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06 de julio 2021

Lorena Álvarez

RAFFAELLA, NUESTRO PACTO SOCIAL

Tiempo de lectura: 5 minutos

“Te vas a desnucar, Lu, podes dejar de hacer eso.” Una frase de mi madre que la guardo sellada a fuego. Y seguro muchas lectoras también. “Eso” era revolear la cabeza vertiginosamente de adelante hacia atrás, una y otra vez mientras el pelo acompañaba al ritmo de “Explota, mi corazón”.

Que todas queríamos ser ella no hay duda. Bastó entrar este lunes 5 de julio a cualquier red social para leer a mis coetáneas contando la felicidad de jugar a imitarla. Golpes, dolores de cuellos, malos movimientos, nada opacaba emularla.

Para las nacidas entre finales de los 60 o durante los 70, Raffaella Carrá fue ese torbellino rubio de corte carré perfecto hijo del brushings -secador y cepillo- que te enloquecía a base de movimientos osados, brillos y colores que traspasaban pantallas en blanco y negro. No había televisión color aún pero nuestras mentes ni lo percataban, ya que durante los años oscuros aparecía Raffaella y creaba el croma que nos estaba vedado.

Si bien más tarde conocimos su faceta izquierdista y sus declaraciones potentes, sus actuaciones junto a grandes del cine como Alberto Sordi o Frank Sinatra, allá, en ese pasado nebuloso, pudimos amarla sin tanto. Para gran parte de la generación X no fue necesario justificar nuestra devoción enmarcándola política o artísticamente. Solo le brindamos el amor que se le profesa al que nos hizo feliz. Bailar, que el cuerpo se despliegue y que su música pegadiza te inunde. Sin tanto. O tanto.

Si Xuxa fascinó a los niños en los 90, Raffaella hizo sin querer lo mismo en los ajetreados y tan leídos años 70. Una artista para adultos que terminó siendo musa de las más pequeñas. Esas que estábamos lejos de entender los tiempos duros que corrían. Pero percibiendo, vaya a saber por qué magia, que ese remolino musical era, también, cromático y corporal.

Basta observar el video que hoy circula en las redes -se lo puede ver asimismo en youtube- donde la gente común en Argentina canta a Raffaella -dentro de lo que fueron unos especiales para la TV en cinco países llamado Millemilioni que salió al aire en 1980- para percatarse del mustio marrón que envolvía nuestro mundo en aquellos años. Vivíamos dentro de un beige insípido hasta su irrupción. Todos lucen apagados y en tonos sepia, sin ritmo ni gracia. Como eran esos tiempos. Pero a diferencia de los adultos que se ven en el video, las pequeñas no teníamos ni miedo ni culpa que su música se instalará en nuestros cuerpos. Y ahí estábamos dispuestas a pintar a Raffaella del color que la veíamos: alegría.

Sus devotos tendríamos entre 3 y 12 años y la “Fiesta” que corría por nuestras venas eran festejadas por los mayores, que solo en el final de cualquier festividad podían desplegar su baile ante la contagiosa música de la italiana.

Vivíamos dentro de un beige insípido hasta su irrupción. Todos lucen apagados y en tonos sepia, sin ritmo ni gracia

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En la opacidad de aquellos años no había permiso para mucho más. Salvo para festejarles a las pequeñas de la casa las imitaciones desprejuiciadas. Los cuerpos vivos eran los nuestros. ¿Quién de niña no actuó de Raffaella en una sobremesa obligando a la familia a aplaudir? (En mi caso hasta solicitando la intervención de mi abuelo como primer bailarín ante el grito de mi abuela: “Pocho bajá a esa nena, se te va a caer, ¡la vas a matar!”). Ni Araceli Gonzaleź quedó al margen de esa aventura, lo confesó en su Instagram mientras la despedía: de pequeña terminó bailando sobre el escenario de una confitería para toda su familia.

¿Existiría Natalia Oreiro sin Raffaella Carrá? ¿Sería hoy la artista todoterreno sin haber sido en su niñez la descarada que bailaba horas frente al espejo mientras agitaba la melena en Uruguay, un país hermano con historia gemela por esos años? ¿Se hubiese atrevido a posar desinhibida Araceli González sin haber montado sus coreos frente a toda su familia de chiquita? Es más, no imagino a ninguna actriz vernácula entre 40 y 50 años intentando no imitarla. Era la prueba de fuego: calcar una buena Raffaella.

Reina de otras musas, Raffaella María Roberta Pelloni, la bella Carrá, arrasó e impuso un estilo: se baila, se canta y se puede ser feliz. Coreografías con bailarines que la elevaban al cielo, piernas que se estiran hasta lo inimaginable con la docilidad de sus medias negras o sus enteritos de lycra adheridos e impensados a la hora de la tele en familia, justo en tiempos donde el recato y la censura, eran dueños de nuestras vidas.

La dictadura pudo intervenir en la letra y el título de “Para hacer bien el amor” reemplazándola por “Para enamorarse bien” tal como la conocemos y cantamos. El sexo fue sustituido  por el amor. Pero los bailes de la blonda sugerían, perspicaces, que no solo hablaba de flechazos de Cupido.

Para las nacidas entre finales de los 60 o durante los 70, Raffaella Carrá fue ese torbellino rubio de corte carré perfecto hijo del brushings -secador y cepillo- que te enloquecía a base de movimientos osados, brillos y colores que traspasaban pantallas en blanco y negro

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Por otro zigzag milagroso del destino solo modificaron algunas letras de sus canciones, sus shows no fueron censuraron. Gracias a Dios. Y así fue como pudimos fascinarnos con esa mujer que rompía el molde. Un cuerpo sutil que bailaba entre destellos. La magia de esa libertad fue tan contagiosa que años después, ya adultas, seguimos diciendo “te amábamos tanto Raffaella”.

La palabra ícono hoy parece creada para ella. De las niñas, de los niños que no podían salir del closet, de los adultos que solo querían divertirse. De todos los que por unos años pudimos recrear una fiesta en un país que estaba de olvido siempre gris. Ningún casamiento o fiesta que se precie de divertida, antes del Carnaval Carioca, no la tuvo entre sus huestes.

Raffaella era nuestra muñeca rubia que mostraba el ombligo, hacía mohines simpáticos y bailaba, bailaba y bailaba espantando a cualquier ángel de la soledad. Y así nos quedará en el recuerdo. La chica libre de ojos sobrecargados de negro que agitaba el pelo, su cabeza alada y nos sacaba a bailar. La muchacha que nos metió en un juego colectivo de brillos a muchas nenas en tiempos donde lo individual y el miedo primaban. Todas fuimos ella.

Y con los años, ellos, los que la amaban dentro de un placard, también pudieron serlo. Nuestro pacto social en una infancia que muchos recuerdan, por distintos motivos, clandestina. En el futuro la seguiremos bailando. Por suerte, más adelante, post vacunación masiva, habrá otras fiestas donde nos inviten a copiarla. Llámenme. ¿Porque mi teléfono lo saben, no? 0303456

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