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20 de mayo 2023

Lorena Álvarez

EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR

Tiempo de lectura: 5 minutos

Esta semana durante la entrevista más esperada del año, cuando el periodista Pablo Duggan le preguntó a Cristina Fernández de Kirchner de qué depende ganar la elección, ella contestó: “de que volvamos a enamorar a la gente”. Y quizás ahí está el nudo de los problemas. ¿Qué pasa cuando una sociedad se desenamora, se desentiende, comienza el duelo con la política y arranca sola a ver cómo se salva?

Cuando uno mira lo que sucedió pos-pandemia, encuentra a buena parte de la población renuente a la hora de escuchar promesas, a su vez muy preocupada y quizás también segura de que su futuro se lo puede forjar a sí misma. Sola. De “la patria es el otro” a “la patria soy yo y los míos”.

Es que para salir de los individualistas noventas, pasamos a unos dosmiles donde el discurso nos decía que nadie se salva solo. Sin embargo, cuando llegó la pandemia, la sensación general fue, ¿es verdad que nos salvamos todos juntos, de forma colectiva? O lo mejor que nos podría pasar es que cada uno agarre su salvavidas. Un Apocalipsis en cámara lenta.

El encierro y enseguida el descubrimiento de los números atados con alambre gracias a esa impactante foto de la economía informal (los 13 millones de solicitantes y 11 millones en condiciones de recibir IFE), cambiaron para siempre el mapa de la realidad. Estábamos todos ahí sin filtro de Instagram.

Por eso, casi como en un tango, cuando Cristina vio el compilado de imágenes de la presentación dijo “qué joven era, qué cambiada”. Y quizás en ese qué diferente era hace veinte años subyace también el espejo roto de una sociedad que es distinta veinte años después.

Para enamorar debería tenerse en cuenta que ya nada es tan lineal. Desde los prejuicios hasta las seguridades. El mundo es mucho más gris de lo imaginable

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Polaroid de locura diaria

En 2023 el emprendimiento y el trabajo independiente están en aumento en Argentina. Lo que ayuda a mantener niveles de desempleo moderados. Esto es evidente en lugares como el barrio de Once, donde la situación laboral ha cambiado significativamente pensando en los lejanos 2003 / 2015.

Basta comparar fotos del pasado para recordar: de locales prósperos con varios empleados a una cantidad impresionante de vendedores ambulantes. La ropa viró de eje mayorista y es hoy la calle Avellaneda, para las clases medias, o La Salada, los proveedores mayoritarios de la vestimenta. 

Once pasó a venderle a la clase media y media baja que necesita comprar al paso, rápido, sin perder una mañana para hacer una comprita acorde a su economía. Ya no se visita más el barrio para recorrer locales sino para encontrar oportunidades sobre una manta. Y si no pasamos frío o calor es quizás por la posibilidad de comprar en la calle o en alguna feria prendas de alta calidad (la tecnología textil ha avanzado mucho) a precios posibles para nuestros bolsillos munidos de incertidumbre en tiempos donde la inflación distorsiona todo.

Nuevos extraños tiempos

La terciarización, la autoexplotación, en pos de mejores ingresos con respecto a la relación de dependencia (y lo esquivo que es para la nueva generación sindicalizarse) es otro escollo para los discursos que enamoraron tiempo atrás.

Virar sin traicionar a su base electoral, una base electoral que muchas veces también pide el pasado como construcción del futuro, y a la que le cuesta entender que a veces una chica que entra a trabajar a un centro de estética, ni bien pone un pie ya piensa cuando va a abrir su propio emprendimiento.

Del sueldo módico seguro al imaginario de salvarse sin red. Y con la falsa idea de ser dueña o dueño de su tiempo. Algo absolutamente valorado hoy y, sin embargo, escaso. Al igual que no tener jefe y “mandarse a sí mismo”. Como si solo se tratara del simple detalle de no obedecer a nadie más pero pocas veces se computa que no hay reloj que corte la jornada. Así todo sigue siendo la gran zanahoria a la hora de “salvarse”.

