medicina forense y en la que los protagonistas dan por verdad inapelable los postulados de la frenología, hoy considerada pseudocientífica. Aun así, Holmberg hizo, en su rol como científicos, importantes aportes a la zoología y la botánica argentina.

Para el autor, la figura del inmigrante hebreo es parte de esa decadencia importada por la Argentina inserta en el mundo. Es representado como parte del sindicato internacional (sic) que ya llevaba años jugando con dinero ajeno, especulando y sin patria alguna.

Otras corrientes no tuvieron la misma suerte. En 1871 se publica en Francia Les races aryennes du Pérou (Las raíces arias de Perú), tesis del argentino Vicente Fidel López, quien ya había publicado sus arriesgados postulados en forma fascículos publicados en la Revista de Buenos Aires. Para López, existía pruebas fehacientes del pasado blanco de los Incas. A través del estudio comparativo del quechua y lenguas indoeuropeas se podía establecer el origen del pueblo que supo tener una estructura económica y social compleja. La historiadora Mónica Quijada en sus estudios pioneros sobre la obra de Vicente Fidel López considera que este tipo de visiones eran intentos de romper la relación filial de América con la hispanidad. Una búsqueda de recrear una historia del continente. Una que sea propia, pero con un árbol genealógico blanco y con un imperio como antecedente del Estado Nación moderno.

Si bien tuvieron una corta vigencia por su endeblez metodológica, en la primera mitad del siglo XX estas teorías le vinieron como anillo al dedo del pensamiento más reaccionario de distintas vertientes donde abrevaban sectores católicos, nacionalistas y filofascistas esotéricos. Teosofía, filosofía hiperbórea y ocultismos varios utilizaron hipótesis semi descartadas y le dieron vuelo acientífico a la imaginación y, por supuesto, a las teorías conspirativas que señalaban a los sospechosos de siempre. Gustavo Adolfo Martínez Zuviría, más conocido como Hugo Wast, fue un novelista, ministro de Educación de la dictadura del GOU y falangista acérrimo. Editó en 1935 la novela El Kahal, que llegó a tener 24 ediciones en Argentina hasta 1984. En el libro Wast se intenta que la narración parezca una ficcionalización de un estado de situación. Para eso utiliza como primer recurso una larga introducción donde nos devela que la ley judía permite que cualquier paisano se apodere de los bienes de un “idolatra” (no judío) si eso es decidido en una sinagoga.

También utiliza un recurso que nos trae al pensamiento hibrido: el falso mea culpa. Se lamenta con toda falsedad haber escrito empáticamente por años sobre el pueblo judío, por haber sentido como cristiano pena por un pueblo malquerido en todos los rincones del globo. Pero es ahí es cuando Wast nos dice que entiende ahora el odio y ya es demasiado tarde. Se volvieron poderosos, manejan el poder financiero internacional que explotó en un gran crack hace solo unos años. La novela, que introdujo en el Río de La Plata la divulgación de los protocolos apócrifos de Sion, recorre una mixtura entre el odio religioso que ve en el judaísmo una secta con reglas pensadas para parasitar la sociedad, con una fábula de grupos especulativos de poder económico. Nacionalcatolicismo en su máxima expresión.

"También utiliza un recurso que nos trae al pensamiento hibrido: el falso mea culpa. Wast se lamenta con toda falsedad haber escrito empáticamente por años sobre el pueblo judío, por haber sentido como cristiano pena por un pueblo malquerido en todos los rincones del globo."

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Mientras el colaboracionista del régimen de Vichy exiliado en Argentina, Jacques de Mahieu, editaba libros sobre la influencia vikinga en la mitología incaica y mesoamericana, se convertía en un ideario del Grupo Nacionalista Tacuara. Años más tarde surgiría la filosofía hiperbórea que volverá a abrevar en las ideas de Vicente Fidel López, pero está vez pensará en el Machu Pichu como una posible respuesta al misterio de la Atlántida. Tal vez estos últimos parezcan ejemplos extremos, pero en los últimos años el apellido Rothschild fue semi reemplazado por Soros, la ideología de género nace como una nueva fantasía paranoide y “El Gran Reemplazo” de la población blanca pulula en los febriles sueños de un sector de la ciudadanía francesa.

El tiempo hilvana ideas como quien arma una manta con retazos. Al inicio, el resultado puede parecernos un collage incoherente. Pero cada hilo discursivo es un ámbito de construcción con capacidad de interpelar a un interlocutor silencioso y atento, que a su vez diálogo con un otro no tan distinto a él. Y así, los culpables de siempre vuelven al cadalso según la línea de urdimbre que les toque en suerte. Entender el hilo menos visible que nos ata también es prevenir.

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