
FORMAS DE SER POETA (RESEÑA DE “GINSENG” DE TOMÁS ROSNER)
Alrededor de la figura del escritor gira una discusión (tal vez constitutiva de la literatura en general) que enfrenta la postura que invita a bucear en su biografía con la que marca el deber de ceñirse sólo a la obra. Un dualismo similar es el de oralidad versus escritura y Tomás Rosner lo enfrenta con la decisión de publicar Ginseng (Modesto Rimba 2018) en paralelo con su participación en los slams de poesía oral.
Más allá de que leer un libro y escucharlo recitado son dos experiencias totalmente distintas, es curioso ver cómo conviven esos dos mundos en la poesía del autor. En la contratapa de cuentos completos de Abelardo Castillo hay una frase de Leopoldo Marechal que acaso sea la pista para entender este sincretismo: “la poesía es una manera de vivir, no una mera función de lanzar al mundo criaturas poéticas”.
En términos propios de la industria musical, diríamos que Rosner grabó sus anécdotas en el estudio de los slams y las masterizó en un libro
En la poesía de Tomás pareciera que lo mejor de la tradición oral (esa artesanía formulada en los detalles, las pausas y los remates, digna de un ávido contador de anécdotas) estuviera inyectada en el proceso de escritura. Como si la potencialidad de lo oral y el eco cadencioso engarzado en los versos trazara un canal comunicante que termina modulando ambos planetas.
A modo de ejemplo, estos versos:
“No puede ser casual
que cuando te acerco la cafetera para que la huelas
me digas que pare de usar el café
como si fuera paco,
pero que accedas a olerlo
para que nos paqueemos juntos
y recordemos a las paquitas de Xuxa
que eran más bien boludonas.
Que no puede ser casual
que también recordemos
que Natalia Oreiro
fue paquita
aunque ella no es ninguna boluda
pero que igual, eso no enaltece a las paquitas
como sujeto histórico”
En términos propios de la industria musical, diríamos que Rosner grabó sus anécdotas en el estudio de los slams y las masterizó en un libro sobre la aplicación de una regla sagrada: atrevernos a esa metamorfosis que sucede y a la que nos sometemos cuando, no sin miedos y dudas, nos atrevemos a conjurar el dolor.
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