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08 de julio 2023

Martín Plot

EL ALEPH PERONISTA (O INTOLERABLE FULGOR)

Tiempo de lectura: 9 minutos

Llamemos al peronismo histórico, al que existió durante la vida del líder que dio nombre al movimiento, “peronismo de Perón”. Ahora dejemos ese peronismo atrás y concentrémonos en el peronismo que le siguió. A partir de la muerte del líder, el peronismo retuvo y tuvo a la Triple A y al último Montoneros; a los presidentes, por breves períodos ambos, Isabel Perón e Ítalo Lúder; a gran parte de los desaparecidos y a Lúder nuevamente, esta vez solo candidato; a Antonio Cafiero y la renovación peronista, rápidamente cancelada por la victoria interna hiper-renovadora de Carlos Menem; luego vino la larga década menemista, con indultos, privatizaciones, Pacto de Olivos, reforma constitucional, convertibilidad y gobernabilidad; dialécticamente, de las cenizas de aquella renovación derrotada emergió el Grupo de los Ocho, con Chacho Álvarez a la cabeza; de la Hidra de Lerna menemista surgió una nueva cabeza, Eduardo Duhalde, que a su vez parió una más, la de Néstor Kirchner y su transversalidad; la década kirchnerista fue, cronológicamente, llegando a su fin, de a poco primero y aceleradamente después, debido a la muerte del tercer nominador del movimiento; y el 2015 inició nuestra última década, la de una Cristina Fernández de Kirchner sin más relecciones, la del peronismo opositor a Mauricio Macri y la de los peronismos unificados pero irreconciliables de la presidencia de Alberto Fernández. Algunos de mis lectores recordarán la descripción del encuentro de Borges (el personaje del cuento, no su autor) con ese múltiple cosmos revelado por la “pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”[i] que el autor llamó “El Aleph”. Sugerir tentativamente una forma de incursionar en el oculto cosmos detrás del fulgor peronista de este siglo es el propósito de esta breve nota.

Disparado por la revuelta agropecuaria de 2008, el kirchnerismo fue abandonado su transversalidad (esa alianza entre esos dos peronismos y otras imaginaciones políticas, incluidas la del alfonsinismo residual y un amplio arco de la izquierda democrática) y comenzó a, paulatinamente, re-imaginarse como exclusivamente revolucionario

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Desde la muerte de Perón, el peronismo generó tres sucesivas y diferentes imaginaciones políticas. La primera de ellas fue la imaginación peronista de los setenta, una imaginación revolucionaria, con profundas raíces en la resistencia durante el exilio del líder y con destino trágico en el terrorismo de estado. Esa imaginación peronista se vio derrotada doblemente. Por un lado, en lo que fue el último y más sangriento estertor del juego de violencias propio del régimen político que había nacido en el golpe de estado de 1930, un régimen que tendría en la violencia, sobre todo la estatal y la de las fuerzas armadas, la ultima ratio del conflicto político. Pero la imaginación revolucionaria de los setenta se vio también derrotada simbólicamente, dado que el régimen nacido de ese último estertor se instituyó precisamente a partir del rechazo a la violencia como forma de lucha política y, por lo tanto, a la posibilidad de anhelar una transformación social como consecuencia del resultado victorioso en un campo de batalla revolucionario.

La segunda imaginación política generada al interior del peronismo luego de la muerte de Perón se desarrolló en los años ochenta: la renovación peronista. Como la setentista, la imaginación política dominante en el peronismo de los ochenta tampoco llegó al poder durante la década de su aparición, pero sí se constituyó en uno de los pilares fundamentales de la fundación y consolidación del régimen político nacido en el 83, fueron los compañeros de ruta leales y decisivos del alfonsinismo (primera oposición desde 1930 que rechazó a las fuerzas armadas como actor político y como aliado en la lucha por el poder), pero se vieron luego derrotados por la emergencia de la tercera imaginación política peronista de fines de siglo XX, la hiper-renovación liberal del peronismo de los noventa.

A diferencia de los dos primeros peronismos post-Perón, el peronismo de los noventa sí llegó al poder al momento de su irrupción -los otros lo harían, como veremos luego, entrelazados con una o las dos imaginaciones restantes- pero además se consolidó como la principal amenaza al régimen nacido en el 83. El peronismo liberal (para llamarlo, como veremos en un segundo, del modo en que los actores mismos lo hicieron) se apoyó en dos pilares: 1) los indultos y la reversión de la política de derechos humanos desplegada por el nunca más y 2) el desmantelamiento del estado regulador y redistributivo necesario para una democracia social. A la manera del etnógrafo entonces, que se apoya en la perspectiva de los actores, pongámosle a los tres peronismos, no solo al último, los nombres que ellos mismos no dudaron de ponerse. En primer lugar, como puede extraerse del cuidadoso trabajo de Daniela Slipak sobre las publicaciones del período[ii], llamemos peronismo“revolucionario” a aquel que surgió de la imaginación setentista. En segundo lugar, ya pesar de que la noción fue sugerida de un modo más amplio con relación al peronismo, siguiendo las ya conocidas definiciones de Torcuato Di Tella[iii] llamaremos peronismo “socialdemócrata” al nacido de la imaginación política de la década del ochenta. Finalmente, y en consonancia con, por ejemplo, los agudos análisis de Maristella Svampa sobre la sociedad excluyente[iv], llamaremos“liberal” (o neoliberal) al peronismo en el poder durante la década del noventa.

