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29 de abril 2019

A. Oliva

ESPAÑA: GANADORES Y PERDEDORES

Tiempo de lectura: 5 minutos

El PSOE fue el partido más votado, también el ganador. Definición que resulta evidente en cualquier presidencialismo, no así en un parlamentarismo, menos en aquellos donde cada vez se hace más difícil escapar a un gobierno de coalición.

El partido liderado por Pedro Sánchez superó los 7 millones de votos, poco menos de un tercio del total de los electores, llegó a sumar 38 nuevos diputados a los 85 de la legislatura anterior, consiguió la mayoría absoluta en el Senado, ganó por primera vez desde 1986 en unas generales en Madrid -último gran bastión electoral del PP- llegando casi a duplicar a su tradicional rival que quedó como segunda fuerza a nivel nacional perdiendo 71 bancas en el Congreso, también volvió a teñir el mapa de España de rojo convirtiéndose en la fuerza más votada en casi la mitad de las 8.000 localidades españolas. El POSE fue el ganador.

El PSOE volvió a teñir el mapa de España de rojo convirtiéndose en la fuerza más votada en casi la mitad de las 8.000 localidades españolas

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En España, las victorias se definen con calculadora en mano. Las 123 bancas en el Congreso lejos quedan de los 176 diputados que necesita para formar gobierno. La suma de los 42 diputados que consiguió Podemos anoche tampoco le alcanza un gobierno de centro izquierda. Para conseguirlo necesitará de otros partidos aliados más pequeños como el Partido Nacionalista Vasco, Compromís o Coalición Canaria. Si la estrategia es no sumar a los partidos independentistas para evitar problemas políticos a futuro, la cuenta todavía no cierra para la primera ronda, le falta uno. Es por eso que, hasta el momento, dentro de las filas del partido de Sánchez especulan con la abstención en una segunda votación por mayoría simple como mecanismo necesario para continuar con su gestión. Un escenario que Sánchez podría alcanzar sin demasiado esfuerzo.

Pero por un lado está la investidura, es decir, el apoyo que necesita Sánchez del resto de las fuerzas políticas aliadas para continuar siendo el presidente del gobierno de España; por el otro, la formación de un gobierno de coalición, es decir, repartir ministerios.

Por el momento, el PSOE especula con un gobierno socialdemócrata puro, desde donde buscará construir con los partidos aliados acuerdos temporarios, evitando ceder lugares decisivos de gestión. En ese caso, habría qué analizar con qué capacidad de presión cuenta Podemos para sentarse en esta mesa de negociación.

el PSOE especula con un gobierno socialdemócrata puro

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El otro gran ganador fue Ciudadanos. Este nuevo partido liberal, construido al calor de la ruptura de los partidos tradicionales, que consiguió más del 15 por ciento de los votos es decir 57 diputados, 25 más que en la última elección, quedó a menos de un punto de diferencia del PP, situación que posiblemente inaugure un ciclo de tensiones políticas entre los partidos conservadores que pelearán por ocupar el espacio de líder de la oposición.

Albert Rivera, a fuerza de votos, buscará ocupar ese vacío de poder que dejó el PP aunque sus antecedentes no lo acompañen. Los anteriores acuerdos en el Congreso, tanto con Mariano Rajoy como con Pedro Sánchez para formar gobierno, todavía dejan un espacio abierto a la duda acerca de cuál será su posición ¿Buscará Rivera disputarle el liderazgo de la oposición a Pablo Casado o acordarán con el PSOE un acuerdo de gobernabilidad que le permita comerle espacios de poder a Sánchez?

Hasta el momento, sobre todo después del reclamo de las bases del partido socialista a que “con Rivera no”, esta última opción resulta la menos probable. Ciudadanos podría apostar por recuperar cierta coherencia ideológica, que lo acerque a los tradicionales votantes del partido conservador.

