
EGLE MARTIN, LA REINA ENTRE TAMBORES
“Si la noche tuviera un nombre debiera llamarse Egle”, dice la dedicatoria que le hizo Pichuco a Egle Martin en un libro de Mario Jorge de Lelis. Es un feriado nublado, lluvioso, y me entero que a los 86 años nos dejó Egle Martin. Con el mate recién estrenado busco con urgencia el fabuloso larga duración que grabó en 1991 para Melopea. Lo pongo a sonar sonar, primero “Dindi”, con Manolo Juárez en el piano, luego “Eu sei que vou te amar”, nada menos que con Adolfo Abalos también en piano y, luego “Desafinado”, con ciego Larumbe, otro fascinante pianista de jazz argentino. “El Arte del Encuentro” es uno de esos discos que uno más escuchaen busca de paz. Fue grabado en los míticos estudios del Nuevo Mundo, en la calle Mariano Acha. Con arreglos de Luis Salinas y dirección artística de Manolo. Treinta y un años tiene este disco. Sigue sonando actual.
Señores, ha muerto Egle Martin. Esa morocha impresionante que puso a Piazzolla a sus pies: llegó a pedirle su mano al mismísimo esposo. Egle, la amigota de Vinicius, a los 16 años supo ganarse el afecto de Dizzy Gilespie cuando vino a tocar a mediados de los años cincuenta con un joven Quincy Jones militando en las trompetas. Y fue ahí que conoció a Lalo Schifrin, con quien mantuvo un ardoroso romance.
Egle, la hermosa mujer que eligió vivir entre tambores y deseó que sus investigaciones algún día tengan lugar en nuestra cultura, y lo tuvo
Egle había empezado en la escuela de danzas del teatro Colón y por su madre y su abuela amaba la música clásica. Peor un día vio el film “Un Americano en París” y le picó el bicho del jazz, la cosa negra se le metió como un flechazo en el alma al comprobar que Gene Kelly tenía formación clásica pero expresaba algo nuevo, distinto y escuchó la música del genial George Gershwin, y el resto es una deriva al jazz vía Ellington y entre tantas voces la de Sarah Vaughan. Como tantas y tantos descubrió en el jazz algo la libertad para crear e improvisar. Pero en la base, lo que verdaderamente la había atrapado, eran los tambores africanos que al fin y al cabo también forman las raíces del jazz negro. Al mismo tiempo conoció y trabajó con Miguel de Molina, filmó con Daniel Tinayre y Leopoldo Torres Ríos, trabajó en teatro y televisión. En 1964 grabó “Graciela Oscura” junto a Astor Piazzolla para el film “Extraña Ternura” dirigido por Tinayre, y fue justamente en esa época que Astor llegó al extremo de pedirle su mano a Lalo Palacios ya por entonces su esposo. Egle eligió a Lalo pero siempre rescató que en lo musical su vínculo con Astor fue total. Amiga de figuras como Rodolfo Alchourrón y Baby López Furst, conectada con el ambiente jazzero de a poco se fue transformando en una investigadora de la base africana en nuestra música popular, se vinculó con la embajada de Nigeria -ya que el norte nigeriano es la región que más ha influenciado la música negra en América- y desarrolló una tarea como siempre sucede transcurrió en los suburbios culturales de nuestro país.

Alguna vez expresó: “Cuando los ritmos realmente te prenden es cuando empieza la libertad. Vos podés estar tocando un ritmo único, solo, y lo empezás a repetir, a repetir, y entrás en un estado hipnótico. Tenés que pensar que de alguna manera las rítmicas son el principio de todo, el latido del corazón”. Egle podrá ser recordada de varias maneras, pero aquí preferimos quedarnos con la imagen de buceadora en la negritud de nuestra música, como investigadora del secreto de los tambores. Egle Martin fue a contramano de todo eso para meterse de cuerpo entero en la negritud avasallada de nuestra cultura, negritud que sobrevive como puede, en diversas manifestaciones “marginales”. Por suerte hoy La Delio Valdés gana terreno y es una bocanada de aire fresco, y su sonido y su ritmo nos revincula con aquellas corrientes de la música africana que Egle buscó y recreó las mayoría de las veces en soledad. En Youtube está enterito el disco que grabó en Melopea, vayan ahí, degústenlo.
Esa morocha impresionante que puso a Piazzolla a sus pies: llegó a pedirle su mano al mismísimo esposo
Egle, la de los ojos negros y penetrantes, Egle, la hermosa mujer que eligió vivir entre tambores y deseó que sus investigaciones algún día tengan lugar en nuestra cultura, y lo tuvo, y es su premio mayor, ahora que le tocó dormirse en paz.