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25 de junio 2023

Martín Rodríguez

NO PASA NADA

Tiempo de lectura: 7 minutos

Como dice el Tao: el que es humilde regresará sano a su verdadero hogar. Acá estamos. Volvimos a la casa del sol naciente. La Panamá y sus diez años al aire. La Panamassa. “No pasa nada si todo los traidores se van con Massa”. Cuánto tiempo… El motor de la historia también es lo personal. Año impar y ya sabemos… ¿qué se puede hacer salvo hablar de elecciones? Al peronismo le pasó lo peor que le puede pasar: sentir que la elección está perdida. A la oposición le pasó lo peor que le puede pasar: sentir que la elección está ganada. A los peronistas los ordena el triunfalismo, al viejo espíritu macrista –que educó el ecuatoriano– lo ordena “correrla de atrás”. ¿Las sacudidas de ambos frentes electorales podrían resumirse en este problema? Ahí vamos, a empezar de nuevo. Y empecemos por un zoom en Sergio Tomás.  

Massa se construyó como la pieza necesaria que articula todo: su relación con los medios, su relación con la Justicia, su relación con La Cámpora, su relación con Larreta –amigos desde hace más de treinta años–, su relación con Milei. Y así. Massa es el sistema subterráneo (opaco y lleno de operaciones) que “soluciona todos los problemas políticos” pero no es el Massa de la gente porque sólo sirve para eso. Massa, el antiguo sublevado al kirchnerismo, atento a seguirle los pasos a la parte de la sociedad que se les iba por abajo; después, los años, las derrotas, el llano, las deudas contraídas en su eterna venta de “poder futuro” (ofrecer en el mismo día a cinco postulantes distintos la candidatura de una provincia), lo redujeron a ser uno del círculo rojo, con padrinos empresarios, confiado al carisma de representar a la política frente a la sociedad. De sobre-representarla. Massa es un delegado gremial de la clase política, un operador que se llena de fotos con medio mundo: su típico cachetazo en el saludo a Milei, el abrazo paternalista con Bregman, los ojos cerrados abrazando a Axel, el chiste hipnótico de cuando tira la botella al lado de Camaño. “Se entiende con Máximo.” Pero cuando Macri le dijo ventajita le dio un beso en la frente y le cerró el paso. Quedó Massa sin cantera. Por eso se reconstruyó como el personaje que le aguanta los trapos a la clase política. Un profesional, demasiado “vivo”. De político “atrapa todo” de la sociedad a un “atrapa todo” de la política. Demasiado en tiempos de casta.

Massa es adhesivo. La “sociedad” entre Massa y el cristinismo –es decir, LC– tiene, además de una “relación personal” (“Sergio y Máximo”), la cualidad de una sociedad: no es tan fácil salirse de ellas. Los organismos, fondos fiduciarios y espacios comunes que ocupan en el “sector público” por fuera de la Administración Pública Nacional regulan una convivencia en la que unos hacen el papel de ideología sólida (en el fondo, para banalizarla) y otros se ocupan del manejo aceitado del poder. Son un sistema que, ¿quién regula? Massa y el cristinismo son el resultado de un gobierno de líneas paralelas que les ha permitido gozar de beneficios presupuestarios y sentir la libertad de la crítica. Sistema pero no gobierno. ¿Pero en qué los aventaja Massa? En que no tiene alergia al “barro”. ¿A cuál? Al que le queda a este tiempo de dilemas angostos: pagar costos por izquierda. La Argentina se debate en el horizonte sobre un plan de estabilización.  

Su desafío ahora será ése, rápido, deshacer el leitmotiv de que nadie le compraría un auto usado: reconstruirse con la sociedad

