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28 de agosto 2023

Julio Burdman

NUESTRA PROPIA HISTORIA CON EL BRICS

Tiempo de lectura: 10 minutos

La política internacional no es algo que sucede afuera de los países. En todo caso, es una trama entrecruzada de visiones “desde adentro” sobre lo que sucede en ese supuesto “afuera”. El 24 de agosto de 2023, el día que se anunció el ingreso de Argentina y “otros” países al grupo BRICS, para nosotros fue como el episodio del restaurante chino de Seinfeld. Después de tantas vueltas el momento llegó, por fin: la mesa ya está lista. El chino con poder de veto nos invita a pasar al salón. Pero los cuatro comenzales, agotados de tanto esperar, acababan de irse.

En este caso, Seinfeld y sus amigos son la Argentina cristinista. Ingresar al BRICS fue la gran ambición de los 8 años de Cristina Kirchner. Tal vez, la mayor de todas. La diferencia entre Néstor y Cristina Kirchner fue geopolítica, y mucho tuvo que ver con la aparición del BRICS (entonces era BRIC, sin S) en la escena política internacional. Asisitimos a ello en un año parteaguas para nuestro país, y para todos: 2008. 

La historia quiso que cada vez que el mundo contemporáneo diera un giro político de 180 grados, aquí justo hubiera un peronista desempacando en la Rosada. Y que sus presidencias quedasen signadas por ese mundo cambiante que les tocó en suerte. En 1945, cuando finalizaba la Segunda Guerra y emergía el orden liberal internacional -y la lucha entre Washington y Moscú por dominarlo-, en Argentina ascendía Juan Perón. Quien trató infructuosamente de escaparse de ese juego de pinzas, con su famosa y fallida Tercera Posición. En 1989, cuando ese mismo ciclo finalizaba y comenzaba la unipolaridad estadounidense, aquí iniciaba la era de Carlos Menem. Quien, a diferencia de su maestro, optó por acomodarse a la novedad y se alineó decididamente detrás del ganador. Y en diciembre de 2007, cuando Cristina recibía la banda y el bastón, lo que estaba sucediendo afuera era de una magnitud similar. Néstor Kirchner venía de disfrutar de la calma chicha de un mundo casi sin sobresaltos, su economía volaba mientras Estados Unidos estaba enfrascado en una cruzada inútil contra el terrorismo islamista. Pero cuando le traspasó el mando a su esposa, comenzó la gran transformación. Terminaba la presidencia belicosa de George Bush hijo y su sucesor, Barack Obama, fue recibido con una brutal crisis financiera que azotó a Estados Unidos y Europa. Se la llamó “crisis subprime”, por la quiebras de las dos grandes compañías financieras de créditos hipotecarios populares, que arrastraron consigo a bancos y empresas a ambos lados del Atlántico Norte.

Algunos estados de la Unión, como Kentucky, debieron ser rescatados del default; en Europa cayó Grecia, tambaleó todo el Mediterráneo y explotaron los indignados de izquierda y derecha por todo el continente. Reino Unido se asustó y se mandó a mudar. El trasfondo de aquella crisis parecía ser algo mucho más profundo, y peor, que la bancarrota de la bicicleta hipotecaria. En Estados Unidos hubo un debate, y se impuso el diagnóstico de la “década perdida” de la War of Terror: mientras la gran y única superpotencia de la posguerra fría se había embarcado en las guerras trillonarias de Afganistán e Irak, endeudándose sin control para pagarlas, causando tal vez con ellas las bancarrotas de 2008, y para colmo sin obtener ningún rédito geopolítico de todo ello, “los otros” se había dedicado a fabricar, vender y crecer, en paz y laboriosamente. Estados Unidos y Europa estaban estancados, y la locomotora del crecimiento económico mundial ahora eran ellos, los otros, “el resto”. Los “mercados emergentes”. En el club de los triunfadores se destacaban tres gigantes en territorio y población: China, India y Rusia. La fábrica del mundo, los servicios del mundo, y la energía del mundo. Los economistas del mercado financiero, que promocionan y venden bonos soberanos, ponen también a Brasil en aquella bolsa, y surge la sigla que luego se convertiría en criatura geopolítica: BRIC.

