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12 de junio 2021

Daniel Schteingart

Director del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI), Ministerio de Desarrollo Productivo.

EL DESARROLLO SUSTENTABLE NO ES UN OXÍMORON

Tiempo de lectura: 9 minutos

La toma de conciencia acerca del daño que genera en el planeta la actividad humana en general, y la actividad productiva en particular, ha puesto a la cuestión ambiental entre los temas de mayor relevancia de la agenda internacional y local. Hoy en día, es imposible pensar una estrategia de desarrollo pospandemia sin atender el impacto que las actividades productivas tienen en materia de emisiones de gases contaminantes, presión sobre los ecosistemas y daño sobre la biodiversidad, entre otros problemas ambientales. Ese impacto ambiental ha llevado a algunas voces a concluir que el desarrollo sustentable no existe como tal, y que el concepto es una contradicción en sí misma -esto es, un oxímoron-.

Hoy el mundo discute cada vez más si es posible reconciliar desarrollo y ambiente: ¿debemos dejar de poner el crecimiento económico como prioridad para salvar el planeta? ¿Debemos seguir priorizando el crecimiento, pero transformando los motores que lo impulsan?

Si la primera pregunta cobra cierto sentido en países que tienen un alto PBI per cápita y ya cuentan con un enorme piso de necesidades básicas satisfechas, en el nuestro es mucho más pertinente el segundo interrogante, cuya respuesta creemos afirmativa. Nuestro PBI per cápita apenas supera los 20 mil dólares: ningún país del mundo -por más igualitario que sea- con ese ingreso per cápita ha logrado tener una sociedad con la mayoría de su población siendo de clase media. Es por eso que creemos totalmente inviable, equivocada y distópica la solución del “decrecimiento” para un país que hace una década que retrocede en su ingreso por habitante y en donde, como consecuencia de ello, la pobreza, el desempleo, la precarización laboral y la desigualdad no han parado de subir (sí, en los últimos 20 años la desigualdad sube cuando la economía cae, ya que quienes primero pierden el empleo en las contracciones económicas son los más vulnerables).

Si el decrecimiento no es una alternativa para nuestro país, la búsqueda debe ser por otro lado. Incluso en el mundo desarrollado -donde el piso de necesidades satisfechas es mucho más alto- se habla de “crecimiento verde” como forma de salir por arriba de la tensión entre desarrollo y ambiente, evitando simultáneamente los escenarios lúgubres que surgen de imaginar el decrecimiento o el colapso ambiental.

creemos totalmente inviable, equivocada y distópica la solución del “decrecimiento” para un país que hace una década que retrocede en su ingreso por habitante y en donde, como consecuencia de ello, la pobreza, el desempleo, la precarización laboral y la desigualdad no han parado de subir

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Las políticas productivas son una de las llaves cruciales para que el desarrollo sustentable sea cada vez menos un oxímoron y cada vez más una realidad que permita conciliar un piso alto de necesidades básicas satisfechas dentro de los límites ecológicos que nuestro planeta puede soportar. Una de las referentes más potentes de esta búsqueda es la economista Mariana Mazzucato, quien, ha acuñado el concepto de “políticas orientadas por misiones”. La transición hacia una economía más verde es una misión que debemos lograr y un desafío mayúsculo, y es por eso que hay que redirigir gran parte de nuestros desarrollos científicos y tecnológicos para desacoplar desarrollo económico (fundamental para la generación de empleos de calidad, salarios altos y buenos estándares de vida) de impacto ambiental. El “Green New Deal” y el “Pacto Verde Europeo” son algunos de los ejemplos internacionales de que los Estados están poniendo cada vez más recursos en desarrollar tecnologías que permitan ese desacople.