Ciudadanos podría apostar por recuperar cierta coherencia ideológica, que lo acerque a los tradicionales votantes del partido conservador

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El máximo derrotado, sin dudas, es el PP. No sólo perdió las elecciones frente a su rival histórico por más de más de 10 puntos sino que ahora contará con la mitad de sus bancas en el Congreso. Perdió también distritos claves: en las elecciones de 2016 habían consiguió hacerse con 5.390 municipios, ahora con 2.444, la mitad. La sangría política que dejó la mala administración de Mariano Rajoy no parece haber sido superada por la renovación etaria de la cara visible del partido, representada en la figura de Pablo Casado, así como tampoco parece que hayan podido frenar los efectos negativos causados por la ola de denuncias por corrupción.

Podemos también perdió. El resultado fue pésimo si lo comparamos con las elecciones de 2016: perdió 29 bancas y dos millones de votos, pasó de ser un bloque de 71 diputados a uno de 42, quedó en cuarto lugar después de Ciudadanos, a cuatro puntos del partido de la ultraderecha Vox. No es necesario afilar mucho la mirada para darse cuenta que una parte importante de esos votos volvieron, con el caballo cansado y la ilusión rota, al PSOE.

La guerras internas terminaron por destruir a un partido que quedó dividido en dos. De un lado, Pablo Iglesias rodeado de nombres asociados a Izquierda Unida y al PCE: Irene Montero, Rafael Mayoral, Juan Manuel del Olmo, todos ellos miembros de las Juventudes Comunistas antes de ingresar a Podemos. Del otro, Iñigo Errejón, quien decidió no participar de esta elección y centrar toda su atención en las próximas autonómicas donde disputará el control de Madrid.

Sea como fuere, el porcentaje de votos alcanzados lo deja a Iglesias con cierta espalada para llegar a la mesa de negociación con Sánchez y plantear la posibilidad de un gobierno de colación.

España consiguió uno de los niveles de participación más altos de su historia con una participación de más del 75 por ciento, nueve puntos más que la elección anterior

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Otro ganador, pero a mitad de camino, fue Vox. Horas antes de conocer lo resultados toda la atención estaba puesta en este nuevo partido de ultraderecha surgido al calor de la descomposición del PP al que, desde esta agrupación, definieron como “derechita cobarde”. El discurso xenófobo, machista, violento, ultranacionalista en lo político pero liberal en lo económico así como la lectura grotesca de la política y una campaña electoral enfocada en las redes,resultaron un calco de campañas recientes exitosas como la de Jair Bolsonaro en Brasil.

Pero, a veces, la experiencia enseña. El temor al avance de la ultraderecha como coletazo de una tendencia global, sumado a la herida todavía abierta del autoritarismo franquista y la ausencia de un descreimiento total en sus partidos, produjo que una cantidad de indecisos salieran a la urnas a votar ante el miedo al avance de la ultraderecha.

Así fue como España consiguió uno de los niveles de participación más altos de su historia con una participación de más del 75 por ciento, nueve puntos más que la elección anterior. Muchos de aquellos que figuraban como indecisos en las encuestas parecen haber optado por el PSOE, partido que se mostraba como el único capaz, entre los tres partidos más votados, de no pactar con Vox.

Sin embargo, para esta nueva ultraderecha todo es ganancia. Este partido, casi desconocido antes de las elecciones Andaluzas, pasó de no contar con representación en el Congreso a conseguir un número nada despreciable de 24 bancas en el Congreso desde donde podrá ejercer presión.

En Cataluña el partido independentista de ERC resultó ganador, aún con su candidato, Oriol Junqueras, detenido por estar acusado de rebelión. ERC sumó 15 diputados, seis más que en las últimas elecciones, lo que los posiciona con un piso nada despreciable de bancas para continuar con las demandas catalanas por la independización o, al menos, exigir por la liberación de sus líderes.

En las próximas semanas, la dirigencia del PSOE deberá poner a prueba su capacidad en sentarse a negociar con los partidos aliados que puedan hacer frente a la oposición. La política en España cambió. Los partidos grandes ya no tienen el peso que tenían antes, ahora toca sentarse a negociar con las nuevas fuerzas para evitar el inmovilismo, en un escenario totalmente desconocido para los dirigentes españoles. Una nueva etapa que podría quedar inaugurada con este nuevo gobierno de Pedro Sánchez después de estos más de dos años de máxima tensión.

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