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Su trayectoria ofrece una biografía sin sobresaltos. Ni familia rica, ni secuestro, ni brazo flotando en el río. Un hombre que no sabemos de quién es hijo. El hombre común que escucha Arjona, dice el rombo del etiquetado que advierte su consumo: exceso de grasas. Y, dijimos acá, Massa tiene el gesto en la cara del que canta baladas con los ojos cerrados, pulóver escote en ve sobre los hombros, butaca en el teatro Rivadavia, caminata romántica hasta la pizzería. Malena Galmarini, astuta siempre, fue la primera del matrimonio político en galvanizar esa identidad: conocida la formula, tuiteó la foto de él durmiendo junto al perro. Desde su cima del año 13 creyó que el 2015 tenía su nombre y apellido y comenzó a vender “poder futuro” con su picardía y guasap de trasnoche. Su debilidad por los empresarios articulada con una simultánea intuición “laborista” lo hizo por un tiempo defensor de las capas medias bajas del GBA, de “la aristocracia obrera”, de los que pagaban ganancias, pedían seguridad, sufrían los paros docentes y puteaban al Indec porque decía una cosa y los precios hacían otra. Se construyó entre caravanas en el Gran Buenos Aires como un vendedor ambulante de “camaritas”: subido a los techos de las casas prometiendo una protección a los que pudieron pasar por Frávega en los años de tasas chinas. Porque Massa, cuando más nitidez tuvo su proyección, más anti cristinista era. Promesas duras, de durloc: meter preso a los corruptos, echar ñoquis, cuidar a la gente. (¿Su candidatura tardará en volverse tolerable?) Massa soluciona problemas de la política, no de la sociedad. Pero se la queda. ¿Lo invitaste a tu fiesta? A la media hora te abre la heladera, habla con todos.

Digamos: pasó de político que le gusta a los que no les gusta la política a político que sólo les gusta a los políticos. Massa nació –como nacen los políticos, no los candidatos– cuando captó un pueblo y lo llevó: el Frente Renovador nació con el pueblo massista. Pero Massa se quedó sin pueblo en el camino. Su desafío ahora será ése, rápido, deshacer el leitmotiv de que nadie le compraría un auto usado: reconstruirse con la gente. Y reconstruir en medio de éste clima: el día después del anuncio y en el focus en vivo de los cronistas del canal que a la pregunta de a quién votás seguía ganando el “no, ni idea” o incluso el “Milei” (aunque ahora esté de moda su “caída”, y que ya no significa una persona a la que votar, significa otra cosa, un Rompan todo). Los cronistas andan como sátiros detrás de los pobres vecinos de Once, Pueyrredón y Corrientes, de Constitución. Y el 90% pasa a velocidad barrani sin dar bola. Caras de no sé ni a quién se vota. Como dice Florencia Angilletta: “pasamos de la intensidad de la política a la intensidad de la sociedad; hoy, la que está intensa es la sociedad”. Cuando despertaron de los cierres de listas, la sociedad todavía estaba allí.

Finalmente el cierre relámpago de Massa es fruto del consenso alcanzado entre gente que se odia, y ya nace lleno de esas compensaciones que hacen posible una “oferta electoral” pero no un gobierno. ¿Quién ganó?, se preguntan los de policía científica. ¿De quién es la sangre? Dice un joven sabio del peronismo porteño: “A Alberto lo estaban pisoteando. Querían vaciarlo. Los apuró con un ancho falso. Ellos no tenían ni cómo responder. Les pinchó su joven candidato. Y tuvieron que acordar con él”. A la vez, alguien también sabio que vivió la gestión por dentro, dice: “Cristina buscó esto. Ganar la provincia, y que así el peronismo sea el peronismo de Cristina, transitando y construyendo desde ese lugar los próximos años. Cristina no quería quedar tan pegada a la derrota nacional”.

La democracia es cuarentona y para siempre, pero la transición no terminó: nos falta una moneda. El problema con la palabra diezmada es que la democracia diezmó

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Este peronismo por lo pronto se envolvió en la solución de su interna con centro en ella. Un clásico entre dos polos: los que orbitan en torno a Cristina y consumen su poder y los descuidistas, los “sapos de otro pozo” que se arriman a ella para, sin querer, como el que en el colectivo manotea sigiloso una billetera, sacarle el poder sin darse cuenta. ¿Pero qué había en esta interna de fondo? Nada. “La solución del liderazgo”. Bueno. Y otra vez un largo casting de Cristina, con demasiados días de tensión y operaciones de Massa y… el puñal agazapado de Alberto que es como la zarigüella, se hace el muerto. Música, ábrete paso. Alberto quizás nunca escuchó Lou Reed:

