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09 de febrero 2022

Juan Rapacioli

CUANDO ALANA CONOCIÓ A GARY

Tiempo de lectura: 6 minutos

Antes de hablar de las referencias, guiños y conexiones de Licorice Pizza, antes de hablar de Paul Thomas Anderson, sería bueno preguntarse qué es lo que hace trascendente a una película hoy en día. ¿Es la serialización perfecta de las producciones de Marvel que miden las emociones del público con focus groups? ¿Es la discusión estipulada sobre el mensaje –Joker, Don’t Look Up– de una película antes que el análisis de la misma? ¿Es el impacto comercial? ¿El acceso a los festivales? ¿Se puede seguir hablando de cine en la era del streaming? La respuesta de Anderson es afirmativa y se apoya en una idea borgeana: la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas. El cine, como la literatura, es la variación de algunos temas inmortales. Licorice Pizza, en ese sentido, ofrece una visión genuina y luminosa de un tema sobreexplotado: el encuentro amoroso. 

Situada en la California de los 70, la película narra el encuentro de Gary Valentine, un inquieto y entusiasta joven de 15 años, y Alana Kane, una carismática mujer de 25 que busca algún sentido en el pequeño pero intenso mundo de San Fernando Valley, lugar de crecimiento de Paul Thomas Anderson. El director, que vuelve a su infancia, no hace evocación realista del pasado, sino un viaje a través de la memoria cinematográfica. Todo, en Licorice Pizza, desde el primer hasta el último plano, responde a un modo de asimilar el cine. Aunque se sitúe en un periodo de transición cultural, con los últimos efectos del sueño hippie en el aire y la amenaza de la opresión en el horizonte, entre la inocencia psicodélica que no termina de morir y la decadencia social que ya no se puede eludir, Anderson evita con astucia los rincones de oscuridad tan bien explorados en otros de sus filmes y, desde el comienzo, deja en claro el tono de la película: expectativa, posibilidad, aventura. 

"Paul Thomas Anderson, el director que vuelve a su infancia, no hace evocación realista del pasado, sino un viaje a través de la memoria cinematográfica. Todo, en Licorice Pizza, desde el primer hasta el último plano, responde a un modo de asimilar el cine."

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Si hay algo que define a la poética de Paul Thomas Anderson son los vínculos. Desde la culposa paternidad que Sidney le ofrece a John en Hard Eight (1996) hasta la turbulenta relación de poder entre Alma y Reynolds en Phantom Thread (2017), pasando por la crueldad de Daniel Plainview con su hijo en There Will Be Blood (2007) y la manipulación psicológica que Lancaster Dodd ejerce sobre Freddie Quell en The Master (2012), la presencia, la falta o la influencia de una vida sobre otra hacen que sus películas sean retratos agudos, complejos y muchas veces sombríos de los comportamientos sociales. 

Si bien, desde los relatos salvajes de Magnolia (1999), el cine de Anderson se caracteriza por mostrar aspectos trágicos de la experiencia humana, hay tres películas que plantean otra respiración: Boogie Nights (1997), una comedia desenfrenada en clave Scorsese sobre la era dorada del porno; Punch-Drunk Love (2002), comedia romántica con Adam Sandler y Emily Watson que aborda desde el humor temas como soledad y ansiedad, e Inherent Vice (2014), basada en la novela homónima de Thomas Pynchon. Las tres, a su manera, marcan el camino hacia Licorice Pizza y, en particular, Inherent Vice comparte una visión alucinada sobre la California de los años 70. Pero mientras una es delirante y paranoica como la novela, la otra esquiva las grietas para centrarse en la potencia del vínculo. El mundo se agita pero no importa: un chico y una chica se encuentran por primera vez. 

