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ESTAMOS EN EL AIRE

Tiempo de lectura: 10 minutos

Necesitás una app que al despertar a la mañana ya ponga like, fav, corazón y pulgar a todos los repudios. Salir de la cama con los repudios al día. El sueño de la buena conciencia. Ni te enterás de qué, pero, a esta altura, tu conciencia política está encomendada al gran delegado gremial de tu propio emprendedorismo: el algoritmo. No estás en condiciones de poner freno de mano y revisar el repertorio de lugares comunes que duermen con vos como peluches. Encarás el Nescafé, liviano, con leche en polvo. La aplicación te actualiza más que un compañero de UPCN los cierres de organismos, despidos, directores desplazados. Quedate piola, podés dormir un rato más, si te dijera. La resistencia será coucheada: los opositores sólo parecen especialistas en cortes para redes, métricas para repudios. Detrás del acting resistente, la interna bonaerense basada en un culebrón: parece que una madre le prometió a su hijo la presidencia. La interna (ideológicamente inverosímil) entre LC y Axel pone en crudo lo que la interna contra Alberto al menos guardaba en apariencia: que había algunos argumentos ideológicos para sostenerla. En esta nueva versión de la interna, no. Axel fue mentor de muchas de las ideas económicas que Cristina absorbió como un credo indiscutido (estatizaciones, emisión), aunque ahora se simule la sensatez que le negaban a los demás (“¡hagan costos!”). El quid de la cuestión es que el pedido vertical de “tomar el bastón de Mariscal” se enfrentó al espejo de la naturaleza cristinista: achicarse con tal de que nada nuevo brote.

Mientras tanto ya muchos hablan del giro pragmático de Milei para este nuevo intento de la Ley Bases, que con su media sanción negociada entra en la Cámara Alta para ser dos veces negociada. Porque, como se escribió en The Wall Street Journal, ninguna reforma ni revolución se hará sin leyes. Parece que con tuitear no alcanza. Milei precisa casta para matar casta. Y como destruir es más rápido que construir (en todos los planos), la velocidad de Milei es relativa: un desguace selectivo que congela o desarma organismos-símbolo del progresismo hegemónico contrasta con la lenta negociación de la Ley. Gobernar es ganar tiempo. Golosina simbólica para propios y ajenos, promesas para los que la miran por TV. Sebastián Carassai en su texto ya bíblico de los años setenta hablaba de una “superstición cívica”. Una parte de la población supone que el Estado sabe por qué lo hace. Todo gobierno y un socio perenne: los indiferentes. Milei encontró también su otro aliado para el ajuste: la pasividad judicial. Veremos cuánto dura, pero es la inversión de la fórmula macrista de ajuste gradual y persecución judicial. Milei pidió encarecidamente que Cristina (y Macri) duerman en paz, mientras él ajusta en serio. Eso le quitó “prosa” de izquierda a este ajuste. No hay law fare, ni agenda judicial, ni marco teórico para las cosas. Este peronismo se divide en lo de siempre: los que negocian y los que descansan en que otros negocian.       

“¡La gallina vede está en la jaula!” era la contraseña cruel de la primera operación del Golpe: encerrarla, atraparla de cara al río y la noche oscura de la ciudad

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¿Buscás una utopía? Viajá al pasado. La historia argentina. El liberalismo tradicional suele ubicar en el primer centenario una época que consagra las luces del progreso, la ciudad y el país celebrándose a sí mismo, reyes y ministros de todo el mundo en el carrusel de Avenida de Mayo (aunque con mucha basura proletaria bajo la alfombra). Luego, la manzana que mordió el pueblo argentino, quieran que no, la Ley Sáenz Peña, el instante de igualdad: voto obligatorio y secreto. Yrigoyen y Perón, un solo corazón. El nudo gordiano del siglo 20: lo que la gente vota cuando la dejan sola.   

Pero las menciones a un país con cierto orden sobrevuelan siempre. Recordemos la campaña electoral de López Murhpy en 2003, haciendo hincapié en presentarse como el fruto de una historia familiar de abuelos migrantes y pioneros. Más que una época de normalidad, era la invocación a una experiencia “normal”: personas que llegaban, se esforzaban y conquistaban con el sudor de su frente los beneficios del progreso. A esa laboriosidad italiana de todos los credos se le agrega -según la época- la mano visible del Estado; pero el sueño argentino se cuenta en la sobremesa como un sueño familiar. Somos raíces. ¿A qué lugar iríamos hoy? ¿A los cuatro años del presidente Alvear, al primer peronismo de la utopía organizada, a nuestros años sesenta de peronismo proscripto y sociología justicialista, a los magros 49 días de Cámpora (cuya primera reivindicación la hizo Eber Ludueña), al tercer gobierno de Perón y su lúcida despedida de este mundo, a la primavera democrática y el sueño de evitar un último secuestro, a los cuatro años de convertibilidad brillante sobre el mic, a la pax duhaldista, a los superávits gemelos de Kirchner? Las metáforas del orden son básicas. “Dejabas la bicicleta en la puerta de tu casa”, como dice esa gran frase argentina. Es nuestro neorrealismo del orden: la bicicleta sin ladrones.  