Cuando llegó la pandemia, la sensación general fue, ¿es verdad que nos salvamos todos juntos, de forma colectiva? O lo mejor que nos podría pasar es que cada uno agarre su salvavidas. Un Apocalipsis en cámara lenta

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Ponerla

Otro de los grandes dramas discursivos es la hipocresía. “Ponerla” es fácil cuando se habla del otro pero cuando a cada uno le toca eso cuesta. Y de eso también se trata volver a enamorar. No ser tan duro y retar cuando al otro le cuesta asumir su parte.

Siempre podemos estar en ambos lados del mostrador. Y como ejemplo basta pensar en nuestro lado consorcista: en los últimos tiempos la cantidad de reuniones que se han armado en los palier, discutiendo “lo desmedido del sueldo de los porteros y la idea de cómo se corta eso” demostrando que se piden salarios dignos pero con el esfuerzo de otro. A la hora de ser quienes deben, con sus expensas, pagar ese sueldo de calidad  se atajan todos. Lo peor, a la hora de la pelea entre vecinos, es que los atraviesa el voto. No podríamos aseverar que todos son libertarios enloquecidos. Como en la ficción protagonizada por Guillermo Francella, “El encargado”, ni el más progre de los vecinos se salva del doble discurso. ¿Y si no somos tan buenos como creemos? O peor, ¿si desanudar esos egoísmos va a ser lo más difícil en los próximos tiempos?

Algo de esto replica al tema del trabajo en blanco y en negro y los prejuicios. Siempre el malo es el otro, seguramente el que vive en un country. Pero eso también atraviesa. Más de una vez hemos visto a alguien que cobró una indemnización por X cosa, se pone un kiosco y termina haciendo lo mismo que le habían hecho a él. Para enamorar debería tenerse en cuenta que ya nada es tan lineal. Desde los prejuicios hasta las seguridades. El mundo es mucho más gris de lo imaginable.

En 1955 se estrenó una película llamada “Mercado de Abasto”, en ella los protagonistas, Pepe Arias y Tita Merello, interpretaban a  dos puesteros vecinos. Ella además de comerciante era madre soltera, él aparte de un próspero vecino, su pretendiente y muy reticente a pagar impuestos.

Pues el “barrani” tan en boga de estos tiempos no es otra cosa que poner sobre la mesa una de las claves de la época: la rebelión fiscal silenciosa

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Si bien es una historia de amor, lo que trasciende de costado, un punto clave en el film, es la bajada de línea sobre la importancia de la recaudación para que el Estado distribuya justamente. Para tal efecto lo que utiliza el guión es un ejemplo sencillo enlazado en el drama. En cierto momento el hijo de Tita es picado por una araña y deben llevarlo de urgencia a un hospital público. Ahí, entre otros vecinos, se acerca un empleado que recauda en la Afip de esos años al que Pepe Arias en varios pasajes de la película corre de su puesto. Sonriente, el empleado fiscal le espeta: “¿Vio? Era necesario pagar los impuestos porque con esa recaudación pueden salvar a este niño en un hospital público”. El personaje de Arias, arrepentido entra en razón y agradecido acepta que pase a cobrarle.

Los años han pasado (¡terribles, malvados!), pero pareciera que en la actualidad hay que volver a remarcar eso. Pues el “barrani” tan en boga de estos tiempos no es otra cosa que poner sobre la mesa una de las claves de la época: la rebelión fiscal silenciosa. El descreimiento de lo que se hace con lo recaudado. La aprehensión “a ponerla para que se la curre la política”. Ordenar para que se confíe de nuevo mientras se limpia la maleza de discursos que parecen nuevos pero traen recetas viejas que han fracasado. Así, volver a enamorar también es conocer al otro para proponerle una ilusión. Saber de verdad cómo es de cuerpo y alma. Y reconocer que ya no somos los que fuimos.

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