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01 de julio 2023

Lorena Álvarez

LOS PROFESIONALES

Tiempo de lectura: 5 minutos

Esta semana una foto entre el actual ministro de economía y precandidato presidencial por Unión por la Patria, Sergio Massa, y el embajador en Brasil, Daniel Scioli, recorrió los medios y las redes con la velocidad de un rayo. Aunque esa misma centella en breve pasará con símil rapidez para llevarse el retrato al cajón de los olvidos. Pues todo, todo es tan fugaz.

Pero luego de los largos días de dimes, diretes, heridos y conventillo a puertas abiertas, los dos hombres en un abrazo público cerraron -bajo la excusa de una reunión “para potenciar las relaciones diplomáticas bilaterales que, por más de 200 años, unen a Argentina y a Brasil económica y culturalmente”, según tuiteó el ministro- viejos enconos, dejando en claro que, ante todo, son dos profesionales de la política. En tiempos donde a la política se le tira con todo, y pareciera que disfrazarse de outsider es el último grito de la moda, ambos no tuvieron reparos en mostrarse tal cual son:  señores que llevan años en los laberintos del Estado y conocen al dedillo los resortes del poder. Pragmáticos.

A menos de una semana del estreno de “Resistiré”, Eduardo Duhalde en Chapadmalal se reunía con Daniel Scioli, en ese momento Secretario de Deportes y Turismo de la Nación, para convencerlo de ir de vice en la fórmula que encabezaba el gobernador santacruceño

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Cuando la nostalgia te apuñale

El 13 de enero de 2003, el día que Daniel Scioli cumplía 46 años, Telefe ponía al aire una telenovela llamada “Resistiré”.  Protagonizada por Pablo Echarri, Celeste Cid, Fabián Vena y Carolina Fal, con guión de la dupla Mario Segade y Gustavo Bellatti, la historia lejos de enmarcarse en el culebrón clásico a la hora de la cena, fue una apuesta más que audaz para esa pantalla. Pasiones cruzadas, erotismo, un malvado millonario con contactos políticos, incesto y tráfico de órganos, entre los vaivenes narrativos, atraparon al público desde el primer instante.

Nadie hubiera arriesgado antes de su estreno que semejante novela se convertiría en un éxito multipremiado y reconocido como bisagra del género, en un canal emblema del entretenimiento apto para todo público. Pero tampoco nadie hubiese apostado que Nestor Kirchner, el candidato que una semana antes de aquel estreno había recibido el apoyo del presidente Eduardo Duhalde, sería el próximo presidente de una Argentina que, tras las convulsiones del 2001, andaba sin la más mínima expectativa de enamorarse de una historia. Innegable que ese 2003 fue sorpresivo.

A menos de una semana del estreno de “Resistiré”,  Eduardo Duhalde en Chapadmalal se reunía con Daniel Scioli, en ese momento Secretario de Deportes y Turismo de la Nación, para convencerlo de ir de vice en la fórmula que encabezaba el gobernador santacruceño, su elegido después de la negativa de Carlos Reutemann y de lo poco atractivo que resultaba en las encuestas José Manuel De La Sota.

La pasión en esos años de Duhalde por las mediciones le había bajado el pulgar al cordobés. No así a Daniel, que lo mostraba bien posicionado frente al enojo generalizado. Duhalde debía convencer a Scioli de renunciar a candidatearse para jefe de gobierno de la ciudad, su deseo, ya que había poco tiempo para hacer campaña. Y entre las olas y el viento, el presidente interino persuadió al deportista devenido en político y selló una foto para la posteridad. Se venía la fórmula menos pensada.

Los dos hombres en un abrazo público cerraron viejos enconos, dejando en claro que, ante todo, son dos profesionales de la política

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Las elecciones, adelantadas luego del asesinato de Dario Kostillán y Maximiliano Kostecki en el Puente Pueyrredón, se llevarían a cabo el 27 de abril. Sin internas, el peronismo iba a dirimir sus diferencias a cielo abierto. Algo que también pasaba con el otro partido, la UCR, que se presentaba fragmentada a través de distintas ofertas y con una perlita que cruzaba partidos: Adolfo Rodríguez Saa, el presidente peronista de mandato fugaz (el que declaró el default), llevaría de vice al radical Melchor Posse, histórico intendente de San Isidro, que ni se inmutaba en dejarle a su hijo la herencia del municipio estrella de la zona norte del Gran Buenos Aires.