La historia quiso que cada vez que el mundo contemporáneo diera un giro político de 180 grados, aquí justo hubiera un peronista desempacando en la Rosada. Y que sus presidencias quedasen signadas por ese mundo cambiante que les tocó en suerte

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Apenas logra salir del fantasma de la bancarrota, el recién llegado Barack Obama se propone superar el clima de la inútil cruzada bíblica bushista, y reorienta la geopolítica estadounidense en otra direccion. Obama, quien parecía negro pero en realidad era hawaiiano, con una sensibilidad especial por los mares del Pacífico, saca -o eso intenta- a Estados Unidos de Medio Oriente, y despliega un nuevo paradigma: la gran estratégica asiática. Washington se va a concentrar en sus ya viejos amigos del Asia Pacífico, Japón y Corea del Sur, promueve nuevas alianzas políticas y comerciales en la zona, y, con toda cordialidad, se mete en el área de influencia de los imparables chinos. Comienza una competencia geoeconómica de potencias, en principio con buenos modales, que algunos años después, cuando llega Donald Trump, mostrará todos sus dientes y colmillos. Joe Biden sintetiza los buenos modales de Obama y los malos modales de Trump, pero la orientación general es la misma: a partir de 2008, la ilusión del mundo unipolar terminó, se desató el conflicto entre Estados Unidos y China, y el resto es historia presente.

Todo esto ocurrió, decíamos, justo cuando era el turno de Cristina Kirchner de gobernar. A Néstor le había tocado otro planeta. Arranca su gestión en forma totalmente parroquial. De hecho, fue un presidente muy poco viajado. En diciembre de 2004, cuando se produce la Cumbre de Cuzco, puntapié inicial de la UNASUR, Néstor Kirchner faltó. La prensa oficialista, haciéndose eco del comunicado presidencial, dijo que fue por un problema de salud. Pero el diario La Nación aseguró que lo hizo a propósito y le atribuyó una frase, de misteriosa fuente, probablemente falsa, y aún así antológica: “tengo demasiados problemas acá como para ocuparme de la política exterior”. Se sumó al No al ALCA, vociferado por Chávez pero diseñado por Lula, recibió a Hu Jintao en Buenos Aires, y también puso su mano tranquilizadora sobre la rodilla de Bush y pronunció un discurso durísimo contra Irán en Naciones Unidas. Fue una presidencia de transición y pragmatismo, que asistió cautelosamente a las tensiones que llevarían a lo que estaba por suceder.

La 'crisis subprime' era interpretaba como un punto de inflexión en la historia del capitalismo mundial Comenzaba otra era geopolítica, un mundo postoccidental, con China, Rusia y 'el resto' siendo los protagonistas. Y la propia catástrofe, la de 2001, de la que el kirchnerismo era hijo pródigo, pasó a ser comprendida como el génesis, o el parto, de ese nuevo mundo.

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Llegó 2008, y la nueva presidenta fue recibida con la valija de Antonini Wilson, la crisis de la 125 y el conflicto con Clarín. La Concertación Plural, tal era el nombre de la coalición oficialista victoriosa en octubre 2007, fruto de la alianza entre el Frente para la Victoria y una porción muy amplia del radicalismo -mucho más amplia de lo muchos radicales hoy quieren recordar- había prometido un gobierno moderado e institucionalista. Un kirchnerismo racional de centro, decía Artemio López. Pero la geopolítica nos trajo a Laclau. El mundo se movía. Aún nos falta una investigación más minuciosa e informada sobre el clima palaciego de esos primeros meses del cristinismo, que sin dudas fueron claves. Pero los acontecimientos nos señalan que esa inesperada conflictividad interna fue leída como parte de un conflicto político internacional. Una prueba de ello fue la alocución de Cristina Kirchner del 1 de marzo de 2008, su primer mensaje de apertura de sesiones del Congreso. Allí, la presidenta recién asumida, la que junto a Julio Cleto Cobos venía a institucionalizar a su marido peronista, nos sorprendió a todos con un discurso concentrado en la política internacional, de implicancias profundas. La “crisis subprime” era interpretaba como un punto de inflexión en la historia del capitalismo mundial. Comenzaba otra era geopolítica, un mundo postoccidental, con China, Rusia y “el resto” siendo los protagonistas. Y la propia catástrofe, la de 2001, de la que el kirchnerismo era hijo pródigo, pasó a ser comprendida como el génesis, o el parto, de ese nuevo mundo. El gobierno argentino comienza a sentirse protagonista de esa otra geopolítica.

