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13 de noviembre 2023

Martín Rodríguez

PREFERIRÍA HACERLO

Tiempo de lectura: 5 minutos

A Milei lo inventó Macri.

A Milei lo inventó Massa.

A Milei lo inventó Macri para ganar.

A Milei lo inventó Massa para ganarle.

Podríamos seguir con estas oraciones con variaciones infinitas y con centro en Milei. La pelea es hasta el final, agotadora, aburrida, solemne, apasionada, depende, y el desmadre por lo menos temático de la campaña llevó a muchos a decir religiosamente que esta es la elección más importante desde 1983. Venimos votando desde agosto y el análisis se retuerce como una culebra. En Argentina el verdadero santo es el santo del puñal: la política argentina en última instancia tiene su representación final en esta pelea de jodidos, de sangre en el ojo, y todos viejos conocidos. ¿Qué es Massa, qué es Milei, qué fueron Macri y Cristina? Lucha final de duelistas. Una rivalidad llena de servicios, cuitas judiciales, extorsiones, negocios, que fue dejando a la gente tirada en el camino. ¿Es la hora final? Que sea la hora final de una era rota.   

El último debate trajo la sorpresa previsible: Massa, como se repitió tanto, un-profesional; y Milei volvió a luchar contra sí mismo. El primer acto del debate fue demoledor. Massa le caminó el tiempo, lo dejó pegado a explicarse. En el segundo acto se emparejó un poquito porque quizás Massa debería haber usado la recta final para una interpelación más directa a las soluciones que propone. El riesgo de sentirse ganador siempre, en todo, es enamorarse de la fórmula. Las inconsistencias de Milei hicieron que cada semana de estas últimas le sobre, el debate hizo notar eso. Tuvo que dialogar con su archivo, y tuvo poco reflejo para nombrar la realidad acuciante que lo arrincona a Massa. El exceso ideológico de Milei es inviable para su propio discurso: no le permite discriminar lo importante de lo accesorio. Y el debate terminó siendo sobre Milei. Ya prevemos que, de llegar a ganar, su presidencia tendrá una primera versión de la historia: el kairós de Nelson Castro (explicándonos sus síndromes).

En tiempos de bronca contra la política, esta disputa tan pareja también se vuelve sobre sí en el contraste de los candidatos: ¿por qué un exponente tan claro de esa bronca, en formato amateur (hasta elogiando a Tatcher), y del otro lado un profesional tan subrayado, experto en cada tema, absolutamente carente de espontaneidad? Quizás sean las dos almas de la bronca: ¡que venga un sacado!, y, ¡que venga uno que asuma el quilombo!

La pelea es hasta el final, agotadora, aburrida, solemne, apasionada, depende, y el desmadre por lo menos temático de la campaña llevó a muchos a decir religiosamente que esta es la elección más importante desde 1983

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Pero Massa estos meses fue juntando prácticamente todo para enfrentar a Milei y, no sin paradojas, logró que todo eso que juntó (bancos, políticos, sindicalistas, movimientos sociales, empresarios, periodistas, consultoras que hicieron campaña por otro candidato y votarán por él, gobernadores oficialistas y opositores) se digan telepáticamente: “al final esto no está tan mal”. ¿Y qué es esto? Este cierto orden en el desorden, el “piso democrático” de un presente tan incierto. Síntoma en la trasnochada chicana de Macri a Morales: vas a votar lo mismo que Milagro Sala. A cuarenta años de 1983 Massa revive todos los proyectos juntos por un instante (es Alfonsín, es Menem, es Kirchner), un catch all de casta, partidos, referentes, de historia (hay momentos en que Massa podría reivindicar todo) para enfrentar, en estos términos al menos, al blanco fácil de un Milei que no termina de armar su relato democrático. Muchos peronistas dijeron o pensaron frente a este amateurismo libertario: qué boludos los macristas, esta elección estaba servida para un Horacio. Y Massa aprovecha cada vacío. Por ejemplo el del cristinismo, que está ausente, o por lo menos sólo hace presente su espíritu en los resortes de solemnidad militante de la colonia artística, las miradas “dolor país”, los carteles de no-vote-a-Milei con cara de ¡no podemos hacerle esto a Rita Cortese! Lobby del arte. Massa aúpa cada civilización frente a eso que está enfrente y sublevado.

¿Y cómo llegamos hasta acá? Un poco, como ocurre con la locura: cuando alguien se tomó en serio las palabras. Más que las palabras, la literalidad. Invertida la frase del cuento de Herman Melville: Milei dijo “preferiría hacerlo”. Quiere hacer lo que dice que va a hacer, justo, en la llanura del gran chiste. Y el freno de mano, el “¡No Pasará!”, el “cordón humanitario democrático”, las mil solicitadas contra él, de golpe, ofrecen que lo que hasta hace dos minutos se conocía como un caos (caos de corridas cambiarias, corridas políticas, cortes de calle, viajes del demonio en hora pico, país sin moneda, chicos picoteando el basural, sectores cada vez más empobrecidos), de golpe, así, ahora, tiene el olor a cala de una “resistencia cívica”. Porque al final lo que nos estamos diciendo pareciera ser lo contrario a lo que nos decíamos hasta ayer: podemos seguir así. Pero, ¿podemos seguir así? ¿Qué corazones rozará hoy el número de inflación?

Si las últimas presidencias no contaron con luna de miel, ni con cien días de gracia, la próxima viene con la respiración en la nuca de la tolerancia cero a cualquier demostración de privilegio, casta y corrupción

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La grieta fue un costumbrismo que engendró monstruos. Ahora, casi todos reniegan de ella. Pero en Milei no hay grieta, hay fractura. Fractura expuesta, guerra, sociedad rota, rebelión fiscal, cuevas, informalidad, trabajadores golondrina y Benegas Lynch. Hizo campaña rompiendo las apariencias y entonces, contra él, para muchos, qué mejor que volver a decir nuestra verdad argentina: somos simuladores. ¡Vivan las apariencias! ¿El máximo consenso posible que ata el voto de Fontevecchia, del dirigente social, de Marta que cocina para 500 personas en Villa Calacita y nunca baja el número, del intelectual con firma automática, del revolucionario con chofer, del dueño de la Pyme que llama a una reunión de padres de sus empleados para decirles que no voten mal, del estudiante primera generación de universitarios, del empresario proveedor del Estado, del docente que hace futuro y del enfermero que cambia vendas cada día, de todos, es votar-a-Massa-para-que-nada-cambie? ¿Juntar todo para que nada cambie? ¿El Frente del Presente Perpetuo? Pedir el voto es pedir mucho. No depende de apurar troscos o cordobeses (como si no estuviéramos en la hora de asumir que Durán Barba tenía razón: el elector es libre). Estos fueron cuatro años de un gobierno que rompieron los mismos que lo crearon. El pacto electoral no es moco de pavo. Lo que viene tendrá que romper lo que hay. Rosa te limpia la casa, la biblioteca y les saca el polvo a tus libros. “Ojo, Rosa, lo que vota”. ¿Y Rosa está en blanco, compañero? Votemos a Massa, pero para que algo cambie. Si las últimas presidencias no contaron con luna de miel, ni con cien días de gracia, la próxima viene con la respiración en la nuca de la tolerancia cero a cualquier demostración de privilegio, casta y corrupción. Si esta unión democrática peronista es solo para el alivio, para el: “la tuya está”, nacerá muerta. Si la democracia no sirve para cambiar algo, nos van a seguir amenazando con cambiar la democracia.

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