¿Quién encontró explicaciones a tal desesperación de que “no haya PASO”? Parecía una carrera contrarreloj para cumplir una “orden” judicial de desalojo. Nadie quería ser el comisario transpirado que le dijera a la jefa: “perdón, fallamos”. ¿Qué es lo que estaba tan en juego en un peronismo que no tuvo empacho en implosionar su propio gobierno para sostener esta repentina unidad electoral a como dé lugar? El gobierno fue un puterío irresponsable, pero guay, había que tener una sola fórmula. ¿Cumplirle a Cristina la representación de su poder? ¿Ordenar todo bajo el mantra de que “no vuelva la derecha” como si el “volver mejores” con el que tuvieron cuatro años el gobierno no hubieran sido estos cuatro años de fuego amigo? Mas allá de la división de bibliotecas sobre qué es lo que pasó entre jueves y viernes, desde 2015 Cristina parece solo trabajar para auto-preservarse (la preservación de lo propio). Pero ya no logra ninguna transformación (su repertorio narrativo quedó estancado ahí), y estos días se vio que perdió hegemonía en el control del proceso político. Y tantos años de preservación de lo propio tiene gusto a poco. Jujuy (que parece que pasó hace mil años) muestra con qué velocidad las diferencias en Juntos por el Cambio se solucionan. Morales, que era paloma, ahora es punta de lanza de halcones. O algo así, compensando las inseguridades de Larreta. Y dan con una sensación, igual. El reclamo por cierto orden que es extendido. Una idea de orden donde conviven muchas cosas a la vez, hasta contradictorias. Ese espejo.

La Argentina necesita un presidente. Un liderazgo. Alguien con última palabra. Tras cuatro años el saldo es más o menos inequívoco: no funcionan las delegaciones, ni funciona el equilibrio coalicional, ni la teoría del veto cruzado, ni “socios mayoritarios” detrás, ni un presidente haciendo la suya pero sin proyectar liderazgo, ni el dueño de la marca, ni las mesas de coordinación, ni los ensayos científicos, ni los carpeteados, ni la lideresa auditando por cadena, ni pongo el uno pero vos el dos. Como el diario de Yrigoyen, habría que fabricar en Tecnópolis el parque temático de las coaliciones y que lo visiten los politólogos los sábados para que duerman tranquilos. Pero afuera hay que construir un liderazgo presidencial. La pregunta, obvia, ¿con qué rumbo?

Cristina parece solo trabajar para auto-preservarse (la preservación de lo propio). Pero ya no logra ninguna transformación (su repertorio narrativo quedó estancado ahí), y estos días se vio que perdió hegemonía en el control del proceso político

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La democracia es cuarentona y para siempre, pero la transición no terminó: nos falta una moneda. El problema con la palabra diezmada es que la democracia diezmó. Este año medio plantel político renunció a candidaturas con videos motivacionales. Parece joda. Prometieron sangre, sudor y prescindencia. El sillón de Rivadavia a esta hora podría estar ocupado por un delegado de UPCN o por un empleado tercerizado que pasa el lampazo, apoya su mate plástico, mira su pantalla sin querer, sentado en el último acto de la saga involuntaria que empezó el perro Balcarce. El país de Eliseo, el encargado. El palacio y la calle es tema del día ahora que estamos con un 2001 envasado al vacío en Star +, y el palacio abandonado. La política argentina fue procesando la crisis de la que viene, de la que renació, aquel 2001, achicando todo: el disyuntor de la crisis, el mandato de no estallar, encogernos. Querida, encogí la sociedad. Bancos sin gente y enganchados al Leliq, poniéndola en todas (todas) las fórmulas, mientras no le dan crédito a nadie, arrastramos la carretilla de una moneda devaluada, tenemos pobres en movimiento, inflación pero más o menos los depósitos en dólares cubiertos, la rebelión fiscal de la economía en negro, subsidios a las tarifas. Y si estalla, ¿sabríamos exactamente qué quemar? El post 2001 se diseñó para que no ocurra. Cambiamos corralito por cepo. No te quitaremos los ahorros, difícil que ahorres.

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