Allí comienzan los discursos internacionales de Cristina, que pronuncia tanto en las Cumbre del G-20 como en la inauguración de un hospital en Florencio Varela. Pide una reforma de la gobernanza financiera global, porque es una reparación de la herida de 2001. Néstor Kirchner hablaba de especuladores, de un gobierno aliancista negligente, de un FMI que debía asumir su parte de responsabilidad. Pero a partir de 2008, todo, incluyendo 2001, fue geopolítico. La alianza suramericana, que antes era solo un ámbito de cooperación regional, ahora era un freno a Estados Unidos. Argentina firma acuerdos estratégicos bilaterales con Rusia y China, y luego el memorándum con Irán, otro cimbronazo interno, que será explicado con los mismos argumentos que todo lo demás: el mundo cambió, y nuestras alianzas también.

En el segundo gobierno de Cristina Kirchner, con el canciller Timerman capeando las tensiones con Washington, la geopolítica postoccidental ya era un hecho consumado. Las inversiones chinas fueron vistas como la esperanza del futuro. Vladimir Putin visitó la Argentina, y los militantes cristinistas, mitad en chiste y mitad en serio, imaginaron una relación sentimental entre ambos mandatarios. Ahí comenzó a hablarse en voz alta de la incorporación argentina al grupo BRICS, que ya lleva la S de Sudáfrica. BRICSA era el nombre de las aspiraciones gubernamentales.  Una elucubración sobreanalizada del futuro argentino. Estamos en 2014, cena de gala con Putin en el CCK, estallaba el problema de los “fondos buitre”, Kicillof negaba el default del juez Griesa. La “grieta” del microclima politizado se parecía cada vez a una confrontación entre quienes querían “volver al mundo” (del Atlántico Norte) o apostar a la promesa postoccidental, y Cristina Kirchner apretaba el acelerador geopolítico. Griesa, el default, la Fragata Libertad, TN, Nisman, todo era parte del entorno político global.

Las inversiones chinas fueron vistas como la esperanza del futuro. Vladimir Putin visitó la Argentina, y los militantes cristinistas, mitad en chiste y mitad en serio, imaginaron una relación sentimental entre ambos mandatarios. Ahí comenzó a hablarse en voz alta de la incorporación argentina al grupo BRICS, que ya lleva la S de Sudáfrica. BRICSA era el nombre de las aspiraciones gubernamentales. Una elucubración sobreanalizada del futuro argentino

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Pero entonces, en el año 2014, el BRICS ya había hecho su debut como grupo de acción política internacional. La primera cumbre de mandatarios de Brasil, Rusia, India y China fue en 2009 y el grupo se formalizó, con página web y todo, en 2010, cuando aún se discutían los efectos de la “crisis subprime”. Al principio, BRICS era un grupo heterogéneo de países que arrastraban viejos conflictos entre sí (China vs. Rusia, China vs. India), pero que se acercaban por el denominador común de sus desafíos. Eran grandes, estaban creciendo, pero no eran parte del exclusivo club del Atlántico Norte. Querían juntarse para operar en conjunto, y reformar algunos aspectos de la gobernanza global. Todo era agenda positiva, con tensiones latentes.

Dentro de conjunto de 5 emergentes había un subcapítulo muy intrigante, que era la relación entre China y Rusia. Vista desde Estados Unidos, se trata de la relación bilateral más importante del mundo. Durante toda la guerra fría, la tesis de Nixon – Kissinger fue que esos dos gigantes debían estar enfrentados, porque si se unían se quedaban con todo. Y en 2014, tratado mediante, nace una incipiente alianza sino-rusa que tiene a Washington en estrés permanente. China y Rusia eliminaron sus hipótesis de guerra y resolvieron problemas que arrastraban desde tiempos de Pedro El Grande. Muchos comenzaron a pensar que el BRICS era, antes que nada, un marco de amistad para facilitar la relación entre los dos gigantes. Una especie de cena familiar de excusa para presentarle a tu mejor amigo a tu hermana. Y funcionó. En 2014 comienza la guerra en Ucrania, se produce la anexión de Crimea a Rusia, Estados Unidos llama al mundo a condenar a Vladimir Putin en Naciones Unidas, y todos los países del BRICS se abstuvieron. Los países del MERCOSUR, capitaneados por la B de los BRICS, también. Poco después, Dilma Rousseff es empujada del Planalto. El grupo de países emergentes con agenda positiva que proponía ampliar la gobernanza económica mundial comenzó a actuar como un bloque de alineamiento político.

