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17 de junio 2023

Lorena Álvarez

SOBRE LONAS Y AMBULANCIAS

Tiempo de lectura: 6 minutos

Un tipo en la lona que había saboreado las mieles del éxito, besando el piso de la indiferencia, jura, en el devenir de su caída, que esto también pasará y a fuerza de su enojo, tomando impulso, volverá a subirse a un ring para noquearlos a todos.

Si bien parece el relato sobre un boxeador, es la historia del protagonista de “Cuaderno del acostado”, el libro del escritor Jorge Asís, donde su alter ego, Rodolfo Zalim, padece los embates de una dura derrota, el ostracismo.

Un retrato duro en tiempos donde la suerte le fue esquiva. El tipo que había cortado flores en los jardines de Quilmes vendiendo pilas de libros llegaba a los albores democráticos de los 80 viviendo sus horas más oscuras. Los rayos primaverales de la democracia no lo habían iluminado. El protagonista creía que eran dos cosas las que no se le perdonaban: haber escrito irónicamente sobre el diario más importante del país -del cual era parte de su staff-, y ser un autor de mucha venta durante los años de la dictadura.

La ambulancia que cambió la historia de este país a finales del siglo pasado, la que recogía heridos emocionales y era manejada por Carlos Saúl Menem. La promesa era simple y sólo rezaba “A triunfar”

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Si bien ser best seller cuando muchos desaparecieron o debían emigrar parecía, en esos años, algo imperdonable, contar chismes y secretos sobre la redacción más influyente de la época -y de las venideras- era, pues, un pecado. Hasta un suicidio literario podríamos sugerir, ya que las puertas del paraíso quedarían clausuradas para siempre. Las miserias bajo la alfombra nunca deben sacarse a la luz. Y menos ficcionar las mismas con mucho humor.

Comiéndose sus ahorros, deambulando como un espectro por una ciudad que había cambiado y no lo recibía como otrora, a lo largo del libro va mezclando ese dolor de ya no ser con la política y los nuevos poderosos. Sus enconos, sus dolores, su ansiedad de revancha y la esperanza de volver. Una certeza casi mística sobre el retorno para demostrarle a sus enemigos que la lona es apenas un traspié y no el final de su camino. Pero lo impresionante de ese libro es la esperanza intacta del autor, que usa esta novela casi como el diario íntimo de un Montecristo porteño. Volver.

Cuando lo leí por primera vez, bien entrados los noventa, me impactó que aquel sueño de retornar, envuelto entre sahumerios y amuletos, colores que nunca hay que usar y enojos terrenales, se había convertido en realidad: primero porque Asís se había desempeñado como embajador argentino ante la Unesco y luego como Secretario de Cultura de la Nación.

El tipo que había cortado flores en los jardines de Quilmes vendiendo pilas de libros llegaba a los albores democráticos de los 80 viviendo sus horas más oscuras. Los rayos primaverales de la democracia no lo habían iluminado

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Tal cual deseaba en aquellas páginas publicadas en 1988 -aunque escritas a lo largo de 1986- había regresado a lo grande. Debatiendo hasta en prime time con actores muy famosos de la época. Su Asís versus Romano en el programa político estrella de esos años, “Hora Clave”, sigue siendo una disputa icónica en la historia reciente de la televisión. Algo que en aquel libro no se vislumbraba en absoluto ya que ningún milagro parecía posible en aquel contexto. Salvo su deseo escrito en cuadernos mientras agonizaba horas en los bares.

Pero los caminos del Señor suelen ser extraños y en el andar pasó una ambulancia y sin nada que perder se subió. La ambulancia que cambió la historia de este país a finales del siglo pasado, la que recogía heridos emocionales y era manejada por Carlos Saúl Menem. La promesa era simple y sólo rezaba “A triunfar”.

Los rubios peronistas

Los jóvenes radicales que detentaban el poder en los años del alfonsinismo después del triunfo impensado en las elecciones del 83, también habían teñido con su estética ese fragmento de la historia: vestidos de cautos oficinistas y con la cadencia de locutores televisivos sus trajes sobrios, su colores ocres y la sensación de asepsia a la hora de comunicarse parecían marcar el rumbo de lo que sería por un buen tiempo la política. Olvidándose que el tiempo es fugaz hasta para los enamorados.

