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24 de diciembre 2023

Lorena Álvarez

CREER O REVENTAR

Tiempo de lectura: 5 minutos

1

En un momento histórico donde creemos a rajatabla que Leo no es compatible afectivamente con Virgo, donde aseveramos que los efluvios de la luna nueva en Géminis son nocivos para los acuarianos y que ni de casualidad tomamos decisiones trascendentes durante Mercurio Retrógrado, una buena parte de la sociedad decidió que hasta que no vea (y sienta) las consecuencias de los anuncios hechos por el presidente recientemente electo, Javier Milei, seguirá creyendo que esas decisiones no los afectará en demasía.

Tiempos donde se cree fehacientemente en el poder del universo y en la energía, pero se sospecha de cualquier alerta de riesgo que provenga de alguien que haya votado a Sergio Massa. A las cacerolas que advierten, esta vez, no se las escucha. Se las mira de reojo con desconfianza como si fuera ese meme de Bart Simpson donde el pequeño está blandiendo la sartén y la cuchara queriendo llamar la atención. No se las toma en serio.

Son épocas de creer o reventar.

2

Al igual que Dios, diciembre es argentino. El mes donde los ánimos suelen estar caldeados y donde cada día es un suplicio para los gobernantes: que no pase nada porque a nadie en estas tierras se le niega un reclamo entre el pan dulce y la sidra.

3

En pleno romance entre la gente y la presidencia de Néstor Kirchner, en medio de tasas chinas y reconstrucción, al mandatario lo golpeó de lleno Cromañón. Y si bien zafó de las consecuencias directas del enojo hacia la política, no sucedió lo mismo con el entonces reelecto jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra.

Jóvenes hacinados dentro de un boliche presenciando un recital terminaron siendo parte de una tragedia que podría haberse evitado: 194 víctimas fatales. Las imágenes, además, condensaban las consecuencias de las políticas exclusivas de la década anterior, el estallido del 2001 y los enojos que aún perduraban contra la política: zapatillas, flequillos, una banda formada en una de las tantas esquinas de la urbanidad y la ambición de “juntarla en pala” sin control alguno, culminaron en aquella noche fatídica.

El mismo que hoy acompaña a Javier Milei en su cruzada cultural contra los controles estatales, hace casi veinte años era parte de los críticos de aquel Estado que no se comprometía. De culpar la falta de control a pedir que el Estado no se inmiscuya en nada

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Si algo había caracterizado a la cultura de los 90, y los albores de este nuevo siglo, fue la cultura del aguante, del rock de la esquina. Es que cualquiera alquilaba una pieza y armaba una sala de ensayo como así también el que quisiera podía soñar convertirse en un módico rockstar. Es que durante la década menemismta convivieron los shows internacionales del uno a uno con recitales de bandas conformadas por vecinos que poco tenían que hacer. “Los pibes”, esos que extendían su adolescencia al calor de la desocupación.

Sin uniforme ni overol para ir a laburar, las remeras negras con logos de bandas, los jeans raídos, los flequillos y las camperitas cortadas, se convirtieron en el emblema de los que changueaban. Flexibilizados con glamour rolinga. Fueron muchos de esos jóvenes los que murieron aquella tórrida noche del 30 de diciembre de 2004 en ese boliche de Once con más gente de la permitida, entre bengalas perdidas y “lo atado con alambre” estallando en medio de la desesperación y el fuego. Después de ese día, atrás quedaban los individualistas 90: el reclamo a un Estado presente a la hora del control volvía a primar.

Algo que trajo aparejado, en un arco narrativo inimaginable, el protagonismo de un outsider, que provenía del mundo empresarial, Mauricio Macri, lanzado a la política desde la presidencia de Boca y que más adelante sería, primero el reemplazante de Ibarra en la ciudad y luego presidente de los argentinos. El mismo que hoy acompaña a Javier Milei en su cruzada cultural contra los controles estatales, hace casi veinte años era parte de los críticos de aquel Estado que no se comprometía. De culpar la falta de control a pedir que el Estado no se inmiscuya en nada. El guionista de este país, a veces, puede ser sádico con estos giros en el relato.