¿Qué rol puede jugar Argentina en este escenario? Afortunadamente, tenemos mucho potencial para redireccionar nuestra matriz productivo-tecnológica en esa dirección. Nuestro país cuenta con las capacidades productivas para ser un líder regional en cuanto a la producción e innovación verde, todo lo cual podría redundar en más empleo y exportaciones. El combo de producción verde, exportaciones y empleo permite resolver el desafío de la triple sustentabilidad: la ambiental, la macroeconómica (ya que las exportaciones son esenciales para evitar las devaluaciones derivadas de la falta de dólares) y la social (ya que el empleo es el gran integrador social y, a la vez, la principal herramienta para disminuir la pobreza y la desigualdad).

Si bien ya existen varias empresas que avanzan hacia ese camino, la denominada “política productiva verde” es fundamental para abordar ese triple desafío. En otros términos, es el Estado quien debe priorizar el diseño y la implementación de políticas públicas que permitan simultáneamente crecer, exportar y generar puestos de trabajo mientras se transforma la matriz productiva para aminorar su impacto ambiental. Instrumentos de política pública como el financiamiento a las empresas que promuevan la innovación verde, o la capacitación y la asistencia técnica para que las pymes industriales se vuelvan más sostenibles desde lo ambientalson algunas de las herramientas posibles. En estos meses, el Ministerio de Desarrollo Productivo ha venido trabajando en una estrategia integral de políticas para el desarrollo productivo verde que se lanzará pronto.

La transición hacia una economía más verde es una misión que debemos lograr y un desafío mayúsculo, y es por eso que hay que redirigir gran parte de nuestros desarrollos científicos y tecnológicos para desacoplar desarrollo económico de impacto ambiental

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Dentro de esa estrategia, hay algunos ejes conceptuales que son relevantes. En trabajos realizados por el CEP XXI y el Consejo para el Cambio Estructural del Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación, hemos identificado una serie de sectores y hemos colaborado en el diseño de políticas públicas que apuntan hacia allí. A continuación, se listan algunos ejemplos, en un listado no exclusivo.

En orden de magnitud, la transición energética aparece como una enorme oportunidad de desarrollo económico sustentable a nivel local. Argentina cuenta, por un lado, con excelentes dotaciones en energías renovables más competitivas hasta el momento: los mejores vientos del mundo en la Patagonia y de los mejores niveles de radiación solar del planeta en el NOA. Las políticas de desarrollo de proveedores son clave en ese sentido, ya que permiten multiplicar el empleo asociado a las renovables. En el caso de energía eólica, contamos con una gran cantidad de proveedores que han desarrollado productos locales, siendo el caso más destacado IMPSA. IMPSA es una empresa estratégica para el desarrollo nacional verde, que cuenta con 200 ingenieros altamente capacitados dentro de su staff y que estuvo al punto de la bancarrota. Recientemente, el Ministerio de Desarrollo Productivo -en conjunto con el Gobierno de Mendoza- anunció su capitalización, quedando conformada como una empresa mixta (con mayoría estatal) y permitiendo preservar un enorme acervo de capacidades tecnológicas nacionales que corrían el riesgo de echarse a perder.

Por su parte, el hidrógeno está ganando cada vez más espacio como elemento clave para la transición energética, y Argentina tiene la posibilidad de ubicarse como un jugador clave en la exportación y, también, el uso local en industrias y transporte. El pasado lunes 17 de mayo el gobierno nacional lanzó, en el marco del Consejo Económico y Social, el Foro “Hacia una estrategia nacional hidrógeno 2030”, que procura convertir a este gas en una política de Estado, a partir del consenso entre las principales fuerzas políticas y la cooperación entre el sector público y los actores privados.

