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09 de marzo 2024

Juan Di Loreto

UNA POLÍTICA DE LA VELOCIDAD

Tiempo de lectura: 5 minutos

Si bien las frases hechas de las redes son un mecanismo común para expresar las propias nimiedades, a veces esconden cierta verdad o, al menos, cierta verosimilitud de época. La repetición es también un mecanismo de lo que pasa. Las insistencias, los traumas, las obsesiones se alojan en la verdad del síntoma. Por eso se puede decir: “Rompieron la política”; es otra época, no hay duda.

Pero la política ya venía rota, con el presidente Javier Milei sólo cristalizó su forma. Tal vez casi no nos damos cuenta por el aceleramiento en que vivimos, pero los tiempos de la política no tienen horarios ni días. Estalla un conflicto nacional un viernes a la tardecita. Ni siquiera llega a macerar, postea uno y otro, se citan, se hacen memes… toda la cadena significante se pone a trabajar en pos del sentido. El periodista o columnista medio que ya sabe que su nota puede durar un día (es mucho), una tarde u horas directamente. El tipo reescribe porque la realidad se reescribe más rápido. Recuerda a Macedonio Fernández que le pedía al lector que no lea tan rápido pues él no puede alcanzarlo con la escritura, como decía Horacio Gonzalez en Retórica y locura

La velocidad de la política es la de una reacción de un tipo en una red social. Todo lo político tiene la inmediatez del posteo. Twitter es la política, pero la política no es Twitter. Bueno, X, equis. Como dice Alexandra Kohan en X: “Casi que lo hacen todo para venir a tuitear”. Como los griegos, batallar para luego cantar. Corolario: toda la gestión tiene la lentitud de quien está todo el día posteando velozmente. La velocidad de la gestión también es política. Por ejemplo, la moneda la devalúan más rápido de lo que gestiona la llegada de ayuda a los comedores.

Estalla un conflicto nacional un viernes a la tardecita. Ni siquiera llega a macerar, postea uno y otro, se citan, se hacen memes… toda la cadena significante se pone a trabajar en pos del sentido. El periodista o columnista medio que ya sabe que su nota puede durar un día (es mucho), una tarde u horas directamente

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Lo financiero se mueve rápido. Hay cierta mejora, sanean el Banco Central, pero la economía real, lo analógico de la vida, no se mueve rápido. Todo cae o se ameseta. Acindar para, hay desempleo por goteo, aguantan, que por ahí mejora. Los que conserven un empleo en blanco serán los ganadores del modelo que viene (tal vez). “Hay baches”, dice el dueño de un importante negocio de la provincia de Buenos Aires. “Un día de la semana a las 11 de la mañana, impensado”. Pero él tiene una plomería. Algo que uno no puede postergar. Se te rompe un caño de agua y lo tenés que cambiar, no te queda otra. Pero así y todo hay pausas, los precios suben lento, pero suben. Bajan también, a veces, sí, hay que decirlo.

Lo real no puede detenerse. En la oficina de Anses, la mujer que carga el Certificado de Ayuda Escolar dice que “todo el país lo está cargando”, incluso los que no le corresponden. Hace dos semanas que la página está caída. En la fila de entrada a Anses todos comentan que intentaron a horas dispares subir el certificado, ridículas, pero no hay caso. Tenés que ir a la oficina, no tardás mucho, pero tenés que hacerte el hueco. Lo real es irremplazable, como la política. Paradójicamente, el que viene a destruir el Estado hace que los que se caen de su clase se reencuentren con lo público. Las cifras de Córdoba, por ejemplo, con más de 15 mil chicos que pasaron de escuelas de gestión privada a estatal.

Ahora bien, la exacerbada insistencia en la red social esta convirtiendo a la vieja política en miniatura. ¿Qué es la política? ¿Qué hace todo el tiempo el político? Se reúne con gente, se junta, se vincula. El político es, él mismo, una red social por excelencia. O al menos eso creíamos hasta Javier Milei. La política que es una reunión dentro de una reunión que tienen al costado un pasillo lleno de reuniones, ahora es una “política bait”, de un “gobierno bait” como lo define Magdalena Chirom, toda la energía en potenciar un mensaje disruptivo que crece exponencialmente en su difusión.

La velocidad de la gestión también es política. Por ejemplo, la moneda la devalúan más rápido de lo que gestiona la llegada de ayuda a los comedores

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Los bienpensantes en su indignación son los multiplicadores reales de los mensajes porque cruzan los algoritmos; llevan y traen digitalmente. Si uno entra en las redes puede ver un sinnúmero de buenas personas que caen en el mecanismo de difundir la palabra. Porque siempre creemos que los que nos escuchan son de nuestra condición.

La velocidad se alimenta de la creencia. Si algo ha demostrado Milei, como antes Cristina, es que quieren quedar en la historia grande de Argentina. Milei sostiene su relato y su relato lo sostiene a él. Y le da sentido a todo aquel que lo sigue. El sentido es una “fuerza primaria” de la vida, como decía Victor Frankl.

Por eso Milei funciona de verdad para sus seguidores. Probablemente sea el único político auténtico. No está coacheado ni habla para agradar. Visto en perspectiva, Milei no se explica sin un Alberto Fernández, el presidente que no fue, que no quiso, que no estuvo. No mandaba ni tenía objetivos, no era líder ni creía en planes. Cambiaba de piel según su entrevistado y no llegó a disputar la centralidad. Milei es el único que logró desplazar a Cristina del centro de gravedad política. Su última carta duró en escena lo que un suspiro.

Todo lo simbólico le pertenece al presidente. Tiene un objetivo y juega a todo o nada. Por eso no tiene reparos en dejar en el camino a los viejos aliados políticos. La causa por sobre las personas. El sistema es más que la suma de sus elementos. Por eso hace sacar la Ley Ómnibus de una; todo o nada. La creencia y su fe no tienen matices. Uno no cree más o menos en Dios. O crees o no crees.

La política que es una reunión dentro de una reunión que tienen al costado un pasillo lleno de reuniones, ahora es una “política bait”, de un “gobierno bait” como lo define Magdalena Chirom

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Por eso viene a nosotros el eco de San Pablo cuando dice: “Hagamos el mal para que pueda venir el bien”. El plan es durísimo, deshumanizado, solo la Fe y la velocidad que le imprime el estilo Milei hace que todo pase de largo (el chico desmayado convertido en metáfora de los caídos por su plan; cae, nadie reacciona para socorrerlo, sigue con el chiste). Todo es un mecanismo para llegar al objetivo de destruir al Estado. Pasamos de la era de la deconstrucción a la era de la destrucción. El mismo presidente lo dice: “Si la licuadora se vuelve permanente se vuelve motosierra… e imaginen cuál es mi intención”.

Hay mucho por entender todavía de lo que está pasando. Sin entender, por más que parezca algo contemplativo o que no hacemos nada, no puede surgir una “buena” acción política. Porque allá, a lo largo del tiempo, vendrá la nueva política, la que nace con dolor, que es el único nacimiento posible. Lo nuevo no nace en las urnas o en un cambio de mandato. Lo nuevo de verdad viene de la tragedia, el sacrificio, la ceniza o lo desconocido. Es una noche, que hay que ir clareando.  

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