Pero parece que nadie volvería a 1975. Salvo en una expedición: la hicieron los documentalistas Guido Mignogna y Lucas Spósito para traer los 18 años de “proscripción” de River, o sea, los 18 años en que mordió el polvo sin una sola copa. Un documental que reconstruye al equipo de Labruna capaz de romper esa maldición. Con Fillol, Alonso, Mostaza Merlo, etcétera, y un episodio olvidado: la huelga de jugadores que replicó una anterior de los primeros setenta y que obligó a jugar el partido en el que River se consagró con un plantel de juveniles (que más tarde serían acusados injustamente de carneros y condenados a un ostracismo peor que el de López Rega). Hablan casi todos, incluso Palito Ortega, un enfermo gallina que visitaba y entrenaba con el plantel, o fanáticos como Felipe Solá y Fernando Bravo. Dicen las malas lenguas que intentaron extraer un recuerdo del marote de Carlos Federico Ruckauf. El hombre, dueño de una sonrisa plastificada, no largó ni jota. 1975, año difícil, Brujo y Rodrigazo, la Historia la conocemos. El gol y el testimonio del viejo juvenil Rubén Bruno. Que dijo en el estreno: “el gol me condenó, pero lo volvería a hacer”.

Como un eco del exquisito documental sobre Isabel Perón de Julián Troksberg (“Una casa sin cortinas”), estos días se publicó un nuevo intento de traer a Isabel a la luz, desentrañar su enigma. Isabel, “Chabela”, Isabelita, la última esposa del General. Sobre ella publicó Facundo Pastor su “Isabel. Lo que vio. Lo que sabe. Lo que oculta”. Lo inspiró una foto brutal, que está en la tapa. Y funciona la atracción de ese secreto en la serie de esas tres mujeres que encierran el misterio del siglo pasado: María Kodama, Yoko Ono, Isabel Perón. Las tres asiáticas que conocieron el grito primal de tres hombres que cambiaron el mundo. Pastor arranca del jardín esta flor negra y la ofrece con la profesión de un muchacho crecido en el periodismo de investigación, entre arrabales últimos de mecheras, vendedores ambulantes falsos y bajo pueblo, hasta llegar a esta versión actual, de periodista político, y escribir un libro sobre Isabel Perón en el que no la subestima, ni le arroja los cien repudios automáticos por izquierda, y en el que se muestra sabiamente compasivo y exacto (¿qué esconde Isabel entre sus ropas?), porque reduce el foco a un episodio: el último viaje en helicóptero de la presidenta depuesta. Contar esa madrugada de Isabel más que para revelar el misterio, para reconstruirlo. Pastor hizo periodismo con un personaje maldito de la política argentina: la primera presidenta, nuestra mujer sin voz.

El teatro breve de esa mujer suspendida en el aire. Los últimos minutos de democracia antes del agujero negro, una antesala bajo las hélices que cortaban el aire y la Historia. Ella viaja sola con un revólver escondido, “para la cartera de la dama”, como decían los viejos vendedores de colectivos. “¡La gallina verde está en la jaula!”, gritaban los militares para decir que ya la tenían. ¿Y qué era ella?, ¿el dique de contención de la última Argentina igualitaria? “¡La gallina vede está en la jaula!” era la contraseña cruel de la primera operación del Golpe: encerrarla, atraparla de cara al río y la noche oscura de la ciudad. Cuatro hombres viajaban con ella: “González, Diamante, Luisi, Troncoco”, más los dos pilotos. Julio González era el leal secretario técnico de la presidencia; Ernesto Diamante el edecán naval; Rafael Luisi el policía federal, jefe de la custodia presidencial; y el principal Troncoso, otro policía que más tarde hizo mérito en la patota de “Coordinación Federal”. La vida íntima de Isabel ya estaba cableada, tomada, encerrada. El soplón que le había puesto Massera en su entorno mantenía informado al Almirante, y, por ende, a la futura Junta. Además, un servicio mismo viajaba en esa comitiva y aseguraba por dentro la coreografía diseñada del micro golpe. ¡La gallina verde está en la jaula! “El resto de los policías que la cuidaban esa noche se trasladarían por tierra usando los Rambler Ambassador asignados a la custodia policial. Era una maniobra sincronizada. Ya lo habían hecho en otras oportunidades. Ni bien despegaba el helicóptero, los custodios recibían la orden, ponían en marcha los autos y recorrían el trayecto habitual: desde la Casa de Gobierno a la Quinta de Olivos”, detalla Facundo Pastor.