Además de las capacidades vinculadas a las renovables, necesarias para la producción de “hidrógeno verde”, contamos con una gran red de proveedores, hoy agrupadas en el consorcio H2Ar liderado por Y-TEC, que ya cuentan con capacidades que pueden ser aprovechadas para esta industria. Cabe destacar especialmente el gran entramado productivo del GNC, con empresas de clase mundial y exportadoras como Galileo, que además de ser clave para la transición energética vía gas natural, pueden utilizar sus capacidades para el uso de hidrógeno en el transporte y la industria. El potencial del hidrógeno es muy grande: estimamos que para 2050 puede generar 50.000 empleos directos e indirectos y nada más y nada menos que 15.000 millones de dólares de exportación (equivalente al complejo sojero en 2020).

es el Estado quien debe priorizar el diseño y la implementación de políticas públicas que permitan simultáneamente crecer, exportar y generar puestos de trabajo mientras se transforma la matriz productiva para aminorar su impacto ambiental

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Otro sector estratégico y que cumple la doble función de ser una solución para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y una fuente potencial de desarrollo productivo es el de los vehículos eléctricos. Argentina cuenta con capacidades locales muy importantes en varios segmentos de transporte, desde bicicletas hasta ómnibus, pasando por pick-ups y vehículos. Asimismo, contamos con litio y cobre, ambos minerales fundamentales para la movilidad eléctrica. Hemos identificado que las oportunidades de Argentina son elevadas, por lo que desarrollar políticas de incentivo a la oferta y a la demanda y el desarrollo de activos complementarios (ej. redes de infraestructura) son necesarios para avanzar en dicho camino. El proyecto de ley de movilidad sustentable que ha elaborado el Ministerio de Desarrollo Productivo avanza en esa dirección.

Por otro lado, existe una gran oportunidad respecto a la producción agropecuaria, aprovechando las capacidades de una actividad tan relevante para la estructura productiva local y para múltiples regiones de nuestro territorio. Siempre se dice que el agro puede ser una palanca para el desarrollo por sus actividades asociadas, tanto aguas arriba (desarrollo de proveedores como maquinaria agrícola, fertilizantes, semillas, servicios satelitales) como aguas abajo (alimentos elaborados). En este caso, la innovación en el agro también puede ser un eje clave para el desarrollo sustentable. Argentina ya cuenta con una gran trayectoria y presente en relación a las innovaciones vinculadas al agro. Avances tecnológicos como la siembra directa, instituciones públicas como el INTA y empresas privadas como Bioceres son una muestra de que Argentina es un país de referencia en cuanto a las mejoras tecnológicas vinculadas a esta actividad que está íntimamente relacionada con las cuestiones ambientales.

Argentina puede avanzar por dos caminos vinculados al agro. Por un lado, por el desarrollo de soluciones tecnológicas vinculadas a la genética, la utilización de bioinsumos, maquinaria agrícola o agtech, que ayuden a que el agro tenga una menor huella ambiental y prácticas más sustentables con el ambiente. Argentina es el país de la región con más empresas de biotecnología vinculada al agro, cuenta con empresas de gran trayectoria de insumos y maquinaria agrícola, cuenta con un sector emergente y pujante de agtech, y con algunas empresas relevantes de desarrollo de bioinsumos.

Por otro lado, existen oportunidades para el desarrollo de soluciones que mitiguen los impactos del cambio climático sobre la producción agropecuaria, que ponen en jaque la seguridad alimentaria a nivel global. En ese sentido, una muestra de las oportunidades tecnológicas es el desarrollo del trigo HB4, resultado del trabajo conjunto entre la empresa biotecnológica Bioceres y el grupo de investigación comandado por la investigadora Raquel Chan, del CONICET.Este trigo cuenta con un gen que lo vuelve tolerante a la sequía, fenómeno que ha aumentado producto del cambio climático, y que ha tenido impactos tanto ambientales como económicos (por ejemplo, en años de sequía la producción agropecuaria cae).Además de la tolerancia a la sequía, el trigo HB4 puede tener dos impactos ambientales positivos: a) reduce la cantidad de agua necesaria para producir la misma cantidad del cereal, y b) aumenta el rendimiento y así el incentivo a la producción triguera como complemento de la soja en diversas regiones del país, lo que disminuye el uso de herbicidas. Ello se da a través del siguiente mecanismo: si un campo cultiva soja en el período octubre-abril y en el invierno no produce nada, el área se llena de malezas y luego requiere abundante cantidad de herbicidas para volver a limpiar el campo para la siembra en primavera. En cambio, si se complementa la soja con trigo en el invierno, las malezas no llegan a crecer y se reduce el uso de herbicidas. Más allá de la reducción del uso de herbicidas que implicaría el trigo HB4, es fundamental mejorar las prácticas y los controles para sancionar a quienes aplican estos agroquímicos por fuera de lo debido y que, por tanto, terminan poniendo en riesgo a las poblaciones cercanas a los cultivos.