Sus oponentes de esa época, otros jóvenes, pero de la renovación peronista encabezada por un político maduro y profesional como Antonio Cafiero, salieron a disputarle el lugar de la estética prudente. Y los votos. Alejados del estilo 83 del justicialismo y sus caras más famosas, de Herminio Iglesias a Deolindo Bittel o el mismo Vicente Saadi, los jóvenes renovadores eran los alter egos de los muchachos radicales.

Como bien dijo alguna vez el diputado Carlos Grosso en una entrevista para la revista Gente: “somos los rubios del peronismo”. Con su habitual cinismo daba en la tecla del inconsciente colectivo del electorado al que deseaban seducir, la clase media, y para ello nada mejor que peronistas cívicos radicales.

El triunfo de Antonio Cafiero en 1987, arrebatándole la provincia de Buenos Aires al oficialismo, los levantamientos militares y una economía que cada vez ahorcaba más los bolsillos, hicieron añicos la esperanza de los hombres de Alfonsín. E ilusionaron a los seguidores de Cafiero.

Pero en 1988 en una interna que parecía cantada- el favorito era el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Cafiero, el hombre que representaba lo módico y prolijo- cayó en manos del gobernador riojano… Carlos Saúl Menem. Un durísimo golpe para todos los renovadores.

Alejados del estilo 83 del justicialismo y sus caras más famosas, de Herminio Iglesias a Deolindo Bittel o el mismo Vicente Saadi, los jóvenes renovadores eran los alter egos de los muchachos radicales

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Menem, que había recorrido cada rincón del país encontrando eco y haciendo espacio en su menemovil a todo quien quiera acompañarlo, incluyendo una alianza estratégica con un hasta entonces poco visible, intendente del conurbano, Eduardo Duhalde. Menem sumaba además una estética muy particular: patillas anchas, cabello largo y al viento, y atuendos estridentes que ya habían sido fichados por el ojo de los humoristas. Tenía todo para ser un personaje cómico y así fue retratado en el programa con mas rating de esos años, “Las mil y una de Sapag”, cuyo principal atractivo eran las imitaciones del actor Mario Sapag.

Desde la pantalla privatizada de Canal 9 y en menos de un año, Menem era conocido por todos. En especial los más jóvenes. De estar vivo Alejandro Romay, un empresario de los medios que se jactaba de haber “inventado todo”, podría decir que contribuyó en lanzar a un presidente. Y un candidato inimaginable. Es que desde su canal y en el noticiero más famoso de la televisión también conocimos a Daniel Scioli, hijo de otro de los socios del 9, un corredor de lanchas que hacía las delicias de los televidentes en carreras de motonáutica, deporte que no sabíamos, mayoritariamente, que existía hasta esa irrupción estelar. Carreras que jamás volvimos a ver luego con tanta fruición. Romay y sus socios vendieron el canal. Pero antes Daniel ya se había lanzado a la política. Esta vez en otra de las ambulancias de Menem: la farandulesca.

La ambulancha

El pasado nunca se reitera exacto, por ende aunque haya señales que demuestran que las cosas se repiten, los contextos tan disímiles suelen bajarle el precio a esas fantasías. La historia se parece pero no se calca.

Hasta el día de hoy aún no sabemos si habrá Paso. Daniel Osvaldo Scioli desea presentarse y dar batalla dentro de Unión por la Patria, la marca que ha suplantado el nombre de Frente de Todos. Y otra vez la sensación de ambulancia emocional buscando pacientes. Desde el 2008, cuando el kirchnerismo, como identidad, salió a la cancha, conflicto con el campo por la 125 mediante, muchos heridos han ido cayendo a la vera de la ruta electoral, muchos votantes incluidos.

Ante ese panorama casi a modo de distensión pregunté por curiosidad en twitter -la red social en donde convive el More Rialgate con la alta política- cómo se llamaría esta vez ese auxilio electoral, ya que amamos las camionetas de salvataje, desde el Menemóvil a la Scaloneta.-  un usuario llamado @marceschatz respondió : “la ambulancha”. Nombre extraordinario y creativo a la hora de tomarnos con humor estos tiempos.

Tiempos donde parece habrá internas, suponemos no habrá ninguna sorpresa salvo el hecho de que alguien quiere su revancha. “Perder en el 2015 me dolió más que perder el brazo”, comentó alguna vez Scioli comparando esta derrota con el accidente que lo dejó sin un brazo. Al fin y al cabo a nadie se le puede negar intentar revertir sus derrotas. Ni siquiera volver a caer derrotados.

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