Foto: Télam.

4

Pero no todos los diciembres durante la primera década del siglo fueron convulsionados.

Entre el 2006 y el 2011 fue tal el shock de consumo que será imposible describir a los más jóvenes la noche de los shoppings de esos tiempos.

Locales de marcas caras con larguísimas colas para pagar, gente con múltiples bolsas comprando amuchada en medio de un frenesí como si no hubiera mañana. La extensión del horario laboral de muchos, con la imposibilidad de comprar en los horarios habituales, hizo que los shoppings dejaran abiertas sus puertas hasta la madrugada del 24 ofreciendo el show de la compra compulsiva.

Es que entre el club del trueque y las peleas por un jean cuyos precios eran exorbitantes, habían pasado solo unos pocos años, confirmando en aquellas polaroids de locura ordinaria que este país es un milagro y que la pasión argentina, además del fútbol, es comprar.

Consumir hasta que se acabe el mundo.

Aún eran tiempos de efectivo, donde las tarjetas no reventaban y muchos nos sentíamos un poco los dueños del cartel que tenía en la fuente de su casa Tony Montana en el film “Scarface”: en colores sobre nuestras cabezas parecía titilar un gran “El mundo es tuyo”. Creíamos en Garbarino, Rapsodia y Levi’s tanto como en el milagroso Jesús.

Dejando como desafío para este 2024, ya no solo entender cómo llegamos hasta acá, sino también pensando cómo salimos de este laberinto

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Que Federico Sturzeneger o Luis Caputo sean los encargados de llevar adelante las reformas económicas que, supuestamente, necesita este país habla a las claras que vivimos en una eterna negación del pasado.

La venganza de los que se fueron en helicóptero en el 2001 sumado a quien fracasó rotundamente hace ochos años, a pesar de ser “el Messi de las finanzas”, se entrelazan en un menú de ajuste y timba. Un engranaje clave dentro de la batalla cultural en la cual está embanderado el nuevo presidente, que asimismo despierta sospechas y temores entre aquellos que no lo votaron en estas elecciones.

¿Por qué saldría bien algo si quienes son las cabezas del cambio ya chocaron la calesita con mucha eficacia tiempo atrás? Hay que ajustarse hasta que las costillas se quiebren, dicen, para ver la luz al final del túnel sin explicar en qué consiste ese premio que nos darán después de transitar el apagón. Una promesa que la ex vicepresidenta Gabriela Michetti ya había hecho en tiempos de gradualismo de Cambiemos. (Cabe aclarar, nadie vio esa luz.)

7

La Navidad 2023 quizás sea recordada como la fiesta menos esperanzadora de los últimos años. Los votantes que ganaron ya tienen el chip de que no hay plata y suponen tiempos de sacrificio. Los votantes que perdieron están aterrados con esa inmolación a la que no le encuentran otro sentido que ver como rifan lo que queda mientras se palpitan, en breve, más empobrecidos.

Todo reflejado en negocios, que lejos de estallar de clientes como antaño, se esfuerzan en ubicar en el primer plano dentro de sus escaparates las chucherías. Tiempos de presentes simbólicos y del trabajo a casa y de casa al trabajo. O del trabajo al otro trabajo. Es que el multiempleo no da tregua ni con las garrapiñadas ya casi sobre la mesa.

A las cacerolas que advierten, esta vez, no se las escucha. Se las mira de reojo con desconfianza como si fuera ese meme de Bart Simpson donde el pequeño está blandiendo la sartén y la cuchara queriendo llamar la atención

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En tanto, otra Navidad nos encontrará entre películas como “Love actually” y “Mi pobre angelito” o mirando fascinados en Crónica “La tragedia de los famosos” mientras en el balance final nos queda pendiente pensar si el movimiento político más grande de este país no es hoy el antiperonismo. Dejando como desafío para este 2024, ya no solo entender cómo llegamos hasta acá, sino también pensando cómo salimos de este laberinto.

Mientras, hay que pasar el verano.

¡Feliz Navidad!

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