Argentina es el país de la región con más empresas de biotecnología vinculada al agro, cuenta con empresas de gran trayectoria de insumos y maquinaria agrícola, cuenta con un sector emergente y pujante de agtech

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Otro punto de relevancia para la política pública es la economía circular, que implica un cambio de paradigma respecto al hasta ahora vigente proceso lineal. La economía circular supone aprovechar residuos o descartes (que en el proceso lineal no tienen valor alguno) y reutilizarlos como insumos. Con ello se evita simultáneamente presionar sobre la naturaleza (ya que los insumos son reutilizados en lugar de ser extraídos permanentemente a partir de recursos naturales) y, a la vez, se reduce la cantidad de residuos. La economía circular no solo se da en la actividad de los recuperadores de residuos sólidos urbanos, sino que también muchas empresas hacen de ella su leitmotiv.

Un ejemplo vinculado a la industria pesquera puede servir para ilustrar el punto: el quitosano es un polímero biodegradable que deriva del esqueleto externo de los crustáceos como el langostino, y es utilizado principalmente en la industria medicinal. El mercado global de este producto es de alrededor de US$ 7.000 millones. A pesar de que Argentina posee una participación importante en el total de exportaciones de langostinos (5% del volumen), no existe producción a escala de quitosano, más allá de iniciativas de base científicas provenientes del CONICET y universidades nacionales. Según estudios realizados por el Consejo para el Cambio Estructural del Ministerio de Desarrollo Productivo, desarrollar este sector podría implicar exportaciones adicionales por cerca de US$ 300 millones de dólares.

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Argentina ha tenido un vínculo difícil con el desarrollo en las últimas décadas: entre 1974 y 2019 -último año prepandémico- nuestra economía apenas creció 0,5% anual en términos per cápita, lo que representa una de las peores trayectorias del mundo. En conjunción con el bajísimo crecimiento, el deterioro distributivo registrado desde los ’70 hizo que hoy la pobreza por ingresos hoy sea mayor que antes de la última dictadura. Mirando más cerca en el tiempo, el balance de la última década (y en particular del período que se abre a partir de 2018) es negativo, con la mayoría de los indicadores sociales, económicos y productivos en retroceso. Esa trayectoria negativa se dio en paralelo con un mundo que siguió creciendo y reduciendo la pobreza (particularmente en Asia), pero con crecientes tensiones ambientales.

Reducir la pobreza, la desigualdad, el desempleo y la informalidad laboral van a requerir sí o sí que volvamos a crecer. Pero a la vez necesitamos mejorar urgentemente el impacto ambiental de nuestras actividades productivas. Si bien tradicionalmente hemos tendido a pensar la variable ambiental como un “costo” al desempeño de la economía, lo cierto es que lo ambiental puede y debe ser una oportunidad para generar nuevas tecnologías que, además de mitigar el daño ambiental de muchas actividades productivas, creen oportunidades de empleo de calidad, desarrollo territorial y exportaciones. Solo así podremos dejar de pensar en “desarrollo sustentable” como un oxímoron y, de este modo, lograr el doble objetivo de que los números cierren con la gente y con el ambiente adentro.

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