El “Que se vayan todos” no estaba surtiendo efecto al parecer. Así como tampoco el enojo. Carlos Saúl Menem encabezaba las preferencias de los votantes, mientras Ricardo López Murphy, integrante de la Alianza que recientemente había abandonado el poder en medio del corralito y el estallido social, también contaba con un fuerte apoyo.

Esa situación ponía en jaque la idea de continuidad del proyecto de Eduardo Duhalde. Pero en política nunca nada es definitivo y el 25 de febrero salió a la cancha esa insólita fórmula conformada por el casi ignoto gobernador -opacado, encima, por su conocida esposa, la diputada Cristina Fernández, una bella e inteligente morocha que solía recorrer los canales porteños con verba clara y maquillaje acentuado- y el ex motonauta menemista.

Uno de los slogans era simple, decía: “Sabemos cómo hacer un país en serio”, aunque en el inconsciente colectivo para muchos haya quedado como promesa de campaña: “un país normal”. El pasado a veces se diseña de manera colectiva.

“No se vayan todos si quieren, pero no molesten, estamos consumiendo chimentos”, pudo haber sido un leitmotiv de esos años sin redes sociales

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La campaña duró poco. Ese otoño fue extraño sin Marcelo Tinelli al aire, ya que el conductor estaba en plena disputa de cachet con Telefe, aunque volvería a la tele casi finalizando el año, con Intrusos reinando al mediodía y con su satélite gráfico, la revista Paparazzi, vendiendo muchos ejemplares montado en tapas con hermosas chicas, que post devaluación reemplazaron el glamour de las modelos de los 90.

A mitad de camino entre ellas y las vedettes, estas muchachas de formas rotundas y declaraciones contundentes le ponían sal al mundo del espectáculo. Eran el nuevo formato de modelos del siglo XXI. El final de las top ganando en dólares. El tiempo de las chicas de los lecops y patacones.

Ese cotilleo televisivo en breve se tornó una pasión que tomaba impulso a medida que la política parecía haber agotado el interés. “No se vayan todos si quieren, pero no molesten, estamos consumiendo chimentos”, pudo haber sido un leitmotiv de esos años sin redes sociales. Un recreo de la realidad muy parecido al actual.

El ganador de esa contienda fue Menem. Su fórmula con el salteño Juan Carlos Romero se quedó con un poquito más del 25 por ciento de los votos, pero su triunfo incubaba una derrota, ya que en el balotaje sería aplastado. Y lo increíble de esa elección es que la suma entre los votos de Menem, que representaba el neoliberalismo que nos había llevado a la debacle, y los votos de López Murphy, parte del gobierno de la Alianza cereza de la torta del desastre contabilizaban un 41 por ciento. Mucho pero insuficiente.

Ante la posibilidad de una derrota humillante para su propia historia, el riojano se bajó dejando que la fórmula Kirchner-Scioli asumiera con poco más del 22 por ciento. Muy pocos votos, casi prestados y una irritabilidad general a flor de piel. Parecía que había que gobernar pasando casi desapercibido.

A fin de año terminó Resistiré luego de 220 capítulos, recibiendo en 2004 muchos Martín Fierro y premios varios. Intrusos, ahora con competencia en el metier, seguía generando chimentos y peleas, y Paparazzi continuaba agotando ejemplares con chicas que en breve se adueñarían de casi toda la pantalla. Nosotros empezábamos a disfrutar de las mieles del consumo ordenando nuestras vidas mientras Néstor bajaba cuadros manteniendo intacta la promesa de campaña que no dijo pero todos creímos escuchar “sabemos cómo hacer un país normal”. La piedra basal de los primeros años del kirchnerismo. Los años de los profesionales feos, sucios y malos. Como los de la foto de esta semana.

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