China y Rusia eliminaron sus hipótesis de guerra y resolvieron problemas que arrastraban desde tiempos de Pedro El Grande. Muchos comenzaron a pensar que el BRICS era, antes que nada, un marco de amistad para facilitar la relación entre los dos gigantes. Una especie de cena familiar de excusa para presentarle a tu mejor amigo a tu hermana. Y funcionó. En 2014 comienza la guerra en Ucrania, se produce la anexión de Crimea a Rusia, Estados Unidos llama al mundo a condenar a Vladimir Putin en Naciones Unidas, y todos los países del BRICS se abstuvieron

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Y esos alineamientos son fuertes. La mejor prueba de ello es Jair Bolsonaro, el presidente anticomunista de Brasil que ganó las elecciones de 2018 con un discurso de fuerte confrontación con Lula, el Foro de San Pablo y los alineamientos postoccidentales de Brasil. Amenaza con romper con China, irse del MERCOSUR y firmar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Y sin embargo, tal como hiciera su vilipendiada Dilma Rousseff en su momento, terminó siendo un miembro entusiasta de los BRICS. No solo se abstuvo de condenar la ofensiva rusa en Ucrania del 24 de febrero de 2022, sino que viajó a Moscú pocos días antes, para mostrar su confraternidad con el nuevo ogro de Occidente. Ingresar a los BRICS pareciera ser un camino de ida.

Volvamos al capítulo de Seinfeld. Luce paradójico que el boleto de entrada al grupo salga recién el 24 de agosto de 2023, días después de las PASO que pusieron en carrera a la Rosada a Javier Milei, Sergio Massa y Patricia Bullrich. Tres opositores, con diferentes tonalidades, de la geopolítica postoccidental que buscó Cristina Kirchner. Si la invitación hubiera sido solo para la Argentina, y no incluyera también a Arabia Saudita, Irán, Etiopía, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, sería motivo de todo tipo de suspicacias.

Luce paradójico que el boleto de entrada al grupo salga días después de las PASO que pusieron en carrera a Milei, Bullrich y Massa. Tres opositores, con diferentes tonalidades, de la geopolítica postoccidental que buscó Cristina Kirchner

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¿A Argentina le sirve formar parte del BRICS? En mi opinión, sí. En estos 15 años, todas las economías del grupo experimentaron un incremento del comercio y los negocios intrabloque, y todo indica que el paraguas político que proporciona la pertenencia al grupo fue un facilitardor de ello. Asimismo, si bien los valores y las aspiraciones de los argentinos están más cerca de Europa y América latina –hay estudios basados en encuestas que lo demuestran-, lo cierto es que nuestro país nunca ha sido invitado a pertenecer al club del Atlántico Norte, y probablemente nunca lo será. Los países del BRICS compran nuestra producción, apoyan nuestra soberanía en el Atlántico Sur, y comparten nuestras insatisfacciones con la gobernanza económica mundial. Asumirse como parte de ese grupo puede ser una opción idealista para algunos, y un baño de realidad para otros.

Ahora bien, la oportunidad BRICS para la Argentina puede hacerse realidad, o no, pero lo que es más certera es la presunción de que abandonar el grupo una vez ingresado puede ser un gran riesgo. Miremos el caso de Australia, un país que hasta hace algunos años tenía una fuerte alianza con Beijing. China compraba buena parte de los productos australianos, invertía fuertemente en su infraestructura, y la alianza comenzó a discutirse dentro y fuera del país. Ganaron las elecciones los oponentes de la relación estrecha, se formó la alianza internacional AUKUS –Australia, Estados Unidos, Reino Unido-, y las relaciones con China entraron en un pico de tensión. Xi Jinping, que llegó a viajar a Tasmania solo para inaugurar una obra, ahora no quiere que ninguna empresa china compre ni una botella de vino a esos traidores australianos. Uno puede no aliarse a los chinos, ellos no se hacen problema por ello, pero lo que no puede hacer es firmar un acuerdo y después romperlo. Javier Milei y Patricia Bullrich avisaron que van a revisar el ingreso de Argentina al BRICS, y Sergio Massa trata de esquivar el tema, porque los tres saben que, en este contexto global, se trata de algo que puede irritar a muchos en Washington. Pero a pesar de ello, una vez adentro luce muy difícil que puedan hacer algo diferente al entusiasta de Jair Bolsonaro.

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