De los cuatro de la comitiva que volaron esa madrugada con ella, comprueba, sólo queda vivo González. Va por él. Según Julián Troksberg, Facundo Pastor “se centró en la noche del helicóptero, algo que yo no conté en la película porque Julio González, a quien había entrevistado en otro proyecto, no quiso volver a tener una entrevista con cámara, a pesar de las varias veces que fui a la casa a charlar, y me decía que sí, y a la semana me anulaba”. Pero “González está vivo”, dice Facundo. “Tiene 90 años y reside en una casona de Flores a donde me citó una tarde gélida de agosto de 2021”. Si a los otros tres acompañantes del helicóptero después del golpe los esperaba un ascenso, al peronista González después del golpe lo esperaba la prisión en el mítico barco 33 Orientales. Él, como Isabel, saldrían de ese escenario perdiendo como en la guerra. Primeros prisioneros de los que no se acuerda nadie. Tiempo después, el aura de esa mujer se hacía respetar así: “Donde vive La Perona hay fantasmas, decían los soldados y salían corriendo”, contaba Facundo. Ellos, que querían ser fantasmas que aterrorizaban a la población, veían también los fantasmas que los aterrorizaban a ellos.

Pastor cuenta en su libro con precisión y agilidad, algo más que está, que asoma de un otro lado ajeno a la hegemonía histórica del peronismo de izquierda: los años setenta que no fueron sólo de las Norma Arrostito. Son los años setenta de Irma Roy, de Arturo Puig ayudando a escapar a Piero, de las reinas del trabajo de los 1ero de Mayo (para el peronismo el mejor recuerdo de los Mártires de Chicago era hacer una fiesta), de Susana, Monzón y Gianfranco Pagliaro. Los años setenta de los peronistas comunes. Eso que también vuela en círculo y se esfuma en la noche neblinosa de marzo. Lo que también se duela en Soñar, soñar de Favio.

En la imperdible saga de años del cineasta Néstor Montalbano, en su retrato del largo y tortuoso 76, podemos pispear la previa al golpe de estado, la semana de marzo, el final. Cuando fue el estreno de la película de Troksberg, hace tres años, escribí en Diario.ar una reseña que se pretendía también otro breve retrato de Isabel. Usé el mismo título de una canción de Nebbia y de un poema de Erri de Luca: Balada para una prisionera (y más tarde en un libro de homenaje a mi difunta madre). Nadie está a salvo. Releo sobre las imágenes de Montalbano mujeres de la rama femenina que marchan la noche del 23 de marzo por las calles. “Seguí luchando, Isabel seguí, luchando, seguí luchando que te vamos a respaldar” o “Soy peronista y defiendo a Isabel, y si la tocan va a haber guerra sin cuartel”, eso cantaban las muchachas, que apenas se ven en la luz de la débil cámara. Hay hombres, pero se las escucha a ellas. También se ve a Lorenzo Miguel que sale, saluda, parece tranquilo, se sube a un auto, se pierde en la oscurana. Primera noche o última. 00:50 del 24 de marzo, el helicóptero que iba a Olivos se desvió para aterrizar en Aeroparque. De allí a Neuquén. Isabel Perón va presa. La madrugada de la Prisionera: se subió al helicóptero como presidenta, se bajó con un traje a rayas. Pero el video de Moltalbano ofrece también, abajo, al puñado de militantes, mujeres, hombres, chicos, migas que la rodean en ese minuto final.

Ni te enterás de qué, pero, a esta altura, tu conciencia política está encomendada al gran delegado gremial de tu propio emprendedorismo: el algoritmo. No estás en condiciones de poner freno de mano y revisar el repertorio de lugares comunes que duermen con vos como peluches

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Pastor también lo ve en la caminata de Isabel cuando ya baja del helicóptero. Ella cree ver que mientras la trasladan a su primer destino, cercano a Villa La Angostura, entre los soldados apostados para llevar a la prisionera, un soldadito le hace los dedos en ve. El fin de una era geológica argentina en esos gestos en la oscuridad, en sombras chinescas que se esfumaban. En las paredes que rodean la sede de la Unión Ferroviaria en San Cristóbal, hasta hace pocos años, tardó en borrarse una consigna escrita con aerosol: “Isabel jefe, leña a los rebeldes”. Julián Troksberg, hijo de un rebelde (su padre montonero desapareció en la ESMA) y Facundo Pastor, colimba joven del viejo periodismo televisivo, agarraron una parte nuestra que no tenía cuento y la contaron.

El peronismo siempre acumula pasado, cuitas, sangre en el ojo. Es el “Volver al pasado” en su versión no future, la promoción de un Enrique, el antiguo. Como un refugio en la impotencia (hace más de diez años que no le promete prosperidad a nadie más que a sus propios “militantes”). Los debates sin duda ocurren en el pasado. ¿Qué se puede hacer salvo ver películas? Pero cuántos militantes revolucionarios de esos setenta se reciclaron en reformistas cuya “utopía” imposible quisiera retrotraer el país a aquellas estructuras que justamente pretendían cambiar. “La autonomía de la política”, respondió un veterano de la Tendencia que mantiene la costumbre de leer los números igualitarios de la Argentina de Isabel. ¿Volverían en la máquina del tiempo a decirse a sí mismos: “¡no se vayan de la plaza!”? Isabel morirá sin decir lo que vio, lo que sabe, lo que oculta. Su silencio es también el símbolo del pasado que no vuelve, pastos que no crecen más. Una mujer cerrada bajo siete llaves, que conoció la intimidad secreta del hombre decisivo. El pasado pisado, ese lugar tentador donde reposar, mientras la sociedad cambia, camina, empuja, sufre y sueña de cara al futuro.  

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