Sugerir tentativamente una forma de incursionar en el oculto cosmos detrás del fulgor peronista de este siglo es el propósito de esta breve nota

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Pero ahora volvamos al régimen recién aludido. Nacido en el rechazo a la violencia política y apoyado en las dos tradiciones que habían alimentado el fuego político del siglo XX -pero que se habían, hasta ese momento,autopercibido como antagónicas: la democracia social y la democracia liberal- el nuevo régimen se propuso, a partir de la hegemonía inaugurada por las amplias mayorías garantizadas por el alfonisinismo y la renovación peronista, que la democracia consolidase un régimen de igualdad social y libertad política en el país. Este régimen consolidó como nunca antes en la Argentina a la democracia política como única forma legítima de disputa por el poder. De todos modos, agobiado por las sucesivas crisis de deuda e inflacionarias, e incapaz de consolidar una democracia social sustentable, el nuevo régimen (que, como todos ya sabemos, cumple este año cuarenta años) enfrentó tres grandes crisis. La primera fue la crisis hiperinflacionaria de fines de los ochenta y comienzos de los noventa, crisis que generó los anhelos de orden que llevaron a la emergencia de la imaginación liberal de los noventa. La segunda fue una crisis paradójicamente de consolidación, ya que fue la implosión del modelo alternativo de organización social ofrecido por la imaginación liberal de los noventa la que disparó la crisis de 2001. La tercera crisis es la actual.

En efecto, de la segunda crisis (la crisis del modelo alternativo al régimen nacido en el 83) se salió con la reafirmación más profunda de este régimen en sus cuarenta años de duración: el primer kirchnerismo, o “kirchnerismo transversal”. Articulando las tradiciones del peronismo renovador y el radicalismo alfonsinista, pero albergando también a una (democratizada) imaginación revolucionaria, el kirchnerismo transversal rechazó al peronismo liberal de la convertibilidad, las privatizaciones y la impunidad e hizo que la primera década del nuevo siglo fuera vivida, por amplios sectores de la sociedad, como la Argentina del nunca más y de la democracia social sustentable. Pero este éxito, como todo éxito democrático, no eliminó por completo al horizonte de un régimen político alternativo. Este régimen alternativo, cuya principal versión fue el menemismo -que no quebró al régimen pero sí buscó el desplazamiento radical de su eje- se mantuvo activo pero subordinado durante las primeras dos décadas de este siglo. Esta actividad, minimizada al extremo hasta la llamada “crisis del campo”, se vio reactivada por el error político de la 125 y no dejó de hacer oír su existencia hasta hoy, momento en que se prepara para el retorno al poder. Es que los errores se sucedieron y espiralaron al interior de la fuerza política -el kirchnerismo, alianza del peronismo socialdemócrata y el revolucionario democratizado, en contra del peronismo liberal- que había conducido y garantizado la consolidación del nunca más y la democracia social.

El principal de esos errores fue uno de “percepción.” Disparado por la revuelta agropecuaria de 2008, el kirchnerismo fue abandonado su transversalidad (esa alianza entre esos dos peronismos y otras imaginaciones políticas, incluidas la del alfonsinismo residual y la de un amplio arco de “independientes” de la izquierda democrática) y comenzó a, paulatinamente, re-imaginarse como exclusivamente revolucionario. Esta reconversión en su autopercepción se consolidó en la victoria arrasadora de 2011, a poco tiempo de las exitosas celebraciones del bicentenario y de la muerte de la principal figura de aquel cada vez más dejado atrás kirchnerismo transversal. Esa victoria, pero también su creciente aislamiento post-transversal, dieron nacimiento a una figura que solo la imaginación revolucionaria puede delinear: el vamos por todo. A partir de ese momento las oposiciones (pero no las victorias) se multiplicaron. El peronismo liberal, encarnado en la figura de Sergio Massa, dio el primer golpe en las elecciones del 2013. E inmediatamente -y ante un kirchnerismo que no había encontrado una figura capaz de suceder a una ya no reelegible CFK- una versión parcialmente desperonizada del liberalismo de los noventa llegó al poder de la mano de Mauricio Macri.