Gary Valentine podría ser un personaje de Pynchon o, más acá, de Roberto Arlt. Un actor, vendedor, publicista que dejó de ser un niño hace poco, pero parece un adulto hace mucho. Un buscador de oportunidades que, más que dinero, busca la experiencia del dinero. Alana, por su parte, dejó de ser una niña hace rato y, en su rostro, se nota la angustia del tiempo que pasó. Pero el encuentro lo cambia todo. Desde que, apenas comenzada la película, Gary entra en la vida de Alana todo se modifica, se altera, se expande y se llena de excitación. La danza de Alana y Gary está compuesta de búsqueda, rechazo, afecto, distancia, ilusión, celos, espera, abrazos y, por encima, una acción que contiene todo lo demás: correr. Las escenas de Gary corriendo hacia Alana, Alana corriendo hacia Gary y ambos corriendo hacia un lugar que no se puede terminar de explicar son destellos milagrosos de la película. Es ahí donde Anderson encuentra el efecto más potente: un lugar para habitar donde todo está por suceder. Por eso es tan importante, en comparación, el lugar que ocupan los otros personajes de la película, como las hermanas de Alana o el hermano de Gary, que están ajenos a la intensidad de ese vínculo, casi mirando pasar la vida por la ventana. También están las apariciones extravagantes, tan necesarias en el cine de PTA: el seductor delirante Jack Holden, una versión caricaturesca de William Holden interpretada por Sean Penn; el narcisista sexual Jon Peters, productor que salía con Barbra Streisand, muy bien personificado por Bradley Cooper, y Rex Blau, una mezcla de ¿Mark Robson, John Huston, Sam Peckinpah? compuesta con la maestría única de Tom Waits. 

"Desde que Gary entra en la vida de Alana todo se modifica, se altera, se expande y se llena de excitación. La danza de Alana y Gary está compuesta de búsqueda, rechazo, afecto, distancia, ilusión, celos, espera, abrazos y, por encima, una acción que contiene todo lo demás: correr."

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Si hablamos de referencias, es posible que esta sea la película más personal de Paul Thomas Anderson, algo así como la última de su amigo Quentin Tarantino, Once Upon a Time in Hollywood, que reconstruye un momento crucial de la historia del cine a través de guiños, chistes y homenajes a figuras centrales y laterales de la industria. Pero todo lo que es exceso paródico en Tarantino, en Anderson es un trasfondo equilibrado, casi un escenario colorido para que los protagonistas corran (en la película de Tarantino es 1969 y el viejo Hollywood está desapareciendo para siempre; en la de Anderson es 1973 y los 60 empiezan a ser un recuerdo, aunque muchos no quieran verlo). Mientras Alana y Gary corren, la crisis del petróleo termina de fracturar el sueño americano y Nixon intenta mantenerse en el poder, salpicado por el caso Watergate que lo llevaría a renunciar al año siguiente. Pero, aunque los toca, la realidad no termina de afectarlos, porque ellos están juntos y por ahora es lo único que importa. Por eso, la escena en que Gary corre con Life On Mars? de fondo no solo es conmovedora, sino premonitoria: la canción de Bowie habla de la fantasía del cine y el escapismo mágico, pero también de la realidad que acecha. 

"Mientras Alana y Gary corren, la crisis del petróleo termina de fracturar el sueño americano y Nixon intenta mantenerse en el poder. Pero, aunque los toca, la realidad no termina de afectarlos, porque ellos están juntos y por ahora es lo único que importa."

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The Bridges at Toko-Ri (1954), Harold and Maude (1971), Badlands (1973), American Graffiti (1973), Breezy (1973), Fast Times at Ridgemont High (1982), Robert Altman y Billy Wilder son algunos nombres que sobrevuelan Licorice Pizza, pero ninguna influencia condiciona la narración, sino que todas ayudan a componer el imaginario encantado de la película. Porque más allá de las referencias, la elección musical, el tema original de Jonny Greenwood, la cinematografía de Michael Bauman y todas las cosas que hacen de Licorice Pizza un viaje nostálgico pero no melancólico a un pasado con forma de sueño, la mayor fuerza de la película reside en las inmensas actuaciones de Alana Haim y Cooper Hoffman, que en su debut actoral demuestra tener el magnetismo irresistible de su padre, Phillip Seymour Hoffman, nombre clave en el cine de Paul Thomas Anderson. 
Retrato personal de una época, aventura de juventud, fantasía del encuentro total, Licorice Pizza es el sueño de una noche de verano que captura el color imborrable del primer amor.

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