La distinción más relevante para nuestro presente y futuro entre estos cuatro candidatos parecería ser la siguiente: dos de esos cuatro se presentan como revolucionarios, mientras que a los otros dos podríamos describirlos como “enfermeros,”

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La historia más reciente “está en la memoria (cuando no en la esperanza o en el temor) de todos mis lectores”[v]. Se vienen tiempos aciagos. La imaginación revolucionaria no encontró brechas por las cuales introducir el cambio social, pero sí encontró obstáculos. Estos obstáculos fueron de dos tipos: los de los nativos del régimen nacido en el 83 y los de los otros—otros revolucionarios. Podríamos decir, lamentando la simetría poética, que la imaginación revolucionaria de los unos preparó el camino para la acción revolucionaria de los otros. Pero, antes de esa acción revolucionaria de hoy, estuvo la crítica de los nativos del régimen. Esa crítica fue la que, para poner fin a la experiencia macrista, había llevado a la unificación de las tres imaginaciones peronistas en 2019, muy apropiadamente llamada Frente de Todos. Pero esa unificación demostró que en el peronismo post-Perón, nunca hubo lugar para los tres peronismos.

Decodifiquemos: durante el nuevo régimen, el peronismo en el poder había sido, hasta la presidencia de AF, la expresión pura de uno (el peronismo liberal) o la alianza de dos—pero nunca de tres—peronismos. Quien desee hacerlo con detalle histórico podrá retornar a aquella últimamente muy recordada “gran interna” peronista entre Cafiero y Menem y desmenuzar las figuras y las corrientes que participaron de cada uno de los bandos, como también podrá retornar a la composición primera, post-menemista, del kirchnerismo transversal. Por mi lado, me limitaré a las grandes pinceladas: la década menemista nació, y se sostuvo, como ya sugerí, en la única experiencia en la que una de las tres imaginaciones políticas peronistas post-Perón nacidas en el siglo XX logró llegar al poder por sí misma—la liberal (o neoliberal). Por eso no sorprende que su principal oposición naciese de la imaginación política que le había precedido inmediatamente: la socialdemócrata, esta vez encarnada en la acción neo-renovadora del Grupo de los Ocho. Pero la década kirchnerista también nació de una nueva alianza de dos, no de tres, imaginaciones peronistas: la renovadora/socialdemócrata y la revolucionaria. Por lo que tampoco sorprende que en su oposición se fuera perfilando un liberalismo desperonizado, pero de todos modos nutrido de un largo universo de peronistas liberales que habían estado en el poder durante la década precedente. Finalmente, esta alianza de la imaginación renovadora/socialdemócrata y la revolucionaria fue resquebrajándose a partir de la fallida experiencia de la 125 y eso llevó, primero a la dispersión y luego a la reunificación de las tres imaginaciones peronistas en 2019. La experiencia fracasó y la pata socialdemócrata del peronismo reunificado fue responsabilizada del fracaso y amputada para evitar la gangrena.

En las PASO de 2023 los ciudadanos argentinos encontrarán en el cuarto oscuro cuatro candidatos presidenciales con aspiración real de llegar al gobierno: Massa, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y Javier Milei. Tres de esos cuatro nacieron -o se recrearon- en la imaginación política liberal de los años noventa. Y el cuarto la reivindica explícitamente. De todos modos, la distinción más relevante para nuestro presente y futuro entre estos cuatro candidatos parecería ser la siguiente: dos de esos cuatro se presentan como revolucionarios, mientras que a los otros dos podríamos describirlos como “enfermeros”[vi] utilizando una noción del otro gran poeta argentino, Charly García. Ser revolucionario o ser enfermero alude a la posición ante el régimen nacido en el 83, régimen que intentó entrelazar democracia social y democracia política y nos regaló cuatro décadas de libertad política, pero nos dejó la promesa incumplida de la justicial social. Los dos candidatos revolucionarios quieren un nuevo régimen, uno que quizás nos haga recordar con nostalgia las promesas, tanto las cumplidas como las incumplidas, del actual. Los enfermeros creen que el régimen quizás pueda sanarse, aunque probablemente traten de hacerlo de un modo que termine acabando con él. Sin duda, el futuro nos depara un intolerable fulgor.


[i] Jorge Luis Borges, Obras Completas I (Buenos Aires: Emecé, 1996), p. 625.

[ii] Daniela Slipak, Las revistas montoneras. Cómo la organización construyó su identidad a través de sus publicaciones (Buenos Aires: Siglo XXI, 2015).

[iii] Ver, por ejemplo, Torcuato Di Tella, “Hacia una estrategia de la socialdemocracia en la Argentina” en Crítica & Utopía, Número 18.

[iv] Ver, por ejemplo, MaristelaSvampa, La sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo (Buenos Aires: Taurus, 2005).

[v] Borges, 442.

[vi] Charly García, “Raros peinados nuevos” en Piano Bar (Buenos Aires: SG Discos, 1984).

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